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la crisis económica aleja a minsk de moscú

La UE no sabe qué hacer con Lukashenko, "el último dictador de Europa"

La semana pasada, la Unión Europea levantó casi todas las sanciones contra Bielorrusia, una decisión criticada por los disidentes del país. Pero el ejemplo de Ucrania pesa mucho

Una imagen del presidente Alexander Lukashenko es proyectada en una pantalla durante el Día de la Victoria en Minsk, el 9 de mayo de 2015. (Reuters)

El 16 de septiembre de 1999, Alexander Lukashenko, presidente de Bielorrusia, compareció en la televisión estatal para pedir a los jefes de sus servicios de seguridad que actuasen “contra la escoria opositora”. Lukashenko tenía motivos para estar preocupado: acababa de terminar la guerra de Kosovo, y los bombardeos de la OTAN contra la no muy lejana Serbia habían creado el suficiente descontento como para allanar el camino al movimiento opositor Otpor! (¡Basta!). Al año siguiente, las movilizaciones organizadas por estos grupos -la llamada 'revolución del bulldozer'- acabaron con el régimen de Slobodan Milosevic. Tras su caída, Lukashenko pasó a ser conocido como “el último dictador de Europa”.

Aún faltaban 13 meses para aquellos sucesos, y todavía no era evidente el peligro de contagio de las 'revoluciones de colores' que después de Serbia afectarían en rápida sucesión a Georgia, Ucrania y Kirguizistán, y que sus promotores esperaban extender a Bielorrusia y a la propia Rusia. Pero los subordinados de Lukashenko se pusieron manos a la obra inmediatamente: ese mismo día, el político opositor Viktar Hanchar y su socio Anatol Krasouski desaparecieron en una carretera del país, poco después de que el primero telefonease a su mujer diciendo que se dirigía a casa. Meses antes lo había hecho Yuri Zakharanka, exministro del Interior y posteriormente destacado opositor. Al año siguiente, lo haría el 'cameraman' Dmitri Zavadski.

Por estas desapariciones, la Unión Europea impuso severas sanciones al régimen bielorruso a partir de 2004. Desde entonces, las relaciones de Minsk con Europa han sido cuando menos tortuosas, lo que llevó a Lukashenko a buscar alianzas con países como la Venezuela de Hugo Chávez. Pero en estos años, su gran valedor ha sido la Rusia de Putin.

Las elecciones de octubre fueron fraudulentas, igual que las de 2001, 2006 y 2010, según la OSCE

Década y media después, Lukashenko sigue en el poder: en octubre, volvió a ganar las elecciones presidenciales -fraudulentas, según los observadores de la OSCE, igual que las de 2001, 2006 y 2010- con el 83,47% de los votos. Sin embargo, varias cosas han cambiado: en agosto, como gesto de buena voluntad, el régimen liberó a seis presos políticos, y durante los comicios, a diferencia de ocasiones anteriores, no se produjeron arrestos masivos de opositores. La UE parece haber tomado nota, y la semana pasada los 28 ministros de Exteriores europeos acordaron sacar de forma permanente a 170 ciudadanos de Bielorrusia -incluyendo al presidente Lukashenko- y tres compañías de ese país de las listas de sanciones y prohibición de visados.

Aunque la UE ha decidido mantener el embargo de armas ya vigente y extender el periodo de sanciones durante otro año contra cuatro altos funcionarios sospechosos de estar implicados en las desapariciones de 1999 y 2000, el régimen ha saludado la decisión. “La Unión Europea se ha dado cuenta de que es hora de abandonar este pensamiento en bloque y terminar con la confrontación con Bielorrusia. Han tomado una decisión que es absolutamente satisfactoria para nosotros”, ha declarado Lukashenko.

¿No ha cambiado nada?

La medida se ha producido a pesar de que el relator especial de la ONU para Bielorrusia, Miklós Haraszti, asegura que “por desgracia, el deplorable estado de los derechos humanos ha seguido inmutable en el país”. “Las autoridades no han cesado el hostigamiento sistemático de aquellos que intentan practicar sus derechos individuales, civiles, políticos y otros. Tampoco han mostrado ninguna voluntad para reformar el afianzado y altamente opresivo sistema legal”, afirmó Haraszti en un informe publicado el pasado 9 de febrero. En noviembre, un mes después de las elecciones, la abogada de derechos humanos Elena Tonkacheva, ciudadana rusa que había vivido en Bielorrusia durante tres décadas, vio su permiso de residencia cancelado por una supuesta infracción de tráfico.

