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Gigantes digitales: primero fueron a por ti, luego a por los gobiernos, ahora...
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Gigantes digitales: primero fueron a por ti, luego a por los gobiernos, ahora...

Hay un pulso entre las autoridades políticas y las grandes empresas tecnológicas. No sabemos si servirá para que se preserve la democracia

Foto: Imagen: Irene de Pablo.
Imagen: Irene de Pablo.
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Las novelas históricas suelen comenzar adentrando al lector en un territorio lejano al teatro central de operaciones. Un lugar en el que llega a sentirse la onda expansiva del cambio. Por eso, en este inicio, tiene cierto sentido que nos acerquemos al 28 de noviembre de 2020 que se vivió en un pequeño pueblo francés, cerca de Nantes…

Típica población en la que nunca ocurre nada. Bajo un sol inesperado, anuncia el reloj del ayuntamiento que son las dos de la tarde en Montbert. Un sonido poco habitual se viene acercando, hasta revelarse con plena intensidad al doblar la esquina. Manifestación de unas 2.000 personas. Protestan contra el intento de Amazon de construir en la localidad una plataforma de tránsito a escala regional. 180.000 metros cuadrados, unos 1.500 empleos. Nos fijamos en una pancarta. “Detengan a Amazon y su mundo”.

¿Está viniendo otro mundo? ¿Puede detenerse? No es la primera vez que ese tipo de desesperación sale a flote. La angustia de los perdedores ante la imparable corriente del cambio, la imposibilidad de frenar el caudal del tiempo, ya han sido vistas en otros siglos. Nos recuerdan por ejemplo a los artesanos ingleses que destruían telares en los albores de la revolución industrial, al ludismo. Nos sitúan ante los vierteaguas históricos. Nos fijan en el vértice que conecta las transiciones de los viejos a los nuevos mundos.

La diferencia de velocidades entre lo digital y lo analógico está generando numerosos desfases

Este texto girará en torno a esa idea. Tratará de reflejar los diferentes desfases que está generando la diferencia de velocidades entre lo digital y lo analógico. Y dejará entreabierta una pregunta que probablemente terminará resuelta con el final de esta década: ¿quedará la democracia que conocimos como un residuo histórico anterior a la revolución tecnológica que todavía estamos empezando?

La explotación de los datos

Lo cierto es que no faltaban motivos para planteárselo ya antes de la pandemia. Antes de 2020 el ciudadano ya había perdido algo valioso: la propiedad de sus datos, de su información. Dicho de otro modo: su intimidad. Un valor central para el pensamiento ilustrado y las bases mismas de la democracia porque está directamente relacionado con la inviolabilidad del individuo. Tan vital como lo es también la propiedad intelectual, que Ángeles González-Sinde quiso proteger en 2009.

placeholder Manifestación en Montbert contra la instalación de una sede de Amazon. (Reuters)
Manifestación en Montbert contra la instalación de una sede de Amazon. (Reuters)

Los optimistas sostienen con fundamento y cierta fatalidad que esa cesión personal es una especie de pasaporte que nos permite el acceso a información que de otra forma no podría estar a nuestro alcance. Conviene, sin embargo, mencionar que ese sucedáneo de tributo, más allá de sus muchas derivadas, no es precisamente inocuo para el colectivo.

No lo es en términos económicos, porque la explotación de nuestros datos altera el principio de libre competición, mollar en el capitalismo. Google, Apple, Facebook y Amazon han podido crecer e impedir que su competencia crezca, se han establecido como monopolios de facto y están alterando la realidad económica completa porque saben más de nosotros que nosotros mismos. De hecho, ya pueden predecir nuestro comportamiento.

La explotación de nuestros datos tampoco es inocua en términos políticos. No hace falta detenerse demasiado para dejar constancia de que las dos alteraciones más importantes de la segunda década no habrían sido posible sin las nuevas herramientas tecnológicas. El Brexit y la expansión del populismo están directamente vinculadas a unas prácticas turbias de propaganda que Facebook y Twitter han permitido con una inquietante despreocupación y un beneficio económico no menor que, por cierto, no tributan como deben donde ejecutan su minería de información.

