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MENORES QUE PASAN LAS TARDES SOLOS

Los 'niños llave' de la crisis: cómo convertirse en adulto con 11 años

Muchos menores se quedaron en casa en los peores años de la crisis cuidando de sus hermanos mientras sus padres trabajaban, asumiendo tareas de responsabilidad

Foto: EFE.

La ONG Educo ha pulsado el botón rojo de alarma. Su estudio ‘Nativos de la crisis: los niños de la llave’, refleja que 580.000 niños de entre 6 y 13 años estarán solos este verano en su casa mientras sus padres trabajan. Los progenitores de los chavales no tienen dinero para actividades extraescolares, colonias y menos para vacaciones. Comen solos y se divierten solos, sin control adulto.

Vídeo de la ONG Educo

¿Tiene alguna consecuencia criarse solo? La tiene. Educo alerta de que estar sin supervisión adulta puede suponer aislamiento y riesgo de exclusión social: estos niños son más irritables, no tienen ni límites ni rutinas y son incapaces de gestionar sus emociones ante la imposibilidad de compartir sus problemas con un adulto. Los especialistas explican que pueden caer en el consumo de alcohol y drogas, en el peor de los casos, y de manera más común, en una mala alimentación abusando de productos precocinados. Sin olvidar la exposición a internet, televisión y consolas sin restricción.

La ONG ya alertó de la soledad de los menores en 2009. Entonces publicó su primer informe de los 'niños llave' –llamados así porque llevan colgada del cuello la llave con la que entran en sus casas–. En uno de los peores años de la crisis, la ONG concluyó que 350.000 menores estarían solos durante el verano. Sin embargo, era solo una cifra porque, según explican, “nada más supimos de aquellos niños de los que tuvimos conocimiento”. Aquel primer estudio lo realizó la Universidad de Comillas a través de una encuesta nacional con 9.000 niños de primaria en los centros educativos; cuestionarios anónimos que no pusieron cara a las cifras. Hemos querido darle la vuelta a las cifras y descubrir si se puede salir de la espiral de exclusión social y soledad a la que parecen estar destinados los 'niños llave'. Laura y Pablo* lo consiguieron: ella, con esfuerzo y responsabilidad; él, gracias al trabajo de una organización no gubernamental.

Laura tenía 11 años cuando su padre le dijo que tenía que hacerse cargo de su hermana, solo dos años menor, mientras él trabajaba. Recogerla, comer juntas, hacer los deberes y restringir las horas de televisión. “Cuando se separaron mis padres sabía que mi vida no sería la misma”. Laura hoy tiene 23 años, está graduada y viviendo en una ciudad diferente a la que creció. Sus años escolares pasaban por recoger a su hermana, abrir la puerta con su propia llave y ejercer de adulto.

Los 'niños llave' no tienen ningún control adulto sobre el uso de móvil, internet o televisión. (EFE)

“A veces mi padre me dejaba la comida hecha y otras tenía que hacer cosas sencillas como un huevo o una ensalada”. Las peleas no las tenía con la cocina, pero sí con su hermana, que lejos de verla como un adulto le discutía todo. “A veces era una discusión por la comida porque no le gustaba, otro por obligarla a hacer los deberes o restringir las horas de televisión. Me decía que no era su madre y que era una chivata porque le decía a mis padres cómo se había comportado”.

Recuerda aquellos años con cierta presión. “Yo hacía tareas que mis amigas del colegio no hacían, como la comida, fregar los platos o tender la ropa”. Sintió que debía ser un referente adulto para su hermana. “Mis padres me ponían como ejemplo y tenía miedo de decepcionarles, de que mi hermana se llevara una imagen que no correspondiera con la que mis padres querían que diera”. Laura vivió hasta los 7 años en Suiza. A los 5, su padre se marchó a España a buscar trabajo y ella se quedó con su hermana y su madre, que trabajaba por las noches. “Venía una chica universitaria a cuidarnos mientras dormíamos pero yo a los 7 ya me sentía responsable de mi hermana, por si se levantaba de la cama o le pasaba algo”.

