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PRIMICIA: SERÁ PROHIBIDO EN 2020 EN LA UE

Clorpirifós: uno de los pesticidas más peligrosos lo tienes en tu plato y en tu cuerpo

Muchos científicos no se explican cómo un plaguicida tan dañino para la salud y el medio ambiente se ha usado tan masivamente desde 1965

Ilustración: Irene de Pablo Molinero.

Toda dosis química que dañe el desarrollo del cerebro es inaceptable, según explican numerosos científicos y médicos consultados. Un pesticida que causa en los niños autismo, trastorno por déficit de atención e hiperactividad o la pérdida de puntos en el cociente intelectual se ha usado hasta la fecha y desde la segunda mitad de los años sesenta en 20 países de la Unión Europea. Hasta ocho países comunitarios —entre ellos, Alemania, Irlanda, Finlandia o Suecia— ya lo prohibieron en años pasados o nunca han autorizado su empleo. Igualmente está vetado su uso en California y en otros cinco estados de Estados Unidos.

Las cestas de fruta y tu plato de la cena tienen residuos de ese plaguicida. Tu orina los expulsa, así como lo hace el 90% de los niños testados por científicos como Vicent Yusà, jefe de Laboratorios de Salud Pública de la Generalitat Valenciana. Yusà se lo cuenta de viva voz a los periodistas y se lee en sus artículos.

Tiene un nombre extraño y poco conocido, pero se trata del pesticida más usado en España y en parte de Europa: clorpirifós. Es un plaguicida organofosforado muy eficaz para combatir las plagas de insectos en la agricultura. Tan infalible es contra los bichos para garantizar una buena cosecha que también acaba con la vida de otros animales, contamina de forma perdurable el medio acuático y perjudica la salud humana.

"Nos ha llevado mucho tiempo hasta que nos hemos dado cuenta de que el clorpirifós es una de las sustancias químicas más despreciables"

Según el análisis propio de las bases de datos del Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social, el clorpirifós es el pesticida más recurrente en las muestras analizadas de productos agrícolas entre 2015 y 2017. Además, entre los 4.677 test, este plaguicida aparece en justo 400 casos, un 8,5% del total. Tiene una gran presencia en las naranjas, las mandarinas y los plátanos examinados, pero se usa en casi 100 productos agrícolas en España.

“Nos ha llevado mucho tiempo hasta que nos hemos dado cuenta de que el clorpirifós es una de las sustancias químicas más despreciables”, apunta Thomas Backhaus, profesor de Toxicología y Ciencias Medioambientales de la Universidad de Gotemburgo. “En comparación con el glifosato, el principio activo del Roundup de Monsanto, el clorpirifós ha volado ajeno a la detección de lo radares. Cuando aplicamos herbicidas como el glifosato que matan la mala hierba, las personas podemos lidiar con él porque no tenemos clorofila y no nos afecta directamente. Sin embargo, cuando hablamos de insecticidas, tenemos el problema de que afectan al desarrollo de los animales, incluidos los humanos”, explica Backhaus.

La Comisión no renovará la autorización de uso del clorpirifós porque sus efectos dañinos para la salud resultan muy evidentes

La crítica y la inquietud mostradas por este académico sueco son compartidas por otros científicos consultados para esta investigación. Tanta es la preocupación por los efectos nocivos del clorpirifós que existe una moratoria implementada por la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria (más conocida por sus siglas en inglés, EFSA) hasta el 31 de enero de 2020 para estudiar y determinar si se prohíbe definitivamente su uso en la agricultura o si se permite su utilización como ha venido ocurriendo desde hace más de medio siglo. Los productores de este plaguicida, especialmente su primera desarrolladora y comercializadora, la multinacional Corteva Agrisciences, presionan a las autoridades competentes para que no se vete definitivamente su uso en Europa y Norteamérica.

