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ya hay 400 MUERTOS Y 216.000 DESPLAZADOS

Kamuina Nsapu, la milicia congoleña que sigue al fantasma de un príncipe guerrillero

Diez fosas comunes y el asesinato no resuelto de dos expertos de la ONU han atraído la atención sobre un grupo que ha desestabilizado la región central del Congo, iniciado por un líder poco común

Cráneos humanos de presumibles miembros de la milicia Kamuina Nsapu, presumiblemente ejecutados por el ejército congoleño, el 12 de marzo de 2017. (Reuters)

Los cuerpos de un hombre y una mujer blancos aparecieron este martes semienterrados cerca de Ngombe, en la región congoleña de Kasai Central, cerca de donde el 12 de marzo dos jóvenes investigadores del Grupo de Expertos de Naciones Unidas para Congo, el norteamericano Michael J. Sharp y la sueca Zaida Catalán, desaparecieron junto con su intérprete, su conductor y dos chóferes de moto. Junto a los dos expertos yacía su interprete. Los cadáveres estaban irreconocibles, explicaron fuentes diplomáticas a este diario, pero los forenses de Naciones Unidas en Congo creen que en un “95% de posibilidades son ellos”.

En más de 20 años de conflicto armado en Congo, nunca dos investigadores de Naciones Unidas habían sido asesinados. Sharp, Catalán y sus acompañantes desaparecieron cuando se dirigían a Tshimbulu, en el territorio de Dibaya, en la región de Kasai Central, el mismo lugar donde, un mes antes, Naciones Unidas había hecho un descubrimiento macabro: tres fosas comunes donde yacían personas a quienes se había despojado de su vida y también, tras ser arrojadas en un agujero, de su nombre.

En más de 20 años de conflicto armado en Congo, nunca dos investigadores de Naciones Unidas habían sido asesinados

Estas fosas fueron sólo las primeras. Una semana después de la desaparición del equipo de la ONU, dos periodistas de Radio France Internationale (RFI) y Reuters divulgaron la existencia de ocho enterramientos clandestinos, también en Tshimbulu, el lugar al que intentaban llegar los expertos asesinados. Allí, entre las altas hierbas que hubieran podido esconder la masacre si no hubiera sido por el hedor a muerte, un grupo de campesinos había ido hallando una fosa tras otra desde el mes de enero. Donde ya sólo quedan huesos humanos, los campesinos vieron entonces brazos, piernas y cuerpos enteros de hombres, mujeres y niños, que afloraban de la tierra. Noches antes, una mujer del pueblo había visto un camión militar y a hombres de uniforme que cavaban la tierra. En total, Naciones Unidas ha documentado diez enterramientos clandestinos en Kasai Central y está investigando otros siete agujeros donde yacen seres humanos en el centro de Congo.

¿Quiénes eran esos muertos? Un jirón de tela roja cerca de una de las fosas de Tshimbulu daba una pista. Los miembros de una milicia nacida el pasado verano en esa región ciñen su frente con una banda de ese color: los kamuina nsapu, un ejército de desheredados bautizado con el título de quien fue su líder, el jefe tradicional “Kamuina Nsapu”, que pereció en agosto en un enfrentamiento con la policía congoleña. Una muerte que sólo espoleó los ataques contra los símbolos del Estado y la autoridad –comisarías, edificios oficiales, un seminario- por parte de sus adeptos, armados casi siempre con palos y machetes y a veces con algún fusil robado a la policía. Una revuelta que ha desencadenado una respuesta militar tan “excesiva” –dice la ONU- que desde entonces los combates entre este grupo armado y militares y policías congoleños se han llevado por delante a 400 personas y abocado a la huida a 216.000.

Los kamuina nsapu siguen a un fantasma. El de su líder muerto. Muchos de ellos creen que sigue vivo en carne y hueso o al menos en espíritu, pues piensan que su ánima, imbuida de los poderes místicos que las culturas locales atribuyen a los jefes tradicionales, los guía.

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Trinidad Deiros. Kinshasa (RDC)

En realidad se llamaba Jean-Pierre Nsapu Pandi. Había nacido el 6 de abril de 1966 y era médico, pero también era un príncipe. Su padre había sido el anterior “Kamuina Nsapu”, el título honorífico que toma su nombre de un pueblo de Kasai Central, una de las provincias más míseras de este país pobre entre los pobres pese a sus inmensas riquezas naturales. Como un espejo a pequeña escala del país, los habitantes que pisan a menudo descalzos esta tierra que rebosa de oro y diamantes, viven con menos de 200 dólares (185 euros) al año. La “pobreza absoluta” en términos de Naciones Unidas; la que sufre la gente que, en Congo, come una vez al día. Eso si hay suerte.

