La deportista a seguir | Alex Eala, la protegida de Nadal que ya gana Grand Slam con 15 años
Un espacio en el que destacaremos a ese deportista con menos nombre, pero que lo tiene todo para ocupar grandes titulares y que queda eclipsado por las estrellas de (casi) siempre
"Lo que sufro, ¡no me lo merezco!": corría el año 1993 y era el primer partido de tenis que veía en directo, en el que Jordi Burillo luchaba por ganar el Challenger de Segovia. Sin embargo, a pesar de firmar un torneo inmaculado, la final se le iba a complicar hasta el punto de que la desesperación le nubló por completo. Todo un repertorio de gritos, enfados y malos gestos salió a escena y esa frase, exhalada a pleno pulmón tras un gran punto de Alex Antonitsch —a la postre, campeón—, se quedó grabada a fuego en la cabeza de un niño... especialmente por la contraposición con el tenista que encontré en ese mismo escenario una década después.
Aquella experiencia inicial me llevó a ser un incondicional de aquel torneo año tras año. Así, 'descubrí' a grandes tenistas como Radek Stepanek, Fernando Verdasco o Juan Martín del Potro, y a leyendas como Roger Federer y Rafa Nadal. El de Manacor, con solo 17 años, se llevó el título en 2003 y fue un soplo de aire fresco en El Espinar: un joven que levantaba al público de sus asientos por cómo dominaba la pista, por no dar nunca una bola por perdida y por su potencia en los golpeos. ¿Les suena? Fue cuestión de meses confirmar que aquel chico tenía una enorme carrera por delante. Ahora, convertido en ídolo, quiere hacer que otros jóvenes tengan su misma oportunidad.
Muchas veces me he hecho esta pregunta: ¿qué es lo que diferencia a Rafa Nadal del resto de deportistas para ser una leyenda? Evidentemente, sus méritos deportivos son innegables y le han llevado hasta el lugar destacado que ocupa en la historia —me atrevería a decir que es el mejor deportista español de todos los tiempos—, pero tenía que haber algo más. A base de seguir sus pasos, él mismo me dio la respuesta: nunca una mala cara, elegante en la derrota, crítico cuando hay que serlo... y su innata capacidad para ayudar. No solo en pista, sino especialmente fuera de ella: donaciones a los más necesitados y a disposición de la gente, como cuando ayudó en las tareas de limpieza en las inundaciones de Mallorca de 2018. Un chico normal en una posición privilegiada que sabe dónde está y lo que puede ofrecer.
Y con los jóvenes no es menos. Más allá de las pistas, su gran proyecto vital es la Rafa Nadal Academy, su escuela, en la que se encarga de formar jóvenes talentos que buscan ser grandes estrellas en un futuro no muy lejano. Algunos de sus jugadores ya han empezado a hacerse un nombre en el circuito, como es el caso de Jaume Munar o Casper Ruud, y otros, aún en plena formación, apuntan grandes maneras, como es el caso de Leo Borg, hijo del mítico Bjorn Borg. Pero otra tenista destaca por méritos propios dentro de esta pléyade de futuras estrellas: nuestra protagonista, con solo 15 años, ya gana entre profesionales y lo tiene todo para ser una de las grandes tenistas de los próximos años.
Alexandra Eala comenzó a sonar fuerte en 2018. Con solo 12 años, se convirtió en campeona del torneo infantil de tenis más prestigioso del mundo, Le Petit As... con la dificultad que entraña hacerlo a esa edad con tenistas hasta dos años mayores que ella. Aquel impresionante triunfo hizo que la jugadora filipina —un país con nula tradición en este deporte— se colocara en el radar, algo que confirmó un año después, cuando dio lugar a que su país acabara quinto en el Mundial sub-14 de tenis... algo impensable cuando Filipinas no se clasificaba para un torneo de esta entidad desde 1993. Pero lo mejor estaba por llegar.
Ese mismo curso, alcanzó cuatro finales de torneo ITF de categorías 4 y 5, ganando el de Alicante —donde también lo levantó en dobles— y el de Makati City, en su país natal. Solo un año después, con 13 años, decidió probarse contra las mejores... y no se equivocaba. Siendo solo una niña, superaba las previas del US Open Júnior para meterse en el cuadro principal, donde incluso ganó su partido de primera ronda, mismo camino que siguió en dobles. Y llegó su gran explosión: en 2019, alcanzó cuatro nuevas finales ITF —y otras tres en dobles—, ganando la de mayor dificultad, de Grado A, en Ciudad del Cabo (Sudáfrica), donde también fue subcampeona en dobles.
El gran estado de forma de Alex Eala se confirmó solo unos meses después, tras ser semifinalista de Roland Garros Júnior y convertirse en campeona del Open de Australia Júnior en dobles. Sus éxitos la auparon al número dos del 'ranking' júnior femenino, lo que le hizo dar el salto entre profesionales... y empezar a demostrar que podía llegar lejos. Ganó su primer partido en Monastir (Túnez) y en 2021 se convirtió en campeona del ITF W15 de Manacor, lo que le permitió meterse entre las 1.000 mejores tenistas del mundo. A día de hoy, ocupa la tercera plaza del 'ranking' júnior y es la 659ª del 'ranking' de la WTA de dobles. Y su crecimiento es imparable.
Alex Eala —cuyo hermano, Miko, también forma parte de la Rafa Nadal Academy— ya sabe lo que es ganar un Grand Slam y lo que significa derrotar a tenistas profesionales... con solo 15 años. Y se parece a Nadal en mucho más de lo que puede creerse: es zurda, muy agresiva en pista, tiene gran pegada, con gran capacidad para cambiar alturas y con un potente revés a dos manos, siendo el saque uno de los puntos a mejorar... y con un puño que siempre sale a paseo para celebrar sus mejores puntos. Los expertos coinciden en que ya es una estrella en ciernes y que lo tiene todo para triunfar en el tenis. Pero para llegar a lo más alto, no solo basta con ser buena jugadora: el mejor ejemplo, sin duda, lo tiene en 'casa'. Su 'maestro', Rafa Nadal: humildad, trabajo y siempre con los pies en la tierra.
"Lo que sufro, ¡no me lo merezco!": corría el año 1993 y era el primer partido de tenis que veía en directo, en el que Jordi Burillo luchaba por ganar el Challenger de Segovia. Sin embargo, a pesar de firmar un torneo inmaculado, la final se le iba a complicar hasta el punto de que la desesperación le nubló por completo. Todo un repertorio de gritos, enfados y malos gestos salió a escena y esa frase, exhalada a pleno pulmón tras un gran punto de Alex Antonitsch —a la postre, campeón—, se quedó grabada a fuego en la cabeza de un niño... especialmente por la contraposición con el tenista que encontré en ese mismo escenario una década después.