Mujer sentada en la cama

Falta de sueño, la pandemia silenciosa que nos está robando años de vida

Por José Luis Zafra y Sandra Carbajo

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La pérdida de memoria, enfermedades neurodegenerativas o la mortalidad prematura están estrechamente asociadas con una mala calidad de sueño. En una sociedad obsesionada con el rendimiento y la actividad, están surgiendo iniciativas que reivindican ralentizar nuestra rutina.

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evantarse un día de trabajo descansado y con energía parece una utopía. Las estadísticas del descanso en España así lo indican. Si un adulto español invertía diariamente 7,6 horas de sueño en 1993, según la Encuesta Nacional de Salud, en 2019 esa cifra cayó hasta las 6,8 horas diarias. Hoy, el 24,3% de la población española tiene dificultades para dormir, frente al 26,7% de Alemania, el 28% de Francia, el 29,8% de Portugal y hasta el 31,2% de Polonia.

El mundo entero se enfrenta así a un problema del que las instituciones científicas vienen alertando desde hace tiempo: los adultos sanos deben dedicar entre siete y nueve horas de sueño al día, por debajo de este número pueden aparecer problemas de salud asociados.

De la hipertensión o el sobrepeso, a la mortalidad prematura

Una de las asociaciones más claras e investigadas es la hipertensión, que puede derivar en enfermedades del corazón, cerebrales, vasculares o renales. Y es que, las consecuencias físicas de la falta de descanso recurrente no pueden plantearse como afecciones separadas entre sí, sino como grandes cajoneras en las que se agregan más problemas. El sobrepeso, la obesidad y la diabetes tipo II son otros ejemplos de ello, ya que pueden aparecer si nuestra falta de descanso altera a las hormonas que regulan el apetito o los niveles de insulina.

Cuando el sueño se restringe, además, pueden aparecer infecciones virales como gripes, resfriados o covid-19 de manera más frecuente que en quienes duermen las suficientes horas debido a una caída de las defensas. Así lo demuestran los experimentos con ratones de laboratorio y las observaciones epidemiológicas con humanos. Más repercusiones, la muerte prematura. Diversos estudios observacionales sobre privación de sueño y mortalidad con grandes poblaciones y a gran escala temporal (como este, con más de 1,1 millones de participantes y seis años de duración; o este otro, un análisis de todos los estudios desde 1980) apuntan a que no dormir al menos siete horas aumenta el riesgo de morir antes de lo previsto.

Persona con máquin para respirar

William DS Killgore, profesor de Psiquiatría, Psicología y Diagnóstico por Imagen de la Universidad de Arizona, explica al respecto que la carencia de sueño acaba haciendo mella en los aspectos más creativos e innovadores, en la capacidad de reacción y en el procesamiento de las emociones. ¿Esto qué implica? Que podemos acabar cayendo en estados de ánimo negativos, peor memoria y menor tolerancia a la frustración. Los datos epidemiológicos coinciden en que la población que duerme menos de siete horas presenta más cuadros depresivos. Además, según Robert Howland, profesor de Psiquiatría de la Universidad de Pittsburg, dormir poco también agrava esta enfermedad: puede aumentar la probabilidad de recaída o provocar una peor respuesta al tratamiento antidepresivo. Precisamente, su propuesta pasa por priorizar psicoterapias enfocadas a mejorar el sueño, en lugar de recetar fármacos o sedantes.

Más allá de estos problemas, las investigaciones también señalan consecuencias para la salud mental. La primera de ellas es la demencia, que, según un estudio de la revista Nature, está asociada a la falta de sueño. La explicación de esta relación está en los niveles de beta amiloide, que aumentan con la privación de sueño. Según un estudio publicado en PNAS, esta proteína está vinculada al alzhéimer (una de las enfermedades más comunes dentro de los problemas de demencia) y los depósitos que genera en el cerebro favorecen el deterioro cognitivo progresivo.

Si no se duerme bien, se darán problemas de memoria y de aprendizaje, dos cualidades íntimamente relacionadas con la demencia

Inés Moreno, neurobióloga e investigadora Ramón y Cajal en el departamento de Biología Celular de la Universidad de Málaga que investiga los factores de riesgo de esta enfermedad y analiza sus posibles terapias, detalla que durante el descanso “el cerebro está muy activo en actividades de limpieza de sustancias tóxicas que se generan por el metabolismo de las células del cerebro”. Si uno se quita horas de sueño, “ese proceso de limpieza no ocurre de forma tan eficiente”.

