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traca final del 1-O

Cuatro horas en el franquismo: el baño de masas de los 'indepes' antes del 1-O

El cierre de campaña por el referéndum se planteó como un espectáculo de exaltación patriótica para animar a la gente a desafiar al gobierno central y salir a votar el domingo

El presidente catalán, Carles Puigdemont, cierra el acto unitario a dos días del referéndum convocado para el 1-O. (Reuters)

La plaza de España de Barcelona tuvo ayer durante más de cuatro horas una boca de metro que te sacaba directamente al franquismo. Frente a la Font Mágica de Montjuic se congregaron miles de personas aparentemente convencidas de que viven “en una dictadura”, en “un régimen fascista”, en el peor de los estados autoritarios. “Algunos me dicen que España se parece a Turquía o Corea y yo les digo que es mucho peor”, describió desde el escenario Miquel Buch, presidente de la Asociación Catalana de Municipios.

Esteladas en el acto unitario previo al referéndum del 1-O en Montjuïc (Barcelona). (Reuters)

El cierre de campaña por el referéndum se planteó como un espectáculo de exaltación patriótica para animar a la gente a desafiar al gobierno central y salir a votar el domingo. Durante las primeras horas se escenificó la revolución del buen rollo, con grupos de música y dos presentadores sonrientes que insistían machaconamente en subrayar el ambiente festivo. Para confirmar que todo transcurría en los años del franquismo, la intervención más aclamada fue la de Lluís Llach cantando 'L'estaca'.

Después de más de dos horas de patriotismo lúdico, empezaron a comparecer los primeros políticos y activistas. Lo iban haciendo por orden inverso a su importancia. Con Albano Dante Fachin (Podem) empezaban las caras conocidas y los paños calientes para el único de los partidos presentes con intereses electorales en el resto de España. “Lo que está haciendo el pueblo de Cataluña no va contra ninguno, ni contra los andaluces, ni contra los gallegos”, dijo.

Luego vino Mireya Boya, de la CUP, que advirtió a sus compañeros de viaje de que “Roma no paga traidores”, una frase muy aclamada por el público. Aclaró que ella no quiere negociar “nada que no sea salir del Estado español”. Y recordó, por si alguien lo había olvidado, que allí todo el mundo seguía en el franquismo. “Tenemos 48 horas para declarar la república independiente de Cataluña. Si no lo hacemos, la farsa continúa y tendremos 40 años más de oscuridad. Pero si lo hacemos, desde el domingo seremos el muro contra el fascismo, la tumba de la dictadura […] y no olvidaremos al resto de Países Catalanes”.

Se buscaba una demostración de fuerza, de unidad, de “un pueblo unido que quiere ser un país normal”, deslegitimando cualquier postura enfrentada

A pesar de estar mental y emocionalmente en una atroz dictadura, la organización del evento fue realmente buena. No se escatimaron gastos. El sistema de sonido, con un altavoz por farola en toda la avenida, generaba el ambiente envolvente de los mejores conciertos. Salió al escenario Marta Rovira (ERC), que reconoció que los últimos 15 días se han vivido como si fueran tres meses. “Hemos superado y aguantado la presión. Hemos aguantado la represión política. Pensaban que nos dejaríamos arrancar los carteles y arrestar a nuestros líderes. Pero aquí estamos, alegres y combativos”.

Después vino Marta Pascal (PDeCAT), que se llevó uno de los aplausos más tímidos de la noche. Durante unos segundos parecía que incluso iba a sacar al auditorio del franquismo para pasar a hablar de Mariano Rajoy, “el que cierra webs, el que manda a la Guardia Civil, el que cierra el espacio aéreo…”. Pero no se atrevió a tanto y acabó el discurso devolviendo la normalidad al acto al afirmar que “aquí hay gente que luchó contra el franquismo y ahora vuelve a hacerlo”, dijo.

Asistentes atentos al desfile de portavoces del independentismo en Montjuïc. (Reuters)

El acto se empezó a hacer demasiado largo y refrescaba. Una situación incómoda incluso para tratarse del franquismo. Las banderas calientan, pero no tanto. Y algunos optaron por marcharse a casa antes del clímax. En el escenario se iban sucediendo bomberos, maestros, una política escocesa… No hubo tiempo para darles voz a todos y algunos, como el representante de la comunidad sij, se tuvieron que contentar con saludar con el brazo. Se buscaba una demostración de fuerza, de unidad, de “un pueblo unido que quiere ser un país normal”, deslegitimando cualquier postura enfrentada. Todo lo que no entra en la foto es fascismo.

Neus Lloveras, alcaldesa de Vilanova i la Geltrú y presidenta de la Asociación de Municipios por la Independencia, quiso contar una anécdota. Al parecer la entrevistaron en una “cadena nacional” y le hicieron unas preguntas que demuestran que “no entienden nada en España, que nos tratan como tontos”. Pese a esa cerrazón, dijo, “no verán odio, no verán violencia, verán gente pacífica, llena de ilusión, porque en Cataluña somos así, somos buena gente”. Se despidió diciendo que la única manera de salir adelante es “con un Estado propio”.

El clímax se iba acercando y les tocó el turno a Jordi Cuixart (Òmnium) y Jordi Sánchez (ANC). Apelaron a los “hijos de la nueva república que nacerá” y hablaron de la “nación que se ha alzado de una vez por todas y que nadie podrá parar”. Sánchez mandó un mensaje a la Policía Nacional y la Guardia Civil. “Os pedimos que penséis que los que vais a encontrar en los colegios electorales son como vuestros hijos y vuestras madres, probablemente familiares vuestros porque este es un país que se ha hecho con la aportación de millones de personas, también gente de vuestros lugares de nacimiento”.

En los momentos finales apareció el vicepresidente de la Generalitat, Oriol Junqueras, que no efectuó un mitin al uso sino que se limitó a llamar al voto y a recordar el camino recorrido (“desde la cárcel se escuchan las caceroladas y los cánticos”). Visiblemente emocionado, dejó que el público lo aclamase varias veces y agitase las esteladas antes de arrancar su discurso. La parte más emotiva quedó un poco arruinada porque llevaba preparado un discurso muy parecido al de Sánchez, apelando a los sentimientos de los guardias civiles enviados “para acabar con las libertades de Cataluña”.

Puigdemont cerró el acto hablando, cómo no, del “Estado autoritario”. “Ya estamos aquí, ya hemos llegado hasta aquí […] y ahora tenemos el domingo para ganar la independencia”, dijo. Se mostró “impaciente” por votar (“estas 48 horas nos esperan las horas más largas”) y dio las gracias a “toda la gente que se está movilizando alrededor del territorio para proteger al Gobierno, las instituciones y nuestros derechos”. Buscó también la retórica triunfalista. “Ya hemos ganado. Hemos vencido mentiras e intimidaciones […] El Estado autoritario no nos quería dejar llegar hasta aquí. Pretendía, porque no nos conocía, que nos rindiésemos ante la primera dificultad”, dijo. El golpe más aplaudido fue, una vez más, el del antagonismo, el enemigo externo. Los catalanes, remató, quieren construir un país que “no les dé vergüenza” y en el que no haya gente que grite “a por ellos”.

El acto acabó igual que había empezado, con el Himno de la Alegría, y el auditorio se fue por donde había venido. Fueron dejando atrás el parque temático del franquismo y volvieron al presente, a un país considerado “democracia plena” en todos los rankings internacionales.

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