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REGRESAR EN BUSCA DE UN FUTURO PARA TUS HIJOS

Pues yo me vuelvo a España

España es, pese a todo, uno de los mejores lugares para formar una familia. Diez años viviendo en el extranjero me han grabado a fuego esa sensación

Tres enfermeras españolas cargan con su equipaje tras llegar a la estación de La Haya (Reuters).

Sé que lo que voy a decir puede ofender a más de uno, sobre todo a los padres de tantos niños españoles, un tercio del total, en riesgo de pobreza. Pero lo escribo precisamente para ellos, en parte porque yo fui uno de los chavales siempre al filo de la navaja de la exclusión social. Mi mujer, mi hijo y yo dejamos Estados Unidos y volvemos a España. Ha sido una decisión precipitada en parte por asuntos familiares, aunque siempre hemos tenido claro que “en un par de años” regresaríamos. “En cuanto la cosa se ponga mejor”, decíamos.

Creo que nuestro país es, a pesar de todo, uno de los mejores lugares del mundo para vivir y formar una familia. Diez años viviendo en el extranjero, comparando estilos de vida y de sociedad, e informando sobre ellos, me han grabado a fuego esa sensación. He residido casi dos años en Londres, cuatro en Pekín y cumplo ahora tres en Nueva York. He pasado más de un mes en Ámsterdam, Buenos Aires y en distintas partes de Italia y Suiza; he visitado buena parte de Europa, Oriente Próximo y el sureste asiático, Japón y Australia. Por mi oficio, he tenido la suerte de conversar con sus gentes, revisar sus cifras macroeconómicas y analizar sus medios de comunicación. He llegado a la conclusión de que España en particular (y Europa Occidental en general) es un gran lugar, y quizá de los que más oportunidades educativas y sociales van a ofrecer a mi descendencia, al menos en sus primeras etapas.

Nuestro país es, a pesar de todo, uno de los mejores lugares del mundo para vivir y montar una familia. Diez años viviendo en el extranjero, comparando estilos de vida y de sociedad, e informando sobre ellos, me han grabado a fuego esa sensación. He residido casi dos años en Londres, cuatro en Pekín y cumplo ahora tres en Nueva York

Sé que esto resulta obsceno en estos momentos de crisis total. Pero creo que no se puede valorar un país sólo por el período actual, por el accidente casi mortal que acaba de sufrir y del que está recuperándose. Hay que sumar también su trayectoria reciente y sus oportunidades de futuro. Por supuesto, padecemos una insufrible élite extractiva (formada por algunos miembros de la política, la familia real, los sindicatos o la patronal). Es un país adormecido en muchos sentidos, con poca iniciativa privada, una juventud nada aventurera y acomodaticia.

Se tiende a primar el pelotazo sobre el descubrimiento, y el amiguismo ocupa demasiado a menudo el lugar de la meritocracia. Parte de nuestra clase empresarial ha sido incapaz de crear empleos estables, a pesar de tener a su disposición la generación mejor preparada de nuestra Historia. Los correos electrónicos casi nunca se responden, o se hace tarde, el café es más importante que el informe, y se trabajan más horas de lo necesario por culpa de una mala organización o de esa cultura absurda de calentar silla. Todo esto es cierto. Pero de todo ello se han vertido ya ríos de tinta. Y de tanto leer las crónicas de la crisis puede que se haya perdido la visión de conjunto.

He afirmado en otras ocasiones que, con las cifras en la mano, España es un lugar mucho mejor para la persona media que, por ejemplo, Estados Unidos. El ciudadano más representativo es quizá el que está en el centro (el del lugar 23 millones, si organizamos a los 46 millones de habitantes de menos a más renta). Ese ciudadano medio español es mucho más rico que su contraparte estadounidense (el del lugar 155 millones), por ejemplo. Sólo ciertos países europeos, Canadá o Australia están por encima. El valor 'mediano'de la riqueza en Estados Unidos es de tan sólo 45.000 dólares, mientras que el de España es de 63.300 y el de Bélgica, Francia, Reino Unido e Italia oscila entre 110.000 y 150.000, según el último informe de riqueza de Credit Suisse.

