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el torneo que mostró al mundo el nuevo golf

Tiger Woods, el chico negro que revolucionó el golf hace 20 años en Augusta

En aquel abril de 1997 se convirtió en el primer negro en ganar el gran torneo. Lo hizo siendo el más joven, el de mejor puntuación y el que más distancia tuvo con el segundo. Ahí empieza la leyenda

Tiger Woods recibe su primera chaqueta verde en 1997. (Reuters)

Sería fácil decir que Tiger Woods ha sido uno de los más grandes golfistas de la historia, algo tan fácil de verificar como mirar su historial y empezar a compararlo con todos los demás que se ganaron la vida con un palo de golf entre las manos. Dejarlo ahí, en un deportista extraordinario, sería válido, sí, pero también incompleto. Eldrick Woods es mucho más que todo eso, es un icono, un pionero. El hombre que lo cambió todo.

Si hay que poner una frontera, el momento en el que el mundo se dio cuenta de que nada iba a ser cómo antes, la memoria se remonta 20 años atrás. El escenario es el campo más mítico del mundo, el único que tiene por derecho celebrar un grande todos los años, el Augusta National. Allí, en el corazón de Georgia, el estado sureño por antonomasia, estallaba la primavera y estaba a punto de nacer un mito. 1997, todos buscan la chaqueta verde.

Pero antes de comerse el mundo, un poco de contexto de cómo era el golf en aquellos días. Tiger Woods lleva solo unos meses como profesional pero ya ha ganado algunos torneos importantes. Todo el mundo hablaba de él en el circuito, por su pegada, por su talento, por la capacidad para jugar. Y también, cómo no, por ser diferente. La retransmisión del golf por televisión era una sucesión infinita de señores de mediana edad, todos blancos, de alturas similares, vestidos de forma uniforme. Era un deporte de cierta raigambre conservadora, aun hoy es percibido así por buena parte del público. Y entonces llegó Woods que era... otra cosa.

Para empezar, y en lo más obvio, Tiger Woods es de raza negra. Bueno, en realidad esto es más complejo de lo que parece, pues su madre es Tailandesa y con sangre holandesa. Es, por lo tanto, un amalgama racial que él mismo decide como 'cablinasian', una mezcla de caucásico, negro y asiático. En todo caso, y a efectos prácticos, algo muy diferente a lo que se estilaba -y, de hecho, aún se estila- en el circuito profesional del golf. Si Seve Ballesteros, por su pasión y su nombre latino, ya resultaba algo exótico en ese entorno qué decir de Woods.

Tiger, en la Ryder de 1997. (Reuters)

La historia en contra

Volvamos un segundo al Georgia, durante los años 60 y 70 en el corazón del racismo de Estados Unidos ¿qué pasaba en Augusta? Pues que todos los 'caddies' eran negros y los jugadores blancos. Hasta mediados de los años 70 ningún negro había participado en el gran torneo, no había miembros de esa raza como miembros del club y el racismo imperante en la zona se filtraba con facilidad allí. De hecho, en su historia de intolerancia el club no tuvo ninguna mujer miembro hasta 2005, cuando entraron dos, una de ellas la exsecretaria de Estado Condoleezza Rice.

Ni que decir tiene que cuando Woods empuñó los palos en aquel abril de 1997 aún no existía ningún ganador de la mítica chaqueta verde de raza negra. Pero él estaba llamado a ser el primero. No era el gran favorito, aún no eran esos días. Pero ya se empezaba a hablar de él. Había roto con todas las convenciones jugando y ganando en Stanford, una de las universidades más prestigiosas del país cuando aún no era profesional. Algo grande había en ciernes.

Porque, además de la raza, Woods era lo nunca visto. Empezando por la juventud. Esos 21 años eran una rareza en el circuito. El golf es un deporte de aprendizaje constante, los buenos jugadores nunca parecían ser jóvenes. Pero él sí, lo era, y no solo porque lo dijese su partida de nacimiento. No había más que ver su juego para saber que no había nadie como él.

