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LA LUCHA DEL 39º CONGRESO FEDERAL

Pedro Sánchez, el líder triunfador con nervios de acero y piel de rinoceronte

El ex secretario general vapulea a Susana Díaz. La suya es una victoria épica amasada en apenas unos meses tras salir abruptamente de Ferraz y cuando muchos le daban por muerto

Pedro Sánchez, al finalizar su mitin en el Muelle de la Sal de Sevilla, este 19 de mayo. (EFE)

Aquel hombre joven, atlético, hasta atractivo, que escaló hasta el peñón de Ifach ante las cámaras de televisión para darse a conocer, para pulir el personaje de dirigente moderno, acorde con los tiempos, intrépido pero prudente a la vez, poco se podía imaginar que poco, muy poco tiempo después, tendría que ascender un Himalaya mucho más costoso. Los ochomil que median entre el infierno de la funesta y tormentosa salida de Ferraz, el hundimiento anímico, las dudas, y la gloria de coronar la cima de una montaña para la que nadie le creía preparado, con el viento en contra y la adversidad pegada a su cuerpo. Pero lo hizo.

Pedro Sánchez Pérez-Castejón (Madrid, 29 de febrero de 1972) es así. No claudica nunca. Nada parece erosionar su capacidad de resistencia. Y eso es lo que ha desconcertado a sus rivales. Su perseverancia, casi temeraria, o su obsesión enfermiza, depende de a quién se pregunte. La voluntad de no dejarse jamás vencer y seguir adelante. Pase lo que pase y arrolle a quien arrolle.

Lo ha demostrado en menos de ocho meses. Ha transitado de la penumbra a la luz, ha sabido cabalgar a lomos de la iracundia de una militancia decepcionada con sus mayores por la abstención del PSOE que permitió a Mariano Rajoy permanecer en La Moncloa y que no perdona. Ha construido la imagen de un David capaz de sobreponerse, arropado por la épica de los luchadores, a la tempestad. Y ha logrado renacer de sus propias cenizas. Reinventarse. Resistir cuando sus enemigos le daban por muerto. Y ganar, ganar con rotundidad contra pronóstico. Por más de 10 puntos de diferencia con su rival. Ganar hasta humillarla, arrollándola en todos los territorios menos Andalucía y América, y dejando Euskadi a su exlendakari, Patxi López.

Sánchez ha sabido resucitar cuando sus enemigos le daban por muerto. Y ganar hasta por más de 10 puntos de distancia a Díaz. Ganar hasta humillarla

Sánchez no es el ejemplo canónico de líder socialista. No es "uno de los nuestros", como resumió gráficamente el exministro Pepe Bono en una reciente entrevista. Es un 'outsider', en realidad. O al menos así lo ven sus adversarios. Un tipo "inconsistente", sin cimientos sólidos en la cabeza, que da "bandazos" y cambia de criterio según entiende que le puede ir mejor, como le espeta Susana Díaz. Un dirigente que, rompiendo con la tradición no escrita de su partido —y este es el reproche principal—, no asumió sus dos sucesivas derrotas electorales, en las que perforó el suelo del PSOE, conduciéndolo hasta el abismo de los 85 escaños y sumiéndolo en una profunda división interna. Claro que Sánchez cree que ese balance no se puede abstraer del "cuestionamiento" que sufrió casi desde el primer día por los mismos que le auparon a la cima de Ferraz, en julio de 2014. Ni tampoco del cambio de escenario, dada la fragmentación parlamentaria y la entrada con fuerza de dos nuevos actores, Podemos y Ciudadanos, lo que a su juicio vicia de raíz todas las comparaciones con el pasado.


Un pasado como 'fontanero'

Hace tres años, Sánchez apenas era conocido. Había entrado en el Congreso, por dos ocasiones, de rebote, por el abandono de sus escaños de Pedro Solbes, primero, y de Cristina Narbona, después. El ingreso en el Parlamento le había permitido dejar atrás su carrera como concejal de la oposición en el Ayuntamiento de Madrid y salir a la luz tras años como 'fontanero' en Ferraz, a resguardo de Jordi Sevilla y del entonces todopoderoso secretario de Organización, Pepe Blanco, que fue quien le fichó para su equipo. De aquellos años con José Luis Rodríguez Zapatero al mando del PSOE procede también su contacto con Miguel Sebastián, ubicado en el ala más liberal del PSOE, de ahí que los adversarios de Sánchez le nieguen pedigrí y credenciales de dirigente ortodoxo de izquierdas. Ambos trabajaron juntos en la preparación del programa económico de las generales de 2004.

