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El Gobierno topa con los pactos Echenique-sindicatos para revolucionar RTVE
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no puede tocar la plantilla hasta 2015

El Gobierno topa con los pactos Echenique-sindicatos para revolucionar RTVE

El principio del fin tuvo lugar en la calle Alcalá. En el número 9, sede del Ministerio de Hacienda, se reunían Sáenz de Santamaría, Montoro y Echenique.

Foto: González-Echenique, en una de sus últimas comparecencias en el Congreso.EFE
González-Echenique, en una de sus últimas comparecencias en el Congreso.EFE

El principio del fin tuvo lugar en la madrileña calle Alcalá. En el número 9, sede del Ministerio de Hacienda, se reunían Sáenz de Santamaría, Cristóbal Montoro y el ya dimitido presidente de RTVE, Leopoldo González-Echenique. Corría el mes de abril y los problemas económicos acuciaban a la Corporación. El abogado del Estado elegido por la vicepresidenta pedía árnica. La vallisoletana, su valedora, le miró a los ojos y vino a pronunciar la frase maldita: “Lo que decida Cristóbal”. Ese día Soraya rompió amarras con su protegido. Desde entonces, el teléfono dejó de sonar.

Puede que Echenique no entendiera inmediatamente que había dejado de formar parte del círculo de confianza de sus mayores. Puede incluso que, aunque lo sospechara, se resistiera a tirar la toalla. Eso sí, cada día empezó a ver cómo proliferaban las piedras en el camino; cómo sus planes de ahorro acababan en la papelera del ministro; cómo la interlocución dejaba de producirse al primer nivel; cómo, en suma, el mundo se desmoronaba a sus pies. Al igual que Gallardón desde hace meses, Echenique había caído en desgracia. Simplemente le estaban dejando espacio para que lo comprendiera y eligiera el momento para partir. Nobleza obliga, Rajoy style.

Echenique se lo pensó seriamente entre junio y julio, antes del verano, pero finalmente aguantó. Quizás tenía la esperanza de que el momento político viniera en su auxilio, que su ángel de la guardia desbloqueara in extremis el dinero que necesitaba para no abrir, con las elecciones a la vista, un melón de proporciones isabelinas como el de RTVE. Tardó el presidente en entender que la política no funciona así. Dio incluso un último plazo a sus otrora compañeros de viaje el domingo por la noche, al aplazar al jueves el decisivo consejo de administración previsto para el lunes. Una última forma de llamar de atención, de gritar en silencio que iba en serio, de maldecir su suerte. Nadie se inmutó, empero. Llevaban tiempo ocupados preparando sus exequias.

Había hecho ya méritos Echenique para salir del anhelado círculo antes de la infausta reunión de Alcalá. No en vano parte del Gobierno le puso la cruz cuando pactó con los sindicatos el blindaje de la plantilla hasta diciembre de 2015, a cambio de mínimos ahorros. Vendió su alma a UGT para evitar a una huelga. Y lo hizo a costa de ofender a los propios, que le pedían sangre para cuadrar los balances, en forma de expediente de regulación de empleo. Difícil pensar que, pese a su talante negociador, los sindicalistas siquiera le saluden ahora por la calle. Ayer recibieron su marcha con acerbas críticas a su gestión y con el anuncio de paros y movilizaciones. Ellos se quedan, él se va.

El legado sindical de Echenique, eso sí, es dramático para Rajoy. Lo recordaban ayer fuentes del equipo económico gubernamental, que insistían en que el Ejecutivo es consciente de que no solo procede un cambio en el modelo de financiación de RTVE –con la publicidad también en el debate-, sino también el ajuste de una plantilla de 6.400 efectivos que se lleva el 40% de los ingresos. Una segunda parte de la ecuación que no puede abordarse con un convenio colectivo que garantiza el empleo durante el próximo año y medio. Solo el recurso a la última reforma laboral y las nuevas potestades de una empresa con pérdidas continuadas permitiría al Ejecutivo reabrir ese expediente. Con una judicialización segura. A día de hoy resulta impensable. “Ya solo existen dos partidas en las que se puede reducir más: compra de programas y masa salarial”, advertía ayer CCOO, poniéndose la venda. Mejor prepararse para la batalla que viene.

El fracaso de Soraya

Una justa para la que también tendrá que estar lista la vicepresidenta. No en vano el fracaso de Echenique es también el de Sáenz de Santamaría, que en su día se saltó -para nombrar a su candidato- toda la estructura paralela montada en la sombra por el PP para cuando tocara desembarcar en la televisión pública. Un desaire que ha restado apoyos al presidente en una casa donde funcionan bien los bandos. Falta por saber si, tras el fiasco y con las autonómicas y las generales a la vuelta de la esquina, Génova y Cospedal van a ganar peso en el diseño de las operaciones que afectan a la televisión pública. Esa duda rondaba ayer también la sede del partido y se resolverá pronto, con el nombramiento de nuevo inquilino para Prado del Rey.

En su último consejo de administración, Echenique prefirió obviar su plan de ajustes; sacó adelante unos presupuestos para 2015 que, en última instancia, evitan la reducción de 50 millones que inicialmente manejaba el Gobierno, y aprobó la compra de nuevos capítulos de Águila Roja, entre otros programas. Con la presidencia desbloqueada, lo normal es que el nuevo capo vaya recibiendo en los próximos meses y de manera escalonada los fondos que RTVE necesita para cubrir los agujeros pendientes. Montoro aseguró ayer que la televisión pública es viable. No lo era con Echenique al frente desde hace meses. Desde una tarde de abril en que una mirada fría selló su suerte. El resto ha sido esperar.

El principio del fin tuvo lugar en la madrileña calle Alcalá. En el número 9, sede del Ministerio de Hacienda, se reunían Sáenz de Santamaría, Cristóbal Montoro y el ya dimitido presidente de RTVE, Leopoldo González-Echenique. Corría el mes de abril y los problemas económicos acuciaban a la Corporación. El abogado del Estado elegido por la vicepresidenta pedía árnica. La vallisoletana, su valedora, le miró a los ojos y vino a pronunciar la frase maldita: “Lo que decida Cristóbal”. Ese día Soraya rompió amarras con su protegido. Desde entonces, el teléfono dejó de sonar.

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