Los gigantes digitales eran colosos antes de que el covid inundase la actualidad y las preocupaciones

Los gigantes digitales ya eran colosos antes de que el covid-19 inundase la actualidad y nuestras preocupaciones. Ya desbordaban la capacidad de acción individual, ya encerraban a los usuarios de Apple en un ecosistema amurallado, ya amenazaban a actores económicos, ya habían alterado el paisaje de los medios de comunicación y ya eran un peligro para la democracia. El primer desfase entre lo digital y lo político ya podía medirse con unidades de abismo. Y solo Europa, la vieja y civilizada Europa, parecía preocupada y ocupada con más intención que éxito. La legislación hoy vigente en nuestro continente sobre comercio electrónico data del año 2000. La prehistoria, aproximadamente.

La aceleración digital de la pandemia

Y, entonces, llegó la pandemia. La gran aceleradora de todas las grandes tendencias que venían acumulándose. El disparo de la digitalización de los modos de vida, la conexión de todas las capas sociales a los hábitos de los 'early adopters'. La práctica universalización del comercio electrónico.

¿Se puede medir ese salto social que dimos todos mientras el confinamiento? Según el máximo dirigente de Paypal, en 2020 se alcanzaron las cifras esperadas para cuatro años después.

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Un cambio de esa magnitud puede ser calificado de revolucionario. Todavía más cuando las restricciones conllevaban el cierre del pequeño y mediano comercio. Muchos de esos negocios cerrarán pronto, los demás seguirán conviviendo con la dificultad. Habrá despidos en la mayoría. En más de un sector, como ocurre con la restauración, la supervivencia no será posible sin pasar por las aplicaciones para dispositivo móvil de envío de comida a casa. Otro tributo digital, esta vez sobre cada compra.

No es de extrañar que los actores económicos más tradicionales vean en Amazon a un depredador. Las presas suelen ser las primeras en identificarlos. Durante el pasado 'black friday' cayeron las ventas físicas y subieron las digitales. Las cifras de navidad dirán lo mismo. Jeff Bezos es el hombre más rico que nunca ha existido en la historia de la humanidad. Su fortuna no ha tocado techo porque sencillamente no tiene competencia.

Lógica de la depredación. Lo mismo puede decirse en el ámbito publicitario, esencial para garantizar el derecho a la información en las sociedades liberales. Los analistas más optimistas anticipan caídas de hasta un tercio para 2020. A plomo en el papel, menores en radio y en televisión. Y mejores números en los espacios digitales donde Google y Facebook ejercen una posición de dominio arrasador.

placeholder Un hombre busca información sobre el covid en Facebook. (Reuters)
Un hombre busca información sobre el covid en Facebook. (Reuters)

La pandemia ha generado un cambio estructural también en los mercados de valores porque ha sometido a la crisis a las corporaciones analógicas —por ejemplo a las energéticas dependientes del petróleo—, ha acelerado la digitalización de todas las compañías y ha convertido a los gigantes digitales en un valor refugio, en la única opción prometedora de inversión. Como consecuencia, la tan traída recuperación económica desigual —en forma K— se vivirá previsiblemente con la misma intensidad dentro de las sociedades —aumentando la desigualdad— y dentro de los mercados bursátiles. Es la tendencia a la que apunta la mayoría de expertos más cualificados.

Mientras todas estas distancias crujían al agrandarse, se ha venido produciendo una paradoja a la que apenas se ha prestado atención. ¿Cómo es posible que en plena crisis sanitaria global, cuando la información era fundamental para salvar vidas, los gigantes tecnológicos hayan hecho de la desinformación parte de su negocio?

Foto: Imagen: Irene de Pablo.

Twitter, Facebook y YouTube han hecho más por la conspiración y por la desinformación que por la salud en un trance decisivo para la humanidad. Esa paradoja respecto a su comportamiento no es desgraciadamente una excepción. Se puede trasladar a su desempeño tanto en las movilizaciones del Black Lives Matter como en las elecciones norteamericanas y en la transición hacia el poder en la Casa Blanca.

La muy conservadora cadena televisiva FOX se comportó con más responsabilidad antes, mientras y después de las urnas que los propietarios de las redes sociales. Las milicias armadas, el peligro de insurrección y de choque civil no hubiesen sido posibles sin la permisividad que han tenido en la red los actores iliberales.

