Mendigo

Personas sin hogar y delitos de odio: la violencia constante que sufren quienes viven en la calle

Winnie Martínez

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Se suele calificar a las personas sin hogar como invisibles. Si ellos lo son, los sucesos que les pasan, también. Por este motivo nadie habla de que la mitad de ellos ha sido víctima de delitos de odio. Que tu cotidianidad sea que te llamen escoria o te amenacen con quemarte vivo, no debería estar normalizado por ninguna sociedad.

A

vanza la noche y los restaurantes, terrazas, tiendas de recuerdos, puntos de información turística, cafeterías y bares de bocatas de calamares van cerrando. Es la Plaza Mayor, uno de los sitios más turísticos de Madrid. A cobijo de sus soportales durmió Francisco Javier Vázquez, de 51 años. “Una noche se acercaron unos ingleses borrachos y uno me golpeó en la cabeza con el pie. Menos mal que desde el primer día en la calle se te desarrolla el instinto, agudiza el oído y oyes caminar a alguien incluso a cincuenta metros. Conseguí apartarme un poco para que no me diera tan fuerte… Fue la primera vez que entendí lo peligroso que puede ser dormir en la calle, cualquiera te puede machacar la cabeza”.

Los delitos de odio consisten en una vulneración de los derechos humanos en la que el agresor expresa odio o discriminación hacia un colectivo que se identifica con características comunes. En los últimos tiempos ha aumentado su visibilización contra el colectivo lgtbiq+ o personas racializadas, por ejemplo, pero no está ocurriendo lo mismo con las personas sin hogar. Sin embargo y según cifras de Hatento: Observatorio de Delitos de Odio Contra Personas Sin Hogar, un 47% ha sufrido este tipo de delitos, un 81% reconoce haberlos sufrido más de una vez, uno de cada tres ha sufrido insultos y vejaciones, y una de cada cinco agresiones físicas.

Mendigo y sus mascotas
Foto M. García

“Las personas en situación de sinhogarismo están superexpuestas, son muy vulnerables”, explica Ruth Caravantes, técnica de investigación de Hogar Sí y de Hatento. “La mayoría de los delitos de odio se producen por la noche en el lugar donde duermen. Es una realidad continua”.

La mayoría de los delitos de odio se producen por la noche en el lugar donde duermen. Es una realidad continua

Lo cierto es que los datos del Observatorio minimizan la realidad porque los delitos de odio contra las personas sin hogar han existido siempre, aunque solo desde hace poco se ha empezado a cuantificarlos y hablar de ellos, explica Ruth. Muchas de las personas que los sufren no denuncian o no hablan de ellos y algunos ni saben que lo que sufren son delitos, así que las cifras se quedan cortas. Cuando le comento a Francisco Javier los datos del Observatorio me mira sorprendido: “¿Un 47%? Yo te diría que el cien por cien de las personas en situación de calle hemos sufrido delitos de odio”.

Vivir con vecinos que te insultan y llaman guarro

Mendigo en la puerta de una iglesia

“Pasa a diario. El típico vecino que baja con el perrito y mea donde tú tienes tu casita de cartón. También vecinos que escupen justo donde tú estás. Vecinos que te insultan, que te dicen guarro, desgraciado, sucio, lárgate de aquí, eres escoria. Lo de escoria te lo dicen mucho, somos la escoria que habría que matar”, cuenta Francisco Javier.

El Teatro Real está en la plaza de Isabel II. El teatro tiene unos arcos que, al igual que los soportales de la Plaza Mayor, ofrecen cierto cobijo a las personas en situación de calle. Francisco Javier también durmió en el Real. Por allí es por donde pasaba cada día el vecino del perrito que se meaba en sus cosas. Otras veces pasaban usuarios de patinetes que les tiraban piedras a él y a las otras personas sin hogar que estaban allí. Una noche unos chavales de botellón se acercaron y le tiraron encima un bote de crema de marisco. “Debía de ser una apuesta que hicieron entre ellos. Me empujaron y me lo tiraron encima. Es una chiquillada, pensé yo. Ya estaba acostumbrado a este tipo de violencias, pero el Samur Social me dijo que de chiquillada nada, que eso era denunciable”, cuenta Francisco Javier.

Según Hatento, la mayoría de los agresores son hombres de entre 18 y 35 años en un contexto de ocio nocturno. “La violencia se convierte en ocio”, advierte Ruth. Aunque, como dice Franciso Javier, no puedes fiarte de la franja horaria porque el vecino del perrito meón actuaba a plena luz del día.

Pasa a diario. El típico vecino que baja con el perrito y mea donde tú tienes tu casita de cartón. También los que escupen, te insultan, te llaman guarro y desgraciado

Aunque la realidad es que también hay vecinos majos, dice. Tiene su propia estadística: el 25% es “chungo”, la mitad ignora a las personas sin hogar y el 25% restante se preocupa por ellos, les pregunta qué necesitan y les dan comida. “Lo malo es que al final te acuerdas más de los chungos porque lo bueno se olvida pronto y lo malo te traumatiza”, explica. También afirma que hay policías encantadores. Recuerda un verano cuando cerraron las fuentes y unos policías les llevaron garrafas de agua. También les preguntaron si necesitaban comida o algo de ropa. En otra ocasión, otros policías empujaron con el coche todas sus cosas hasta sacarlas de la plaza de Isabel II.

