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El armenio del United pulió su técnica en Brasil

Mkhitaryan, el hijo de Hamlet ya pone en pie al ‘Teatro de los Sueños’ con su ‘Ginga’

Tardó en coger la forma y Mou le sentenció tras perder con el City, pero Henrikh se ha repuesto y empieza a deleitar a Old Trafford con su mágica conexión con el balón

Mkhitaryan marca un gol con el Manchester United en la Europa League. (REUTERS)

En Old Trafford respiran profundo y aliviados tras comprobar que Henrikh Mkhitaryan es, en realidad, quien decía ser antes de recalar en el Manchester United. Un orfebre de la redonda que cada vez que salta al verde aparca en el vestuario su complicado apellido armenio para calzarse una imaginaria elástica verde-amarela y frotar la lámpara de su genio, que le emparenta directamente con el virtuosismo de los grandes ‘craques’ del gigante sudamericano. “En mi mente me siento medio brasileño”, suele decir ‘Micki’ y no le falta razón. La creativa manera que tiene de concebir el balompié hunde sus raíces en una cultura que descubrió a los 13 años cuando el Pyunik Erevan, eterno rival del Ararat, equipo del que su padre, Hamlet, fuera prominente figura en los 80, decidió mandarle un cuatrimestre junto a otras dos jóvenes perlas a Sao Paolo para pulir su técnica en las categorías inferiores del célebre ‘Tricolor’ paulista.

Una pequeña porción de esa ‘ginga’ (así llaman en Brasil al estilo de juego desenfadado, plagado de fintas y regates, que implantaron los Pelé, Garrincha, Didí o Vavá en la Canarinha a partir del Mundial del 58) que aprendió en los altos pastos del Centro de Treinamento de Barra Funda asociado a otro prometedor volante, de nombre Hernanes, la aplicó Mkhitaryan el pasado jueves ante el Zorya ucraniano para dejar ese sello marca de la casa en su primera diana con los ‘red devils’, la que abría las puertas de la siguiente ronda en la Europa League a los de Mourinho. “Me he quitado un buen peso de encima. Llevaba mucho tiempo esperando este gol, y era algo que me generaba intranquilidad. Ahora mi siguiente reto es hacer lo mismo en Old Trafford. Quiero marcar en casa, sentir el calor de nuestra afición celebrando un gol mío, así que trataré de esforzarme al máximo para lograrlo”, confesó tras cumplimentar en Odessa otra actuación de altos vuelos.

Lesionado y señalado por Mourinho

Una lesión nada más iniciarse la pretemporada y quedar señalado por Mou tras la debacle en casa ante el City de Guardiola le llevaron a desaparecer literalmente del equipo en el primer trimestre de competición. “Tiene que trabajar más para conseguir la intensidad y la aptitud real para jugar al más alto nivel”, repetía el técnico luso cada vez que era cuestionado por las reiteradas exclusiones del mejor jugador de la última Bundesliga en sus convocatorias. Pocos entendían la situación de un futbolista por el que el United acababa de abonar 42 millones de euros después de firmar 23 tantos y dar ¡32 asistencias! con la camiseta del Borussia Dortmund.

Lejos de hundirse anímicamente por la incomprensión de su nuevo míster, Micki se dedicó a ultimar su condición física y a estar mentalmente preparado para el instante en el que el de Setúbal le diera la más mínima oportunidad. Esta llegó a fines del pasado mes con motivo del crucial choque de Europa League frente al Feyenoord. El recital de juego, con sus destellos brasileros, la precisión quirúrgica de sus pases y una imbatible brega en la presión alta le permitieron presentarse, al fin, en sociedad a los ojos de la afición mancunian, puesta en pie para despedirle cuando Mou le relevó en el tramo final. “Sabemos que Mkhitaryan es un jugador con mucho talento y, jugando en un equipo muy ofensivo, puede darnos lo que necesitamos”, matizó el ex técnico del Real Madrid, que ya no ha podido obviarlo en los cuatro duelos siguientes, máxime después de repetir carnaval frente al West Ham en los cuartos de final de Copa de la Liga.

