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Discurso ante el congreso

Y por fin Trump sonó presidencial en su discurso ante el Congreso

Su discurso fue velado por la nostalgia, como si el pasado fuera una isla resplandeciente en la memoria, que es con lo que juega su eslogan de “Hacer América grande de nuevo”

El presidente de Estados Unidos, ante el Congreso. (REUTERS)

El presidente de EEUU, Donald Trump, se materializó lentamente, balanceándose. No llevaba el rojo dominante en su corbata, sino un azul marino con listas blancas, a tono con un discurso más medido: mitad distópico, al estilo Trump, y mitad unificador. El más optimista y “presidencial” desde que jurase el cargo hace apenas 40 días.

El momento quizás lo exigía; era la primera vez que Donald Trump hablaba a las dos cámaras del Congreso, una de esas raras ocasiones en que se juntan los tres poderes del estado. Aunque lo pareciera en la forma, no fue un Discurso del Estado de la Unión, pues el magnate lleva sólo cinco semanas en el cargo y aún no puede hacer balance.

El Trump de anoche fue diferente desde el principio, al abrir con referencias a la lucha por los derechos civiles y condenar las amenazas antisemitas registradas las últimas semanas. “Somos un país que se mantiene unido frente en la condena del odio y del mal en todas sus feísimas formas”, dijo, y describió su victoria como un nuevo capítulo en la historia de Estados Unidos: “la renovación del espíritu americano”.

Luego se lanzó a defender su gestión en el estilo clásico de quien se dirige al Congreso: con una larga lista de justificaciones y planes para el futuro, no sin antes hacer un rápido retrato sombrío del país, con “infraestructuras terriblemente derruidas”, criminalidad y drogas que se introducen en territorio americano “a un ritmo sin precedentes”.

El republicano presumió de haber convencido a varias multinacionales, como General Motors, Walmart e Intel, de expandir sus planes en Estados Unidos y renunciar a planes en el extranjero. Diferentes casos que la mano del presidente sólo ha tocado de resfilón, pero que han sido presentados oficialmente como un ejemplo de su energía.

A continuación llegaron sus ya conocidas prioridades: un amplio recorte fiscal para empresas y clase media, la desregulación de finanzas y energía, revocación y reemplazo de la Ley de Cuidado Asequible, conocida como Obamacare, y un aumento del gasto militar del 9%. Todo ello en el aire, pendiente de negociación en el Congreso. Y todo ello atravesado por el mantra más importante de su presidencia: “América Primero”.

Su discurso fue velado por la nostalgia, como si el pasado fuera una isla resplandeciente en la memoria, que es con lo que juega su eslogan de “Hacer América grande de nuevo”. Antes de que Estados Unidos, en la visión trumpiana, se dejara engañar por las decenas de naciones que se enriquecerían y defenderían a su costa.

“América ha gastado aproximadamente 6 billones de dólares en Oriente Medio. Mientras, nuestra infraestructura en casa se ha derrumbado”, declaró. “Con esos seis billones podríamos haber reconstruido nuestro país dos veces, o incluso tres, su hubiéramos tenido gente con la capacidad de negociar”. Técnicamente, modernizar la infraestructura de EEUU costaría 3.6 billones, según la Sociedad Americana de Ingenieros Civiles. Y las guerras de Iraq y Afganistán costaron en torno a 4 billones.

Trump defendió las sanciones contra Irán, prometió “extinguir de este planeta” al grupo terrorista ISIS y tranquilizó a los aliados de la OTAN, que, según anunció, ya están empezando a “cumplir sus obligaciones financieras”. Es decir, a acercarse al 2% del PIB en defensa, lo que sólo hacen 6 de sus 28 miembros. “Mi trabajo no es representar al mundo. Mi trabajo es representar a los Estados Unidos de América”.

No todo el mensaje estuvo en las 4.000 palabras del presidente. Para enfatizar su retórica dura con los inmigrantes, Trump invitó a tres familiares de personas muertas a manos de inmigrantes indocumentados y les rindió homenaje durante el discurso. El presidente reiteró la construcción del muro y el refuerzo de la frontera, y anunció la creación de una oficina para llevar la cuenta de los fallecidos a manos de los “ilegales”, porque los medios no informan de ello, según sus palabras. Obvió mencionar que los inmigrantes tienden a delinquir menos que los nacionales.

Antes de hablar en el Congreso, el presidente había abierto la puerta a una reforma migratoria que daría un camino a la legalidad para los indocumentados sin antecedentes penales, según The New York Times. Pero su discurso fue tan duro como de costumbre a este respecto.

Los demócratas también se expresaron a través de sus invitados. La senadora de Massachusetts, Elizabeth Warren, llevó a una refugiada de origen iraquí. Hubo médicos pakistaníes, una joven mexicana traída a EEUU cuando era niña, hoy convertida en estrella demócrata, y una estudiante iraní de California que fue detenida hace un mes el aeropuerto de Los Ángeles, cuando el Gobierno vetó los visados de su país. Un decreto que fue suspendido por la justicia al violar posiblemente la Constitución de EEUU.

El color fue otra de sus armas. Las mujeres demócratas, congresistas y miembros de varias delegaciones, vistieron de blanco: el símbolo la lucha histórica por el sufragio femenino.

La Casa Blanca había adelantado que sería un discurso “optimista”, como suelen ser los discursos presidenciales en el Congreso. Pero había razones para desconfiar: el entorno de Trump había deslizado comentarios parecidos antes de otros discursos, como el de investidura, que terminó siendo un retrato sombrío de Estados Unidos.

Aquel discurso, como el de anoche, fue escrito por su asesor jefe, Steve Bannon, y por Stephen Miller, el asesor de 31 años con fama de ser el más fiel subordinado del presidente. En esta ocasión Donald Trump les habría dado la directriz de llevar un tono más positivo que englobase las ideas expresadas en el despacho oval por diferentes colectivos: de los mineros del carbón a los sindicatos y fuerzas de seguridad.

A diferencia de en su discurso de investidura, Trump tendió la mano varias veces a la oposición, sobre todo al final. “El momento de pensar en pequeño se ha terminado. El momento de las rencillas ha pasado”, declaró. “De ahora en adelante, América será impulsada por nuestras aspiraciones, no lastrada por nuestros miedos”.

Sus palabras, como su manera de gobernar, tienen los pies hundidos en la incertidumbre que rodea a un hombre amigo de la sorpresa y de los golpes de efecto como arma de negociación. Podría ser una excepción, o una puerta a ese tono más presidencial que, como el mítico unicornio, se adivina sin llegar nunca a ser de verdad.

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