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UN PROBLEMA ATÁVICO DE RÍO DE JANEIRO

El glamour del monstruo: así aprende a torturar la Policía Militar brasileña

Es un secreto a voces que la Policía de Río de Janeiro es una de las más violentas de Brasil. Ahora, un libro de un antiguo agente aborda un problema atávico de la 'Cidade Maravilhosa'

Agentes toman posiciones durante una operación en la favela de La Maré, en Río de Janeiro, en marzo de 2014 (Reuters).

“Puedo garantizar que nadie, cuando entra en la Policía Militar, cree que un día secuestrará a alguien, robará su dinero, matará a esta persona y prenderá fuego a su cuerpo. Puedes incluso tener ganas de disparar a algún bandido (…), pero pensar en tal grado de crueldad es imposible”. Es el emotivo testimonio de Rodrigo Nogueira, exagente de Río de Janeiro, y ahora reo y escritor.

A sus 33 años, este antiguo policía, de dos metros de altura y más de 100 kg. de peso, descuenta en la cárcel de Bangu, en Río, una pena de 31 años de prisión por robo agravado, extorsión mediante secuestro, atentado violento al pudor e intento de homicidio. Rodrigo es el autor de Cómo nacen los monstruos, recientemente publicado con la editorial Topbooks, una impactante “novela de no-ficción” en la que mezcla historias autobiográficas con las de otros agentes. Su libro mete el dedo en la llaga en un problema atávico de la Cidade Maravilhosa: la violencia policial.

Los hechos que le llevaron a la cárcel ocurrieron durante el abordaje policial de la vendedora ambulante Helena Moreira, a la salida de la favela São Carlos, en el barrio de Estácio. Helena se dirigía al metro con una suma de 1.750 reales (460 euros), cuando fue interceptada por dos agentes, que la retuvieron confundiéndola con la mujer de un narcotraficante.

Según la instrucción del caso, los policías mantuvieron a la mujer secuestrada durante cuatro horas, la agredieron y la obligaron a “practicar actos libidinosos” antes de que Rodrigo, supuestamente, disparase un tiro de fusil en su rostro. Según la sentencia, la víctima fingió que estaba muerta después de la sesión de tortura. Por eso pudo denunciar todo en la comisaría. Rodrigo recurrió la sentencia en el Superior Tribunal de Justicia, alegando que no cometió el crimen por el que ha sido condenado. Sin embargo, reconoce que “no es inocente” y que cometió “otros errores” cuando era policía.

Es un secreto a voces que la Policía de Río de Janeiro es una de las más violentas de Brasil. Las películas Cidade de Deus y Tropa de Elite describen con todo lujo de detalles las malas prácticas de un cuerpo policial militarizado y, para muchos observadores, heredero de la peor tradición de la dictadura.

Este mes, Amnistía Internacional (AI) ha publicado en Brasil un informe que revela dados espeluznantes a tan sólo un año del inicio de los Juegos Olímpicos. Llamado Você matou meu filho! - Homicídios cometidos pela polícia militar no Rio de Janeiro, el estudio calcula que al menos el 16% de los homicidios registrados en esta ciudad en los últimos cinco años ocurrieron a mano de policías en servicio: en total, 8.471 muertes.

Solo en la favela Acari, en la zona norte de Río de Janeiro, AI ha encontrado evidencias de que nueve de cada diez muertes causadas por la Policía Militar en 2014 fueron meras ejecuciones extrajudiciales. Con una media de 840 muertos por año entre 2005 y 2014, Amnistía concluye que la Policía del Estado de Río de Janeiro utiliza la fuerza letal de forma "innecesaria y excesiva”.

Para Alexandre Siconello, asesor de Derechos Humanos de AI en Brasil, la política de seguridad pública en Brasil no prioriza la reducción de homicidios. “El enfoque es combatir una supuesta guerra de drogas, que tiene entre sus víctimas a jóvenes traficantes negros, que viven en la favela. En Brasil se producen 56.000 homicidios por año, de los que 30.000 son jóvenes de 15 a 29 años, en su mayoría negros. Somos el país donde más jóvenes son asesinados en términos absolutos, más que en China, más que India o Estados Unidos. En términos proporcionales, en Brasil hay 30 veces más homicidios que en Europa. Solo nos superan países como Guatemala, Venezuela y Angola”, señala Siconello a El Confidencial.

La investigación realizada por AI muestra que los policías involucrados en crímenes durante el servicio suelen alterar la escena del crimen: mueven los cuerpos de lugar sin respectar los protocolos de investigación o colocan armas y otras “pruebas” cerca de los cadáveres. En los casos en los que la víctima tiene relaciones con el tráfico de drogas, la investigación realizada por las autoridades tiende a centrarse en el perfil criminal de la víctima para legitimar su muerte.

