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¿Para qué?, por J. L. Arenas Brualla
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¿Para qué?, por J. L. Arenas Brualla

Espero que algún representante de los gobiernos de España que han gestionado nuestra presencia en Afganistán me permita dormir tranquilo sabiendo que sirvió para algo

Foto: Foto: Rocío Márquez.
Foto: Rocío Márquez.
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Estimado Director,

Casi 20 años han pasado ya desde que, en febrero de 2002, apenas 5 meses después del trágico 11-S, el primer contingente militar español aterrizase en Afganistán tras autorización por parte del Consejo de Ministros del entonces gobierno del presidente Aznar.

Casi 20 años, más de 4.000 millones de euros gastados, cerca de 30.000 soldados desplegados y lo que es más terrible, 102 militares, guardias civiles y policías nacionales españoles fallecidos en el desarrollo de la misión o a consecuencia de la misma (62 fallecidos en el tristemente célebre accidente del Yak-42).

Y todo ello ¿para qué? ¿Qué se ha conseguido? ¿Cuál ha sido, como decimos en el mundo de los negocios, el retorno de tan terrible inversión? Alguien debería asumir la responsabilidad de explicarlo. Explicárselo a todos los ciudadanos españoles de cuyos impuestos ha salido esta inversión, a los que bajo la bandera de España servimos allí en las diferentes épocas de la misión, abandonando a nuestros seres queridos y poniendo en riesgo nuestras vidas creyendo que servíamos a un interés superior, pero muy especialmente a las familias de los 102 españoles fallecidos y que antes podían creer que su muerte había tenido algún sentido, pero que ahora pueden comenzar a sentir que su muerte fue completamente en vano.

¿Es que nadie tuvo en cuenta que forzar el tránsito de una sociedad medieval a una democracia del siglo XXI en unos pocos años, era una quimera? A una democracia se llega tras un proceso de maduración de varias generaciones, no del sistema político del país, sino de la sociedad misma. Algo que en Afganistán no ha ocurrido y que la ocupación internacional solo podría haber conseguido tras muchísimos más años allí y más inversión en otros conceptos como educación, infraestructuras o desarrollo de la economía local.

¿Es que nadie tuvo en cuenta que la mayor parte de los miles de millones derramados sobre el país acabarían en los bolsillos de los señores de la guerra locales y que una vez dejasen de llegar, esos señores de la guerra no tendrían ningún interés en mantener una falsa democracia en la que jamás creyeron? Para ellos, los verdaderos dueños del país, la llegada de los talibanes al poder no supone un obstáculo a sus negocios principalmente relacionados con el tráfico de opio, como no lo fue durante los años que ya pasaron en el poder antes de la invasión norteamericana.

¿Es que nadie se percató de que el acuerdo firmado por la administración Trump con los talibanes en Doha en febrero del año pasado suponía de facto no solo una rendición de los EEUU y las potencias occidentales, sino el primer acto de una tragedia con un desenlace ya previsto?

Duele enormemente reconocerlo, especialmente para aquellos que, como yo, pasamos alguna época de nuestra vida allí y dejamos compañeros y amigos en el camino, pero todos los esfuerzos desplegados y especialmente todas las vidas perdidas en suelo afgano no han servido para nada. Ha sido un fracaso estrepitoso de la comunidad internacional. Mala planificación, nefasto análisis y una pésima ejecución.

Si no es así, y estoy equivocado, espero que algún representante de los sucesivos gobiernos de España que han gestionado nuestra presencia en el país me saque de mi error y me permita dormir tranquilo sabiendo que sirvió para algo.

José Luis Arenas Brualla

Estimado Director,

Afganistán Internacional Militar
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