A este médico le correspondía heredar el trono de sus ancestros en un lugar donde el jefe tradicional es casi el único representante del Estado, pero al morir su progenitor en 2012 las cosas se torcieron. Pandi trató durante largo tiempo de ser “entronizado”. Él mismo contaba en uno de los discursos que se le atribuyen cómo había ofrecido en vano “cabras, ovejas, pollos” a quien era menester ofrecer. Sus partidarios sostienen que el gobernador de Kasai Central ni siquiera lo recibió. Pandi había criticado al gobierno y se le consideraba cercano a la oposición al régimen del presidente Joseph Kabila. El aspirante quedó así en una eterna espera del necesario plácet del Ministerio del Interior, mientras que otros jefes de rango inferior tenían ya el preciado documento en el bolsillo.

Esta afrenta desató su lengua y puso en él la semilla de la revuelta contra un Estado “al que veía como un opresor pues le había despojado de sus derechos”, explica un analista de una organización internacional en Congo que pide anonimato. Fue entonces cuando empezaron sus diatribas. En ellas tildaba a las autoridades de “gobierno de ocupación extranjero” y las describía como títeres de la vecina Ruanda, un país cuyas tropas sojuzgaron el este de Congo entre 1996 y 2003.

“La guerra de Kamuina Nsapu”

El escarmiento llegó pronto. En abril de 2016, mientras estaba de viaje en Sudáfrica, la policía entró en su casa. Dijeron que buscaban armas pero el líder tradicional denunció que los cinco hombres que irrumpieron en su domicilio eran asesinos a sueldo enviados por el régimen para matarlo, que intentaron violar a su mujer, saquearon su casa y profanaron los fetiches símbolo de su autoridad espiritual.

Ese día, Kamuina Nsapu se volvió loco, si volverse loco en Congo quiere decir emprender una cruzada con machetes y palos contra un Estado cuyos agentes fueron responsables del 64% de las violaciones de derechos humanos cometidas en el país en 2016. Incluidas “las ejecuciones extrajudiciales de 480 civiles”, se lee en la página 8 del último informe del Secretario General de Naciones Unidas sobre la República Democrática del Congo.

El jefe tradicional llamó entonces a sus paisanos a expulsar a ese Estado “opresor”. Lo hizo en tshiluba, la lengua local, y su verbo fácil pronto echó sal en la herida de la injusticia, la pobreza irremisible y la falta de esperanza: “Desde que te pusieron en este mundo, nunca has vivido bien. No sabes lo que es reír ni has conocido la felicidad. Te despiertas por la mañana y durante todo el día, caminas bajo el peso de las preocupaciones. La muerte llega para ti pronto. ¿Es eso vida?”, se pregunta Kamuina Nsapu en un discurso colgado en una red social que se le atribuye. “Esa es la guerra de Kamuina Nsapu (…) La riqueza de 100 millones (sic) de congoleños ha sido confiscada por un grupo de 200.000. La vida que hubieras podido tener ha ido a parar a Ruanda, a Burundi (…) Esas son las gentes que hacen sufrir al país, que te impiden tener sal, que te impiden tener café, ir bien vestido y saber lo que es la felicidad”. Y termina, entre vítores de una multitud, prometiendo: “Mi objetivo es que consumáis hasta el fondo vuestra libertad”.

En la noche del 21 al 22 de julio de 2016, los adeptos de este hombre definido por las autoridades como un “iluminado” incendian una subcomisaría a 20 kilómetros de Tshimbulu. Empiezan también a robar armas y a reclutar niños, incluso de cinco años, un crimen de guerra. Menos de un mes después, Kamuina Nsapu estaba muerto.

Foto del cadáver de Jean-Pierre Pandi.La versión oficial sostiene que el jefe tradicional pereció el 12 de agosto en un enfrentamiento con la policía en Tshimbulu en el que también murieron 11 agentes. Sus partidarios dicen que había aceptado rendirse con la condición de entregarse a los cascos azules de la ONU, pero que las autoridades le tendieron una emboscada, lo ejecutaron y después emascularon su cadáver. Esta muerte que podía haber descabezado el movimiento sólo atizó la rabia de quienes, a partir de ese día, se convirtieron en los seguidores de un fantasma.

Sintiendo justificada su venganza, los kamuina nsapu redoblaron sus ataques. El 23 de septiembre, la milicia ataca el aeropuerto de Kananga, una ciudad de más de un millón de habitantes. Decenas de soldados y milicianos murieron. Desde el inicio de la crisis, Kinshasa sostiene que un centenar largo de policías y un número no precisado de militares han perecido en combates o asesinados. Las organizaciones humanitarias denuncian que las incursiones de la milicia y la respuesta “desproporcionada” del Estado han desplazado a más de 216.000 personas.

Metralletas contra machetes y lanzas

La ONU acusa a ambos bandos de “atrocidades”. Sin embargo, reconoce entre líneas la organización, los milicianos y meros civiles sospechosos de simpatizar con ellos se han llevado la peor parte de los más de 400 muertos de esta guerra.

