Los mejores artículos temáticos | ¿Es Madrid el bar de Europa?
La polémica por los turistas que aterrizan en la capital española para aprovechar la laxitud de las medidas en comparación con sus países de origen sigue desatada
Desde hace algunos días, la idea de que Madrid es una suerte de bar del resto de Europa se ha instalado en el imaginario colectivo. Las imágenes de turistas extranjeros gritando, bebiendo y saltándose toda restricción han abierto informativos y diarios de todo el país, quizás exagerando una situación que no es tan extrema como pueda parecer.
Eso no quita, claro, que sea absolutamente cierto que las medidas instaladas por el Ejecutivo de Isabel Díaz Ayuso estimulan este tipo de comportamientos. Es igualmente inevitable que la frustración crezca en todos aquellos que no pueden (podemos) ver a sus familiares por culpa de las restricciones que esos turistas infringen con una sorprendente impunidad.
Explica Héctor G. Barnés en su columna que existen dos realidades insertas en dos ejes distintos. Por un lado, el eje de la teoría (no se puede uno mover entre comunidades) y, por otro, el de la práctica (si no hay miedo a una multa, se puede hacer lo que se desee). En ellos se sitúan los que siguen escrupulosamente las indicaciones y aquellos que no dudan en saltárselas.
La recurrente discusión sobre los turistas amenaza con hacernos olvidar que ambos ejes cada vez están más lejos. El discurso oficial recuerda la importancia del toque de queda y de las restricciones, pero en la práctica hay muchos trenes que parten de sus estaciones llenos, dando la sensación de que las limitaciones son un estado mental.
A medida que pasa el tiempo, explica el columnista de El Confidencial, las cuestiones éticas comienzan a envenenarse. El sentimiento que abunda es el de que cualquiera puede coger el coche e irse a la playa, acudir a una fiesta ilegal o quedarse toda la noche de fiesta, y todo ello sin ser francés. Solo hace falta echarle algo de morro.
Para Pablo Pombo, lo trascendente está en la relación de las barras de los bares con la expansión del covid. En algún punto de la travesía pandémica, cuenta, decidimos normalizar la calculadora vírica de la muerte. Nos rendimos. Preferimos sacrificar hijos, hermanos y padres a cambio de un simulacro de realidad y de una salvación irreal de la economía.
Por este camino, relata en su artículo, perderemos el bolsillo junto a la salud y Ayuso ganará unas elecciones que están planteadas como un plebiscito a su gestión del covid. Cualquiera puede entender el estado de necesidad de quien depende de su trabajo para llevar la comida a casa. Pero es difícil aceptar que se manipule la palabra 'libertad' para vendernos lo que en la práctica es darwinismo social.
La jugada de Ayuso ha consistido en asumir como aceptable una tasa elevada de contagios y muertes, siempre que no se separe mucho de la media nacional y los hospitales no se colapsen. Así lo explica Ignacio Varela, que señala que a cambio de ello ofrece nada menos que libertad para los ciudadanos y alivio para los negocios.
Más allá de las ideologías, hoy adoran a Ayuso comerciantes y tenderos, taxistas, camareros, hosteleros, empresarios del espectáculo y todos los gremios relacionados con los servicios, que es decir mucho en un lugar como Madrid. Dice en su columna que el verdadero termómetro de las elecciones no serán las encuestas, sino las cifras de contagios, las vacunas y las muertes. Ellas serán el mejor predictor electoral.
En esa línea se sitúa también Marta García Aller, que apunta a que Ayuso es favorita, pero no tiene hecha la victoria en Madrid. Hay muchas incógnitas que pueden entrar en juego, pero va a depender de la vacunación y de la cuarta ola. Pone de manifiesto cómo esta votación va a ser también una en la que intervenga con fuerza el sufragio en clave de descontento nacional.
La todavía presidenta madrileña ha conseguido trasladar a la campaña electoral el espejismo de que el 4-M hay que elegir entre Pedro Sánchez o ella. O, mejor todavía, entre Pablo Iglesias o ella. El primero no se presenta a los comicios y el segundo, que acaba de llegar, tiene muchas papeletas para quedar en un lugar poco gratificante. Eso sí, Ayuso ya está jugando la baza del conmigo o contra mí.
Desde hace algunos días, la idea de que Madrid es una suerte de bar del resto de Europa se ha instalado en el imaginario colectivo. Las imágenes de turistas extranjeros gritando, bebiendo y saltándose toda restricción han abierto informativos y diarios de todo el país, quizás exagerando una situación que no es tan extrema como pueda parecer.