“El modelo bielorruso es un modelo paternalista. En los análisis sobre Bielorrusia, usamos el término 'disidentes', como en la antigua URSS. ¿Por qué? Hay un fuerte remanente de la mentalidad soviética”, indica Valery Yevarouski, investigador del Instituto de Filosofía de la Academia Nacional de Ciencias de Minsk. “Desde ese punto de vista, es similar. No tenemos el espacio social para el desarrollo de una lucha política”, dice a El Confidencial.

"Hay que prestar atención a lo que no ha sucedido, que es una represión masiva", dice Andrei Yahorau, del Centro para la Transformación Europea de Minsk

Otros observadores, sin embargo, sí aprecian un cambio real. “En los últimos meses no ha pasado nada extraordinario en nuestro país, eso debería ser evaluado. La principal cosa que no ha sucedido es que no ha habido represión masiva, no ha habido excesos relacionados con duras violaciones de derechos humanos”, asegura Andrei Yahorau, director del Centro para la Transformación Europea de Minsk. Este analista no niega que haya habido algunos episodios negativos, como la imposición de importantes multas económicas contra opositores, pero “no se ha usado una violencia brutal contra ellos, como, según sabemos, sería posible”.

“Lo que me han dicho los funcionarios de la UE es que no creen que la situación en Bielorrusia haya mejorado”, dice Ales Bialiatski, un veterano activista de derechos humanos encarcelado durante tres años bajo frágiles cargos de evasión de impuestos, que sus partidarios consideran una fabricación. “Lo que ven es que la situación alrededor de Bielorrusia ha empeorado. Y Lukashenko ya no es el último dictador. En cualquier caso, Bielorrusia no es la dictadura más brutal”, comenta resignado en una entrevista con el portal EurActiv.

“El presidente y el Gobierno no están motivados a actuar por poderes políticos alternativos o ciudadanos, sino solo por la situación económica. Para la gente normal, la preservación del Estado del bienestar es más importante que las reformas políticas o económicas. En este momento, el Gobierno rechaza dar ningún paso”, afirma Yevarouski. “Pero las sanciones provocaron sobre todo una pérdida de renombre. Sin embargo, no han tenido una fuerte influencia en la economía bielorrusa”, sostiene. “Habrá relaciones bilaterales independientemente de si hay o no sanciones, y se desarrollarán siguiendo su propia lógica”, opina Yahorau.

Rusia y Ucrania, factores clave

Así, la decisión europea está dictada por el pragmatismo: ante los crecientes problemas económicos de Rusia y la imposibilidad de pagar las facturas de Minsk, Lukashenko parece estar dispuesto a acercarse a la UE. “Rusia tiene problemas económicos, no tiene suficiente dinero. El despilfarro de la renta por los recursos minerales le ha llevado a esta profunda crisis y a un rápido descenso del apoyo financiero a sus satélites”, asegura. “Para la Bielorrusia de hoy, esto significa una seria amenaza a su modelo de imitación del Estado del bienestar soviético, el agotamiento final de su economía heredada de la URSS”.

Pesa, además, la situación en la vecina Ucrania, donde las protestas ciudadanas contra el Gobierno de Víctor Yanukovich han acabado desembocando en un conflicto armado y una profunda crisis política y económica, por lo que la UE prefiere favorecer la estabilidad. Precisamente, la mediación de Lukashenko en dicho conflicto -las negociaciones de paz tuvieron lugar en la capital bielorrusa- le ha ayudado en su búsqueda de legitimidad.

"Lukashenko nunca será un socio sólido de la UE, porque para él la democracia es un cuerpo extraño", opina el disidente Ales Bialiatski

Bialiatski cree que el presidente bielorruso le está tomando el pelo a la comunidad internacional: “Nunca será un socio sólido de la UE, porque para él la democracia es un cuerpo extraño. Así que engañará a ambas partes, haciendo promesas y obteniendo beneficios, a costa de los juegos geopolíticos que se están jugando en nuestra región”. “El Kremlin comprende que los valores juegan un papel significativo en la política exterior de Occidente. Eso significa que el acercamiento de Lukashenko nunca será serio mientras su régimen autocrático siga en pie. Y como Lukashenko no permitirá ningún cambio interior, no hay razón para que Moscú se preocupe”, opina Maxim Samorukov, analista del Centro Carnegie en Rusia.

Para Yevarouski, la situación está llena de riesgos: “Los países entre Rusia y la Unión Europea están en una situación muy peligrosa, con un rápido estancamiento, bajos ingresos y ninguna esperanza de modernización económica. Y ni la UE ni Rusia tienen las posibilidades ni el deseo de ayudar al desarrollo económico de esos países”, sostiene. Ante este panorama, la UE habría decidido sustituir el palo por la zanahoria eliminando una forma de presión que, en todo caso, se ha mostrado ineficaz. El tiempo dirá si la nueva estrategia da mejores frutos que 12 años de sanciones.

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