2020 quedó atrás dañando a la población, al comercio analógico, a las empresas tradicionales y a la confianza en las instituciones democráticas

De manera que 2020 quedó atrás dañando a la población, al comercio analógico, a las empresas tradicionales, a industrias enteras —como el turismo vía AirBnb—, a la confianza en las instituciones democráticas; pero beneficiando a los gigantes digitales, mientras ellos no contribuían al interés general y amplificaban la desinformación y el mensaje político contrario al bien común.

El desfase se ha hecho mayor. Antes era principalmente el individuo quien no tenía margen de acción frente a compañías como Google, Amazon, Facebook o Apple. Ahora son todas las pequeñas y medianas empresas, la gran mayoría de las cotizadas, la práctica totalidad de los medios de comunicación privados y, asusta verbalizarlo, también los Gobiernos.

Foto: Imagen: Laura Martín.

Desde luego las campañas electorales. 312.000 votos, solo 312.000 en seis estados —Pensilvania, Míchigan, Wisconsin, Arizona, Georgia y Nevada— han inclinado la balanza hacia un presidente no iliberal en la primera potencia democrática del mundo. Las redes actúan como correa de transmisión del populismo. La polarización genera tráfico y el tráfico aumenta la cuenta de resultados. El odio es rentable. Existen suficientes condiciones objetivas para hacer que los gigantes digitales puedan dictar el resultado de las urnas.

¿Por dónde seguirá esta depredación?

Dejemos a continuación un breve apunte de anticipación. Preguntémonos qué nuevos caminos puede tomar la lógica de la depredación, qué zona del mundo antiguo está todavía por conquistar. Probablemente, la banca.

Un negocio burocrático, weberiano, más cercano a la arquitectura del siglo XIX que a la de esta época turbulenta. El año 2021 no parece muy propicio para el crédito, la opción de que la recesión provocada por la pandemia desemboque en una crisis financiera sigue abierta, los hábitos de los clientes han cambiado…

Amazon y Apple han conquistado al público por su eficacia, nos tienen monitorizados. Google está incrustado en nuestra vida, y nuestro bolsillo. Facebook ha puesto sobre la mesa su propia moneda virtual. Hay actores nuevos 100% digitales como Robinhood para invertir en bolsa, nuevos canales de pago como Bizum. El bitcoin, que parecía menguante, se muestra ahora reforzado, incluso hay quienes barajan la posibilidad de que acabe terminando con el reinado global del dólar...

¿Está la banca en condiciones de resistir, o al menos adaptarse, a la transformación que viene?

¿Está la banca en condiciones de resistir, o al menos adaptarse, a la transformación que parece venir? ¿Qué implicaciones contiene para la libertad personal la cesión de nuestros datos agregada a la gestión de nuestro dinero? ¿Y para el sistema entero?

La historia no ha conocido agentes privados con más poder del que hoy tienen los gigantes tecnológicos. Sin embargo, no pueden legislar. No tienen el monopolio de la fuerza. Esa es la clave. La clave está en que por primera vez empiezan a verse señales de alarma en los tres centros de poder político. En China, Estados Unidos y Europa comienza a vislumbrarse la voluntad simultánea de regular y encauzar la fuerza salvaje de lo digital. Es probable que esa tendencia comience a despuntar con claridad en 2021 para extenderse durante la década entera.

Bruselas es pionera en este esfuerzo civilizador. Cuenta con una larga trayectoria previa y también con la previsible mejora en las relaciones trasatlánticas. Seguirán siendo delicadas con Washington, pero el terreno es más propicio con Biden que con Trump.

Puede darse por descontado que Google, Apple, Facebook y Amazon emplearán recursos ilimitados para hacer 'lobby' en las instituciones europeas. También que presionarán para que la nueva administración norteamericana les defienda. Sin embargo, a pesar de la habitual lentitud y de la dificultad de articular consensos, la intención parece más que clara. Rotunda.

placeholder La comisaria de competencia Margrethe Vestager presenta la Ley de Servicios Digitales. (Reuters)
La comisaria de competencia Margrethe Vestager presenta la Ley de Servicios Digitales. (Reuters)

Las iniciativas legales europeas

Hay dos importantes iniciativas legislativas en el horizonte inmediato. Primero, la Ley de Servicios Digitales —DSA— que aborda la regulación de contenidos bajo el principio de que “lo que no está permitido en la vida real está prohibido en el mundo virtual” y contempla multas de hasta el 6% de la facturación global “en caso de incumplimiento reiterado y grave que ponga en peligro la seguridad de los ciudadanos europeos”. Incluso está prevista la posibilidad de que la empresa no pueda operar en territorio europeo.

