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Momentos bajos para 'The New York Times'
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Momentos bajos para 'The New York Times'

La salida de la polémica periodista Judith Miller del diario The New York Times coincide con "momentos bajos" en el mítico rotativo neoyorquino, donde tanto la

La salida de la polémica periodista Judith Miller del diario The New York Times coincide con "momentos bajos" en el mítico rotativo neoyorquino, donde tanto la moral como los resultados están en baja forma. Miller abandona el diario por la puerta trasera, tras una larga saga que comenzó con una serie de artículos en los años 2001 y 2002 sobre la supuesta voluntad y capacidad del entonces presidente iraquí, Sadam Husein, para fabricar armas de destrucción masiva.

Tras semanas de rumores sobre la defenestración de la periodista de 57 años, el Times confirmó el miércoles haber llegado a un "acuerdo" con Miller que pone fin a 28 años de relación. El diario describe ahora su cobertura de la preguerra como "un fallo institucional" y dice que debió haberlo corregido con mayor celeridad: el Times no publicó una amplia explicación de sus errores hasta un año después de que EEUU decidiese invadir Iraq.

Esa lenta reacción ha ayudado a minar los ánimos entre los empleados de una empresa que sufrió una fuerte caída de beneficios en el último trimestre y que ha anunciado ya 45 despidos en su redacción. La caída de Miller es, además, sintomática de una crisis más amplia en el sector periodístico. Y es que, como dijo la propia Miller, todo los que creyeron las erróneas afirmaciones del Gobierno de EEUU de que Iraq tenía armas de destrucción masiva se equivocaron.

El conocido columnista Paul Krugman dice que los fallos que permitieron "esta larga pesadilla" empezaron después de los atentados del 11 de septiembre del 2001, cuando los medios "ayudaron a los líderes políticos a fabricar una imagen falsa de sí mismos". Pocos como Miller han contribuido más a ese tergiversado retrato de la realidad.

Encuentros con Libby

Próxima a los halcones republicanos, la reportera aparentemente creyó a ciegas las afirmaciones de la Casa Blanca y de los líderes exiliados iraquíes, algunos como Ahmad Chalabi amparados por Estados Unidos, y ahora viceprimer ministro de Iraq, de que Bagdad tenía armas de destrucción masiva. Su carrera en el Times podría haber continuado de no haber sido por sus conversaciones con Lewis 'Scooter' Libby, el ex jefe de Gabinete y hombre de confianza del vicepresidente, Dick Cheney.

Durante sus encuentros con Libby en 2003, el alto funcionario y la reportera hablaron sobre Valerie Plame: ex espía de la CIA y esposa de Joseph Wilson, ex embajador y hombre crítico del actual Gobierno estadounidense, al que acusa de haber iniciado una guerra con argumentos falsos. Miller nunca publicó su artículo sobre Plame, pero aun así decidió ir a la cárcel supuestamente para proteger a Libby, que se enfrenta a una pena de hasta 30 años de cárcel por su participación en el 'caso Plame'.

En opinión de muchos comentaristas, el verdadero motivo de Miller fue intentar mejorar su dañada reputación periodística. Si ese era su objetivo, no lo consiguió. En lugar de eso, la reportera se ha visto obligada a dejar un periódico en el que ha pasado los mejores años de su carrera.

Judith Miller llegó al Times en Washington en 1977 como parte de una nueva camada de jóvenes y ambiciosos periodistas, con la que el periódico quería reforzar sus filas después de que el diario The Washington Post se adelantase al destapar el escándalo Watergate, que costó la presidencia a Richard Nixon en 1974. Sus jefes la recuerdan como apasionada por sus historias, celosa de sus fuentes y un poco obsesiva.

La salida de la polémica periodista Judith Miller del diario The New York Times coincide con "momentos bajos" en el mítico rotativo neoyorquino, donde tanto la moral como los resultados están en baja forma. Miller abandona el diario por la puerta trasera, tras una larga saga que comenzó con una serie de artículos en los años 2001 y 2002 sobre la supuesta voluntad y capacidad del entonces presidente iraquí, Sadam Husein, para fabricar armas de destrucción masiva.

The New York Times