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  1. Tecnología

lo que está demostrado y lo que no

Mitos y verdades sobre cómo la tecnología nos está cambiando el cerebro

Más distraídos, peor orientados... Los científicos han encontrado evidencias de que la interacción con teléfonos y ordenadores afecta a nuestro cerebro, pero ¿en qué grado?

La tecnología induce cambios en el cerebro, pero son difíciles de detectar (Fuente: Jeanne Menjoulet | Flickr)

¿Te acuerdas de qué hacías cuando te aburrías durante un viaje y no tenías un ‘smartphone’ a mano? ¿Y de aquel tiempo en que solo los personajes de dibujos animados podían cazar pokémones? Desde que internet y los dispositivos electrónicos de todo tipo conquistaron nuestras vidas y se volvieron ubicuos, los titulares sobre sus perjudiciales efectos cognitivos han surgido como setas. Dicen que la tecnología nos vuelve más tontos, olvidadizos e impacientes. Que nos ha robado la capacidad de concentrarnos y de aburrirnos.

No son invenciones: muchas de estas advertencias se basan en los resultados de estudios científicos publicados sobre la materia. La mayoría de expertos están de acuerdo en que la tecnología cambia de alguna manera nuestro cerebro, pero ¿están todos estos mensajes suficientemente justificados como para plantearnos dar una larga tregua al móvil?

Mientras que “las adaptaciones de los genes que moldean las especies tardan cientos o miles o millones de años, las adaptaciones fisiológicas, las del cuerpo, solo tardan días o meses”, explica a Teknautas Emiliano Bruner, neurobiólogo del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana (CENIEH). Sin embargo, averiguar exactamente qué tipo de modificaciones se producen por la interacción con los dispositivos electrónicos resulta complicado a nivel práctico.

“Aunque actualmente se asume que el cerebro cambia con las circunstancias […], es difícil detectar si los cambios que se observan, sobre todo cuando las condiciones no están perfectamente controladas, se deben a uno u otro factor”, indica por su parte José María Delgado, director de la División de Neurociencias de la Universidad Pablo de Olavide (UPO), en Sevilla.

Es difícil detectar si los cambios que se observan, sobre todo en condiciones no controladas, se deben a uno u otro factor

Además de por problemas metodológicos (como medir su incidencia, establecer relaciones causa-efecto o simular las condiciones en el laboratorio), resulta complicado estudiar estas modificaciones “por una razón más esencial: todavía no sabemos bien qué estamos buscando”, señala Bruner, y advierte: “Antes de buscar las respuestas, hay que encontrar las preguntas”. Por esta razón, “muchos estudios científicos están todavía en etapa preliminar”. Entre ellos podemos encontrar desde trabajos con datos escasos y conclusiones difusas hasta otros suficientemente fundamentados para darnos algunas pistas sobre lo que está pasando en nuestra mollera.

Distraídos y desconcentrados

Una de estas investigaciones, publicada en ‘PLOS ONE’, sugería que las personas que utilizan varios dispositivos a la vez presentan menor densidad de materia gris en el córtex del cíngulo anterior, una región cerebral implicada en el control de funciones cognitivas y emocionales. Los resultados refrendan, según los autores, estudios previos que relacionan la multitarea asociada a la tecnología con la facilidad para distraerse y perder la atención.

Sin embargo, los científicos firmantes admitían que sus hallazgos demuestran la existencia de un “vínculo” y no una relación de causalidad. Es decir, no sabían si el uso de múltiples dispositivos producía los cambios en la estructura cerebral o es que las personas con menor materia gris son más proclives a la multitarea.

“Los cambios en el espesor de la materia gris son cambios muy considerables, que subyacen a cambios igual de considerables en el comportamiento humano y sus capacidades funcionales”, explica Delgado. El cerebro tiene una enorme capacidad para adaptarse a la experiencia o el aprendizaje “sin que esas distintas especializaciones funcionales tengan necesariamente que ser detectables en la ultraestructura cerebral”, dice el experto.

La “prueba del algodón” para comprobar la existencia de estas profundas remodelaciones consistiría en realizar el análisis a la inversa. Partir de la observación del cerebro y contestar a la pregunta: “¿Qué multitarea ha desarrollado el portador de este órgano en los últimos años?”. “Y no estamos en condiciones de poder contestar a esta aparentemente simple pregunta”, advierte el neurocientífico de la universidad sevillana.

