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de reina del procés a renegada

Carme Forcadell: de cancerbera soberanista a sobrevivir en el caos

Señalada por sus compañeros cuando militaba en ERC y 'traicionada' por Artur Mas por ser demasiado ambiciosa, acaba de hacer su penúltima pirueta ante el Supremo

La presidenta del Parlamento de Cataluña, Carme Forcadell. (Reuters)

Carme Forcadell (Xerta, 1956), acaba de dar otra pirueta en el relato del 'procés' con su declaración ante el Supremo. La presidenta del Parlamento catalán, en un principio fue republicana díscola y acabó como presidenta de una institución que, tras el 155, ha sido de facto intervenida y disuelta. La peripecia que comenzó con el penoso espectáculo del pleno del 6 de septiembre, con imposiciones por la fuerza de sus argumentos en la Cámara legislativa catalana y cercenando los derechos de los diputados de la oposición y más propio de una monarquía absolutista que de una democracia avanzada, tuvo este jueves un episodio de freno y marcha atrás ante el juez. Para muchos observadores, aquel fue un día aciago. "Se denigró" a las instituciones catalanas y "se denigró a la democracia", con argumentos —cuanto menos, curiosos— para justificar la vulneración de los más elementales principios de la democracia. Lo de este jueves, para muchos de sus correligionarios, aún está por valorar.

Se podría decir que a Forcadell le había tocado el desagradable papel de guardiana de las esencias del Movimiento (independentista). Lo malo es que es un papel que a ella parecía gustarle y que se identificaba con su personaje, añadiendo al mismo matices insólitos y ocultos del soberanismo catalán. Y también daba la sensación de que, como hizo en su época Ramón María del Valle-Inclán, Forcadell se había convertido en actriz e imitadora de sí misma. O sea, la presidenta del Parlamento imita y mimetiza a la presidenta de la ANC. Porque de la primigenia concejala de ERC en el Ayuntamiento de Sabadell a principios de siglo queda poco de envoltura, aunque la esencia sea la misma. Solo cambiaba que Forcadell se había convertido en la encarnación de ‘Lady Independencia’, con mayúsculas, intentando destacar en este escenario como si fuese una musa de un cuadro de Delacroix.

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Nunca ocultó sus ambiciones. Quería ser presidenta de la Generalitat, pero el astuto Artur Mas le ganó la partida y la propuso para presidenta del Parlamento, eliminando a su principal rival. Desde entonces, Forcadell había asumido que podía destacar como el símbolo de las ansias soberanistas de la radicalidad catalana y en eso ha empeñado su existencia desde el otoño de 2015.

Hace años, Carme Forcadell se contentaba con mucho menos: un día, se presentó en el despacho del alcalde de Sabadell, donde era concejala, porque quería responsabilidades en Seguridad Ciudadana y, sobre todo, ser la jefa de la Guardia Urbana, con mando directo sobre el cuerpo. El alcalde, Manuel Bustos, llamó al líder de ERC en la comarca para comentarle el extraño ofrecimiento de la ambiciosa concejala. “Ni se te ocurra”, fue la respuesta que recibió de otro dirigente de Esquerra al cabo de pocos días. “Estábamos hasta el gorro de ella, porque quería mandar más que nadie y pisaba a quien fuese”, explicó a El Confidencial uno de sus superiores en Esquerra en aquellos momentos. Y a Carme Forcadell la laminaron en su propio partido los suyos. Ahora es ella la que lamina a quien se le ponga por delante. Y si es un ‘españolista’, mejor.

El 'bochornoso' espectáculo

Salidas de tono, advertencias fuera de lugar, inflexibilidad y autoritarismo fueron los ingredientes básicos de la sesión del 6 de septiembre que le "lanzó a la fama" pese a desprender un aroma político a regímenes totalitarios. La concejala de pueblo se había transformado en la musa de la independencia, abrasando el concepto de democracia y subvirtiendo la legalidad. Un detalle que debía preocupar: cuando la portavoz de JxS, Marta Rovira, justificó la laminación de los derechos de los diputados de la oposición aduciendo que era la única salida que tenía el independentismo y que si no les gustaba lo que ella mandaba, podían recurrir 'a posteriori' a los tribunales, Forcadell ofició como su cancerbera y respaldó a su compañera de filas. Para ello, no tuvo inconveniente en evitar que los diputados de la oposición pudieran expresarse. Cortó micros, llamó al orden y amenazó a los representantes de los ciudadanos con tono autoritario. Fue más una áspera institutriz que abanderada de Delacroix.