Llegó a Ferraz gracias a Díaz, pero ella se distanció de él casi desde el principio, y poco después la brecha se fue agrandando con sus mentores

Pasada la humillante derrota de las generales de 2011, Alfredo Pérez Rubalcaba y su número dos, Elena Valenciano, hicieron lo posible para repescar al madrileño, y propusieron a Narbona para el Consejo de Seguridad Nuclear (CSN). Sánchez regresó al Parlamento y al poco se encargó de la coordinación de la parte económica de la conferencia política de 2013. Una proyección que aprovechó para patearse las agrupaciones de media España y hacerse un hueco en un firmamento socialista entonces ocupado por Eduardo Madina, Patxi López y Carme Chacón. La catástrofe de las europeas de mayo de 2014 le catapultó. Díaz amagó con dar un paso al frente, pero Madina no se retiró y ella se resguardó en los cuarteles de invierno. Pero antes movilizó Andalucía y todos los aparatos regionales que orbitaban en torno a ella para procurar la victoria del madrileño. Lo consiguió. Se hizo con 64.116 papeletas, el 48,67% del total.


Díaz apenas conocía a Sánchez en aquel momento. "Este chico no vale, pero nos vale", fue la impresión que sacó cuando decidió, con Tomás Gómez, Zapatero y Ximo Puig, impulsar su candidatura. Pero su relación se enfrió casi desde el primer día. No toleró que ambicionara enseguida con hacerse con la nominación a La Moncloa. Tampoco una estrategia que consideraba frívola. El resto de la historia es conocida: el rosario de desencuentros con sus mentores —Zapatero, Pepe Blanco, Pepe Bono, los barones— se fue agrandando sin remedio, pero en lugar de intentar cerrar fisuras, Sánchez daba un salto hacia adelante. Decapitó a Gómez sin miramientos como un primer golpe de autoridad, en plena precampaña de las andaluzas de 2015.


Galopando sobre las elecciones

Sánchez se sentía a veces "más un caballo de carreras que un secretario general" por la acumulación de procesos electorales que servían como un examen y que hacían pender la guadaña sobre su cabeza. Para las generales del 20-D intentó reforzar sus listas con los fichajes de Zaida Cantera e Irene Lozano —este último, muy contestado internamente—, protagonizó una campaña anodina y se hundió hasta los 90 escaños, que calificó de resultado "histórico". Los barones amagaron con echarle el lazo, pero le dieron una vida más, la que necesitaba para intentar negociar un Gobierno de cambio. Experiencia frustrada y segundas elecciones, las del 26-J, en las que aún hundió más al PSOE: 85 diputados.

Con la renuncia de su escaño decidió competir por el liderazgo, pero siguieron meses de dudas y zozobra hasta que el paso de López lo estimuló

Pensó en la abstención, incluso con condiciones. Pero a la vuelta del verano trasladó que no se movería del 'no es no'. Bajo ningún concepto. Fue de hecho su emblema para las elecciones vascas y gallegas del 25-S, en las que firmó otro mínimo histórico. Sánchez sabía que su cabeza peligraba y materializó la idea que había madurado en aquellas semanas: un congreso exprés ideado para blindarse en el poder y dejar una puerta abierta a la negociación de un Gobierno alternativo en tiempo de descuento o bien ir a elecciones, con la confianza de que el PSOE sería premiado por mantener su negativa a Rajoy.

Pero no tenía números para llevar a cabo su plan. A las 17 dimisiones de miembros de su ejecutiva orquestadas para forzar su caída, precedidas por el tajante desmarque de su protector, Felipe González, siguió el hiperbólico y bochornoso comité federal del 1 de octubre. Sánchez perdió su apuesta de congreso exprés, tuvo que dimitir y le reemplazó una gestora con plenos poderes ejecutivos liderada por Javier Fernández. La nueva cúpula corrigió el rumbo y viró la nave en tiempo récord hacia la abstención a Rajoy. El exlíder renunció a su escaño entre lágrimas. Entonces, según los suyos, tenía decidido que intentaría regresar, tomarse la revancha.

El ex secretario general prometió volver pronto a la carretera. Pero se demoró. Sintió "flaquezas", tuvo momentos en los que pensó que no merecía la pena seguir, pudo escuchar cómo sus colaboradores más estrechos, empezando por su número dos, César Luena, y los barones que le respaldaban, le abandonaban. Uno tras otro. Incluso la única presidenta que estaba de su lado, la balear Francina Armengol.


La ola ascendente

Reapareció en noviembre en Xirivella, Valencia, y allí pudo palpar la acogida de las bases, que sus detractores minimizaron. En diciembre viajó hasta El Entrego, en Asturias, y se sorprendió igualmente de la receptividad de la militancia. No adelantó sus planes. Sus íntimos organizaron a finales de año una reunión con una sesentena de dirigentes en Madrid, para animarle a dar el paso. Pero no se decidía. Los más fieles se temían que tirase la toalla. Por aquellas fechas parecía abatido, sus adversarios le daban por muerto, pensaban que el estiramiento de los tiempos, la colocación de las primarias en mayo y del 39º Congreso en junio, jugaría a favor de Díaz y contribuiría a sepultarlo. Se equivocaron. Mucho. Para entonces ya comenzaban a montarse las plataformas sanchistas por todo el país, una especie de aparato paralelo que serviría para cimentar su alternativa.