Algo similar ocurría con otro estudio, realizado por un investigador de la Universidad De Montfort (Reino Unido), que sugería que las personas que más tiempo pasan consultando sus móviles y navegando en internet tienden a cometer fallos de concentración en su vida diaria –olvidan cosas, meten la pata y están menos atentas a lo que pasa a su alrededor–.

¿Significa esto que nos estamos volviendo más estúpidos? No exactamente: “Lo que extraemos de nuestra investigación es que hay un número estadísticamente significativo de individuos que afirman usar mucho su teléfono e internet y experimentan errores cognitivos”, aclaraba el autor. De nuevo, no estaba claro si el uso masivo de la tecnología hacía que se equivocasen más o es que las personas despistadas suelen pasarse el día pegadas a una pantalla.

De todas formas, si realmente nos estamos volviendo más distraídos, “creo que es más bien la consecuencia de un uso incorrecto de la tecnología y no un problema de la tecnología en sí misma”, opina Bruner. Según otro estudio publicado también en ‘PLOS ONE’, consultamos nuestro teléfono móvil una media de 85 veces al día. Eso sin contar el tiempo que pasamos frente al ordenador, la tableta o el televisor.

La memoria de internet

Estemos más o menos concentrados en nuestro día a día, lo cierto es que disponemos de una memoria inagotable y disponible 24 horas los 365 días de la semana. Se llama internet (y se apellida Google). Y su existencia hace que hayamos dejado un poco de lado la nuestra. Lo han comprobado, entre otros, un equipo de científicos de la Universidad de California, que sometieron a 60 estudiantes a una prueba en dos fases.

Los resultados sugieren que confiar en internet para acceder a la información hace a uno más proclive a volver a recurrir a internet

En la primera parte, los voluntarios debían contestar a una serie de preguntas de Trivial de dificultad variada. La mitad tenían que hacerlo en base a sus propios conocimientos, mientras que a la otra mitad les pidieron que consultasen internet. En una segunda etapa, les plantearon otras cuestiones distintas (más fáciles) y esta vez todos podían echar mano de la información disponible ‘online’. Quienes habían recurrido a la web en el test anterior volvieron a consultarla, incluso aunque ya supieran la respuesta.

“Los resultados sugieren que confiar en internet para acceder a la información hace a uno más proclive a volver a recurrir a internet”, escribían los autores, que basaban su trabajo en uno anterior publicado en ‘Science’. Este demostraba, a través de una serie de ensayos, que las personas que saben que podrán acceder a la web en el futuro se esfuerzan menos por recordar datos. Es como si internet hubiera sustituido a las llamadas de los padres para recordarnos la fecha de un cumpleaños.

“Estamos creando una relación de simbiosis con nuestras herramientas informáticas”, afirmaban los investigadores en el artículo. “La experiencia de perder nuestra conexión a internet se parece cada vez más a la de perder a un amigo. Necesitamos mantenernos conectados para saber lo que Google sabe”, proseguían.

No obstante, aunque los resultados de investigaciones como esta demuestren que hemos cambiado nuestras costumbres y las fuentes de información que consultamos, no está claro si por ello hemos perdido capacidad de recordar o nuestra memoria sigue funcionando perfectamente (aunque recurramos menos a ella).

Claro que este tipo de cambios tampoco son algo nuevo, como explica Bruner, “también el uso del calendario, los relojes o la fotografía ha aliviado el cerebro de mucha responsabilidad, aumentando a la vez increíblemente nuestras capacidades cognitivas”. Es algo que llevamos haciendo desde hace cientos de miles de años: “Aumentar la capacidad de la simbiosis entre materia orgánica [nosotros, los humanos] e inorgánica [la tecnología]”.

“El cerebro tiene complejidad suficiente y capacidades adquiridas a lo largo de la evolución que cubren muy diversos aspectos como para cambiar su estructura cada vez que hay un cambio en el entorno”, incide Delgado. Y añade: “Las neuronas que pintaba Ramón y Cajal hace un siglo ya no existirían si el cerebro fuera tan cambiante”.

Orientación, ¿para qué?

“Si tengo un GPS entreno menos mi capacidad de orientación, pero esto vale también para una calculadora y la aptitud para hacer cálculos matemáticos o la fotografía y la capacidad mnemónica”, argumenta Bruner. En lugar de consultar la ruta antes de salir de casa y construirnos un mapa mental, ahora podemos preguntar a Google Maps por el camino correcto.

