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el régimen tiene armas nucleares desde 2006

Cinco claves de la crisis de Corea del Norte: por qué esta vez es diferente

La de 2017 es la tercera emergencia nuclear relacionada con el país asiático. Sin embargo, en esta ocasión, el foco no está puesto en lo que hará Pyongyang, sino en cómo reaccionará Washington

Reunión del comité central del Partido de los Trabajadores de Corea, en Pyongyang, en septiembre de 2017. (Reuters)

El mundo se ha enfrentado antes a los intentos norcoreanos de adquirir capacidades nucleares, y ha manejado la situación mediante negociaciones, diplomacia y sanciones, en parte porque cualquier operación militar tendría un coste devastador. Sin embargo, Corea del Norte ha tomado por sorpresa a todo el mundo al culminar en secreto sus programas de misiles y armamento nuclear. En esta ocasión, el foco está puesto en cómo reaccionará EEUU.

¿Qué hay de nuevo en esta crisis?

En realidad, esta es la tercera crisis nuclear relacionada con el país asiático en el último cuarto de siglo. La primera se produjo en 1994, cuando Corea del Norte empezó a separar plutonio para la fabricación de armas nucleares, y culminó en un acuerdo marco a finales de ese mismo año. Sin embargo, el pacto saltó por los aires en 2002, después de que la Administración Bush obtuviese pruebas de que Pyongyang estaba enriqueciendo uranio de forma clandestina, dando lugar a la segunda crisis, que en realidad nunca se ha cerrado.

Corea del Norte tiene armas nucleares desde 2006. Lo que ha desatado esta nueva escalada de tensión en 2017 es la constatación, por parte de los expertos internacionales y servicios de inteligencia occidentales, de que Pyongyang estaba a punto, por un lado, de desarrollar misiles balísticos intercontinentales (ICBM) capaces de llegar a casi todo el planeta, y por otro, de miniaturizar las cabezas nucleares para introducirlas en esos proyectiles. En suma, de adquirir la capacidad de lanzar un ataque atómico contra cualquier país, y especialmente contra Estados Unidos. Los especialistas consideraban que podía ocurrir alrededor del año 2021.

Esta era, de hecho, la gran preocupación de la Administración Obama, que no logró la más mínima concesión del régimen de Kim Jong-un. Donald Trump llegó a la Casa Blanca prometiendo resultados (“¡No ocurrirá!”, dijo el nuevo presidente en un célebre tuit), pero su fracaso fue aún más estrepitoso: contra todo pronóstico, Corea del Norte probó en julio un misil capaz de alcanzar Alaska, y en agosto los servicios de espionaje surcoreanos y estadounidenses concluyeron que la miniaturización era una realidad, o estaba a punto de serlo: se había cruzado ese 'umbral nuclear'.

Póster de propaganda norcoreano publicado por la Agencia Central de Noticias, el pasado 17 de agosto de 2017. (Reuters)

¿Qué puede hacerse?

Llegados a este punto, la mayoría de los expertos consideran que la mejor opción es la coexistencia con una Corea del Norte con capacidad nuclear, mediante una estrategia de contención similar a la que EEUU y sus aliados desplegaron frente a la URSS. Una acción militar supondría la pérdida de millones de vidas incluso en el mejor de los casos, algo que la mayoría de los observadores considera un precio inaceptable.

Hasta ahora, el único paso que se ha dado han sido la aplicación de nuevas sanciones, tanto por parte de EEUU como de Naciones Unidas. No obstante, la Administración Trump se ha negado a considerar la opción de unas conversaciones de desarme, optando en su lugar por amenazar a Corea del Norte con la destrucción. Si lo que se buscaba era que Pyongyang cediese a la presión y cambiase de actitud, el resultado ha sido el contrario.

Uno de los problemas de la posición de EEUU es que no parece tener claro qué desea respecto a Corea del Norte, si un cambio de régimen o un mero cambio de actitud. Y sin una decisión firme en ese sentido, es difícil afrontar un problema tan complejo como el de la península de Corea.

Maniobras militares en Corea del Norte, en 2013. (Reuters)

¿Pueden ser eficaces las sanciones?

Corea del Norte está considerado el país más sancionado del mundo, lo que no ha impedido que su régimen haya continuado con sus diversos programas de armamento, cuya culminación es la bomba de hidrógeno detonada este fin de semana, el artefacto más potente probado jamás por Pyongyang en toda su historia, capaz de destruir una ciudad de tamaño medio.

Aunque las sanciones han dañado enormemente la economía norcoreana, no han sido capaces de tumbar la dinastía de los Kim. El siguiente paso, que propugnan algunas voces, podría ser un embargo a las exportaciones energéticas de otros países a Corea del Norte, pero la medida es muy controvertida: muchos observadores consideran que supondría un castigo terrible para la población civil —que con toda probabilidad sufriría el grueso de las restricciones— y podría desestabilizar seriamente al régimen, lo que lo volvería más peligroso.