Viví la igualdad de oportunidades. Y no era el mejor estudiante, sólo era un buen estudiante. Años más tarde, como profesional en Nueva York, comprobé que, a pesar de lo que muestran los informes internacionales, la educación que había recibido era igual a la de mis amigos graduados en Columbia y Harvard

Pero, ¿y ese estilo de vida suntuoso que se ve en las películas estadounidenses? Existe, pero sólo para unas pocas decenas de millones de americanos. La élite extractiva de EEUU es mucho más eficiente que la española. El 75% de la riqueza del país está en manos del 10% de sus habitantes. Mientras, uno de cada seis estadounidenses necesita cupones de comida del Estado para alimentarse correctamente.

La igualdad de oportunidades

Yo crecí entre los barrios madrileños de Carabanchel y Aluche. Hijo único en familia monoparental, en mi casa vivimos etapas realmente duras de desempleo y amenaza de desahucio. Pero en todo momento estuve escolarizado en un instituto público con buen nivel académico. Ir al médico era lo que ocurría cuando nos poníamos enfermos; ni nos planteábamos si nos lo podíamos permitir o no. Mi acceso a la universidad fue facilitado por las becas del Estado y, lo que es más importante, sentía que la facultad pública a la que iba era un lugar en el que todos competíamos por igual. Sí, yo tenía que trabajar después de clase, pero no me vi abocado a estudiar en una universidad pública de segunda categoría porque otra privada fuera mejor, como ocurre en Estados Unidos.

Mi futuro no había sido determinado desde mi infancia. Viví la igualdad de oportunidades. Y no era el mejor estudiante, sólo era un buen estudiante. Años más tarde, como profesional en Nueva York, comprobé que, a pesar de lo que muestran los informes internacionales, la educación que había recibido era igual o superior a mis amigos graduados por las universidades de Columbia y Harvard. Lo mismo decían mis compañeros de facultad que habían ido a estudiar el doctorado en el país americano: el nivel teórico (mi carrera fue Ciencias Físicas, especialidad en Física Teórica) de las universidades estadounidenses era bastante bajo, me aseguraban, aunque por supuesto el material técnico era de primera categoría.

Una guardería en Nueva York no se puede conseguir por menos de 1.500 euros, si quieres que sea algo más que un apartamento con licencia. Además, si pretendes que tu hijo sea competitivo en un futuro, has de empezar desde bien pequeño a llevarle a la guardería adecuada, lo que es una auténtica batalla

Pienso mucho también en mis tíos. Una familia de cuatro miembros, el padre funcionario de baja categoría de la Comunidad de Madrid yla madre, enfermera con contratos temporales. Son poco más que 'mileuristas', como ellos mismos se definen. Están en la mitad de su cuarentena. Viven en un barrio obrero, Aluche. Su casa, pequeña, es acogedora porque está caliente en invierno y fresca en verano. Tienen cerca un parque, y están rodeados de colegios, supermercados con comida saludable, de buena calidad, y a buen precio (en Estados Unidos hay dos categorías de alimentos, los industrializados y baratos, atiborrados de antibióticos y hormonas, y los de alta gama, que resultan demasiado caros para la mayoría).

Mis tíos de clase media baja han podido dar a sus hijas una vida, unos estudios y una sanidad que, en Estados Unidos, en su nivel social y de ingresos, sería difícil de conseguir. Mi prima pequeña ha estudiado en un colegio bilingüe de la Comunidad de Madrid y habla inglés. Toca dos instrumentos y hace deporte. La mayor ha entrado en la carrera de Bioquímica con la matrícula gratuita, tras varios premios por notas en el instituto; uno modesto pero de gran calidad, el mismo al que fui yo, el Instituto Iturralde de Madrid. La familia disfruta de vacaciones anuales, y suele ir a la playa, de acampada, o incluso, cuando han ahorrado, visitan alguna ciudad del extranjero.