Lo hacen en vano, al menos en el viejo continente. Según hemos sabido en exclusiva de fuentes oficiales de Bruselas, la Comisión Europea prohibirá el uso del clorpirifós en todos los países comunitarios desde comienzos de 2020. La fuente sostiene lo siguiente: “La Comisión no renovará la autorización de uso del clorpirifós porque sus efectos dañinos para la salud resultan muy evidentes”.

Tras una petición de información pública enviada a la Dirección General de Sanidad de la Comisión por los reporteros de este trabajo periodístico, este organismo publicó recientemente la correspondencia oficial con Dow Chemical Company, el Estado ponente (España) del estudio sobre la moratoria o prohibición del clorpirifós, otros países, el comisario Vytenis Andriukaitis y la directora general Anne Bucher. De esa correspondencia surgieron dos informes, uno de ellos confidencial, en los que básicamente se sugiere que este plaguicida no debe ser autorizado más.

Aplicación de pesticidas en un campo de naranjos de Valencia. (APIADS)

El doctor en Química Vicent Yusà también lo afirma. “Hemos escuchado en los pasillos de la Comisión Europea que el clorpirifós no reúne los requisitos para renovar su aprobación”, comenta por su lado un portavoz de la oenegé Pesticide Action Network Europe, radicada en Bruselas.

No solamente las organizaciones ecologistas o de consumidores aplaudirán esta decisión comunitaria, igualmente lo harán muchos académicos que vienen desarrollando investigaciones desde hace décadas sobre los efectos perniciosos en la salud en los humanos de los plaguicidas organofosforados, principalmente el clorpirifós.

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Philippe Grandjean, profesor de Medicina Ambiental en la Universidad Sur de Dinamarca y en la Harvard School de Salud Pública en EEUU, mantiene que los daños cerebrales en los niños en relación con el consumo del clorpirifós han sido ampliamente probados. “Por definición, no puedes aceptar como tolerable ninguna dosis, por muy pequeña que sea, para su consumo porque causa daños cerebrales. La dosis aplicada a los alimentos debe ser cero”, argumenta Grandjean.

Corteva Agrisciences se resiste a la prohibición y a dejar de fabricarlo y comercializarlo. Su jefe de Comunicación para Europa, József Maté, explica desde su sede central en Suiza a los medios asociados de esta investigación que ya se realizó un estudio científico en 2000 con animales de laboratorio en el que cuatro académicos estadounidenses no apreciaban ninguna relación entre la alteración del sistema nervioso y la exposición al clorpirifós. Añade que ese ensayo fue revisado por reguladores oficiales de Estados Unidos, Australia, Canadá y de la propia Unión Europea. “Creemos que un segundo estudio de neurotoxicidad es innecesario, ya que la información generada por el trabajo de 2000 es suficiente para concluir que no hay indicios de que incida sobre el desarrollo del sistema nervioso”.

Lo que no podemos ocultar al lector es el hecho de que ese ensayo que esgrime este portavoz comienza por: “Copyright © 2000 by The Dow Chemical Company”. Es decir, fue costeado por la multinacional química estadounidense. Corteva Agrisciences es independiente de Dow Chemical Company desde el pasado 1 de junio.

Un plaguicida omnipresente

Desde 2004, un grupo de investigadores de la Universidad de Columbia, liderado en un principio por Virginia Rauh, viene publicando artículos científicos en los que demuestra cómo la presencia del clorpirifós afecta al desarrollo del feto y al desarrollo físico y mental de los niños en sus primeros años de vida. Los pesticidas organofosforados como el clorpirifós afectan a la transmisión neuronal, son disruptores endocrinos, alteran el normal desarrollo de las hormonas tiroidea o provocan problemas reproductivos, entre otras enfermedades. Como consecuencia, los investigadores estadounidenses, a través de múltiples pruebas realizadas en niños, han determinado que los plaguicidas organofosforados les causan la pérdida de entre 1,4 y 5,6 puntos en el cociente intelectual o grandes riesgos de enfermedades como la obesidad cuando su madre ha estado muy expuesta.

Los estudios de la Universidad de Columbia provocaron que Estados Unidos prohibiera el uso del clorpirifós en los jardines residenciales y en el interior de los inmuebles. Pero esa medida no vetó su empleo en la agricultura.

