De las causas a la recuperación: cómo abordar la parálisis facial
La pérdida de movilidad en la cara limita gestos cotidianos y condiciona la calidad de vida. La atención especializada debe adaptarse a cada caso, con alternativas que abarcan desde medicación y rehabilitación hasta la intervención quirúrgica
La parálisis facial es un trastorno que impacta de manera directa en la expresión, la comunicación y la calidad de vida de quienes la padecen. Al afectar la movilidad de los músculos de la cara, no solo compromete funciones básicas como sonreír, parpadear o hablar, sino que también tiene un fuerte componente emocional y social: muchas personas se sienten vulnerables, inseguras o limitadas en su día a día.
Según explica la doctora Lorena Pingarrón, jefa de Servicio de Cirugía Oral y Maxilofacial del Hospital Universitario Rey Juan Carlos, el diagnóstico de la parálisis facial es fundamentalmente clínico, y se basa en la observación de la imposibilidad de movilizar uno de los lados de la cara. “En la mayoría de los casos hablamos de parálisis facial periférica, como la parálisis de Bell, que aparece de forma aguda y sin causa aparente. El paciente suele acudir a urgencias porque nota debilidad súbita en la mitad de la cara. Si la parálisis es consecuencia de una cirugía por un tumor, los síntomas son los mismos, pero el abordaje cambia”, puntualiza la especialista.
Virus del herpes, estrés y otros factores desencadenantes
La causa más común es la llamada parálisis de Bell, de origen idiopático, que se asocia principalmente a la reactivación del virus del herpes simple. En estos casos, la recuperación suele ser favorable, con tasas de entre el 90 y el 100%. No obstante, la parálisis también puede estar vinculada al virus del herpes zóster, que provoca un pronóstico más complejo y, a menudo, deja secuelas de debilidad o parálisis permanente. “El herpes zóster, virus de la varicela, puede permanecer latente en el nervio y reactivarse en situaciones de estrés, inmunosupresión o embarazo, desencadenando el cuadro clínico”, explica la doctora Pingarrón.
Otras causas incluyen traumatismos craneoencefálicos, fracturas del hueso temporal, cortes profundos que afectan directamente al nervio facial o intervenciones quirúrgicas por tumores de la parótida o neurinomas. Aunque a menudo se asocie popularmente a las corrientes de aire o a los resfriados, la especialista aclara que “estas no son causa directa, sino que pueden favorecer un descenso de defensas que actúe como desencadenante”.
El pronóstico de la parálisis facial depende en gran medida de su origen y del tiempo de evolución. En la parálisis de Bell, los corticoides administrados en las primeras 72 horas mejoran de manera significativa la recuperación. “Sin embargo, en los casos asociados a tumores o radioterapia, las perspectivas son menos favorables. Además, la edad juega un papel determinante: a partir de los 50 años la capacidad de reinervación disminuye y la recuperación tiende a ser más lenta y parcial”.
Los niños también pueden sufrir parálisis facial, ya sea por causas idiopáticas, traumáticas o tumorales. En estos casos, “el abordaje multidisciplinar es especialmente importante para ofrecer las mejores opciones terapéuticas. Siempre que sea posible, se priorizan técnicas dinámicas, ya que permiten recuperar movilidad y mejorar el pronóstico a largo plazo”.
Cirugía y técnicas de reinervación
Cuando el nervio facial no recupera su función de forma espontánea, la cirugía se convierte en la mejor alternativa. Según detalla la especialista, las técnicas quirúrgicas se dividen en dos grandes grupos:
- Técnicas estáticas, que buscan mejorar la simetría facial sin devolver movilidad. Se emplean sobre todo en pacientes con parálisis de larga evolución, en los que la musculatura ya no puede responder a la reinervación.
- Técnicas dinámicas, que intentan restituir la movilidad del rostro. Si la parálisis lleva menos de 18-24 meses, es posible reconectar nervios para recuperar la función. En cambio, si supera ese tiempo, la musculatura ha perdido definitivamente su capacidad de respuesta y es necesario recurrir a un injerto microvascular que aporte un nuevo músculo.
Para decidir la estrategia más adecuada, se realizan pruebas como la electromiografía, que permiten predecir la capacidad de reinervación del nervio.
Rehabilitación y tratamiento complementario
La cirugía no es el final del proceso: tras la intervención se recomienda un periodo de reposo de dos o tres meses y después se inicia la rehabilitación. Esta se centra en ejercicios de mímica frente al espejo, destinados a recuperar la coordinación y prevenir las sincinesias, movimientos involuntarios que aparecen como consecuencia de una reinervación anómala.
“En algunos pacientes, sobre todo aquellos que desarrollan espasmos, la toxina botulínica (botox) puede ser una herramienta útil para controlar esos movimientos indeseados. En estos casos, el tratamiento puede prolongarse durante años e incluso de por vida”, añade la doctora Pingarrón.
El porcentaje de recuperación completa varía en función de la causa. Mientras que en la parálisis de Bell la evolución suele ser excelente, en casos más graves, como los relacionados con herpes zóster o tumores, las probabilidades de recuperar la movilidad total disminuyen. “La clave está en un diagnóstico temprano, el inicio precoz del tratamiento con corticoides y la derivación a unidades específicas de rehabilitación cuando sea necesario”, concluye la especialista.
La parálisis facial es un trastorno que impacta de manera directa en la expresión, la comunicación y la calidad de vida de quienes la padecen. Al afectar la movilidad de los músculos de la cara, no solo compromete funciones básicas como sonreír, parpadear o hablar, sino que también tiene un fuerte componente emocional y social: muchas personas se sienten vulnerables, inseguras o limitadas en su día a día.