Desde enero, cada incursión de los kamuina nsapu en Tshimbulu iba seguida de una ofensiva del ejército. Luego, los campesinos encontraban una o varias fosas comunes, como aquella donde apareció el jirón de tela rojo. En febrero, la Oficina Conjunta de Derechos Humanos de Naciones Unidas en Congo (UNJHRO) recibió informes de que 50 milicianos habían muerto a manos del Ejército congoleño entre el 6 y el 8 de ese mes. Otras 101, incluidas 39 mujeres atrapadas en el fuego cruzado, perecieron sólo entre el 9 y el 13 de febrero. Los testigos han descrito escenas como una en la que los militares abrieron fuego con ametralladoras contra jóvenes que blandían machetes y lanzas.

También a mediados de febrero, un vídeo empezó a circular por las redes sociales. En él, un grupo de soldados ejecuta a sangre fría en un camino a un grupo de personas con una banda roja en la frente. “Mira, mueren como animales”, dice uno de ellos. Luego los militares les dan el tiro de gracia en el suelo. Trece personas expiran entre estertores ante la cámara de un móvil. Algunas son mujeres muy jóvenes; otros, niños. En otras grabaciones difundidas desde entonces, los soldados patean la cabeza de una adolescente que yace moribunda en un charco de sangre o aparecen ante los cadáveres de varios niños.

Cuando el 12 de marzo los investigadores de la ONU y sus acompañantes desaparecen, el gobierno clamó a un secuestro por parte de “fuerzas negativas no identificadas”. Tras la aparición de los cuerpos este martes, las autoridades han acusado abiertamente al grupo armado. ¿Los kamuina nsapu están detrás de estos asesinatos? ¿Los expertos de la ONU habían descubierto otras fosas comunes?

“Inmunes” a las balas

Este no es el único misterio de esta guerra. En las imágenes de los vídeos hay algo sorprendente. Los supuestos kamuina nsapu no parecen temer ni a los soldados ni a sus armas. En el primer vídeo, los jóvenes, armados sólo con palos y tirachinas, avanzan a pecho descubierto hacia los soldados que les apuntan con sus fusiles. Ni siquiera cuando el primer tiro parte, huyen o se esconden en la espesura que rodea el camino. Uno tras otro caen al suelo.

El gobierno congoleño dice que la milicia droga a los niños que recluta para sus filas. El analista de la organización internacional explica que, al igual que los grupos armados Maï-Maï, estos milicianos se creen inmunes a las balas. Cubiertos de gri-gri, los amuletos tradicionales africanos, los kamuina nsapu pasan por un ritual al que llaman “bautismo”, que creen los protege de las balas de los viejos Kalashnikov de las fuerzas de seguridad de Congo. Antes de sus incursiones, los miembros de la milicia toman también una poción “mágica”. Creyendo ser invulnerables, se entregan a la muerte con los brazos abiertos. Incluso cuando ven caer a uno de los suyos de un disparo lo atribuyen a “algún error en el ritual”, explica el analista.

Los indicios de crímenes de guerra en Kasai Central y las provincias vecinas han llevado a la comunidad internacional –Francia, Estados Unidos y la Unión Europea- a instar a la República Democrática del Congo a abrir una investigación oficial. Tras la difusión del primer vídeo, el portavoz gubernamental, Lambert Mende, aludió a un “montaje grosero”, mientras que la ministra de Derechos Humanos, Marie Ange Mushobekwa, definía a estos milicianos como “terroristas” y los comparaba con Al Qaeda y la somalí Al Shabab. Doblegadas por la presión internacional, el 18 de marzo las autoridades anuncian que siete militares habían sido arrestados acusados de crímenes de guerra por la masacre del vídeo.

Naciones Unidas ya había reclamado a su vez una investigación internacional, a la que Congo no ha respondido, una postura mucho más insostenible ahora tras el hallazgo de los cadáveres de los tres miembros del equipo de expertos de la ONU. Ante un conflicto que ya afecta a cuatro provincias, el gobierno congoleño sí envió a mediados de mes a Kasai a una delegación para negociar con los notables locales y la familia de Kamuina Nsapu, a quien prometieron devolverles por fin su cadáver.

Para escenificar esta paz, el 19 de marzo, un centenar de supuestos milicianos, con la cinta roja en la frente, desfilaron por el centro de Kananga tras “haberse rendido”, dijeron las autoridades. El pasado sábado, el espejismo se rompía y fuentes oficiales anunciaban que 39 policías habían sido decapitados en Kasai por los kamuina nsapu, en la peor masacre que se atribuye a este grupo armado.

Un nuevo misterio pues algunos congoleños se preguntan que cómo es posible que milicianos armados con palos y machetes hayan podido decapitar a 39 policías cuando en Congo los agentes de ese cuerpo suelen ir equipados con fusiles de asalto. El gobierno sostiene que el camión en el que viajaban los policías se averió, los agentes se internaron a pie en la selva y cayeron en una emboscada.

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