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un miedo que estaba casi olvidado

Se desvanece el espejismo de paz en Brasil: las "balas perdidas" vuelven a Río

En los años 90, los cariocas se jactaban de reconocer el modelo de un fusil por el sonido de sus disparos. El miedo a las balas vuelve a cobrarse terreno

Desalojo de familias en una favela de Río de Janeiro. (Efe)

Hubo una época, allá por los años 90, en la que los cariocas se jactaban de saber reconocer el modelo de un fusil por el sonido de sus disparos. No eran bandidos ni narcotraficantes. Eran honestos ciudadanos que vivían cerca de las zonas de conflicto entre policías y narcos. Era la época en la que una guerra no declarada causaba centenares de víctimas cada año. Más que una excepción, las balas perdidas eran una constante en la ciudad tropical.

Con la implantación de las Unidades de la Policía Pacificadora (UPP) en una treintena de favelas, hace seis años, las balas perdidas dejaron de vagar por los cielos de las Cidade Maravilhosa y se convirtieron en algo insólito, sobre todo en la zona sur de la ciudad, la más acaudalada. Los cariocas se relajaron y por fin pudieron disfrutar de unos años de aparente calma, en la que la ciudad parecía realmente estar cambiando.

La tranquilidad duró hasta principios de este año, cuando los habitantes de Río de Janeiro fueron despertados de sopetón del sueño de paz. En menos de un mes, las balas perdidas han dejado al menos 31 víctimas (muertos y heridos). Entre las víctimas mortales hay una niña de cuatro años, Larissa de Carvalho, que fue alcanzada en la cabeza el pasado día 17. Salía con su familia de un restaurante en Bangu, un barrio periférico en la zona este de Río, cuando se escuchó un disparo. Acto seguido, la niña recibió el impacto mortal de una bala. Era la primera vez que la familia visitaba aquel restaurante.

El día 16, un niño de nueve años falleció después de recibir un disparo en una piscina en una ciudad del extrarradio, llamada Duque de Caxias: bala perdida. Otra niña, Lilian Leal de Moraes, de 12 años, resultó herida en la pantorrilla en una favela en la zona norte de Rio el 25 de enero: bala perdida. En Bangú, una jubilada se despertó en mitad de la noche sintiendo un dolor muy fuerte en la cabeza y encontró un lago de sangre en su cama: bala perdida. El 24 de enero, un adolescente resultó herido mientras jugaba en el patio de su casa, en Niterói, una ciudad costera ubicada en frente de Rio de Janeiro: bala perdida.

En esta macabra lista cambian los nombres, los lugares y la edad de las víctimas, pero nunca la causa: bala perdida. Según el Instituto de Seguridad Pública (ISP), 120 personas fueron víctimas de balas perdidas en 2013. De éstas, nueve fallecieron. En 2011, esta cifra fue sensiblemente más baja: 88 personas, siendo siete las muertes registradas.

En Rio de Janeiro, una ciudad donde siempre ha habido una cultura de ostentación de las armas, empieza a cundir el pánico, con una población cada vez más preocupada por la inseguridad ciudadana. Mientras, las autoridades lanzan un desesperado mensaje de socorro. El secretario de Seguridad, José Mariano Beltrame, dijo el pasado lunes que el aumento de las balas perdidas se debe principalmente a la existencia de “una nación de criminales” en el Estado de Rio de Janeiro, formada por “personas que no tienen apego a la vida humana”. Beltrame exigió al Gobierno Federal que emplee el Ejército para luchar contra la entrada de droga, armas y municiones en las fronteras del país. Desde abril de 2014, las Fuerzas Armadas están trabajando en la pacificación de la Maré, una de las favelas más violentas de Rio.

“Me gustaría saber si alguien sabe cuántas drogas, armas y munición entran en el país. Nadie tiene estos datos, porque el control es muy difícil. Hay 16.000 kilómetros de fronteras. Hay problemas que tienen que solucionarse fuera de Brasil. Es más inteligente, racional e barato combatir contra el narcotráfico en las fronteras que llevar a cabo acciones policiales aquí, en la Avenida Brasil, con enfrentamientos armados, policías heridos e inocentes fallecidos”, afirma Beltrame, que denuncia el agotamiento de los policías de Rio de Janeiro. Desde el pasado mes de noviembre, fueron arrestadas 4.410 personas y fueron incautados 65 fusiles, 578 pistolas, 539 revólveres y 54 granadas de mano. “Y a pesar de esto, las armas y la droga siguen entrando en Rio”, destaca Beltrame.

Pero hay quien también hace hincapié en la falta de preparación de los policías de Rio de Janeiro, una vieja polémica que resurge después de cada muerte mediática. “Existen dos tipos de balas perdidas. Uno está relacionado con el intercambio de tiros entre facciones rivales de bandidos. Otro envuelve a policías y bandidos”, explica José Vicente Filho, coronel en reserva y ex-secretario nacional de Seguridad Pública.

“No se puede pedir cordura a un bandido, a no ser que las autoridades promuevan el desarme. Pero a la policía sí se le puede exigir. Los tiroteos sólo son admisibles cuando el agente corre un riesgo serio, cuando alguien apunta un arma contra él o cuando alguien está en peligro”, añade. Para este coronel, resulta necesario mejorar las tácticas policiales para reducir al mínimo los disparos con armas de fuego.

Esta misma semana se ha sabido que el capitán Uanderson Manoel da Silva, de 34 años, comandante de una unidad de la UPP y muerto el pasado mes de septiembre durante un tiroteo en el Complexo do Alemão, fue abatido por error por un compañero. Es lo que demuestra el informe balístico tras cuatro meses de investigación. Se trata de una noticia esclarecedora en una ciudad en la que tanto la Policía como los medios de comunicación suelen atribuir por defecto cada herido o muerto a las balas de los narcos.

Las balas perdidas atormentan la población carioca desde hace muchos años. En una ocasión alcanzaron el cadáver de una mujer en su propio velatorio, dentro de su ataúd, en 2005. También hirieron a la tortuga de un morador de la favela Cantagalo, en 2002. Una veterinaria colocó una ruedecillas al animal afectado para que pudiese seguir moviéndose. “Durante años, cuando oía el sonido de los tiroteos en Santa Marta (la primera favela pacificada), dormía en el suelo del pasillo por miedo a las balas perdidas”, cuenta Luiza, que vive en el barrio residencial de Botafogo. “No me puedo creer que tras unos años de tregua, tengamos que volver a convivir con el miedo a las balas perdidas”, agrega.

Alexandre Corrêa fue víctima de una bala perdida en la favela del Alemão. Un día, mientras iba a trabajar, una bala perforó su pierna. Durante años limitó sus salidas a lo estrictamente necesario: trabajo y compra. Con la pacificación, Alexandre recuperó “la libertad de ir y venir” e incluso se aficionó a la fotografía, llegando a exponer sus fotos de la favela en España. Hoy se muestra muy preocupado con la recrudescencia de la violencia. “Es muy triste, muchos días no podemos ni salir a hacer fotos”, admite.

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