El nivel de vida

En Estados Unidos, ese 'tren de vida'en una gran ciudad sólo se lo pueden permitir los que ganan más de seis cifras al año. Comparemos Nueva York con Madrid. Un seguro médico para una familia de cuatro miembros en el mercado abierto (la cosa cambia en las grandes empresas, que, sin embargo, emplean a la minoría de la población) cuesta al menos 2.000 euros al mes, y viene con copagos y, hasta la entrada en vigor del Obamacare, con límites de gasto vitales (terribles para enfermedades largas y graves como el cáncer) y exclusiones para condiciones preexistentes. Una guardería no se puede conseguir por menos de 1.000 euros, 1.500 si quieres que sea algo más que un apartamento con licencia.

Además, si pretendes que tu hijo sea competitivo en un futuro, has de empezar desde bien pequeño a llevarle a la guardería adecuada, lo que es una auténtica batalla. Los centros exhiben cuántos de sus alumnos han llegado a las universidades de las Ivy League (las universidades más prestigiosas del país). Obviamente no se trata de lo que pueda aprender un niño de tres años, sino de colocarle en el circuito hacia la élite, y eso hay que hacerlo desde que tienen unos pocos años. La competitividad en este sentido es delirante. Hay un nuevo movimiento de padres que retrasan la entrada de sus hijos en la escuela para que sean los mayores del aula y así jueguen con ventaja: el más grande, el que lee antes…

En Nueva York hay muy buenos institutos públicos, pero no es la norma. Uno privado puede costar del orden de 20.000 euros anuales como poco. La universidad privada puede rondar los 30.000. Siempre queda la pública, más barata. La ventaja del sistema estadounidense es que se fomentan las universidades excelentes, frente al español en el que preocupa más la media. ¿Qué sistema es mejor? Depende, por supuesto, de dónde y cómo nazca uno. Si proviene de una familia acomodada, o sus genes y educación le hacen un gran estudiante o deportista, probablemente le vaya mejor en Estados Unidos. Pero eso no es lo más habitual, y en la lotería de la vida hay que considerar qué opción es la más probable. Debatiendo con un amigo resumíamos así la situación: lo ideal sería crecer y estudiar en España, terminar la carrera, e ir a trabajar y a ganar dinero a Estados Unidos, si eso fuera posible.

No niego que Nueva York, por ejemplo, es una ciudad fascinante. De hecho no hay otra igual. Los tópicos se quedan cortos: vibrante, energética, mucho más agradable de vivir de lo que pueda parecer, repleta de parques, pequeñas tiendas de barrio, amplias aceras. Pero hay una cara de la que no se habla. Yo la he definido alguna vez como una ciudad en vías de desarrollo, por su plaga de ratas y cucarachas; sus tremendos baches en las carreteras, sus penosos puentes, o el estado lamentable de su suburbano; o por la abundancia de asbestos y plomo en las paredes de sus edificios, mal restaurados.

En cuanto a la sanidad, la situación en el país americano no es tan cruda como se suele pintar. Casi siempre hay una solución, un programa de ayuda, un lugar donde ser atendido, pero la bancarrota por enfermedad existe con demasiada frecuencia. Los mayores problemas los tiene la clase media y media-baja, cuyos salarios llevan estancados años mientras el coste de la sanidad ha aumentado por encima del 5% anualmente, tres veces la inflación. Los pobres (los que ganan menos de 18.000 euros al año para una familia de cuatro, según la definición federal) tienen cubiertos los costes médicos por el programa Medicaid. Es cierto que siguen siendo pobres, y están esencialmente excluidos del sistema, pero eso ocurre en todas partes.