Hábil en el manejo de las expectativas, dio la sorpresa con los avales y alarmó a los susanistas, que confeccionaron otro relato y salieron al ataque

Fue el salto al ruedo de Patxi López, anunciado el 14 de enero, lo que espoleó a Sánchez. Preparó enseguida su salida: lo hizo dos semanas después, en Dos Hermanas, en Sevilla, en tierra hostil. Desde el primer momento articuló los fundamentos de su discurso: la "candidatura de la militancia" frente a las élites del PSOE, la protesta por la abstención, la disyuntiva entre dos modelos —el suyo y el de Susana Díaz—, el recuerdo constante del comité del 1 de octubre en el que se le "derrocó", la reivindicación de un PSOE "resituado" en la izquierda, el acercamiento, luego matizado, a Podemos apenas un año después de proclamar el "mestizaje ideológico" tras pactar con Ciudadanos. Un discurso compacto hacia fuera, pero con goteras visto de cerca, y envuelto con la eficaz bandera del 'no es no'. No a un PP acechado por la corrupción frente a una Díaz y una gestora dibujadas como unos paniaguados frente a Rajoy.

La gestora confirma la victoria de Pedro Sánchez

Sánchez dejó crecer hábilmente la ola de apoyo. Peregrinaba de acto en acto fuera de los circuitos oficiales —las casas del pueblo—, reventaba los aforos, se dejaba contagiar por el entusiasmo del público y evitaba a la prensa. Ni entrevistas, ni declaraciones. Su discurso no tenía réplica. Sus segundos, mientras, se encaraban con la gestora (por el 'crowdfunding', por los censos, por la ponencia marco...) y echaban leña a la caldera. Solo después de Semana Santa quiso romper su silencio. Pero siempre de forma medida, para no pinchar la burbuja. Salvaba sus contradicciones con el pasado alegando que era un hombre nuevo, que había madurado, que no era el mismo Pedro que asumió las riendas del PSOE en 2014. Tampoco sus confidentes y sus colaboradores eran los mismos. Levantó un nuevo equipo, nucleado en torno a los diputados José Luis Ábalos y Adriana Lastra y a sus leales Juanma Serrano y Maritcha Ruiz: Santos Cerdán, Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, Paco Salazar, Quico Toscano, Óscar Puente, los guerristas Manu Escudero y José Félix Tezanos, y los diputados Susana Sumelzo, Odón Elorza, Luz Martínez Seijo, Zaida Cantera, Rocío de Frutos o Margarita Robles, los emisarios que han desplegado su mensaje por toda España.


Los avales fueron su gran golpe de efecto. Maestro en la gestión de las expectativas, dejó que corriera la convicción de que Díaz le comería en este primer asalto y de que tampoco se emplearía a fondo en él. Pero sorprendió. Puso más de 57.000 firmas sobre la mesa, que menguaron a 53.692 tras la validación de Ferraz. Solo 6.539 rúbricas de diferencia con la que comenzó con el marchamo de favorita. Los avales cambiaron la campaña. Se convirtieron en el verdadero punto de inflexión.


El candidato había logrado tener el viento de cola, remar a favor de la corriente mientras hacía sonar todas las alarmas en las cancillerías susanistas, que pusieron su maquinaria a tope para impedir su victoria. Sánchez se creció. No le importó recibir el cantado rechazo de López a integrarse en su candidatura, ni despreciar a los medios, aunque luego buscó un cierto acercamiento con ellos. No brilló en el debate a tres, donde Díaz le asaeteó por sus "bandazos", sus derrotas electorales, su egoísmo —"Tu problema eres tú, Pedro"— y su modelo de país. Él siguió adelante, agitando la furia de las bases y evitando frenar los "insultos" que los susanistas denunciaron sin descanso. La percepción era nítida: Sánchez podía ganar. No estaba muerto, como creían. Pasó lo que en tantas otras ocasiones: le subestimaron y no calibraron su resistencia numantina, su fortaleza interior.


Y esta vez también sus enemigos subestimaron el potencial de su victoria. Pero su triunfo es inapelable. Una decena de puntos de ventaja sobre su directa competidora, ventaja consistente en casi todos los territorios. Un techo que era impensable hace tan solo 15 días. Ya lo dijo uno de sus colaboradores, el valenciano Andrés Perelló, cuando ni siquiera había comenzado la recogida de avales. Él sería el tercer resucitado. Primero Lázaro, luego Cristo... y luego Pedro Sánchez. No falló. Ahí está Sánchez, el renacido.

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