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cartas de perdón y amor desde la cárcel

La parricida confesa de Godella pide perdón por carta al padre, también en prisión

En su primera confesión la joven presunta parricida explicó: "He matado a mis hijos, me lo ha pedido Dios. Era la única forma de salvar sus almas y salvarme yo misma"

Foto de archivo de los gentes de la policía científica de la Guardia Civil investigando la muerte de los dos niños. (EFE)

El pasado 14 de marzo, la Guardia Civil recibió una llamada en la que alguien venía a denunciar una escena de violencia de género, incluido un cuchillo, donde una mujer huía desnuda y rauda de un varón. Las investigaciones posteriores descubrieron que los roles no eran tales y que las verdaderas víctimas estaban a esa hora ya enterradas: eran dos niños de corta edad, Amiel e Ichel, que habían sido brutalmente asesinados.

Los investigadores detuvieron a sus padres, María y Gabriel y la escena presenciada cobró sentido. El padre exigía a la madre explicaciones sobre el paradero de los niños que habían desaparecido durante la noche, incluso le agredió para averiguar dónde estaban. Ella daba excusas en un relato incoherente. Eso sí, el cuchillo fue una mala percepción, pura fantasía.

Las pesquisas posteriores determinaron que la autora material de la muerte de sus propios hijos fue María, la madre. No solo es que lo confesara, sino que además las pruebas biológicas la señalan, solo a ella. A pesar de los evidentes indicios, el fiscal sostiene que Gabriel, el padre, de alguna manera, manipuló la mente de María para lograr que ella acabase con la vida de sus hijos. Y aunque no hay prueba alguna, el juez instructor mantiene a Gabriel en prisión provisional. Allí recibía cartas de María, ya no, que se van a aportar al procedimiento judicial y dónde se refleja en opinión de los padres del acusado, la inmensa injusticia se está cometiendo con él.

A los siete días de ingresar en prisión, María le envío una misiva en tonos amarillos y naranjas en la que reconoce ser culpable. Comienza en letras mayúsculas diciendo: “Hola hermoso, mi alma gemela, te quiero y esto nunca jamás va a cambiar, perdóname por amarte. Esta carta es una carta de perdón, de mucho, estoy realmente mal, triste y arrepentida. Perdón porque yo traje la oscuridad a nuestra vida…”. A ojos de la madre de Gabriel, este es un reconocimiento expreso que demuestra que la autoría de la muerte corresponde exclusivamente a María.

"He matado a mis hijos, me lo ha pedido Dios. Era la única forma de salvar sus almas y salvarme yo"

La misiva continua así: “Perdón por ser como soy, siempre he estado luchando contra el mal en la tierra, debería haberme centrado en el bien. En realidad, debería únicamente haberme centrado en nuestra familia, y dejar las tonterías mundiales atrás, pero soy así, lo siento”. En su primera confesión la joven presunta parricida explicó: “He matado a mis hijos, me lo ha pedido Dios. Era la única forma de salvar sus almas y salvarme yo misma. Me da mucha pena la muerte de los pequeños, pero es que habían perdido su alma, no eran mis hijos. Es la voluntad de Dios y yo estoy tranquila. Al mayor le mandé a la escuela en septiembre y me di cuenta de que le habían robado el alma, estaba más violento, más agresivo, se enfrentaba a mí. A pesar de su edad era capaz de controlar mi voluntad, se colaba en mi cerebro y dominaba mi pensamiento. En cuanto a mi hija, es una tristeza pero nada más nacer le robaron el alma. La que tenía al morir no es la misma que cuando nació”.

Este mismo pensamiento lo repite en una de las cartas enviadas a Gabriel: “Yo solita traje esta desgracia. Desde que tenía quince o dieciséis años estuve más que implicada en entender el mal de este mundo, y me ha traído, y a ti, la muerte de nuestros hijos y la cárcel, más nuestra separación (…). Perdón por ser así, porque querer meter a Amiel en el colegio tan pronto, no imaginaba que los tentáculos de la secta llegarían tan cerca de nuestra vida, soy una inútil y tonta, jamás debí haber metido a Amiel en ese lugar cargado de maltrato y pederastia (…). Estoy mal, amor, todo se junta, mi odio a mí misma, mi nueva condena, el arrepentimiento de lo que he causado en tu vida y el mal tiempo”.

Toda la carta viene a suponer un reconocimiento tácito y casi expreso de que María, ella sola, sin conocimiento de su esposo y padre de los menores, terminó con la vida de sus hijos porque creyó que habían perdido su alma. Es más, María explica en la carta que estaba convencida de que los podría reencarnar: “Dudo hasta de mi ‘embarazo’, aunque sigo creyendo que nuestros hijos volverán a través de mi barriga algún día, cuando Dios quiera. Quiero una carta tuya, la deseo, no me llegan, y me pongo triste”.

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