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El día que hablé con un votante de Trump y comprendí el error de los periodistas
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Elecciones en EEUU

El día que hablé con un votante de Trump y comprendí el error de los periodistas

La prensa que leía y la gente que se encontraba en Washington o Nueva York no le ayudaban a entender a un tipo de ciudadano estadounidense con frecuencia caricaturizado

Foto: Imagen: Pablo López Learte
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A primera vista, Tom, de 45 años, parecía un hombre bastante culto. Cuando le dije de dónde venía yo, saltó como un resorte: “¡Soria! Allí estuve dando clases de español durante un tiempo”. La charla se produjo a los pies de una estatua de casi cuatro metros de Donald Trump, en un pequeño pueblo de Pensilvania, y Tom, que había venido con su mujer, había conducido cuatro horas desde Ohio para hacerse una foto.

El único gran problema de Estados Unidos son los medios”, me dijo. Faltaban unos días para las elecciones. “Solo dicen mentiras y reproducen únicamente el discurso progresista. Ahí no hay sitio para gente como yo”.

Un amigo, que escuchaba la conversación, le hizo una pregunta.

"Dices que todos los medios son muy malos y que solo sirven a unos intereses particulares, pero ¿qué haces tú para informarte? ¿Dónde lees las noticias? ¿Cómo sabes que Donald Trump lo hace bien?"

"¡Yo solo leo la web de la Casa Blanca!"

Mientras conducíamos de vuelta a Washington por los bosques de Pensilvania, di vueltas a la respuesta. ¿Quién era Tom? Desde luego, no era un personaje excéntrico. Era un conservador de manual: prefería los impuestos bajos, aborrecía el aborto y no quería que el Tribunal Supremo estuviera controlado por los progresistas. Pero, al contrario de lo que uno se puede encontrar en una manifestación o en un mitin trumpista, Tom era más o menos una persona "normal”. ¿Por qué yo casi no sabía nada de gente como él? ¿Y por qué Tom odiaba tanto los medios?

placeholder Una casa de Wilkes-Barre, Pensilvania, decorada con una imagen de Trump. (Reuters)
Una casa de Wilkes-Barre, Pensilvania, decorada con una imagen de Trump. (Reuters)

Un enviado especial se informa

Cuando supe que sería el enviado especial de El Confidencial para las elecciones de Estados Unidos, decidí ampliar mis lecturas de medios estadounidenses. Antes leía 'The New York Times', 'The Washington Post' y 'The Wall Street Journal' y ojeaba 'The Atlantic'. A esos añadí Vox.com y CNN. Pero pronto me di cuenta de que, salvo el WSJ, todos transmitían una perspectiva de la realidad muy similar. Para arreglarlo, empecé a leer 'National Review', la revista conservadora por excelencia. Fue una decepción, porque carecía de las excentricidades trumpistas. Y como yo quería entender este movimiento, me puse a ver Fox News. Cada noche veía repetidos los 'shows' de Sean Hannity y Tucker Carlson, referentes trumpistas de la cadena. Pronto fui descubriendo un universo paralelo, reforzado por mis conversaciones con Argemino Barro, que desde Nueva York escribió en este periódico un blog tan novedoso como refrescante llamado La Sala 2. Cuando propuso el enfoque de esos artículos, pensé que quizá exageraba. Pero al poner un pie en Estados Unidos supe que nadie había desarrollado hasta el momento una metáfora mejor que la de las dos salas de cine para describir la polarización de EEUU. Unos espectadores estaban en una sala viendo una película y otros, en otra viendo una distinta. Y en la sala 2, la conservadora, se ponía una y otra vez la misma programación.

“En Estados Unidos, solo hay un gran canal de televisión conservador, Fox News. En él se concentran los sueños, prejuicios y proyectos de la derecha, sus opiniones, sus globos sonda. Es un canal representativo”, escribía Barro hace unos meses. “Si uno compara la proporción de estadounidenses que apoyan a Donald Trump (45%), vemos que coincide casi exactamente con la proporción que dice confiar en Fox (43%). El vínculo es tan estrecho que, a veces, los ángulos que tocan sus presentadores y comentaristas se convierten en decretos de Donald Trump. La Fox es la sala 2”.

