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Suscribirse a El Confidencial como método infalible para librarse de hijas pesadas

Cuando llega el Día de la Madre, la imaginación escasea y 'tiramos' de clásicos como las flores, los pañuelos o los perfumes. Le ofrecemos una solución distinta con la que acertará

Foto: Imagen: Irene de Pablo.
Imagen: Irene de Pablo.

La última palabra que me dijo mi madre en vida fue "vale". No un vale cualquiera, sino un vale alargando mucho las aes. Ese tipo de coletilla que utilizas cuando estás deseando cortar la conversación. Mi madre lo repetía mucho porque yo siempre he sido demasiado pesada y demasiado locuaz. Una joya, vamos.

Por eso, cuando insistí en esa videollamada que si no iba a verla a la residencia era por culpa de una cosa llamada coronavirus que pintaba regular, sonrió y lo dijo. Los finales no son como los de las películas, esos en los que están a punto de largarse y aprovechan la ocasión para recitar una frase perfecta. Un poco emotiva, siempre precisa. Mi madre dijo "vale" y mi padre solo acertó a protestar por la comida del hospital: "Pero, qué pasa, ¿que aquí no ponen cocido?". Si hay algún intérprete de finales entre ustedes, por favor, que me contacte.

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Mi madre también diría 'vale' si le pidiera que se suscribiera a El Confidencial. Mi madre y cualquiera que quisiera regalarle a la suya una muestra de lo que hacemos. Porque es muy fácil acudir al cliché y acusar al festival de hormonas de nuestra adolescencia y de su vejez lo de ser pesados. Pero hay que ver cómo somos algunos hijos. Lo que sea con tal de no soportar un minuto más de chapa e insistencia.

La mujer que me aguantó nueve meses en su barriga y 44 años fuera de ella encajaba regular con las madres de mis amigas. Tenía unos cuantos años más que ellas, nunca trabajó fuera de casa y siempre estuvo llena de miedos. A lo desconocido, a todo aquello que supusiera un mínimo atisbo de modernidad. Y modernidad era para ella, por ejemplo, que las mujeres mayores llevaran pantalones y que yo tuviera compañeras de clase con padres divorciados.

A veces asisto embobada a esas historias de madres y abuelas pioneras que cuentan por ahí. La primera que tuvo moto en el pueblo, que se sacó una carrera, que escribió una novela. A veces creo que el mundo está lleno de Rosa Parks y justo a mí me tocó el paquete básico. Una sensación que apenas dura unos segundos, pero que me asiste de vez en cuando.

Foto: Ilustración: EC Diseño.

Mi madre nació durante la Guerra Civil, como tantas otras, y la venció el coronavirus, como a tantas otras. Aunque la pandemia y sus secuelas no sean tema de agenda electoral porque, buf, qué hartura. Vivió lo que tantas, aunque ella se empeñara en contar una y otra vez que cumplió un año en Francia. Lo narraba y se autorregalaba un toque de 'glamour' por ello, aunque todos sabíamos que ese cumpleaños fue donde fue porque mi abuela, con su hermano mayor y ella recién nacida, tuvo que salir por patas de este país y huir a Toulouse, donde ya vivía parte de la familia a la que nunca conocí. Pero como dice Pablo Casado, no reabramos viejas heridas. Volvamos a lo nuestro.

Las flores están bien, pero se mueren. La comida está bien, pero acaba alojada en nuestras caderas y en el abdomen. Los pañuelos, los perfumes, están demasiado vistos. De electrodomésticos, mejor no hablamos. Mi madre, una vez suscrita con este descuento único del Día de la Madre, habría criticado de la forma más asertiva posible todo lo que aparezca con mi nombre. Primero se habría fijado en lo que se fijan todos y cada uno de los miembros de mi familia: si salgo mona en la foto.

Madre habría dicho que las tengo mejores, pero que al menos no me he pintado los labios de rojo, que es otra cosa que ella consideraba modernísima y, para qué engañarnos, un poco de frescas. Luego habría dejado de leer al segundo párrafo porque imaginaría un futuro muy a corto plazo de su hija con sus huesos en Soto del Real. Me habría pedido que moderara mis palabras, que mira que me gusta meterme en líos.

Esta vez habría sido yo la que le respondiera "vale". También alargando las aes, para cambiar de tema.

La última palabra que me dijo mi madre en vida fue "vale". No un vale cualquiera, sino un vale alargando mucho las aes. Ese tipo de coletilla que utilizas cuando estás deseando cortar la conversación. Mi madre lo repetía mucho porque yo siempre he sido demasiado pesada y demasiado locuaz. Una joya, vamos.

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