Operación

Los españoles que forman a neurocirujanos para salvar vidas en Etiopía

Por Sandra Carbajo. Etiopía

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Cuando la Fundación Clavel llegó al Adama Hospital Medical College en 2015, no existía una unidad de neurocirugía. Hoy, el doctor Tewodros Aredo y su equipo operan de forma autónoma en el hospital público más importante de la región de Oromía, al este del país.

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Son las 8.30 de la mañana en el Adama Hospital Medical College, el hospital público más importante de la región de Oromía, al este de Etiopía, en la que viven 35 de los 115 millones de abisinios. Es lunes y en el quirófano de neurocirugía la jornada arrancará con una intervención de cráneo, un aparente meningioma que seguramente termine siendo un tumor óseo. El paciente es un hombre que no supera los 53 años, de aspecto demacrado. Está tumbado en una camilla destartalada en mitad de una sala grande, blanquiverde y, como casi todo en el hospital, ruinosa. Su cuerpo desnudo se oculta bajo unas sábanas que, a juzgar por su estado, comparten su misma edad. Está intranquilo; sus ojos nerviosos le delatan, sus pulsaciones también. “Está hipertenso y taquicárdico”, indica la anestesióloga mientras mira el monitor de signos vitales. De vez en cuando el hombre hace el amago de incorporarse para observar mejor lo que sucede a su alrededor. Más de siete personas pululan por la sala, concentrados en sus menesteres, preparándole para sumirlo en un sueño que se prolongará lo que dure la operación.

Los neurocirujanos cierran con grapas al paciente del tumor óseo
Foto Carmen Castellón

Los neurocirujanos cierran con grapas al paciente del tumor óseo.

Hace siete años esta imagen habría sido imposible, ya que en Adama no existían médicos capaces de hacer operaciones de cráneo o columna, es decir, no contaban con neurocirujanos formados. Hoy, hay un maremágnum de técnicos anestesistas, enfermeros, camilleros y médicos varios, entre los que esta mañana también se han colado tres caras poco conocidas. El doctor Pablo Clavel, la anestesióloga Patricia Galán y la enfermera Lara González, sanitarios voluntarios españoles de la Fundación Clavel que desde 2015 forman al personal autóctono. Los próximos cuatro días estarán ayudando al doctor Aredo y su equipo con este tipo de intervenciones. En principio, serán una media de dos a tres operaciones diarias. Sin embargo, en Adama la planificación es sinónimo de improvisación y nada ocurre como uno espera.

Pablo es el veterano y artífice de que ellos tres estén en Etiopía. El idilio del neurocirujano con Abisinia comenzó hace 16 años, cuando fue voluntario en el Black Lion Hospital de Addis Abeba, el hospital público de la capital y uno de los principales del país, donde también se encuentra la facultad de Medicina. “Entonces éramos tres médicos para toda Etiopía”, recuerda. Después de esa experiencia, viajó a Zanzíbar, donde se dio cuenta de que quería montar un proyecto donde los voluntarios aportasen más allá del periodo de la misión. Y así ocurrió. Actualmente, su labor en Adama es la de ofrecer formación y asistir al doctor Aredo y sus residentes. “Teddy (como le llama cariñosamente) sabe un montón; ha aprendido mucho desde que llegó en 2017. Pero para los casos más complejos le viene bien que estemos; le da confianza”, nos confiesa.

Foto Carmen Castellón

Patricia tampoco es novata. Esta es su tercera misión, no consecutiva en el tiempo, con la fundación. Primero la pandemia y después el conflicto bélico desencadenado en la zona norte del país, y aún latente, provocó el cierre de fronteras y la imposibilidad de viajar durante dos años: “La primera vez que vine estaban en el hospital viejo. La segunda noté mucho cambio, porque ya entraron aquí (en el complejo nuevo) y hubo cosas a nivel de medios que mejoraron. En esta tercera, por fin, tengo un médico. El manejo anestésico es muy importante para que el paciente esté estable, y poco a poco van avanzando”, reconoce. De hecho, son dos anestesiólogos los que trabajan en el hospital público de Adama: la doctora Dawi Girma, a cargo de los cinco quirófanos de la parte nueva; y su homólogo, en la UCI, todavía situada en los barracones de la zona vieja. Ambos llevan un año en la ciudad.