Cuando uno ve a Tucker –el presentador televisivo más visto de todo el país– fruncir el ceño y escuchar a sus entrevistados hablando de supuestas “revoluciones de colores” en EEUU perpetradas por los Clinton, a imitación de las sucedidas en Europa del Este, entiende que se estaba perdiendo algo importante de lo que ocurría allí.

Tras empaparme de la retórica trumpista, vi que su atractivo era señalar constantemente las supuestas barbaridades de la izquierda

Sin embargo, tras un par de semanas empapándome de la retórica trumpista, me di cuenta de que su atractivo era señalar constantemente las supuestas barbaridades de la izquierda. Ni siquiera viendo la Fox, la cadena de la hipérbole, entendía muy bien a los votantes trumpistas. Se dedicaban más a azuzar el miedo al socialismo y menos a hablar de sus propios votantes. Volví a los grandes medios –NYT, WaPo, WSJ–, donde cada semana se publicaban reportajes fantásticos sobre las tendencias en el voto, sobre antiguos votantes demócratas que se habían pasado a los republicanos, sobre granjeros de Iowa afectados por las políticas proglobalización. Sin embargo, muchas veces caían en la misma trampa de recurrir a las “grandes narrativas o “grandes identidades”. Como me dijo en una entrevista el periodista George Packer, con Trump el periodismo se había vuelto unicausal. No había ningún Tom: la gente votaba a Trump porque había perdido su empleo industrial o porque era racista, pero no, simplemente, porque fuera conservadora.

Cuando estábamos llegando de vuelta a Washington, me puse a transcribir la entrevista que le había hecho una semana antes en Nueva York al propio Packer. Y uno de los fragmentos me recordó a Tom.

Los medios se habían empeñado en trazar un perfil de votante que respondiera rápidamente a la pregunta: ¿Por qué votas a Trump?

“Los votantes de Trump se han convertido en gente intocable. Si hablas con ellos y tratas de entenderles para ver el mundo a través de sus ojos puedes acabar en el lado equivocado de la historia para la policía del pensamiento. Ellos quieren que solo escribas sobre los buenos y virtuosos. No creo que los medios estadounidenses estén mejor que hace cuatro años. De hecho, creo que están peor. Y me preguntas: ¿Qué nos estamos perdiendo? Lo primero de todo, son tantos que es imposible generalizar. ¡Estamos hablando del 40% de la gente en EEUU!”

Efectivamente. Tom, más allá de su escepticismo hacia los medios y su carácter marcadamente conservador, no correspondía al tópico trumpista. Parecía un hombre afable, viajado y culto. No era un millonario que se hubiera beneficiado de la bajada fiscal de 2017, pero tampoco era un 'red neck' de Wisconsin que había perdido su empleo después de que la fábrica se trasladara a México o China. Era un hombre “normal”. Como muchos de los 60 millones de personas que acabaron votando a Trump en 2016. Pero los medios se habían empeñado en trazar un perfil de votante que respondiera rápidamente a la pregunta: ¿Por qué votas a Trump? Y a esa pregunta tenía que seguirle una respuesta que nos desagradara. La respuesta no podía ser, simplemente, “porque soy conservador”. No podíamos entenderle.

placeholder Tucker Carlson, presentador de la Fox y uno de los grandes aliados de Trump. (Reuters)
Tucker Carlson, presentador de la Fox y uno de los grandes aliados de Trump. (Reuters)

Periodistas en su burbuja

Minutos después de hablar con Tom, vino la dueña de la casa trumpista que yo había ido a visitar para hacer un reportaje. Estaba muy cabreada y, sin mirarme a los ojos, como si yo fuera un holograma, me dijo que si venía a hacer un artículo progresista de esos ya podía salir por patas. Esa misma mañana, me explicó, había echado a unos periodistas portugueses que no habían parado de molestar a varias mujeres que hacían cola preguntándoles por qué diablos iban a votar a Trump si era un tipo asquerosamente machista. Yo repetía una y otra vez que no, que yo tan solo quería saber la versión del otro lado porque las ciudades eran un discurso monolítico demócrata.

Por un lado, me sentía un poco fraude diciendo esto, porque ella tenía razón: yo formo parte de ese círculo. Yo y la gran mayoría de españoles y europeos que vivimos en las grandes ciudades. (Un aparte: si muchos conservadores españoles supieran de verdad cómo es la derecha en EEUU, se callarían cada vez que hay elecciones en EEUU o apoyarían a la rama más moderada del Partido Demócrata, el equivalente a un Ciudadanos o un Partido Popular). Pero otro lado era cierto: Washington era un nido de demócratas y no había conseguido hablar con ningún republicano. Estaba un poco cansado de la perspectiva progresista y mi gran reto de la cobertura era entender el trumpismo. Y comprenderlo sin hablar con trumpistas es, como mínimo, bastante complicado.