Otros expertos creen que sigue habiendo espacio para aplicar las llamadas sanciones secundarias, es decir, penalizaciones contra aquellas compañías extranjeras que colaboren con Corea del Norte. Sin embargo, existen limitaciones a este enfoque: la reciente aplicación de una medida de este tipo por parte de EEUU contra entidades e individuos rusos y chinos por su colaboración en el programa armamentístico norcoreano ha generado importantes protestas de los gobiernos de ambos países, que amenazan con represalias.

Turistas chinos posan en la frontera con Corea del Norte en Tumen, el 30 de agosto de 2017. (Reuters)

¿Qué papel juegan China y Rusia en esta crisis?

Ambos países son partidarios de la no proliferación. China está considerada la única valedora externa de Pyongyang, y el salvavidas económico del régimen. Por eso, la decisión china de prohibir la importación de varios productos norcoreanos es un importante toque de atención a Kim Jong-un, de quien, se cree, Xi Jinping y otros líderes chinos no tienen muy buena opinión. Por ejemplo, la decisión de acelerar el programa nuclear y de misiles por parte de Kim desde 2013 se produjo contra el consejo de Xi, algo que los chinos consideraron una enorme falta de respeto.

Para China, el peor escenario posible es un colapso en Corea del Norte que provoque que millones de refugiados escapen a su territorio, y que se salde con la reunificación de la península coreana a favor del sur (lo que probablemente implicaría la presencia de soldados estadounidenses en la frontera china, algo que Pekín quiere evitar a toda costa). Por eso, algunos expertos han especulado con que, si las cosas realmente se salen de control, la propia China podría intervenir en Corea del Norte para derrocar a Kim e instalar un nuevo poder ejecutivo más amistoso.

En cualquier caso, gran parte de la comunidad internacional considera que Pekín podría hacer más para presionar a Pyongyang, empezando por el presidente Trump, que en su análisis de la situación —derivado de un conocimiento claramente superficial— culpa abiertamente a China de la intransigencia norcoreana. Pero Pekín se mantiene firme en su oposición a la imposición de sanciones energéticas y otras medidas porque es muy consciente de las posibles consecuencias.

Rusia no tiene unos intereses tan nítidos en esta cuestión, pero se opone a una solución en los términos de Washington. Moscú ha dejado claro que favorece una conversación de paz multilateral que incluya garantías por parte de EEUU y Corea del Sur respecto a la seguridad del norte, y critica la retórica belicista de ambas partes, especialmente la estadounidense.

Kim Jong-un participa en una reunión con representantes del comité central del Partido de los Trabajadores, en septiembre de 2017. (Reuters)

¿Por qué Kim no cede pese a los riesgos?

El director de estudios de seguridad internacional del Centro Woodrow Wilson, Robert S. Litwak, califica a Corea del Norte de “Estado fallido con armas nucleares”, y en ese sentido, para Kim Jong-un y su equipo se trata de una cuestión existencial. Desde los años ochenta, el país dedica alrededor de una cuarta parte de su PIB al ejército, el pilar fundamental del régimen, una cifra que bajo el liderazgo actual, e incluyendo los programas de misiles y armas nucleares, podría haber aumentado hasta un tercio del presupuesto total del Estado. Hoy, el ejército norcoreano cuenta con 1,2 millones de efectivos, lo que lo convierte en el cuarto del mundo.

En ese sentido, para el régimen la apuesta por el programa de armas nucleares es tal que necesita a toda costa extraer concesiones de la comunidad internacional para justificar los sacrificios realizados. Se considera que una concesión por su parte, que podría ser percibida internamente como una derrota, podría ser fatal para su legitimidad. Además, los norcoreanos han tomado buena cuenta de lo que les sucedió a Sadam Husein y Muamar al Gadafi, quienes, años después de ser persuadidos para cancelar sus programas de armas de destrucción masiva, fueron derrocados por las mismas potencias que promovieron su desarme. El caso de Libia ha sido expresa y repetidamente citado por diplomáticos norcoreanos desde 2011.

Muchos observadores han señalado que la generación de tensiones esperando lograr beneficios de las subsecuentes negociaciones ha sido siempre una estrategia tradicional de los Kim, y esta vez no tendría por qué ser una excepción. Sin embargo, los críticos consideran que al reaccionar así, en la práctica se está premiando el mal comportamiento, creando de este modo el incentivo para futuras crisis. Esa es una de las razones por las que, por ahora, la Administración Trump no parece dispuesta a negociar con Corea del Norte.

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