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Soraya y Soria hincan la rodilla en la última gran batalla con las TV a semanas del 20-D
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choque en el consejo de ministros

Soraya y Soria hincan la rodilla en la última gran batalla con las TV a semanas del 20-D

Rajoy, que desde sus tiempos en la oposición apostó por alejarse de las intrigas mediáticas, ha cerrado una legislatura esquizofrénica en materia audiovisual. Y no del todo por su culpa

Foto: Soraya Sáenz de Santamaría y José Manuel Soria, tras un Consejo de Ministros. (EFE)
Soraya Sáenz de Santamaría y José Manuel Soria, tras un Consejo de Ministros. (EFE)

El reciente reparto de nuevos canales de televisión -con el poder y los millones que lleva aparejado- ha escenificado de nuevo las tensiones que el Gobierno ha vivido durante toda la legislatura a la hora de componer el mapa audiovisual. Con los mismos protagonistas que ya chocaron sin paliativos allá por mediados de 2013, cuando tocaba cerrar ocho frecuencias tras una sentencia del Tribunal Supremo. A un lado del ring, José Manuel Soria; en la otra esquina, Soraya Sáenz de Santamaría. El primero, siempre partidario de la línea dura; la segunda, de dulcificar la relación del Ejecutivo con las cadenas. Solo quien ostenta el voto de calidad en el Consejo de Ministros ha parado el último -y postrero- choque de trenes.

Soria, cuya responsabilidad en materia audovisual es inherente a su cartera, ha defendido en estos años una tesis que comparte la mayoría del cónclave ministerial. Esto es, ni agua a los dos grandes grupos audiovisuales, cuyas filiales -véase La Sexta y Cuatro- han golpeado sin duelo al Gobierno. Un nivel de crítica que -estima esta línea de pensamiento- se compadece mal con todo lo que el Ejecutivo ha hecho en su favor. Y recuerda cada vez que hay ocasión cómo Rajoy&Co. se saltaron graciosamente las directrices de Competencia para entregar a Atresmedia la cadena de los Ferreras, Évole o Wyoming. Desde el punto de vista político y pasado el tiempo, todo un fiasco desde el punto de vista estratégico para el PP.

A partir de este planteamiento, el frente Soria del Gobierno habría porfiado por demorar este último proceso de entrega de canales hasta la extenuación. De hecho y según aseguran fuentes próximas al procedimiento, las cadenas llegaron a manejar la posibilidad de que Industria se escudara en "causas técnicas" para no proceder al reparto y aplazarlo hasta después de las elecciones, e incluso hasta la próxima legislatura. Como telón de fondo, la ambición de atar en corto a las televisiones y bajar los decibelios de la crítica a apenas semanas de los comicios. Un instrumento de coacción demasiado goloso como para no contemplarlo.

Por otro lado, el sentimiento de la vicepresidenta ha sido durante estos años bien diferente. Encargada por el presidente de gestionar en primera persona las relaciones con los medios, su intención ha sido siempre la de atemperar. Sus años al frente de este sector serán recordados por cómo grupos del linaje de Prisa -condenado a la desaparición por su galopante deuda- encontraron salvadores caballeros blancos como Telefónica, HSBC, Santander o La Caixa. Aunque Sáenz de Santamaría sí tenía claro que el concurso debía resolverse en fecha, no falta quien subraya sus simpatías y encuentra extraño que la compañía de Juan Luis Cebrián no se haya hecho con un canal en esta última puja. Vivir para ver.

Un punto de cordura

"Al final, tendemos a buscar explicaciones complicadas a cuestiones que se explican fácilmente -explica otro de los partícipes en la liza-. Prisa o Vocento no podían acceder a nuevos canales. Los primeros han vendido el abierto, Digital+, ya no tienen división audiovisual... Los segundos cerraron su cadena [La 10] y tienen arrendada la frecuencia. No hubiera tenido un pase, hubiera sido una forma de meterles dinero en el bolsillo. Que a nadie se le olvide que aquí había unos pliegos que cumplir". Una reflexión que se sostiene en que, al final, es cierto que parece haber triunfado el punto de cordura que preside el Ejecutivo. Basta -además de los beneficiados obvios, esto es, 13 TV o Secuoya- ver el tratamiento recibido por los dos grandes.

En efecto, tanto Atresmedia como Mediaset recibirán un canal. Aunque Planeta aspiraba a obtener una cadena más que la italiana para equilibrar las fuerzas globales -ahora Telecinco dispone de una frecuencia más-, el mantenimiento del status quo tampoco le va mal a la firma catalana. No en vano ambos grupos van a volver este año a cifras impresionantes de beneficios después de haber transitado por la crisis sin oler los números rojos. Para Mediaset, hubiera sido difícil de digerir un 2-1 e inaceptable un 1-0. En época electoral, mejor no soliviantar a las masas. Luego, se ha cambiado algo para que todo siga igual. Suficiente, más que suficiente.

Rajoy, que desde sus tiempos en la oposición apostó por alejarse de las intrigas mediáticas, ha terminado cerrando una legislatura esquizofrénica en materia audiovisual. Y probablemente no del todo por su culpa. Cuentan quienes se relacionan habitualmente con él que, del mismo modo que pide opinión y sabe escuchar, también es difícil que el político gallego dé órdenes directas a los suyos. Es más, a menudo sus colaboradores más cercanos simplemente interpretan sus deseos o un comentario cogido al vuelo. Deja hacer. Y da la impresión, visto lo visto, de que miembros de su círculo de confianza se han dedicado durante estos cuatro años a ejercer de aprendices de brujo. ¿La factura? El 20 de diciembre.

El reciente reparto de nuevos canales de televisión -con el poder y los millones que lleva aparejado- ha escenificado de nuevo las tensiones que el Gobierno ha vivido durante toda la legislatura a la hora de componer el mapa audiovisual. Con los mismos protagonistas que ya chocaron sin paliativos allá por mediados de 2013, cuando tocaba cerrar ocho frecuencias tras una sentencia del Tribunal Supremo. A un lado del ring, José Manuel Soria; en la otra esquina, Soraya Sáenz de Santamaría. El primero, siempre partidario de la línea dura; la segunda, de dulcificar la relación del Ejecutivo con las cadenas. Solo quien ostenta el voto de calidad en el Consejo de Ministros ha parado el último -y postrero- choque de trenes.

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