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retrato de coches deportivos y VILLAS DE LUJO

'Mirad, yo triunfé en España': la vida virtual que los inmigrantes transmiten a sus familias

El camerunés Adjaba está en Madrid. Se ha sacado fotos con un deportivo o frente al Bernabéu. Antes de emprender el viaje vio fotografías similares de amigos

Adjaba, un camerunés que reside en Madrid, se fotografía ante un Lamborghini.

¡Click! Adjaba delante del Santiago Bernabéu. ¡Click! Ashavi en un bar, viendo el fútbol. ¡Click! Shacool delante de un ordenador, con grandes auriculares. ¡Click! Víctor frente a una moto de agua. ¡Click! Yannick en un barco, con gafas de sol y pose de rapero. Un click más: ¡click! Picas junto a una casa en una urbanización de lujo. Las fotos se parecen más al Instagram de Beyoncé que a las imágenes que suele publicar la prensa internacional: hombres negros en lo alto de una valla con la Guardia Civil esperándoles abajo, al otro lado. Pero son los mismos hombres.

El local que ha elegido Picas Berny para la cita no aparece en ninguna de las fotografías que solía colgar hasta hace bien poco en su perfil de Facebook. Es una casa de dos plantas de una de las calles perpendiculares a la Avenida Mohamed VI de Rabat que gestiona una ONG marroquí de ayuda a la inmigración. En su interior hay una docena de inmigrantes del África subsahariana ocupados en tareas diversas: unos llaman por teléfono, otros esperan cita en una sala y, en la planta de arriba, dos mujeres escogen ropa procedente de donaciones de tres montones desparramados sobre grandes mesas: una con ropa interior y calcetines, la otra con partes de arriba y la tercera con pantalones.

El camerunés Adjaba está en Madrid. Se ha sacado fotos ante un coche deportivo y frente al Bernabéu. Como tantos otros, antes de emprender el viaje vio las mismas imágenes de amigos que ya habían emigrado y a quienes, aparentemente, les iba bien

Picas es camerunés, tiene 35 años, lleva cinco en Marruecos y ha pasado por todo: noches de invierno en el monte Gurugú, intentos de cruzar la valla hacia Melilla o en una lancha toy, desde Tánger; ha recorrido cien kilómetros a pie para llegar de nuevo a Nador, junto a Melilla… y, mientras hacía todo esto, las fotos que podían ver sus amigos y familiares en Camerún –con sus padres muertos, le quedan allí un hermano pequeño y unos primos– eran las de un Picas que vivía una vida muy distinta: fotografías en un centro en un centro comercial, junto a una villa rabatí o un coche de lujo que una vez se cruzó en Tánger.

“No se puede juzgar al que lo hace –explica a El Confidencial–. Muchas veces el hecho de que la familia vea esas fotos significa que el hijo, el marido o el hermano que ha dejado el país está bien, está vivo y no es un fracasado”.

La imagen de un sueño

Ashra lleva cinco meses en Marruecos. Llegó desde Camerún con una mochila con algo de ropa y unos pocos enseres personales que ha ido perdiendo en el viaje. Ahora vive junto a otras cinco personas en un piso del barrio de Boukhalef, en Tánger. No manda fotos, pero habla con su familia por teléfono: “No les miento, pero no les cuento toda la verdad. Es secreto profesional –comenta con media sonrisa–. No puedo decirles que ni siquiera tengo un jersey para ponerme”. Todavía sigue esperando su oportunidad para dar el salto a Europa.

Adjaba, también camerunés, está en Madrid, en un piso de acogida de una ONG, después de pasar cuatro meses en Marruecos y otros tantos en el CETI (centro de estancia temporal de inmigrantes) de Melilla. “La mayor parte de la gente se hace estas fotos. Cuando mi familia me preguntaba qué hacía en Marruecos, les contaba que hacía pequeños trabajos aquí y allá y que enviar dinero llevaría tiempo. Ahora que estoy en España saben que estoy haciéndome los papeles y que, hasta que no los tenga, no puedo trabajar”.

Por la consulta del psicólogo del CETI de Melilla pasan muchos inmigrantes relatando la doble vida que llevan, la de su realidad y la del retrato que transmiten a sus familias, en la que solo aparece una imagen sin sombras

También se ha tomado fotografías delante de un coche deportivo o junto a un amigo, frente al estadio Santiago Bernabéu, aunque su realidad fuera el monte en Marruecos y vivir en España de la ayuda de las organizaciones no gubernamentales que prestan apoyo a los inmigrantes. “No puedo estresarles con mis problemas”, asegura a este diario. Como tantos otros, antes de emprender el viaje, vio las mismas fotos de amigos suyos que ya habían emigrado y a quienes, aparentemente, les había ido bien.

