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"Hace frío en las atalayas": la carta del soldado caído llega a casa 80 años después
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"Hace frío en las atalayas": la carta del soldado caído llega a casa 80 años después

El joven teniente Vincenzo Fugalli escribió una carta desde el frente oriental de la II Guerra Mundial el 24 de diciembre de 1942. Era uno de los 50.000 diezmados italianos que allí combatían

Foto: Imagen: Rocío Márquez.
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“Es Navidad, estoy escribiendo y mientras tanto, en el refugio de al lado, cantan ‘La pastorella’ y han conseguido olvidarse de que las raciones se han retrasado. Fuera, nieva mucho, y tienes la sensación de que el Niño pudo nacer aquí también, el entorno es así de propicio y sugestivo. Hace frío en las atalayas, y hay mucha nostalgia, y cuando salgo… Continuamente se repite ‘¿quién va?’ a lo largo de toda la trinchera”.

El joven teniente Vincenzo Fugalli, miembro del Séptimo Regimiento Alpino de Belluno, escribió esta misiva pastoral la noche del 24 de diciembre de 1942, desde el frente oriental de la Segunda Guerra Mundial. Era uno de los cerca de 50.000 diezmados italianos que combatían codo con codo con los nazis, que habían puesto en marcha la Operación Barbarroja un año y medio antes. El frente oriental se había convertido para italianos y alemanes en una trampa mortal.

"Estad serenos, nada me ocurrirá, aunque camine a través de las minas"

“Nunca me he sentido más orgulloso y más tranquilo que hoy”, proseguía su misiva. “Me sentiría feliz si supiese que entre vosotros hay aunque tan solo sea una parte de mi tranquilidad. Estad serenos: tengo la certeza de que nada me ocurrirá incluso si caminamos a través de las minas o si tengo que luchar en cien batallas”.

Fugalli nunca volvería a su hogar. Moriría apenas un mes después, a los 24 años, durante la batalla de Nikolajevka, que tuvo lugar el 26 de enero de 1943. Un epígono del mastodóntico enfrentamiento de Stalingrado, en que morirían 35.000 soldados, entre italianos y húngaros, que intentaban desesperadamente retirarse de ese infierno en que se había convertido el territorio ruso para las Fuerzas del Eje. Uno de ellos sería el teniente Fugalli.

“La satisfacción que siento siendo el jefe, el confidente, el amigo de estos magníficos muchachos será lo más bello de toda mi vida. Me gustaría hablarte de cada uno de ellos porque son a cada cual mejor. Tengo niños de apenas 20 años y veteranos de África, Albania, Francia, Montenegro, muchos ya tienen familias, muchos hablan de sus hijos que están lejos de aquí pero de servicio, en una compasión mutua”.

Ninguno de sus compañeros sobreviviría para entregar la carta a sus destinatarios

Ninguno de sus compañeros sobreviviría para entregar la carta a sus destinatarios. Pasaría décadas entre las páginas de un libro, encontrado por un veterano de guerra que había combatido en el frente argelino llamado Tino Davini, que dedicó un gran tiempo y esfuerzo en negociaciones con el Gobierno soviético para devolver a su país los restos de los italianos caídos en el frente oriental.

Pasaría otro largo tiempo antes de que un buen día su hija Olga abriese las páginas del libro y se encontrase con la carta que nunca llegó a sus destinatarios. Si la misión del soldado es combatir, la del superviviente es dar testimonio de los caídos, así que la italiana decidió que tenía que encontrar a la familia del teniente desaparecido para que recibiese, aunque fuese casi un siglo más tarde, sus últimas palabras epistolares.

Nunca antes fue tan sencillo localizar a una persona anónima, pero, a pesar de ello, el trabajo le llevó años. Este mes de junio, finalmente, la misiva ha llegado a las manos de la sobrina de Vincenzo. Sin matasellos, pero con el peso de la historia en cada una de sus palabras. “He recibido esta herencia, y durante mi investigación incansable he encontrado este manuscrito que, gracias al tam tam de las redes sociales y los medios de comunicación, puedo devolver a la familia del teniente Vincenzo Fugalli”, contaba Olga. Un anuncio difundido en la televisión local de Barletta gracias a la generosidad de un periodista ha permitido que la carta encontrase por fin a sus destinatarios.

"Las cartas ayudan a aliviar el dolor de la separación"

Hoy en día podemos haber perdido de vista la importancia que la correspondencia escrita tenía en un entorno en el que el acceso a un teléfono no era sencillo, pero sin cartas nuestro conocimiento de las intimidades de la guerra sería mucho más banal. Como bien resume el Museo de Guerra Imperial Británico en su apartado dedicado a la correspondencia, “las cartas eran la principal forma de comunicación entre los soldados y sus seres queridos, que ayudaban a aliviar el dolor de la separación”.

Aunque se refiere a la Primera Guerra Mundial, la observación bien puede extenderse a los soldados desplazados durante la segunda. ‘Cartas de la Wermacht’, compilado por Marie Moutier, es por ejemplo un acceso privilegiado a los miedos, incertidumbres y sentimientos de los soldados alemanes en el frente. “A veces me esfuerzo en odiar a los franceses. Si no lo hiciera, acabaría sintiendo compasión por el pueblo, que no quería que se desatara este conflicto”, escribía un tal Hans P. en mayo de 1940. Los soldados nazis también dudaban de sí mismos, de su misión, de la guerra en sí. La guerra que abrió abismos de tiempo que solo la paz puede llenar, aunque sea siglos después. Nunca es tarde.

“Es Navidad, estoy escribiendo y mientras tanto, en el refugio de al lado, cantan ‘La pastorella’ y han conseguido olvidarse de que las raciones se han retrasado. Fuera, nieva mucho, y tienes la sensación de que el Niño pudo nacer aquí también, el entorno es así de propicio y sugestivo. Hace frío en las atalayas, y hay mucha nostalgia, y cuando salgo… Continuamente se repite ‘¿quién va?’ a lo largo de toda la trinchera”.

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