Foto de Asha

La mutilación genital femenina a través de los ojos de la superviviente que quiere acabar con ella

Por Winnie Martínez

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A Asha le practicaron la mutilación genital femenina cuando era pequeña. Desde entonces sufre las consecuencias físicas y mentales. Cuando fue madre de una niña se prometió que la historia no se repetiría. Así fundó la ONG Save a Girl Save a Generation

Asha Ismail nació en la frontera de Kenia con Somalia. Se le escapa una carcajada antes de decir su edad: 53 años. Cuando nació, la edad no era importante. De ahí que nadie se molestara en decírselo. El día que quiso hacerse el pasaporte le preguntaron por la fecha de nacimiento. Cualquiera sabe. En aquellos tiempos era común que las personas que migraban se la inventaran. De lo que no se olvida es de cuándo le practicaron la mutilación genital. Ella calcula que tendría cinco años. Es un recuerdo imborrable que solo puede ser destruido por alguna enfermedad como el alzhéimer. Sigue estando tan presente como si hubiera sucedido ayer.

Foto de Asha emocionada
Foto Juanjo del Río

Aquel día –nos reconoce– se sentía especial, su madre la había llevado a casa de su abuela para purificarla. No sabía lo que era pero se daba cuenta de que era importante para su familia, así que también lo era para ella y vivió la espera como la niña que cuenta las horas para que lleguen los reyes magos, como el momento más feliz de su vida. Su madre la bañó, le puso un vestido corto y le dio dinero para que comprara cuchillas de la marca Nacet en un envoltorio púrpura. En la cocina todo estaba preparado: un agujero en el suelo y una vieja muy fea junto a su abuela y su madre. Asha entró en pánico y no recuerda si empezó a gritar antes o después de que esta comenzara a cortar. Dolor extremo. Todavía hoy escucha el sonido de su piel cuando la cortaban y también cómo la cosieron cuando terminaron. El hilo, la aguja, su piel. A día de hoy Asha no soporta las agujas, no es capaz de coser ni un botón.

Su madre la bañó, le puso un vestido corto y le dio dinero para que comprara cuchillas de la marca Nacet

“Cortan el clítoris, labios mayores y menores, y el pellejo que queda lo cosen. Más tarde aprendí que eso se llama infibulación”, explica. La primera vez que hizo pis fue un infierno. Salió una gota y le dolió tanto que juró no volver a hacerlo en lo que le quedara de vida. La mutilación genital le dejó huellas físicas: infecciones constantes, dificultades para orinar, problemas con su regla y, por supuesto, también con su sexualidad. Desde entonces, nada es lo mismo. A nivel mental la mutilación es algo que no se cura.

Modelo de vagina que ha sufrido mutilación
Foto Juanjo del Río

Asha sostiene un modelo de vagina al que se le ha practicado la mutilación genital femenina.

Unicef estima que doscientos millones de niñas y mujeres como Asha han sufrido la mutilación en todo el mundo, concentrándose esta cifra especialmente en treinta países de África, Oriente Medio y otros de Asia como Egipto, Etiopía o Indonesia. La mutilación genital femenina tiene sus raíces en la desigualdad de género y está considerada una forma de violencia contra las mujeres. Sin embargo, continúa practicándose en distintas comunidades alegándose razones que normalmente tienen que ver con factores socioculturales y que suponen la aceptación por parte de la comunidad, ya que no hacerlo implica el riesgo de ser rechazada.

La dualidad y el inicio del activismo

Como el resto de víctimas, Asha no se libró de ciertas contradicciones. Por un lado fue una niña y una adolescente complaciente con su familia, hacía todo lo que se esperaba de ella. Por otro, era rebelde: se opuso cuando a su hermana pequeña le tocó sufrir la misma mutilación. Entonces su familia la encerró en una habitación con candado para que no diera problemas hasta que regresara. “Cuando volvió yo la miraba y lloraba por no haberlo evitado. No tenía un discurso entonces, era la rebeldía natural que me salía”, cuenta.

Por aquel entonces trabajaba en el Ministerio de Cultura y Deporte en Nairobi. Era feliz, había terminado sus estudios y tenía un trabajo, pero la vida tenía una nueva sorpresa: su familia había concertado su matrimonio con un hombre a quien no había visto nunca. Aceptó, una vez más era lo que se esperaba de ella. Tampoco olvidará su noche de bodas. Otra vez una mujer con una cuchilla para cortar y permitir así que el marido pudiera penetrarla. “Esa noche fue horrorosa, fue una violación repetida. Hubo mucha violencia. Estaba destrozada y me acordé de las historias que se contaban de las niñas locas… Las que se echaban gasolina y se prendían fuego en su noche de bodas. Aquella noche entendí por qué”.

Imagen de la entrevista a Asha
Foto Juanjo del Río

Cuando lo cuenta no pierde la calma ni desaparece la paz que transmiten sus palabras, pero sí llora. Por mucho que haya contado su historia no lo puede evitar. “Cada vez que lo hablo vuelvo a ser esa persona, vuelvo a estar en ese sitio”.

El día que descubrió que estaba embarazada lo rechazó con toda su alma. Tiempo después pasó a desear que fuera un niño. Cuando dio a luz, una enfermera le dijo que tenían que coserla. Ella se negó, a lo que la enfermera le respondió que tenían que hacerlo porque estaba rota como un trapo viejo. Entonces le pusieron el bebé en sus brazos: felicidades, es una niña… Una contradicción más.