“Yo te estoy contando mis experiencias, pero si te vas a una cola de comedor y pones la oreja oirás historias que dan miedo. Una vez escuché a unos que decían que unos tíos les habían meado encima. Al final lo que veo es que hay vecinos que necesitan un punto de desahogo y lo hacen con el más débil… y el más débil eres tú”, dice Francisco Javier.

Solo el 13% de las víctimas lo denuncia

Mendigo durmiendo en la calle

Según el Observatorio, solo un 13% de las personas que están en la calle denuncia episodios de delitos de odio. “Denuncian poco porque sienten que el sistema les ha fallado, creen que si denuncian no va a servir de nada. Otros temen represalias policiales. La mayoría no va ni al médico porque temen que no los dejen entrar por estar sucios. Además, yo creo que sufrir este tipo de violencia genera vergüenza, nadie quiere estar en situación de sinhogarismo como para encima hablar de que has sido víctima de violencia. Por eso tenemos una deuda con estas personas”, defiende Ruth.

Cuando a Francisco Javier lo golpearon mientras dormía en la Plaza Mayor no denunció porque llevaba pocos días en la calle. Cuando sucedió el episodio de la crema de marisco pensó que era una chiquillada. Entonces, el vecino del perrito meón le dijo a él y a todas las personas sin hogar que estaban en Ópera que iba a ir a por un bidón de gasolina para quemarlos vivos. Fue ahí cuando Francisco Javier dio un paso al frente y le dijo que iría a comisaría a denunciarlo, pero finalmente no lo hizo. Hay veces que la policía estaba delante cuando Francisco Javier sufría un episodio de violencia y no hicieron nada. “Podría haber denunciado en varias ocasiones, pero ver la misma cara de los señores policías que me están presionando a lo largo del día…”.

Mendigo

Ruth tiene claro que las personas sin hogar que sufren delitos de odio sienten rabia e indefensión, pero también tristeza y miedo. “Sientes que no eres querido en ningún lugar, que no se respeta tu dignidad”. A Francisco Javier lo atiende actualmente una psicóloga de la Asociación Realidades, lugar donde nos encontramos para hacer esta entrevista. Según el Observatorio, ningún delito es inofensivo, ni física ni mentalmente, para quien lo sufre. Los síntomas observados en personas que han sufrido delitos de odio son ansiedad, depresión y miedo a que se vuelva a repetir.

“Cuando sales de la situación de calle sigues con el trauma de no poder dormir bien. Ahora cierro los ojos y enseguida me despierto alterado, nervioso. Si alguien te toca, te sobresaltas. A lo mejor estás en un banco, te duermes y te estás cayendo. Viene alguien a ayudarte y te toca. Pero tú no sabes lo que te va a hacer y por eso te sobresaltas. La mayoría tiene miedo y por eso se vuelven agresivos o se hacen los locos, para que no se acerque nadie, explica Francisco Javier”.

La mayor protección, asegurar el derecho a un hogar

Los delitos de odio contra las personas sin hogar son múltiples y llegan hasta el homicidio. También hay situaciones que no se consideran delitos pero que dañan igualmente, como el desprecio. “Te miran con cara de asco y mirarte así para mí es violencia”, defiende Francisco Javier.

Hoy vive en un piso compartido Housing Led, gestionado por la Asociación Realidades y Fundación Atenea gracias a la financiación del Ayuntamiento, y habla con su psicóloga de toda la violencia que ha sufrido. “Lo que más me afecta es que era algo que desconocía hasta que acabé en la calle y la poca voz que se le da. Pensaba que era algo puntual, pero no. Tengo un compañero que no ha querido hablar contigo pero que me ha dado permiso para contar su caso: estaba durmiendo por la zona de Moncloa y lo quemaron vivo. Sobrevivió de milagro”.

Mendigo

Francisco Javier Vázquez dormía en la calle. Hoy reside en un piso compartido mientras busca empleo.

Foto Carmen Castellón

Como dicen desde el Observatorio, la mayor protección es asegurar el derecho a un hogar. “Lo que se hace es individualizar y culpabilizar a la persona que está en la calle –algo habrá hecho para estar allí–, cuando ellos en realidad son víctimas”, explica Ruth. El sinhogarismo no se ve como un fenómeno cuando hay entre treinta y cuarenta mil personas que lo padecen. “Tiene solución y es dar un hogar, y eso es algo gestionable. Un hogar donde protegerte, un hogar seguro y no simplemente un techo, como puede ser un albergue. Un hogar donde tengas derecho a proyectar tu vida”, reclama Ruth.

“Estoy buscando empleo. Hoy ya no sufro violencia, ahora las personas no se fijan en mí, no les da miedo pasar a mi lado, pero no quiero olvidarme de mi pasado, de lo que he sido y donde he estado”, dice Francisco Javier. Como reclama Ruth, lo que no puede ser es que te violente la persona que está en situación de calle. Lo que te tiene que violentar es que exista el fenómeno del sinhogarismo.

Créditos
  • Reportaje

    Winnie Martínez

  • Fotografía

    Carmen Castellón

  • Diseño y dirección de arte

    Fernando Puente

  • Maquetación

    María del Mar Pérez

Arcadia

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