La DSA descarta, como es lógico, el control previo de las publicaciones, pero impulsará los mecanismos de denuncia e impondrá herramientas para que los contenidos ilegales puedan ser eliminados rápidamente. Además, exigirá suficientes medios, incluyendo los humanos, para la moderación y demandará transparencia respecto al comportamiento de los algoritmos. De esa forma podremos saber cómo se decide lo que acabamos viendo, por qué motivo hemos sido puestos en el punto de mira de esa información y quién está pagando para que nos llegue.

Foto: Imagen de una fabrica en China. (Reuters)

La segunda norma es la Ley de Mercados Digitales, destinada a evitar que los gigantes amenacen la libre competencia y a favorecer la aparición de actores europeos. Plantea fijar restricciones en las grandes plataformas que están aprovechando su posición para favorecer la venta de sus servicios en detrimento del resto de competidores. Y contempla multas de hasta el 10% del volumen global de negocios, así como la obligación de desprenderse de determinadas actividades en Europa.

En los Estados Unidos, donde el 60% de la población considera que las redes sociales están dañando a la sociedad y casi la mitad demanda más regulación, los gigantes tecnológicos se enfrentan a un posible giro en la Casa Blanca y a una larga batalla en los tribunales.

El Departamento de Justicia demandó a Google el pasado 20 de octubre, bajo la acusación de emplear tácticas anticompetitivas para preservar su monopolio.

La Comisión Federal de Comercio demandó a Facebook el 9 de noviembre acusando a la compañía de Zuckerberg de comprar y congelar pequeñas empresas emergentes para asfixiar la competencia. Esa es la demanda que exige el desgaje de WhatsApp e Instagram.

El pasado 16 de noviembre, 10 estados norteamericanos presentaron una demanda antimonopolio contra Google alegando su acuerdo con Facebook para manipular el precio de los anuncios en la red.

Bruselas, Washington y Beijing. Hay preocupación en las tres por el impacto que está teniendo la lógica de la depredación de los gigantes digitales

¿Qué hará Biden? El presidente electo señaló en campaña que está en sus prioridades perseverar en la demanda por abuso de monopolio emprendida por el Departamento de Justicia. Adicionalmente, se baraja el escenario de nuevas competencias para proteger a los consumidores y también “a trabajadores, empresarios, empresas, a la apertura de los mercados y a los ideales democráticos de una economía justa”, tal y como puede leerse en un informe previo a la legislación.

En China, el regulador del mercado ha anunciado recientemente una investigación sobre Alibaba, primera compañía tecnológica del país. El 'Financial Times' recogía las siguientes declaraciones de un jurista chino experto en la materia: “Esta es la primera investigación antimonopolio llevada a cabo en nuestro país por abusar de su posición de dominio del mercado. En el peor de los casos, podría recibir una multa de hasta el 10% de las ventas del año anterior”. El 'Diario del Pueblo', portavoz del Partido Comunista, rezaba en su editorial: “En antimonopolio se ha convertido en un tema urgente, la medida es importante para nuestro país”.

Foto: EC.

Bruselas, Washington y Beijing. Hay preocupación en las tres capitales por el impacto que está teniendo la lógica de la depredación de los gigantes digitales en la realidad económica y política de las tres primeras potencias mundiales. Una preocupación activa y simultánea. Una voluntad que previsiblemente caminará a menor ritmo que el 5G. Y, sin embargo, será contundente en cada paso por contener todo el peso de la ley.

Es el comienzo de un pulso en un tiempo que los viejos marxistas podrían calificar de revolución en los medios de producción. El cambio económico ya no tiene marcha atrás, la desintermediación es irreversible. La pregunta es otra…

¿Servirá este pulso para que la democracia pueda prevalecer en las sociedades occidentales? Desconocemos la respuesta. Todo lo que sabemos es que quizá sea esta la última oportunidad de preservarla.

Las novelas históricas suelen comenzar adentrando al lector en un territorio lejano al teatro central de operaciones. Un lugar en el que llega a sentirse la onda expansiva del cambio. Por eso, en este inicio, tiene cierto sentido que nos acerquemos al 28 de noviembre de 2020 que se vivió en un pequeño pueblo francés, cerca de Nantes…

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