El cometido de Patricia, como el del resto de sus compañeros, es principalmente el de formación y asistencia. El personal local le pregunta de forma recurrente y en varias ocasiones se crean corrillos en torno a ella cuando explica algún procedimiento que desconocen; especialmente con las vías áereas donde los etíopes tienen más déficits. “Carecen de formación y aparatos. Por eso, siempre intento traerles material para que luego puedan seguir usándolo”. El ‘regalo’ este año es una guía para intubar.

En cada misión, los españoles viajan con varias maletas cargadas de productos sanitarios y material quirúrgico.

Al otro lado de la sala, los enfermeros instrumentistas, guiados por Lara, van preparando el material que los cirujanos necesitarán durante la intervención. El despliegue es enorme: bisturís, disectores, pinzas de laminectomía, separadores, taladros, sierras, espátulas, tijeras, suturas, seda, gasas, cera de hueso, lentinas… Todos colocados de forma minuciosa sobre una mesa con ruedas, cubierta por una tela desteñida de lejía. Esterilizada, eso sí, al igual que el resto de utensilios e, incluso, ellos mismos. Este trabajo previo les facilitará la tarea posterior. Deben asegurarse también de que se encuentra en las mejores condiciones posibles, aunque esto último resulte algo más difícil. “Es todo muy precario, aunque para hacer cirugías de este tipo tienen lo justo”, nos cuenta la enfermera española. De hecho, no es raro ver que durante la operación apunten instrumental para traer en la próxima misión. Para Lara es su primer viaje a Etiopía. No así de voluntaria; a sus espaldas lleva otros destinos en África como Kenia. Y ese bagaje a la hora de explicar se nota.

Además de la formación, para combatir la precariedad palpable en cada rincón del hospital, la Fundación Clavel facilita productos sanitarios y material quirúrgico. En cada misión, los españoles viajan con varias maletas enormes y cargadas hasta arriba de hemostáticos para el control de las hemorragias, suturas, sedas, vías, guantes, mascarillas, batas, material para anestesia... También el específico para craneotomías y operaciones de cervicales que siempre faltan en el país. De hecho, las pinzas y bisturí eléctricos con las que operarán estos días fueron donadas hace unos años. Todo lo clasifican a su llegada y almacenan bajo llave en los armarios del despacho reconvertido en vestuario para que solo el cirujano jefe de la unidad de neuro tenga acceso a ello y lo distribuya con criterio.

Sin embargo, esta vez un gran número de productos sanitarios han caducado por falta de uso: “No sabía cuándo iban a volver. Debía guardarlos para situaciones límite”, se excusa Teddy. Otros debían re-esterilizarse. Bienvenidos a la economía de supervivencia.

Quirófano en Etiopia
Así queda el quirófano tras la primera operación.
Tras fijarle con tornillos las vértebras fracturadas, este joven de 20 años posiblemente volverá a andar.
Foto Carmen Castellón

Durante las casi tres horas y media de operación, al sonido constante del ‘bip bip’ del monitor de signos vitales, se le unirán el del bisturí y las pinzas eléctricas. También el de la succión, el del taladro y la sierra cuando, una vez separada la piel, toque quitar el hueso. Las voces de los cirujanos hablando entre ellos, o pidiéndoles el instrumental pertinente a los enfermeros, y el ruido ambiente de los curiosos que se acercan a merodear, formarán parte de la banda sonora del quirófano de Adama.

El reloj marca los 60 minutos de operación, las sospechas del doctor Clavel se confirman cuando separan el hueso. Es un tumor óseo que no pinta nada bien; el trozo de cráneo extraído está rodeado por un tejido negro. Los médicos vaticinan, casi con total seguridad, que el paciente tiene metástasis. No obstante, la biopsia determinará el tipo de cáncer y la gravedad. “Seguramente sea de colon, páncreas o pulmón”, vuelve a augurar el neurocirujano español. Ante este escenario, no será posible colocarle de nuevo el hueso, sino que esa parte del cerebro quedará expuesta sin su protección natural. Fraohl, el residente de neurocirugía, y Pablo serán los encargados de cerrar y suturar. Cuando despierte, una diadema de grapas será el recuerdo de su experiencia en quirófano.