“Era la cosa más bonita que había visto y desde ese momento me dije que no le iba a hacer nada de lo que me habían hecho a mí, que la iba a proteger. Aunque no tuviera ni idea de cómo”, dice con una sonrisa, “pero la decisión estaba tomada y me dio muchísima fuerza, una razón para vivir. A mi hija le puse Hayat –de origen árabe–, que significa vida. Yo no me levanté un día para ser activista, ni sabía lo que era eso, fue por mi hija”.

Asha con una sonrisa
Foto Juanjo del Río

“Era la cosa más bonita que había visto y desde ese momento me dije que no le iba a hacer nada de lo que me habían hecho a mí”

Empezó a hablar con otras mujeres. Al ser madre notó que tomaban en serio sus palabras, que la respetaban. Se obsesionó con la mutilación genital femenina y muchas le contaron cosas horribles. “Yo te hablo como madre, háblame como madre, olvídate de la cultura, de la religión, de lo que te han enseñado, ¿quieres eso para tu hija?, les decía yo”.

Dicen que nadie es profeta en su tierra y no es cierto. Las primeras que escucharon a Asha y empezaron a decir no fueron las mujeres de su entorno: familia, amigas. Si tú no lo vas a hacer, yo tampoco, le decían. Parecía que faltaba la chispa que prendiera la mecha para que las mujeres rechazaran esta práctica. Y esa chispa fue Asha.

Empezaron a llamar a estas niñas, las niñas de Asha. No fue fácil, algunas mujeres que dijeron no a la mutilación vieron cómo sus maridos las abandonaban y culparon a Asha de lo ocurrido. Tampoco fue fácil para ella. Estaba rompiendo con algo arraigado sin tener ningún referente, ninguna ayuda más allá de las otras mujeres que tampoco querían mutilar a sus hijas. Asha tuvo dudas, Hayat crecía y se preguntaba si estaría haciendo lo correcto, si su decisión la acabaría perjudicando.

Salvar a una niña para salvar a una generación

Mientras todo esto sucedía, Asha pasó un calvario hasta que pudo separarse de su marido. Después se casó con un español de Médicos Sin Fronteras con quien tuvo dos hijos varones. En 2001 decidieron viajar a España para dar una educación mejor a Hayat y sus dos hermanos. Ya en Madrid tuvo una nueva infección y fue a la ginecóloga. “Me miró, se puso pálida y llamó a otros, cuatro o cinco médicos más mirando. Nunca he sentido tanta vergüenza, me sentí humillada. Sus miradas… luego lo entendí, no sabían cómo manejarlo. Quería explicarles pero todavía no hablaba bien español. Salí de allí temblando y recuerdo que lloré en la parada del autobús”.

Doscientos millones es cuatro veces España. No puedes ignorar algo solo por pensar que no te pasa a ti

Por aquel entonces se dio cuenta de que a España llegaban mujeres de países donde se practica la mutilación y era importante hablar de este tema. Fue así como nació en 2007 su ONG Save a Girl Save a Generation, si salvas a una niña salvas a toda una generación. Para las nietas de Asha –Hayat tiene dos niñas, la mayor se llama Maisha, que significa vida en suajili– esto será historia, es algo que le pasó a su abuela. Para su orgullo, toda la familia está implicada en la ONG. Asha y Hayat son las caras visibles, pero todos trabajan para liberar a las niñas de la mutilación genital femenina, los matrimonios forzados y toda forma de violencia de género.

Hoy en día Asha comparte su experiencia en charlas y talleres. Cuenta su historia las veces que haga falta, es doloroso pero es su manera de poner nombre y cara a esta realidad. “Jamás lo cuento desde la pena pero piensa en todas esas mujeres, doscientos millones es cuatro veces España, eso es lo que tenemos que meternos en la cabeza cuando yo cuento mi historia. No puedes ignorar algo solo por pensar que no te pasa a ti”, defiende.

Asha en la ONG Save a Girl
Foto Juanjo del Río

Asha en la sede de su ONG Save a Girl Save a Generation situada en la calle Manzana, 5 (Madrid)

Para terminar con la mutilación hay que educar y empoderar a las mujeres. Actualmente la ONG tiene en España un proyecto financiado por la Unión Europea para dar formación a formadoras que trabajan con la comunidad de mujeres. También dan clase de español a mujeres africanas y asiáticas. En las clases van conociendo sus realidades y así pueden acompañarlas en sus necesidades. En Kenia tienen una pequeña casa de acogida donde viven mujeres que huyeron de distintos tipos de violencia. Allí reciben formación para conseguir un trabajo y ser autónomas. También en Kenia tienen becadas a dos niñas de 11 y 13 años. Viven internas en un instituto, si no fuera así, estarían casadas.

A Asha le encantaría llegar a más con la ONG pero económicamente no dan más de sí. “Necesitamos empresas, socios, particulares que colaboren y que quieran becar a mujeres y niñas”, pide. La ONG no le da de comer y acaba de quedarse sin empleo. Busca trabajo aunque el mercado parece que no quiere contratar carne vieja, dice sonriendo. Ella siempre ha compaginado su vida laboral con su ONG.

Nada de lo que ha hecho y hace es sencillo. Actualmente la relación con su familia es muy buena, adora a su madre, que hoy reconoce que lo que hizo estuvo mal. Es un tema complejo, pues la madre de Asha es responsable de su mutilación pero también ella fue mutilada cuando era un niña. Víctimas que acaban convirtiéndose en verdugos, aunque, como dice Asha: “No somos víctimas, somos supervivientes”.

Créditos
  • Reportaje

    Winnie Martínez

  • Fotografía

    Juanjo del Río

  • Diseño y dirección de arte

    Fernando Puente

  • Maquetación

    María del Mar Pérez

Arcadia

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