¿Por qué tanta hostilidad cada vez que decía que era reportero? ¿Por qué es la profesión menos respetada, tan solo por detrás de la de político?

Cuando ella terminó su diatriba contra los medios progresistas, empezó a soltar un discurso que traía aprendido de casa. La escuchaba y, al mismo tiempo, pensaba: ¿de dónde venía ese odio hacia los medios? ¿Por qué tanta hostilidad cada vez que decía que era reportero? ¿Por qué es la profesión menos respetada en todo Estados Unidos, tan solo por detrás de la de político?

Cuando haces estas preguntas a un trumpista te contesta siempre igual: “Son unos mentirosos”, “Están pagados por Soros”, “Siguen un programa socialista”. Casi siempre erran el tiro. Su brocha gorda es incapaz de detectar el verdadero problema. En EEUU gran parte del país se ha quedado a oscuras, porque desde 2004 han cerrado casi 2.000 periódicos locales. Y cada vez los medios todopoderosos de Washington o Nueva York absorben más suscriptores. Al mismo tiempo, diversos estudios han demostrado que los periodistas de las grandes ciudades viven inmersos en grandes burbujas de Twitter donde solo se comunican –adivinen–, con otros periodistas (esto también ocurre en España).

placeholder La sede de The New York Times en Nueva York. (Reuters)
La sede de The New York Times en Nueva York. (Reuters)

Por mucho que diga la Fox o los adláteres de Trump, entre los periodistas no hay ninguna agenda oculta. Nadie les da un sobre a final de mes. El problema es que casi todos los periodistas en EEUU –y cada vez más en España– vienen de círculos muy similares. Círculos urbanos, de familias progresistas cuyas preocupaciones o ideas son casi siempre las mismas y, muchas veces, muy diferentes a las de otras partes del país.

Los guardianes de la moralidad

Esto no debería ser un problema: un periodista puede tener unas ideas y valores sobre el mundo y guardarlos bajo siete llaves porque su trabajo debe consistir en olvidarse de ellos. El problema es que el discurso público en EEUU se ha tensado tanto que da la sensación de que cualquier debate corresponde a un tema moral. Y los periodistas sienten no ya que son los guardianes de la verdad, sino de la moralidad. Si hablamos de cambio climático, estamos ante un tema urgente ante al que hay que actuar ya. Y como hay que actuar ya, da igual lo que opines sobre el tema. Pero también ocurre si hablamos de feminismo, de políticas ecológicas, de la lucha contra el racismo, del decrépito transporte público, de la contaminación de los coches antiguos, del aumento de asesinatos por uso de armas de fuego, de la precariedad, del número de accidentes laborales, de la gentrificación. Los periodistas, piensan ellos mismos, deben actuar. Deben hacer algo. ¡El mundo se está acabando y nosotros no estamos haciendo nada!

Los periodistas sintieron la obligación moral de parar a Trump. Eso ha acabado desprestigiando un poco más la profesión

Y ahí entra el actual presidente de EEUU. Los periodistas sintieron la obligación moral de parar a Trump. Paradójicamente, eso ha acabado desprestigiando un poco más la profesión. El trabajo de un periodista debe ser contar la realidad, no transformarla a su antojo. Y si esa realidad no le gusta y quiere convertirse en un activista o expresar su opinión en Twitter, debe saber que cualquier cosa que publique acabará desprestigiando su trabajo. El trabajo de un periodista, creo, no tiene que ir mucho más allá de hablar, escuchar y explicar por qué Tom quiere votar a Trump. Solo así, con suerte, Tom volverá a creer en los medios.

A primera vista, Tom, de 45 años, parecía un hombre bastante culto. Cuando le dije de dónde venía yo, saltó como un resorte: “¡Soria! Allí estuve dando clases de español durante un tiempo”. La charla se produjo a los pies de una estatua de casi cuatro metros de Donald Trump, en un pequeño pueblo de Pensilvania, y Tom, que había venido con su mujer, había conducido cuatro horas desde Ohio para hacerse una foto.

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