Operación
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Foto Carmen Castellón

Ese día se llevarán a cabo dos intervenciones más en la misma sala, ambas de columna, estenosis en la zona lumbar. El ritmo será frenético durante los tres días siguientes: cuatro columnas y un cráneo; de duración y gravedad diversa. La aventura estará servida en cada una de ellas: apagones en mitad de una operación; cucarachas, polillas y mosquitos que vagarán por la sala como si de estudiantes de Medicina se tratasen; cirugías a una temperatura propia del Valle del Guadalquivir en verano; improvisar instrumental alternativo al carecer de determinados utensilios, estar rotos, oxidados o, simplemente, no haberse esterilizado; carreras al armario del vestuario en busca de suturas, sedas y hemostáticos; abrir para extraer una hernia, tomando como referencia una resonancia de un año atrás, y que esta se hubiera reabsorbido; intervenciones pospuestas por falta de sangre compatible… En esta lista infinita de sucesos, los técnicos anestesistas y enfermeros cambiarán; no así la anestesióloga y los neurocirujanos, lo que creará una fuerte camaradería entre el personal local y los españoles.

Fuera de la sala de operaciones, será normal que otros médicos etíopes acudan a los españoles para una segunda opinión. También consultas exprés en los pasillos de pacientes espontáneos: “Enseguida se corre la voz. Los médicos blancos aquí tienen mucha reputación”, afirma el doctor Clavel. No hay ni un minuto de respiro.

El reto de crear de cero una unidad de neurocirugía

La Fundación Clavel llegó al Adama Hospital Medical College en 2015, cuando todavía se operaba en barracones y no existía una unidad de neurocirugía. Aunque no fue hasta 2017 cuando realmente arrancó la iniciativa, tal y como se conoce hoy. “Tienen que establecer una relación de confianza contigo y que vean que no les vas a dejar colgados”, explica el doctor Pablo Clavel. Además, ese año coincidió con la llegada del doctor Aredo, natural de Adama: “En estos proyectos siempre necesitas a alguien local, porque si no, es muy difícil. Anteriormente, operábamos con otros cirujanos sin formación en este campo”.

Pero, quien realmente ayudó a lanzar el proyecto fue un viejo amigo del doctor Clavel: Zenebe, un neurocirujano etíope y director del hospital privado Christmas International Brain & Spine Hospital de Addis Abeba, con el que Pablo había coincidido durante su voluntariado. “Cuando Pablo contactó conmigo y me explicó su idea, decidimos que Adama era el mejor lugar, puesto que el hospital cubre muchas ciudades de la región este y sur del país, y además, era el que, en ese momento, estaba mejor preparado para acoger esta unidad”, apunta Zenebe con un marcado acento cubano. Tras varios días, el abisinio logró convencer al gerente del hospital de la ciudad de Oromía, con quien la Fundación Clavel firmó un convenio bilateral.

Vienen a operarse habiendo recorrido 400 km. Muchos de ellos no tienen recursos para viajar a Addis Abeba; nosotros somos su esperanza

Los neurocirujanos operan a oscuras al haberse producido un apagón de luz en el hospital
Foto Carmen Castellón

A lo largo de estos años no cabe duda de que el día a día en el hospital de Adama ha mejorado. “Cuando empezamos el proyecto, el hospital no era ni para ellos mismos”, admite Zenebe. “Se están dando cuenta de que estamos resolviendo problemas; pacientes que antes se morían de un hematoma porque tenían un cúmulo de sangre en el cerebro, ahora, al extraerlo fácilmente, vuelven a caminar, a hablar, a vivir”. En la actualidad disponen de resonancia y TAC. Ya no es necesario hacer colectas para pagarse este tipo de pruebas. Tienen también instrumental eléctrico que les facilita su día a día y reduce los tiempos de las cirugías.

Sensaciones que también comparte Teddy: “Lo fundamental es que estamos ayudando a muchas personas con problemas degenerativos, tumores de cerebro y espina dorsal, trauma y niños con espina bífida e hidrocefalia. Aquí vienen a operarse habiendo recorrido 300 o 400 kilómetros. Muchos de ellos no tienen recursos para viajar hasta Addis y nosotros somos su esperanza”. Precisamente esa esperanza, se dilucidaba durante la visita a planta a mediados de semana; todas esas personas que no podían apenas moverse antes de entrar en quirófano, ahora se levantaban e, incluso, caminaban sin apenas ayuda.

No tenemos enfermeros, ni un seguimiento adecuado del paciente en planta, lo que implica que a veces empeoren

El caso más impactante fue el de un joven de 20 años que se había roto el talón izquierdo y alguna vértebra tras caerse de un árbol. El pronóstico era realmente malo, posiblemente perdería toda la movilidad del tren inferior. La única solución pasaba por ponerle tornillos para fijar esas vértebras fracturadas, y esperar la recuperación. Pues bien, apenas 24 horas después, en la habitación era capaz de mover ambas piernas. El joven quizá volvería a caminar.