“El proceso de perversión comienza al inicio de la formación”, cuenta Rodrigo Nogueira en una entrevista desde la cárcel, publicada por la Agencia Pública de Reportajes y Periodismo Investigativo. “Cuando llegué al Centro de Formación y Perfeccionamiento, el primer contacto cuando sales del campo de entrenamiento es un camino cercado de árboles. Desde lo alto, los policías más antiguos comenzaban a disparar tiros y a soltar bombas. El camarada que debería ser entrenado desde el inicio para patrullar, comienza a ser confrontando con una guerra”, agrega.

"Si la formación no es buena, creas monstruos"

En su libro, Rodrigo, que entró en la Marina a los 18 años y siempre amó la vida militar, describe largo y tendido la transformación de un joven común, con vagos ideales sobre la defensa de la sociedad y la lucha contra el crimen, en un delincuente en uniforme que usa su posición para matar, secuestrar, practicar extorsiones y prestar servicios para la Milicia, un cuerpo paramilitar formado por expolicías que actúa en las favelas de Río como una banda mafiosa.

Su novela, que ha sido boicoteada por los altos mandos de la Policía Militar, traza un cuadro aterrador que no deja títere con cabeza. Su dedo acusador se dirige tanto a los reclutas, como a batallones enteros, tildados de corruptos. “En el Centro de Formación, la cultura de los instructores no es formar a policías. Es formar a combatientes. Y aquí radica el problema: formar a un combatiente para trabajar en una cosa tan compleja como es el aspecto social en el que va a ser insertado. Un día el policía está trabajando con un mendigo, otro con un juez, otro con un asesino, otro con un violador. Pero preparar a un combatiente para trabajar en este contexto, es muy delicado. Se tarda mucho. Si está formación no está bien hecha, acabas creando monstruos”, advierte Rodrigo.

Nadie, lo digo y lo afirmo, ninguna recluta sale del Centro de Formación listo para empuñar un arma en el medio de la calle”, afirma el exagente. “Pero él aprende enseguida que tiene que pagar para coger vacaciones, para quedarse en los mejores puestos del cuerpo y acompañar a los oficiales que se lucran con la venta del patrullaje”, añade.

Nogueira denuncia que los agentes aprenden en el día a día la práctica de la tortura. “Puedo asegurar que de las 10 personas que se diplomaron conmigo en el Centro de Formación, nueve jamás pensaron que pasarían por un proceso de deshumanización tan grande. El camarada ve a un pivete [menor infractor] llevándose descargas eléctricas, spray de pimienta en el ano, en los testículos, dentro de la boca y no siente ninguna pena. Al contrario, él se ríe, le parece divertido”, cuenta el ex agente. “Lo peor es que si te muestras conmovido por aquella práctica, puedes estar seguro de que te vas a convertir en el hazmerreír del batallón. Serás considerado débil e inepto para el servicio policíaco”, agrega.

El escritor hace hincapié en la progresiva glamurización de este estado deshumanizado. Para él, la sociedad carioca valoriza más al monstruo que al agente, y por eso nacen todo el tiempo monstruos. “Mucha gente de mi promoción ha muerto, está en la cárcel o ha sido excluida del cuerpo”, admite el escritor. “Pero la fábrica de monstruos está abierta, continúa. Siempre hay gente que quiere entrar por causa de esta glamurización del monstruo. En todas las oposiciones de la Policía Militar hay 80.000, hasta 100.000 inscripciones. Es mucha gente”, agrega.

El expolicía condenado también defiende la desmilitarización del cuerpo. “El soldado tiene una premisa: matar al enemigo. El soldado es formado para eliminar al enemigo y el policía no, por lo menos no debería. El policía, al contrario de lo que cree buena parte de la sociedad de Río, no fue formado para matar a nadie: no tiene enemigos. Por otra parte, los delincuentes son el resultado de nuestra sociedad, de nuestro contexto. El crimen es un hecho social y el policía no puede ver al criminal como un enemigo. No tiene por qué matarlo”, reflexiona Rodrigo.

Arrepentido y avergonzado por su conducta, Rodrigo intenta rescatar un poco de dignidad de su profesión. “Debajo de la cáscara monstruosa que envuelve este tipo de delincuente, el policía militar que se equivoca, había o talvez todavía hay un hombre que un día estudió, ganó una oposición, logró un diploma, hizo un juramento y actuó con garbo. Fue un orgullo para su familia y, al menos una vez, arriesgó su vida por la sociedad”, concluye.

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