Entre las sustancias que se limpian está la beta amiloide, “que se genera de forma normal en nuestro cerebro” pero que es una de las claves para diagnosticar un alzhéimer: “El problema viene cuando se produce muchas de estas sustancias tóxicas implicadas en esta enfermedad o se retiran pocas”. También es importante ‘chequear’ todas las casillas de las distintas fases del sueño. En la REM, que es la última antes de la vigilia, se produce lo que se llama la consolidación de la memoria. “Si no se duerme bien, se darán problemas de memoria y de aprendizaje, dos cualidades íntimamente relacionadas con la demencia”, concluye Moreno.

España, líder en consumo de ansiolíticos

Los riesgos para nuestra salud son más que evidentes, pero ¿qué ocurre si lo que nos quita el sueño es, principalmente, nuestro ritmo de vida? “La cultura de la prisa es un factor determinante en esta pandemia del insomnio. El cuerpo entra en un estado de adrenalina hiperestimulado, lo que choca frontalmente con el sueño”, reconoce a este periódico Carl Honoré, periodista, escritor y divulgador del movimiento ‘slow’. Y continúa: “Estamos tan obsesionados con la productividad y con la actividad que el simple hecho de no hacer nada ha pasado a ser un sacrilegio. Tenemos la necesidad de optimizarlo todo, incluido el sueño. Ahora hay hasta ‘apps’ para aprender otros idiomas mientras se duerme. Estamos ‘marinados’ en una cultura que va en contra de la desconexión y el descanso”.

En la misma línea, Santiago Álvarez, director de FUHEM Ecosocial, añade que esta sociedad del rendimiento, que empuja a estar permanentemente activo, incluso por la noche u horas que antes se dedicaban al descanso, “está creando unas condiciones externas, como contaminación acústica y lumínica, además de calor, que inciden en profundidad en la calidad y cantidad del sueño”.

Hombre sentado en la cama

Por ejemplo, de acuerdo con un informe en el que están trabajando desde la fundación que preside, “el cambio climático y el hecho de que cada vez sean más frecuentes los episodios fuertes de calor en estaciones que son diferentes a la estival o que la llegada a 30 grados se adelante año tras año -en las últimas seis décadas se ha anticipado de 20 a 40 días-, tiene repercusiones a la hora de dormir. La temperatura óptima para ello se sitúa entre los 17 y 18 grados”. Esto no solo se traduce en somnolencia, sino también en fatiga, irritabilidad o falta de concentración.

Lo mismo ocurre con la luz y los ruidos. “Aunque a veces terminemos acostumbrándonos a la contaminación acústica, al incorporar a nuestra cotidianidad ese ruido, consiguiendo llegar a dormir; nuestros ritmos cardiacos no logran adaptarse bien superados determinados umbrales”, explica Santiago. Por su parte, “la sobreiluminación altera los ciclos circadianos, es decir, nuestros relojes biológicos, lo que provoca que nuestro sueño tienda a desaparecer”.

Necesitamos estimulantes para seguir el ritmo, pero curiosamente, como contrapartida, nos atiborramos a pastillas para tratar de conciliar el sueño

Honoré, también, suma una cuestión cultural: “En una sociedad tan aferrada a la velocidad, dormir es el acto de lentitud por excelencia. Y esa lentitud es hoy sinónimo de muchas ideas peyorativas, desde el aburrimiento hasta la estupidez. Esto provoca que incluso cuando nos convendría bajar las revoluciones y dormir, no lo hagamos por culpabilidad, vergüenza o inercia”.

La consecuencia directa de estos desajustes es una paradoja que explica bien el director de la fundación: “Necesitamos estimulantes para seguir el ritmo, pero curiosamente, como contrapartida, nos atiborramos a pastillas para tratar de conciliar el sueño”. Todo ello da lugar a otra nueva epidemia, la de los ansiolíticos y opiáceos, que en España hace tiempo que preocupa. Y es que, de acuerdo con el último informe de la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE) de Naciones Unidas, nuestro país encabeza la lista mundial de los mayores consumidores de ansiolíticos, sedantes y pastillas para dormir (benzodiazepinas), por segundo año consecutivo.

A este respecto, Santiago Álvarez añade que “estamos condicionando nuestro bienestar a sustancias químicas, cuando el origen de nuestro malestar está en esas condiciones sociales y ecológicas que nos están impidiendo vivir como seres saludables y con autonomía”.

Iniciativas contra la cultura de la prisa

Sin embargo, en mitad de este frenesí, están surgiendo reacciones que tratan de poner orden y advertir de una situación cada vez más insostenible. Son movimientos como el ‘slow’ o por la simplicidad voluntaria que, precisamente, buscan desacelerar los ritmos frenéticos en los que estamos inmersos y tratar, así, de combatir esta cultura de la prisa. Tocan un abanico amplio de aspectos de nuestra vida, desde la comida (Slow Food), pasando por la moda (Slow Fashion) o el turismo (Cittaslow). Asimismo, existen otras reivindicaciones relacionadas con los elementos ambientales. El derecho al silencio, a un cielo oscuro en las ciudades, o a un aire limpio son algunas de ellas.