Un largo camino por recorrer

Sin embargo, a pesar de esta ilusión, todavía queda mucho camino por recorrer, especialmente en lo que concierne al posoperatorio. “Los pacientes neuroquirúrgicos requieren personal formado, porque tiene sus particularidades. No tenemos enfermeros, ni un seguimiento adecuado del paciente en planta, lo que implica que a veces empeoren”, explica Teddy. Lo mismo ocurre en la UCI, de la que solo están operativas seis camas de 15, por falta de recursos físicos, humanos y económicos. Y es que no vale de nada el éxito en el quirófano si el posoperatorio es deficiente.

Mujer con su bebé
Foto Carmen Castellón

Otro gran problema es que en Adama no existe una unidad de posanestesia como tal; los pacientes son llevados a una sala abierta, tapada por una cortinilla vieja, donde los familiares les esperan. “Tenemos espacio, pero de nuevo nos falta personal, nos faltan medios”, reclama el jefe de la unidad de neurocirugía. Una vez se recuperan de la anestesia, se les sube a planta. Allí los 20 pacientes neuroquirúrgicos que suele haber, comparten habitación con dos o tres personas más. Es común ver ventanas, puertas y camas rotas. Hay hornillos en las habitaciones; y la ropa, las sábanas, mantas, almohadas e incluso la comida son las suyas propias. La sanidad pública solo provee la estancia en el hospital. “Y esto es un lujo comparado con la parte vieja”, apuntan los médicos. Razón no les falta; pasear por los barracones es adentrarse en otro mundo: personas hacinadas, estancias sin apenas luz ni ventilación, podredumbre…

Además de estas dificultades, aún existe entre la sociedad un miedo irracional a los hospitales. “Cuando tienen un problema, no se quieren operar. Van primero al curandero o al brujo de turno. Cuando llegan, lo hacen hechos polvo”, reconocen los españoles. Por ello, el convenio firmado con el hospital también contempla esa labor de educación a la población. Eso sí, son los médicos locales quienes tienen que llevar a cabo dicha divulgación entre sus vecinos.

Se necesitan recursos y no solo en la parte técnica, también en la enseñanza tanto a nivel médico como del ciudadano de a pie”

Zenebe es categórico: “Se necesitan recursos y no solo en la parte técnica, también en la enseñanza tanto a nivel médico como del ciudadano de a pie”. Asimismo, insinúa que aunque el Gobierno no tenga dinero, el hospital de Adama debe de ser independiente de la fundación. “La facultad de Medicina tiene que ser consciente de que igual que ofrece formación en cirugía general, puede hacerlo en neurocirugía. Y así la fundación puede ir a otras regiones que estén menos servidas”.

A este respecto, el neurocirujano etíope ya tiene en mente un nuevo destino: Hawassa, la capital de la región de los Pueblos del Sur. Allí conviven más de 11 millones de personas que hablan 70 lenguas diferentes. “Igual que ocurría en Adama, ahora mismo todos vienen a Addis Abeba porque no tienen una unidad de neurocirugía. La idea es empezar de cero, con el mismo objetivo, que ellos sean autosuficientes”, explica Zenebe.

Tras dos años, el doctor Pablo Clavel, la anestesióloga Patricia Galán y la enfermera Lara González han sido la primera expedición en recorrer los 5.500 kilómetros que separan España de Etiopía para continuar una labor paralizada por la pandemia y la guerra. Cinco o seis misiones más, con otros médicos de la Fundación Clavel, viajarán hasta Adama y compartirán quirófano con Teddy, Fraohl y su equipo a lo largo del año. El propósito no será otro que seguir ayudando a salvar vidas. Cuántos años más durará el proyecto en esta localidad es una incógnita; lo que tienen claro desde la fundación es que continuarán haciendo todo lo posible para mejorar la vida de la población abisinia hasta que puedan valerse por sí mismos y llegue el día en el que no les necesiten.

Créditos
  • Reportaje

    Sandra Carbajo

  • Fotografía

    Carmen Castellón

  • Diseño y dirección de arte

    Fernando Puente

  • Maquetación

    María del Mar Pérez

Arcadia

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