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Qué debes leer | ¿Y si la caída del Imperio Romano no fue por lo que nos han contado?
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Qué debes leer | ¿Y si la caída del Imperio Romano no fue por lo que nos han contado?

El historiador británico Peter Heather ofrece una explicación inédita del fin del mayor estado euroasiático conocido

Foto: La caída del Imperio Romano. (Foto: Pablo López Learte)
La caída del Imperio Romano. (Foto: Pablo López Learte)
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Una gigantesca muchedumbre se presentó en el verano del año 376 en la orilla norte del Danubio para pedir asilo a Roma. Aquellos cientos de miles de refugiados eran godos que huían aterrorizados de las embestidas de un belicoso y feroz pueblo llegado de las estepas: los hunos. Rectificando una firme negativa de siglos, los romanos decidieron dejarlos pasar pese a que no se habían sometido formalmente. Dos años después se rebelaron, asesinaron al emperador Valente -el mismo que les había acogido- y destruyeron dos tercios de su ejército. Un siglo después, en el año 476, los descendientes de aquellos godos depusieron al último emperador romano de Occidente y se dispusieron a gobernar los nuevos estados europeos surgidos tras la caída del Imperio Romano.

Desde el historiador romano Amiano Marcelino que vivió y narró esplendidamente aquellos hechos hasta el considerado primer historiador moderno, el británico Edward Gibbon, la visión usual de aquel cataclismo decisivo ha puesto el foco en las dificultades internas de un estado en decadencia que esquilmaba a sus ciudadanos para sostener una estructura gigantesca y corrupta, poblada por campesinos hambrientos y legiones cada vez más ambiciosas y a la greña y paralizada por una nueva religión oficial, el cristianismo, que desalentaba toda prosperidad. Roma habría sido, así, destruida desde dentro y los bárbaros sólo habrían tenido que tomar posesión de sus ruinas. Pues bien, según defiende el historiador británico Peter Heather en su espectacular 'La caída del Imperio Romano' (Crítica) está visión es tan incompleta que podríamos decir que es falsa.

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La actual reedición quince años después de su publicación de esta referencia historiográfica completamente descatalogada e inencontrable es todo un acontecimiento. A lo largo de más de 600 páginas, Heather nos muestra un Imperio Romano mucho más potente y poderoso de cómo se suele pintar por aquellas fechas que, sin embargo, no fue capaz de resistir el empuje de unos pueblos bárbaros ya muy romanizados y aún más poderosos. No sería así una conmoción endógena aliñada de decadencia y corrupción la causante de aquel espectacular 'The End', sino exógena: unas ejércitos godos que, después de siglos batallando con los romanos -y siendo derrotados por ellos-, adquirieron al fin la pericia y la fuerza necesarias para vencerlos.

"Los hunos se abalanzaron sobre los alanos, los alanos sobre los godos y los taifalos, los godos y los taifalos sobre los romanos. Y esto aún no ha terminado". Así se lamentaba el obispo Ambrosio de Milán, posteriormente santo y padre de la Iglesia, en el año 387 d.C., tras la desastrosa derrota del ejército romano en Adrianópolis en la que el propio emperador Valente cayó muerto en combate a manos de los godos tervingios comandados por Fritigerno. No había terminado, no, el Imperio aún lograría resistir un siglo pese a las constantes invasiones bárbaras que en el 410 llegarían a saquear la propia Roma, pero su suerte estaba echada. Un milenio de historia contemplaba estos penúltimos compases desde la mítica fundación de la monarquía en el 753 a.C., el nacimiento de la República en el 510 a.C. y la forja del Imperio por Augusto en los primeros años de la era cristiana.

Una gigantesca muchedumbre se presentó en el verano del año 376 en la orilla norte del Danubio para pedir asilo a Roma. Aquellos cientos de miles de refugiados eran godos que huían aterrorizados de las embestidas de un belicoso y feroz pueblo llegado de las estepas: los hunos. Rectificando una firme negativa de siglos, los romanos decidieron dejarlos pasar pese a que no se habían sometido formalmente. Dos años después se rebelaron, asesinaron al emperador Valente -el mismo que les había acogido- y destruyeron dos tercios de su ejército. Un siglo después, en el año 476, los descendientes de aquellos godos depusieron al último emperador romano de Occidente y se dispusieron a gobernar los nuevos estados europeos surgidos tras la caída del Imperio Romano.

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