Y la realidad es que no solo es el plaguicida más usado en España sino también en muchos países de Europa. La EFSA aglutinó en 2016 el análisis de 76.200 muestras de alimentos realizado en todos los países comunitarios. Descubrieron que el clorpirifós y el clorpirifós metil estaban presentes en el 5,5% de las muestras. Además, la EFSA registró que hasta 847 análisis superaban el límite máximo de residuos (LMR) de esa sustancia química.

El Ministerio de Medio Ambiente danés realizó varios estudios en los que halló clorpirifós en la orina de nueve de cada 10 niños y sus madres

No solo científicos valencianos han examinado la orina de personas para encontrar residuos de pesticidas que afecten a la salud de las personas. En 2013, investigadores suecos hallaron residuos de clorpirifós en la orina de mujeres maduras, un grupo social que consume gran cantidad de frutas y verduras, según apuntaron los científicos. Lo curioso de este asunto es que el plaguicida nunca ha sido autorizado en Suecia. La globalización de los mercados provocó esos resultados.

En Dinamarca, tampoco está permitido su empleo en la agricultura. Sin embargo, su Ministerio de Medio Ambiente realizó varios estudios en los que halló clorpirifós en la orina de nueve de cada 10 niños y sus madres. Los investigadores daneses apuntaron a la posibilidad de una conexión directa entre la ingesta del clorpirifós y el desarrollo del trastorno por déficit de atención e hiperactividad en la infancia.

Cementerio ilegal de envases de agroquímicos entre invernaderos de El Ejido. (M. García Rey)

Un ejemplo más de otros muchos que hemos recopilado durante la investigación. Profesores de la Universidad California Los Angeles (UCLA) publicaron en marzo pasado un ensayo en el que vinculaban el autismo y daños cerebrales prematuros en niños californianos que han tenido una exposición permanente al clorpirifós en sus etapas prenatal e infantil. El estudio desvela que el riesgo de daños en el cerebro se incrementa cuando la madre ha estado expuesta durante el embarazo a campos de cultivo donde se aplicaba ese insecticida.

Este trabajo científico ha tenido tanto peso que ha originado la prohibición del clorpirifós en California, el estado con mayor publicación agrícola de los EEUU. Otros cinco estados han anunciado o decidido ya ilegalizaciones similares: Hawái, Oregón, Nueva York, Connecticut y Nueva Jersey. En el ámbito nacional, la Administración Trump lleva bloqueando poner fin al uso del clorpirifós desde 2017.

El 'lobby' de las multinacionales

La evaluación de los posibles riesgos para la salud y el medio ambiente está muy influenciada por estudios financiados por los productores de los plaguicidas. La división de agricultura de Corteva es la principal productora y comercializadora del clorpirifós en el mundo y también se presta a esos esfuerzos de presión sobre las autoridades públicas para mantener su negocio.

En Europa, una exmiembro científica de la EFSA, Marieta Fernández, habló sin tapujos a este diario del asunto del ‘lobby’ de la industria: “La presión de Monsanto es tremenda para que se estudien unos 'papers' y otros no. Los nuestros no quieren que se evalúen y los retiran, solo quieren que se admitan los que están de acuerdo con sus intereses”. Se refería en ese caso al herbicida glifosato. Esta investigadora de la Universidad de Granada lleva más de 20 años demostrando mediante estudios epidemiológicos que la exposición de las personas a los compuestos agroquímicos tienen efectos perversos para la salud. “Encontramos residuos de plaguicidas en la leche materna que se da a los bebés, en las placentas, en el semen, en la orina… Hay una gran concentración de químicos, un cóctel de sustancias que ingerimos a través de hortalizas y frutas que provoca que las células proliferen y formen tumores”.