Sus golpes eran majestuosos, larguísimos, mucho más de lo que se ha visto antes. Woods no es solo un golfista, es un atleta. Su cuerpo así lo dicta, brazos fuertes, espaldas anchas, ni un ápice de grasa corporal. Él no tiene nada que ver con el resto, ha llegado allí para demostrarlo y tiene hambre de demostrar en Augusta su valía.

Demasiada hambre quizá. Bogey en el hoyo 1, en el 4, en el 8, en el 9. Acaba de hacer la primera media vuelta como profesional en el campo y tiene +4. ¿Dónde está el prodigio? Los apostadores, que en buena medida confiaban en él, no creen lo que ven. El chico estaba jugando muy bien las semanas previas, de una manera similar a la que Jon Rahm está haciendo ahora mismo. Demasiada presión quizá.

Domar la tempestad

"Tienes que aprender que cuando sigues a Tiger no debes pensar demasiado en las emociones, él simplemente estará bien", decía su padre sobre él. Y nada más lejos de la realidad. En el hoyo 9 se le ve murmurar, da un golpe con su palo en la bolsa, habla con su 'caddie'. Y ahí empieza la remontada, porque no parece haber otra opción que su encuentro con la historia. En los siguientes nueve consigue seis 'birdies'. -2 en el día, que no es una puntuación soñada, pero tampoco está mal. A tres golpes del liderato.

Las dudas del principio fueron destruidas como si en lugar de un golfista hablásemos de una apisonadora. Los 70 golpes del primer día fueron 66 el viernes y 65 el sábado. Llegó a la jornada final con -15 en su tarjeta. Le perseguía, por llamarlo de alguna manera, Costantino Rocca, un italiano que había hecho un muy meritorio -6 en los tres primeros días. Bien, muy bien incluso, si no fuese porque en Augusta había un ciclón. Para la historia quedarán los 69 golpes del último día, suficientes para ponere con -18, 12 golpes mejor que cualquier otro competidor.

El cuarto negro en jugar el torneo lo había ganado con récord de puntuación, con mayor diferencia de la historia sobre el segundo y siendo el más joven en conseguirlo. Eso no es pedir permiso, es derribar la puerta. "Es mi héroe", decía Michael Jordan al saber lo que acababa de hacer Woods. El mayor icono del deporte americano, el hombre de los seis anillos, elegía a su sucesor. Es más, él fue quien le dijo a Nike que no podía hacer otra cosa sino patrocinarle. Y la multinacional, solícita, puso cuarenta millones de dólares encima de la mesa para el nuevo mesías.

Tan apabullante fue la cosa que la primera reflexión que tenían muchos profesionales de la época fue la necesidad de cambiar los campos, hacerlos más largos para mitigar el impacto de la estrella que acababa de nacer. Cuatro días necesito Tiger Woods para cambiar para siempre el golf.

El resto de la historia es de sobra conocida. Woods ganó 13 grandes más, y aunque sigue siendo profesional es poco probable que lo consiga de nuevo. El circuito en estas dos décadas se ha repoblado con jugadores fuertes, altos, de enorme pegada. Jugadores, en definitiva, como Tiger Woods.

Su peripecia personal es bien conocida, se convirtió en la portada de las revistas de todo el mundo, la revista Forbes le situaba en 2008 como la segunda personalidad más conocida de Estados Unidos solo por debajo de Oprah Winfrey, las audiencias del golf se dispararon -no así el número de practicantes- y consiguió lo que parecía imposible, que un deporte con fama de envarado se convirtiese de la noche al día en algo de moda. Su caída coincide con un bajón en el seguimiento que tiene poco de casualidad. Hasta Nike ha decidido dejar de hacer material deportivo de golf. Ya no tienen un rodillo que lo justifique.

Hoy la carrera de Woods parece terminada. Sus problema extramaritales le sacaron del circuito, los dolores de espalda, tan típicos cuando de golf se habla, hicieron de aquel tremendo pegador un golfista más. No llegó a alcanzar a Jack Nicklaus, que se retiró con 18 grandes ganados. Pero su figura es, cuanto menos, tan importante como la del Oso Dorado.

Y, hay que recordarlo, era un jugador que podía hacer esto.

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