No era la primera vez que el mejor futbolista armenio de la presente década debía hacer frente a un arranque complicado de aventura. Le sucedió en Donetsk, cuando le auguraron un futuro desalentador en el Shakhtar por estar rodeado de 12 jugadores brasileños de primer nivel a los que nunca desbancaría de la titularidad; o en Dortmund, cuando los 27 millones que costó su transferencia le pesaban como una losa hasta que Jürgen Klopp le pidió que se olvidara del dinero y tratara de pasárselo bien cuando ingresara en el césped. “Es cierto que el comienzo de mi vida en Manchester no ha sido perfecto, pero no es la primera vez que sufro reveses al cambiar de club. Yo nunca me he rendido y, aunque fue duro ver a mis compañeros al otro lado, sabía que con trabajo y paciencia las cosas acabarían saliendo”, asegura.

La muerte de su padre

A diferencia de sus anteriores paradas, en esta ocasión a Micki le impulsaba un componente emocional estrechamente ligado a su infancia, más concretamente al instante que cambió para siempre su vida: la muerte de su padre, víctima de un tumor cerebral. Fue aquel trágico suceso, acaecido al poco de que su familia regresara de Francia, país donde Hamlet Mkhitaryan jugó para el Valence durante cinco temporadas, el que definió para los restos el cuaderno de bitácora de Henrykh. “Si hoy estuviera vivo, tal vez yo sería abogado o médico. En cambio, soy futbolista porque cuando estoy en el campo siento que él está conmigo. Cuando pisas Old Trafford es como si te subieras a un escenario. Si mi padre pudiera verme ahí, estoy seguro que se sentiría muy orgulloso. Era un estadio y un club que le cautivaban. Por eso creo que aunque no esté aquí, me ayudó a llegar a este lugar”, confiesa.

El fallecimiento de Hamlet aceleró el interés de Henrykh por el deporte con el que se ganaba la vida su progenitor y al que apenas prestó atención durante los siete años que lo disfrutó. “Empecé a entrenarme al año de su muerte. Él era mi motor de impulsión, mi ídolo. Me dije, tengo que correr como él, chutar como él. Teníamos un montón de cintas de video suyas jugando en Francia, y yo las veía a menudo para recordarle. Dos, tres veces a la semana miraba sus partidos. Era algo que me daba mucha felicidad, especialmente cuando la cámara le mostraba celebrando un gol o abrazando a sus compañeros. Mi padre vivía en aquellas cintas”, explica.

De aquella conexión mágica entre padre e hijo nacería el idilio que Micki mantiene desde entonces con la pelota. “Cuando tenía 10 años, toda mi vida era futbol. Entrenar, leer, ver, incluso jugar al fútbol a la PlayStation. Estaba totalmente centrado en eso. Me encantaban especialmente los jugadores creativos, los ‘maestros’. Siempre quise jugar con la destreza de Zidane o Kaká. Los dos habrían sido excelentes compañeros para Hamlet, que era un extremo de velocidad endiablada”, apunta.

Mkhitaryan heredó de sus genes ese frenético cambio de ritmo, aunque su exquisito dominio del balón y su onírica imaginación en el juego entre líneas se los debe en gran medida a su breve pero decisiva estadía en Brasil. “Volví a casa igual de flaco, pero con una técnica y habilidad enriquecidas. Me sentía como una especie de ‘Ronaldinho armenio’. Los brasileños son increíbles en su naturaleza. Es algo que no se puede describir, debes sentir esa calidez cuando estás con ellos para poder entenderlo. Yo no hablaba portugués, ni ellos armenio, pero afortunadamente todos hablábamos el idioma universal del fútbol. Me hice amigo de Hernanes y de otros chicos comunicándonos a través de la creatividad en el campo”, rememora.

Y es precisamente esa misma querencia por ser Matisse o Renoir con un balón en los pies lo que le está llevando a sintonizar cada vez con mayor nitidez con los Mata, Pogba, Rashford, Ander, Rooney o Ibra, para gozo y disfrute de Old Trafford, ese gigantesco teatro en el que ahora se mezclan indisolubles los sueños del clan Mkhitaryan.

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