Fuera de España, muchos científicos tienen claro que el juego de presión de la industria no beneficia precisamente a los consumidores. “Los productores desempeñan un papel que es obvio y que es bien conocido en la comunidad científica. La evaluación actual de la UE respeto al clorpirifós está basada en gran medida en centenares de estudios sufragados por Dow Chemical”, apunta Axel Mie, profesor del Departamento de Ciencia Clínica y Educación del Instituto Karolinska de Estocolmo.

En el mar de plástico de El Ejido se usan múltiples agroquímicos. (M. G. R.)

Axel Mie, su compatriota Christina Rudén y el danés Philippe Grandjean, todos ellos dedicados a la investigación de temas medioambientales, iniciaron un debate científico sobre el clorpirifós que les ha llevado a publicar varios ensayos. En un estudio realizado con ratas, desvelaron que el clorpirifós tuvo consecuencias negativas en el desarrollo del cerebelo de los roedores. Sin embargo, sus estudios no fueron aceptados por las autoridades comunitarias en el dosier de la evaluación de ese pesticida.

Desde su sede central ubicada en Illinois, Corteva Agriscience señala a El Confidencial lo siguiente: “El clorpirifós es uno de los productos de protección de los cultivos más estudiados en el mundo y está autorizado su empleo en más de 100 países, incluidos los EEUU, sus grandes socios comerciales y en la UE. Las políticas deben estar guiadas por unos estudios científicos sólidos y unos datos rigurosos”. Añade la multinacional química que “más de 4.000 estudios e informes avalan el producto como seguro para la salud y el medio ambiente”.

Opacidad oficial

Como se ha informado más arriba, la Comisión Europea prohibirá el uso del clorpirifós a partir de enero de 2020. Expertos de España y Polonia, desde mayo de 2017, han sido los responsables de preparar una nueva evaluación de los riegos del clorpirifós. El enorme esfuerzo ha dado lugar a un replanteamiento que tiene miles de páginas y que ocupa 87 MB de datos publicados en el sitio web de la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria. Sin embargo, no todos los documentos son legibles. La decisión propuesta por España y Polonia no está accesible y se ve como se aprecia en la imagen:

Si la EFSA justificó legalmente su decisión de mantener la información opaca para la ciudadanía europea, es necesario recordar que el Convenio de Aarhus, vigente desde 1998 y aplicable en la UE desde 2001, especifica que los intereses comerciales no pueden prevalecer sobre la información medioambiental y “deberán divulgarse las informaciones sobre emisiones que sean pertinentes para la protección del medio ambiente”.

Esta circunstancia fue subrayada por el Tribunal de la Unión Europea in marzo de 2019, cuando estableció que la EFSA no podía ocultar información sobre el herbicida glifosato.

Al margen de los factores de riesgo del clorpirifós para la salud humana y el medio ambiente, el pediatra e investigador estadounidense Leonardo Trasande afirma a El Confidencial que los pesticidas organofosforados provocan tal pérdida de puntos en el cociente intelectual que afectan grandemente a la economía. Este vicedecano de investigación de la Escuela de Medicina de la Universidad de Nueva York en el área de Pediatría y autor del libro ‘Sicker, Fatter, Poorer’ (‘Más enfermos, más gordos, más pobres’) sostiene que la exposición química provoca una pérdida anual de 319.000 millones de dólares en Estados Unidos y de 163.000 millones en Europa.

Un cooperación periodística transnacional

El trabajo ha sido coordinado por Nils Mulvad desde Investigative Reporting Denmark. Parcialmente ha sido sufragado por una ayuda de Journalism Fund. En esta investigacón han colaborado los profesionales que siguen: Stéphane Horel, de 'Le Monde', Anuška Delić, de 'Oštro', Staffan Dahllöf y Oluf Jørgensen, de Investigative Reporting Denmark, Louise Voller, de 'Danwatch', Eiliv Frich Flydal, de 'Dagblet', Wojciech Ciesla, de 'Newsweek', Pamela G. Dempsey y Brant Houston, de Midwest Center for Investigative Reporting, Kristof Clerix, de 'Knack', e Irene de Pablo Molinero y Marcos García Rey, de El Confidencial.

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