A pesar de lo que Hollywood pueda hacer creer, Estados Unidos tiene una de las porosidades sociales más bajas de Occidente. El sueño americano de conseguir medrar en la escala social es más cierto en Europa que en Estados Unidos. El 42% de los hombres que han nacido en el quintil inferior (una de las partes si dividimos la sociedad en tramos de 20% de riqueza) se quedaahí para siempre, frente al 25% de los daneses o suecos y el 30% de los ingleses. En cuanto a la relación que tiene el salario de un individuo con el que tenía su padre, España lo hace mejor que Estados Unidos, que a su vez lo hace peor que Alemania o Francia, todo según la OCDE. Por supuesto, otros países como Noruega, Finlandia, Canadá o Australia superan con creces la porosidad social española.

A todo esto hay siempre algún dato que contraponer. La misma organización de los países ricos OCDE mide en el Índice de Mejor Vida una serie de variables. España (es cierto que en el peor momento de su historia reciente) no sale bien parada en la comparación con la media de esos países en muchos aspectos (sobre todo empleo, ingresos y número de licenciados), pero aún mantiene fuertes otros puntos clave (esperanza de vida, equilibrio entre vida familiar y laboral, apoyo social). Y recordemos de dónde venimos: somos unos recién llegados al grupo de los países avanzados, y hemos sufrido una tremenda dictadura marcada por la autarquía en sus primeras décadas.

¿Y qué hay de la corrupción?

La clase política española está siendo linchada en el imaginario público colectivo, sin duda con algo de razón. Los chorizos engominados de la trama Gürtel, los sindicalistas andaluces que robaban a los parados, los miembros de la familia real que derivaban el dinero de fundaciones sin ánimo de lucro… Pero nada de esto habría salido a la luz si no hubieran funcionado la Justicia y los medios de comunicación.

En Estados Unidos la corrupción, entendida como imbricación del poder económico y político, es considerablemente mayor, pero tambiénes legal. No hay ningún problema en que la armamentística Lockheed Martin pague la campaña electoral al congresista que se sienta al frente de la comisión de armamento, por ejemplo. No es ilegal abonar jugosas contribuciones al Comité de Acción Política de la persona que luego determinará a quién se concede uno u otro contrato. La élite financiera despacha de forma de forma continuada con los representantes del pueblo; la famosa Calle K, donde se encuentran los despachos de los grupos de presión, está a tan sólo unos metros del Capitolio, donde se legisla. Los intereses de las pequeñas y medianas empresas, la mayoría en el país, raramente son reflejados en este sistema de influencias.

En Estados Unidos la corrupción, entendida como imbricación del poder económico y político, es considerablemente mayor, pero también es legal

Existen miles de variables más a tener en cuenta: en Estados Unidos mueren cada año 10 personas por cada 100.000 habitantes por arma de fuego, frente a las 0,60 españolas. La mortalidad infantil en Estados Unidos está en 5,2 por cada 1.000, frente al 3,5 español. La sanidad española está en el número siete del ranking de mejores sistemas del mundo, frente al lugar 37 de Estados Unidos, según la Organización Mundial de la Salud.

Aunque he tratado de razonarlo con cifras, quiero dejar claro que esto está escrito desde el corazón, desde la inevitable parcialidad de mis experiencias personales. Considero que vivir fuera es una de las experiencias más gratificantes. Es imprescindible salir cuando se es joven. Y, sin embargo, cuando llega el momento de decidir qué es lo que quieres que tengan tus hijos, los factores más relevantes son siempre los que más se tienen en cuenta: ¿dónde van a tener más probabilidades de crecer sanos y seguros, sin necesidad de pertenecer a la clase media-alta? ¿Dónde van a ser mejor educados, no sólo en lo académico, sino también en lo cívico? En este momento creo que hay pocos lugares mejores en el mundo para ser niño y adolescente que Europa Occidental en general y España en particular. Probablemente volveré a salir, más pronto que tarde, durante algún tiempo. Haré que mis hijos vean mundo. Pero, por el momento, y aún dadas las circunstancias… yo me vuelvo a España.

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