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La paradoja de Djokovic: le entrenan para que sea feliz y él cada día parece más triste

El serbio se ha rodeado de un gurú español que no parece haberle hecho mucho bien y de Andre Agassi, un jugador carismático pero desordenado. Todo parece darle la espalda ahora mismo

Djokovic se lamenta tras un punto con Thiem. (Reuters)

Novak Djokovic tiene peor fama en España que en el resto del mundo. Su mayor delito conocido era plantarle cara a Nadal, algo que muchos aficionados no llegaban a aceptar con facilidad. Aficionados, todo hay que decirlo, más al jugador de Manacor que al tenis en sí mismo, pero bueno, ahí están. El caso es que Djokovic, 12 grand slams en la vitrina, era un enorme tenista y, además, un tipo afable.

Una de las primeras imágenes que se tiene de él es la de aquel guasón que imitaba a sus compañeros de profesión. Ridiculizaba, decían los amigos de la ortodoxia que difícilmente aceptan el sentido del humor. Porque es difícil ver la maldad en aquellas muecas en las que emulaba ser Nadal o Sharapova. Era un poco el bufón del grupo, pero también el tenis necesitaba algo así. Jugadores tremendos ya tenía el circuito a Federer y a Nadal. Novak daba un perfil algo diferente a ellos, siempre tan pulcros, elegantes, con tan pocas salidas de tono. De alguna manera, tan sosos. Al menos eso decía la teoría.

La historia de Djokovic es bien conocida. Es el primer miembro de su familia en haber cogido una raqueta de tenis. Sus padres estaban relacionados con el esquí, él mismo es un buen esquiador. Ellos regentaban una crepería en la estación de Kopaonik y el estado yugoslavo decidió poner tres pistas de tenis en las instalaciones. Teniéndolas ahí, siempre presentes, hubiese sido una lástima dejar pasarlas. Y así es como se forja un gran campeón.

Es Serbia y son los años 90, nada marca más una infancia que la guerra. Djokovic, como Ana Ivanovic, entrena en una piscina vacía. Tienen que salir corriendo cuando las bombas caen sobre la localidad. Una infancia dura que no cambió nada. En Novak no hay exilio, solo unos años difíciles que no modifican su trayectoria. Pronto empieza a destacar con la raqueta, a ser entendido como uno de los mejores jugadores para el futuro. Tiene siempre una sonrisa en la boca, algo que se había mantenido estable hasta hace poco.

Es difícil saber hacia dónde va la carrera de Novak Djokovic. Ha cambiado de entrenadores, ya no está Boris Becker, que le dio un empujón para superar a Federer y a Nadal. Sobre todo en lo psicológico. El alemán, que fue un grande del tenis, le enseñó desde el esfuerzo, le entonó más que nadie y diagramó un tenis que le ha dado para dominar el circuito un par de años. En cuanto a Vajda, era casi un padre, el profesor de siempre, una suerte de Toni Nadal para su carrera. Aparentemente ambos están amortizados, no tienen más que decir.

El adiós de Becker, la llegada de Agassi

En el caso de Becker se fue con cierto cabreo y advirtiendo a media voz de lo que estaba por venir. Porque cuando una leyenda como él dice que no se está entrenando al ritmo necesario para seguir siendo el mejor es que algo hay. Djokovic no es el primero ni será el único que, un día, decide que no puede seguir dejándose la vida por su oficio. Hay otras cosas y, por lo que se ve, más importantes. El rubio alemán no aceptaba ese compromiso. O César o nada, parecía decir en su despedida.

Es casi más extraño pensar en su sustituto. Andre Agassi es, a nadie se le ocurre dudar esto, uno de los grandes jugadores. El de Las Vegas era uno de los talentos tenísticos más puros que se han vistos, un jugador extraordinario pero, también, muy inestable. No hay más que leer su biografía, 'Open', uno de los mejores libros deportivos que existen para saber que no es un hombre que irradie calma y estabilidad.

Más al contrario, en la vida como en el deporte Agassi era un huracán, un hombre con el mayor de los talentos que durante su carrera se perdió en varias ocasiones. De haber sido estable es posible que hubiese tenido tantos grandes como su rival, que no enemigo, Pete Sampras. Pero no lo logró, se quedó bastante lejos de hecho, y fue porque él era más errático que calmado.

Además, Agassi nunca ha sido entrenador de tenis, que no quiere decir que no sea capaz, es más bien que nunca ha parecido interesado. En una época estuvo haciendo asesoría a jugadores que se ejercitaban con Darren Cahill, su entrenador en la última parte de su carrera, o Gil Reyes, el preparador físico que siempre le acompañó. Les ayudaba porque normalmente los jugadores que entrenaban con ellos estaban en Las Vegas, por amistad de algún modo, sobre todo con Reyes, una figura clave para entenderle.

Pero no era Agassi entrenador, era más bien un gurú. La voz de la experiencia que podía sentar a Verdasco en una silla y contarle cualquier cosa porque más que un técnico hablaba un ídolo de infancia. El rol es muy distinto, ahora será una persona de dedicación diaria, que viaje con él, casi más célebre que él incluso (Agassi es una verdadera estrella del rock) una personalidad única que igual no es la que resuelve este acertijo.

El gurú no le saca la sonrisa

"Dejadle de lado, no tiene nada que ver. He perdido el tercer set de esa manera por mis errores", decía Djokovic tras la derrota contra Thiem. Tiene parte de razón, su vínculo es muy reciente y es improbable que lo bueno o malo que suceda ahora mismo en la carrera del serbio tenga relación directa con Agassi. Pero la simple justificación, ese intento claro de asegurar que no se está equivocando, ya da muestras de una cosa: Nole está nervioso.

Lo cual, por cierto, es una nueva paradoja. Porque quien sí ha estado durante meses a su lado es alguien que vende tranquilidad. Otra cosa es que esa tranquilidad sea real y no pura pseudociencia. No se le ha visto mejora alguna a Djokovic desde que está al lado de Pepe Imaz. Quizá porque el discurso no ha calado, no se ve por ningún sitio la paz y el amor en el jugador. Más bien al contrario, el serbio, que solía ser afable y divertido, que siempre parecía tranquilo y confiado, ahora es un manojo de nervios y frustraciones. Se le nota en la mirada que no está cómodo.

Tanto es así que él mismo se está planteando parar. Esto, para un tenista, siempre es una anomalía. "No es una decisión fácil, tengo que ver cómo me siento tras este torneo y después tomaré una decisión", decía. Los jugadores de su talento y ambición no piensan en esas cosas. Tiene 30 años, es joven, lo suficientemente capaz para seguir y recomponerse desde el tenis. Algo en su cabeza, sin embargo, parece decir que no. Y no será porque le falten 'coaches' o alimentadores del alma, tan de moda ellos, para decirle que tiene que ser feliz. Claro, que como consejo ese no debería de pagarlo, cualquiera podría decirle que es bueno ser feliz. Otra cosa es llevarlo a cabo, eso no siempre se consigue.

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