No cree que aquellos años en los que se saltó el escalón de preadolescencia para llevar una casa influyeran demasiado en su forma de ser “aunque las madres de mis amigas siempre dijeron que era más madura que el resto”. Tampoco repercutió en sus estudios. “Mis padres estaban preocupados porque afectara a mis notas, pero sorprendentemente empecé a sacar mejores calificaciones; yo creo que tenía tantas cosas que hacer que aprovechaba mejor el tiempo”. Su hermana sí empezó a perder peso al no comer o coger de la nevera lo que quería. Y este es uno de los problemas de los que alerta Educo, la mala alimentación de los chavales que se quedan en casa sin control.

Recuerda aquellos años con cierta presión. “Yo hacía tareas que mis amigas del colegio no hacían, como la comida, fregar los platos o tender la ropa”

“Yo creo que mi caso es una excepción porque es muy fácil hacer lo que quieres sin que nadie te diga nada. Y en el ordenador tienes multitud de posibilidades. Yo asumí mucha responsabilidad con mi hermana”. Laura también ejercía de adulto los sábados por la mañana si su padre tenía que trabajar y, por supuesto, en verano. “Mi padre era profesor en un pueblo alejado de casa y en verano daba clases en una academia. Y era igual de estricto con los horarios que durante el año. Creo que a veces demasiado, que nos coartaba un poco la libertad”.

Pablo es otro 'niño llave' de la crisis, aunque su caso es diferente al de Laura gracias a la ayuda de la Fundación Balia que cuenta con programas para la inclusión social de menores. Si no fuera por ellos, ahora estaría “en una banda, en un gueto”. “Todos mis amigos han acabado ahí, incluso los que rechazaban ese tipo de vida”. Llegó procedente de Venezuela con 9 años, junto a sus tres hermanos y sus padres. Una vida nueva, en un país “al otro lado del mundo” y si conocer a nadie. Sus padres trabajaban, así que debían quedarse los tres –Pablo, su gemelo y el hermano de 11 años– en casa. “Mi madre nos dejaba la comida hecha, nos decía que no abriéramos la puerta a nadie y, sobre todo, que no montáramos jaleo. Podía venir la policía y meternos en un lío grande”.

Recuerda aquellas tardes aburrídisimas”. “No nos dejaban salir de casa y yo me aburría muchísimo”. Un día vio una publicidad de un taller de baile de la fundación y decidió comentárselo a su madre. Le pareció bien y abrió el camino para sus otros dos hermanos. Uno se apuntó con él y el otro decidió probar el baloncesto. “Me cambió la vida. No era nada sociable cuando vine aquí y ahora hablo hasta con los perros”.

No tienen ni límites ni rutinas y son incapaces de gestionar sus emociones ante la imposibilidad de compartir sus problemas con un adulto

Según su punto de vista, tener algo que hacer por las tardes le alejó de acabar en otros derroteros. “Seguramente ahora, con 19 años, estaría por ahí tirado. Estaría en un grupo de barrio. Todos mis amigos que no están en el taller de baile están metidos en cosas raras. A mi nunca me gustó esa vida pero aquellos que la rechazaban han ido cayendo”. Los chavales que consiguen plaza en la fundación deben entregar sus notas cada trimestre y, si suspenden, pasan de baile o baloncesto al grupo de estudio, a recuperar las asignaturas. “Como no quería ir a estudiar por las tardes, me esforzaba por sacar buenas notas y seguir en el taller de baile”.

Con 19 años está terminado su módulo de FP en electricidad, acaba de volver de un voluntariado en Escocia y tiene el sueño de convertirse en jugador de béisbol profesional. “Aunque, si no me sale bien porque no hay futuro aquí, estoy pensando en convertirme en profesor de baile”. A los 18 años deben dejar la fundación pero es raro aquel que decide no volver más; lo hacen como voluntarios, transmitiendoles los valores que ellos aprendieron a los nuevos. “Yo a la juventud de hoy la veo perdidísima y eso que tengo 19 años. Solo están pensando en irse de botellón o quedarse en casa a jugar a la PlayStation. ¿Por qué no se buscan algo para divertirse sin beber?”.

*Laura y Pablo son nombres falsos para preservar la intimidad de los protagonistas.

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