Por la consulta del psicólogo del CETI de Melilla pasan muchos inmigrantes, que relatan esta doble vida que llevan, la de su realidad y la del retrato que transmiten a sus familias, en la que sólo aparece una imagen bien encuadrada y sin sombras, una imagen que conoce bien Enrique Roldán, director de Voluntariado de Cruz Roja en Melilla. Trabajó durante años como psicólogo en el CETI: “Es algo que les preocupa muchísimo. A veces sus familias emplean todos los medios que tienen para enviarlos y verse aquí, con la única posibilidad de un trabajo lavando coches o ayudando con las bolsas de la compra, es muy complicado de gestionar emocionalmente. Tienen en sus manos, en muchos casos, el bienestar de sus familias en sus países de origen. Te lo cuentan con pesadumbre. No les gusta mentir”.

“No pueden volver a su país con las manos vacías”

La idea es hacer ver a sus familiares que el esfuerzo no ha sido en vano, “que no eres un perdedor”, como dice Picas, y que están alcanzando un objetivo que persiguen y que materializan en una fotografía de lo que quieren conseguir, la imagen de su sueño. Tristan Bruslé, investigador del centro francés de investigación CNRS (Centre National de la Recherche Scientifique) ha observado el mismo fenómeno en los inmigrantes nepalíes que trabajan en Qatar pero, en este caso, no utilizan estas fotografías para tranquilizar a sus familias.

“Siempre se retratan en situaciones muy ventajosas: delante de un shopping mall, delante del mar… Nunca he visto una foto de un piso donde duermen, con otras diez personas, o de su lugar de trabajo, la construcción. Creo que tiene que ver con el descubrimiento de la modernidad; para ser moderno hay que estar en las redes sociales. No son para transmitir a la familia, porque en Nepal no todo el mundo sabe leer y mucho menos tienen acceso a internet. Se trata de desdramatizar la migración y valorizarse; una cuestión de estatus”, analiza.

Picas ha pasado por todo: noches de invierno en el monte Gurugú, intentos de cruzar la valla hacia Melilla… mientras, las fotos que podían ver sus amigos y familiares en Camerún eran las de un hombre que vivía una vida muy distinta

Los migrantes de esta generación se enfrentan al “aquí y ahora” de la sociedad de la información frente al “ni de aquí ni de allá” de los inmigrantes de hace unas décadas, escribe la investigadora sobre migraciones Dana Diminescu. Cruzan antes la frontera informática que la geográfica. Sin papeles y sin domicilio fijo, estas fotografías son también una forma de darse ánimos en el camino hacia el sueño europeo. “Pero muchas veces son ánimos engañosos, de una realidad que no es la que viven, sino la que quieren vivir”, puntualiza Roldán. Un postureo, como el que hace cualquiera en una red social, donde el objetivo es obtener un buen puñado de likes y comentarios como “cool”, “bien hecho” o “eres el jefe”, pero con un gran peso detrás porque no pueden volver a su país con las manos vacías. “Lo hacemos para mantener la sonrisa, para no volvernos locos aquí”, explica Koré Koula, de Costa de Marfil, que se ha sacado una foto delante de un Mercedes.

Ahora Picas alterna las fotos de postureo en Facebook con posts y links a reportajes sobre la situación de los inmigrantes subsaharianos en Marruecos, fotos en las tiendas de plástico del monte Gurugú o invitaciones a conferencias de las asociaciones en defensa de los derechos de los inmigrantes. “Lo hago para que la gente allí se dé cuenta de cómo es la situación, que no es nada fácil y que si los inmigrantes vuelven sin dinero no es porque no hayan querido trabajar o no sean espabilados”. Además, se lo puede permitir, desde su condición de miembro de una asociación, el Conseil des Migrants, que intenta –con éxito relativo y apenas financiación– ayudar a los inmigrantes subsaharianos que llegan a Marruecos.

Pero salvo estas pocas fotos y posts de Picas, y alguna excepción más, la mayor parte de los inmigrantes subsaharianos en Marruecos transmite una imagen construida en un entorno de lujo de alquiler, un escenario que pueden tocar con los dedos pero que no les pertenece. El frío en el monte Gurugú en invierno, los heridos después de una redada de la policía marroquí, las tiendas hechas de ramas y plásticos, las mujeres pidiendo en las calles o las diez personas que comparten piso en Boukhalef…, todo cabe escondido detrás del Ferrari.

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