Han pasado más de cien años desde que Bram Stoker diese vida a un icónico vampiro que ha aterrorizado a varias generaciones. Fue en 1897 cuando Drácula vio la luz de la luna por primera vez y, más allá de chupar sangre de cuellos distraídos, se ha encargado de robar horas de lectura a población de todo el mundo. Aunque pensemos que este personaje es pura fantasía, en realidad, hoy en día los vampiros existen, pero no chupan sangre, ni necesitan colarse por ventanas en mitad de la noche. Vienen en el autobús contigo, en tu bolsillo, en tus miedos más comunes. Hablamos de los vampiros atencionales, esos ladrones silenciosos que te roban la atención sin que te des cuenta. Quizá no te suene el término, pero sabes quiénes son: el pitido del móvil, una lista de tareas interminable, o ese miedo absurdo que te muerde el cerebro cuando tienes que dormir pero decides repasar cada cosa que salió mal en tu día.
De hecho, de la misma manera que la sangre fluye por nuestro cuerpo y nos mantiene vivos, la atención nos vincula con el sentido de nuestra vida: nos conecta con nosotros mismos, con lo que nos rodea y con quienes nos rodean. Porque, de algún modo, perder la atención también es perder la vida.