Por esta razón, investigadores como la neurocientífica Véronique Bohbot, de la Universidad McGill, creen que nuestra capacidad de orientarnos podría estar en riesgo. Sus advertencias se basan en estudios como el publicado recientemente en ‘Nature Communications’, cuyos resultados sugieren que cuando encendemos el GPS apagamos las regiones del cerebro que, en ausencia de mapas virtuales, nos habrían ayudado a simular en nuestra cabeza las diferentes rutas.

Los autores de esta investigación contaron con la ayuda de 24 voluntarios que debían orientarse y recorrer una representación virtual del Soho londinense mientras se medía su actividad cerebral. Cuando los paseantes entraban en una nueva calle, su hipocampo y el córtex prefrontal –áreas cerebrales encargadas de la orientación y la creación de mapas mentales, respectivamente– experimentaban picos de actividad. La intensidad aumentaba con el número de rutas disponibles, pero no cambiaba lo más mínimo cuando usaban un GPS.

En la práctica, el hipocampo se encarga de simular el viaje según las posibles alternativas y el córtex prefrontal nos ayuda a saber cuál nos llevará a nuestro destino. Pero “cuando tenemos tecnologías que nos dicen qué camino coger, estas partes del cerebro simplemente no responden al callejero. El cerebro deja de prestar interés a las calles que nos rodean”, indica Hugo Spiers, coautor del trabajo.

Otras investigaciones han llegado a conclusiones muy parecidas, que refrendan algunos sucesos acontecidos en la vida real –conductores que se pierden y acaban en carreteras remotas o en lagos–. Ponemos el piloto automático.

“Tenemos una gran plasticidad cerebral”, dice Bruner, sobre todo en el caso de las habilidades visoespaciales, “las que utilizamos para coordinar el cuerpo con el entorno y los objetos, que son muy sensibles al entrenamiento”. El efecto puede observarse incluso en monos: “Hasta en un macaco pueden notarse cambios en algunas áreas cerebrales después de pocas semanas de entrenamiento para manejar herramientas básicas”, asegura el neurobiólogo. Pero “si cambiase nuestro cerebro por usar el GPS, ¿cómo estaría el cerebro de Einstein cuando formuló la teoría de la relatividad especial?”, sugiere Delgado.

No sin mi móvil

Otros investigadores analizan cómo la tecnología nos afecta psicológicamente. Larry Rosen, psicólogo de la Universidad de California, es uno de ellos. Junto con un equipo de colegas, ha demostrado que los dispositivos tecnológicos, o más bien su ausencia, se han convertido en una fuente de ansiedad. Siempre que se trate, eso sí, de un uso abusivo: “La dependencia de los dispositivos móviles, mediada por una insana utilización constante, puede llevar a un incremento de la ansiedad cuando estos desaparecen”, rezan las conclusiones de uno de los estudios de Rosen.

Hacer un uso adecuado de la tecnología tiene efectos positivos en la salud mental

¿Entonces? ¿Tenemos que deshacernos de nuestros ‘smartphones’ y demás cacharros para seguir actuando como personas medianamente cabales? La clave, según otro estudio en el que participaron 120.000 adolescentes británicos, está en la moderación. Hacer un uso adecuado de la tecnología tiene efectos positivos en la salud mental, de acuerdo con las respuestas de los encuestados a preguntas sobre felicidad, satisfacción y vida social.

“Desde luego que la tecnología digital nos está cambiando”, asegura el neurobiólogo del CENIEH. Pero es que, como aclara Delgado, “aunque nos sentemos en una hamaca y no hagamos nada durante cinco horas seguidas nuestro cerebro va a cambiar”. Sin embargo, el órgano que gobierna el cuerpo humano tiene capacidad de sobra para adaptarse, ya lleva siglos haciéndolo. “Nuestros cerebros son básicamente iguales a los que tenían los hombres y mujeres de hace miles de años, cuando nadie sabía todavía hablar francés ni inglés y las herramientas que manejaban se parecían bien poco a las actuales”, explica el neurocientífico.

Ni Bruner ni Delgado creen que la tecnología tenga solo efectos negativos; “como la comida, el deporte o la vida en general están ahí para disfrutarlas, para sacarles partido”, concluye el experto de la Universidad Pablo de Olavide.

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