Una de las voces más conocidas de esta filosofía lenta es Carl Honoré, autor de varios libros y diversas publicaciones en medios de todo el mundo. Este considera que “en un mundo adicto a la velocidad, la lentitud es un superpoder”, y reivindica la necesidad de conectar con “nuestra tortuga interior”. Un proceso que el periodista es consciente de que es difícil, pero no imposible. “Se trata de pequeños pasos, ajustes y cambios en la rutina diaria. Es muy obvio, pero un buen comienzo es plantearnos nuestra relación con los dispositivos móviles y ese bombardeo informático constante, especialmente antes de dormir. ¿Por qué no probamos a pulsar el botón de ‘off’? Nadie es tan importante como para tener que estar conectado las 24 horas del día”. Cortar la agenda o incorporar algún ritual lento, como cocinar, meditación, yoga o el contacto con la naturaleza, son otras de las actividades que, en palabras del escritor, “vacunan contra el virus de la prisa”.

Mujer meditando

En cuanto a proyectos privados, que surgen de esta protesta a favor de una vida tranquila, en España encontramos la plataforma SSlow. Un ‘site’, activo desde abril, de productos “relacionados directamente con la desaceleración: complementos vitamínicos, como magnesio para el sistema nervioso, y una gama textil, porque de algún modo esto es una contracultura”, nos explica su fundador, el también periodista donostiarra, Jose Mendiola. “Ahora hemos incorporado una gama de aromatizadores, pero la idea es que vayamos ampliando”.

¿Y qué pasa si es el trabajo lo que impide desconectar? Ya la literatura científica reconoce que el empleo resulta un estresor del sueño. Pero es que además se han realizado estudios a nivel global, como este en EEUU o este otro en Asia y Europa, en los que se han estimado cuánto pierden anualmente las empresas en productividad asociada a la falta de sueño.

En relación a ello, surgen algunas iniciativas a nivel estatal como el debate sobre la semana laboral de cuatro días. Esta busca una mejora de la productividad, gracias a un cambio en la dinámica de la vida privada, concediendo más tiempo libre, para el descanso y las horas de sueño. En definitiva, ser capaces de resetear y poder así trabajar de manera más saludable. En la actualidad, en Inglaterra unas 300 compañías de diversos sectores acaban de aprobar un proyecto experimental para implementarla. También España, Islandia, Irlanda, Nueva Zelanda o Bélgica se encuentran explorando ese camino.

En Inglaterra unas 300 empresas de diversos sectores acaban de aprobar un proyecto experimental para implementar la semana laboral de cuatro días

Por su parte, la NASA defiende que una siesta de máximo 20 minutos, la llamada ‘power nap’, puede ayudar a incrementar la concentración. En nuestro país, además, la iniciativa Norma Sello Horarios Nacionales (SHR), de la Comisión Nacional para la Racionalización de los Horarios Españoles (ARHOE) trata, según explica a este periódico su presidente, José Luis Casero, de certificar mediante un sello que “una empresa incorpora en su responsabilidad social el respeto a los horarios de los trabajadores, incluyendo la flexibilidad y el teletrabajo”.

Desde la asociación indican que los beneficios para los empleados son “menos estrés, mayor bienestar y salud, además de una atención adecuada a sus hijos”, entre otros. Mientras que, por el lado de la corporación, valoran “un menor número de bajas, fidelización, atracción del talento y mayor competitividad”. Casero reconoce que este sello “no puede ser una norma enfocada a mejorar el sueño”, porque ello “entra en el ámbito de la responsabilidad personal”. Sin embargo, sí admite que las compañías que lo han recibido notan un efecto positivo en su plantilla en este sentido.

Para su obtención, necesitan implantar un sistema de gestión del tiempo de los trabajadores, apoyar con acciones “innovadoras y genuinas” este uso racional de las horas laborales, integrarlo en la cultura de la empresa y superar una auditoría externa.

La sociedad del rendimiento, del cansancio, del despilfarro, y la cultura de la prisa nos están conduciendo no solo hacia un planeta hostil, sino también a unos hábitos de vida reñidos directamente con el bienestar y la salud. La falta de sueño es solo la punta del iceberg. Quizá, al igual que nos invitan todas estas iniciativas, sea el momento de recuperar la magia de no hacer nada, de pisar el freno y reflexionar sobre esta insana necesidad de estar en continuo movimiento.

Créditos
  • Reportaje

    José Luis Zafra y Sandra Carbajo

  • Diseño y dirección de arte

    Fernando Puente

  • Maquetación

    María del Mar Pérez

Arcadia

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