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Otra muestra de la baja calidad democrática de la presidenta: PSC y Ciudadanos pidieron entonces a la Mesa del Parlamento que reclamase un dictamen del Consejo de Garantías Estatutarias (CGE), obligatorio en cualquier proyecto, proposición o decreto ley. Forcadell ignoró las peticiones, cuando debería haberles dado curso. Era su obligación. Pero ella antepone —siempre lo ha hecho— la devoción a la obligación. Y más si está en juego acallar las voces discordantes con la secesión. Pese a todo, el propio CGE le advirtió de su soberbia y de su patinazo: la presidenta tenía la obligación de atender la petición de PSC y de C’s, cosa que no hizo.

No era esa la primera vez que Carme Forcadell hacía lo que considera, sin importarle si es legal o no, legítimo o no, democrático o no, y ha retorcido las leyes para dar cobijo a determinadas bajas pasiones políticas de los independentistas en el Parlamento catalán. Por ello, había pasado de ser 'marcada' en ERC cuando militaba en sus filas a ser reverenciada porque seguía los dictados más estrambóticos que se le podían plantear. Tras su fracaso por controlar la Guardia Urbana de Sabadell, se afanó en dinamizar Òmnium Cultural en la capital del Vallès. Y ahí alguien se fijó en ella: necesitaban una mujer muy ‘cañera’ para encabezar el experimento de la Asamblea Nacional Catalana.

La depresión y la jugada de Mas

La escogieron y no defraudó. Estuvo tres años al frente de la organización (lo que le permitían los estatutos) y cayó en una depresión enorme cuando tras ese lapso de tiempo dejó de sonar el teléfono. Cuatro meses más tarde, volvió a sonar porque como pago a sus servicios la introdujeron en las listas de JxS. Y movió hilos para ascender a la cúspide. Artur Mas tuvo miedo y le vendió el cargo de presidenta del Parlamento como compensación. Pero también se la sacaba de encima porque las entidades cívicas —o sea, la ANC, Òmnium y la Asamblea de Municipios Independentistas y la CUP estaban dispuestas a proponerla como candidata a presidenta del Gobierno en lugar de Artur Mas, denostado por los radicales.

En esos años, la ambiciosa exconcejala había aprendido a manejar la calle. Conoció cómo se presiona desde abajo y cómo se saca provecho del poder político, sobre todo cuando el poder político es cobarde y se amilana con facilidad, buscando que personas de paja le hagan el trabajo sucio. Y aplicó sus conocimientos a la nueva realidad que ponía en bandeja el poder en sus manos. Los políticos de los partidos eran los que mandaban, pero ella desde la ANC tenía poder, porque podía llenar las calles. Fue asidua del Palau de la Generalitat y se convirtió en el comodín imprescindible para movilizar a los independentistas y lanzar el ‘procés’. Mientras los políticos tradicionales se creían que eran ellos los que tenían la sartén por el mango, ella les comió el terreno y logró la ‘pole position’ en la loca carrera secesionista.

Poco patrimonio a su nombre

Sobre Forcadell se han hecho informes y estudios. Los servicios de información españoles tienen un abultado dosier con sus detalles personales y profesionales. Cuentan en él que había sido miembro de varias entidades ‘cívicas’ independentistas en los años previos a la eclosión del ‘procés’. Incluso trabajó para la Consejería de Educación, al ser coordinadora de Normalización Lingüística. Por otro lado, tiene poco que perder, porque apenas cuenta con propiedades a su nombre, ya que el patrimonio familiar está casi todo a nombre de su marido o de sus hijos. A nombre de ella, solo está el 50% de una vivienda de 168 metros cuadrados en Sabadell, una plaza de garaje en Esplugues de Llobregat y un terreno de más de 30.000 metros en Alcover (Tarragona).

En los últimos dos años, Carme Forcadell cambió de 'look'. Abandonó poco a poco el vestuario de motera 'yuppie' y acabó luciendo formas de ‘Lady Independencia’ como presidenta glamurosa del Parlamento catalán. Fue un cambio de 'look', pero no de chip: seguía siendo la intransigente y autoritaria concejala que era hace años. Distinta por fuera, igual por dentro. Al menos hasta este jueves, cuando ante el juez y respondiendo a las preguntas del fiscal, decidió acatar el 155 y declarar que lo que comenzó ese 6 de septiembre, terminó "con una DUI simbólica".

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