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Viaje a los confines del landismo

La extraña figura de Mikel Landa, el ciclista que elige mal sus equipos (y los ataques)

El español tiene en sus manos la oportunidad de dar la campanada en el Giro de Italia. Sus grandes rivales son Simon Yates y Egan Bernal, pero está listo para sorprender de nuevo

Mikel Landa durante la primera etapa del Tirreno-Adriático 2021, en marzo. (EFE)

Actualización: Landa ha sufrido una caída a 3,4 kilómetros de la meta de la quinta etapa del Giro y no ha podido cruzar la meta, por lo que queda descalificado de la carrera. El percance sucedió en una zona de rotondas que da acceso al sprint, donde también cayó Joe Dombrowski, ganador de la etapa de ayer, que ha conseguido terminar sin apoyar el brazo izquierdo sobre el manillar. El ciclista vasco se encuentra bien y consciente, pero ha sido trasladado al hospital y se desconoce el alcance de las lesiones por el momento.

Pantallazo de la caída de Mikel Landa. (Eurosport)

El perfil que viene a continuación es anterior a la caída del español.

***

Mikel Landa. Ay, Mikel Landa. Con esos ojillos tristes, con esa sonrisa de “ven pacá, que te cuento lo de cuando me pararon en Finestre”. Mofletes como los de su sobrino, tan abrazable. Cierto toque de tipo despreocupado-pero-no, uno de los que triunfan en verbenas de pueblo, no me jodas, dejad ya al puto Tangana y tocad una de Los Suaves, hostias, Dulce Castigo, jajaja, cómo lo pasamos, oye. Seguro que saben a qué me refiero.

Mikel Landa, durante el Tour de Francia de 2020. (Reuters)

Solo que no. O no aún. O no siempre. Porque Mikel Landa es ciclista, ciclista profesional. Y, por mucho que diga la leyenda, uno no se mantiene en el pelotón (en la élite del pelotón) sin sacrificar romerías y miradas un poco así, como de medio lado. Queda para más tarde, eso. Casi siempre, vaya. Entre otras cosas porque tenemos asuntos por aquí. Oportunidades que, a lo mejor, ya no vuelven. El Giro. El Giro, qué bonito el Giro, qué pasión el Giro, ¿recuerdas subiendo Umbrail en el Giro? Ningún lugar como el Giro.

Allí conocieron por primera vez a Mikel Landa. Bueno, había dejado destellos antes, ¿eh? Sobre todo una etapa en las Lagunas de Neila, tirando del pelotón como buen gregario, recuperando más tarde, remache a los jefes después. Cosa seria. Pero, en fin... aquello era Burgos (en Burgos Landa se mueve como pez en el agua, quizá por cercanía geográfica, y porque sus verbenas son terreno conocido), y no epataba demasiado. Pero hete aquí que llegamos al Giro 2015. Landa en Astaná, escudero de lujo para un Fabio Aru que iba a comerse el mundo (y al final el mundo lo devoró a él).

Mikel Landa, leyenda de los "casis"

Enfrente, Alberto Contador. Bueno, más gente, y de pelaje diverso (Kruijswijk, Hesjedal, aquel extraño elemento que fue Jurgen van den Broeck, el bizarro Yuri Trofimov), pero, sobre todo, Contador. ¿Adelantamos el final? Segundo Giro para Alberto (tercero, según los hagiógrafos) y los Astaná que ponen picante al asunto. Landa, sobre todo. Dos victorias consecutivas de etapa, patadones por el norte de Italia como coces de caballo. Riendas bien firmes, eso sí, que si se nos desboca puede fastidiarnos al otro. Primera muesca en su palmarés de “casis”. Mikel Landa es, a día de hoy, una leyenda de los “casis”.

También tipo de currículum errático. Pasa por la Vuelta, ayuda otra vez a Aru, se quita el pinganillo cuando le da la gana, que si ponen reggaeton yo paso, mira, a tomar por el culo, que paso. Nos marchamos a Sky. Solo que allí... más de lo mismo. Brit Pop, no me jodas, que esto es para pijitos, que esto aburre a las ovejas. Blur, ¿en serio? Otra vez “casis”. Dos años de “casis”, oigan, que es marca muy a tener en cuenta, que no te lo mejora un tardoadolescente con las hormonas revueltas durante su primer verano loco. Casi en el Giro, donde siempre se cae, o le tiran, o le pasan cosas. Crono fantástica, un cagondios bien dicho cuando casi (otro “casi”) besa el suelo, desfallecimiento de esos de sudar mucho y caminar poco después de la jornada de descanso. También en el Tour. Y lo mismo, oigan. Un segundito al pódium, que ya es mala suerte. Sobre todo cuando atacas en la última de montaña y salta a por ti tu jefe (después de darte algo de cuerda, tampoco vamos a ponernos en plan fans histéricas).

Mikel Landa en tierras francesas. (Reuters)

Luego Movistar. Tricefalia, qué coño es eso, a mí me gustan los cefalópodos, y si son en forma de rabas mejor. Nunca funcionó del todo. Aun así... puestecillos. Regularidad. Cuarto y sexto en Giro y Tour, año 2019, cuarto otra vez en Francia durante la Grande Boucle pandémica. “Fíjate si será meritorio eso, si hasta acabar el Tour ya es un éxito”, nos dice Francisco Galdós, Paco, otro alavés que en 1975 estuvo a punto de ganar el Giro. Gran historia esa, por cierto, un día de estos se la contamos. Pasa a Landa que parece haber quedado atrás su diferencial en montaña, su capacidad para acelerar y que ya no le vieran. Digamos que se ha convertido en un escalador diésel, un poco rollito Escartín, pero aquí nos mola más la gasolina, dame más gasolina (¿ven?, se te cuela el sonsonete y luego no lo arrancas de ahí), y su reprís tremendo, y sus arrancadas épicas, y su meter metros a ojos vista...

“Es que Landa ha tenido una elección de equipos particular”, me dice Peio Ruíz Cabestany, antiguo ciclista que también corrió en Italia. “Contador, por ejemplo, siempre llevaba conjuntos tirando a flojos, sobre todo en los últimos años, pero Mikel ve, pondera, piensa y elige”. Así, a veces, pasa lo que pasa. Que te salen compañeros por el costado, decíamos. “Ahora le ocurrirá lo mismo, que se le pondrá Pello Bilbao por delante y acabará trabajando para él”, concluye, con sorna.

Y entonces... qué. Pues lo otro. Lo otro.

En los años setenta España enloqueció. Enloqueció de Landismo. El Landismo consistió en coger a un tipo pequeñajo, fofisano, con entradas hasta la nuca, nariz redondota e hirsutismo salvaje en espalda y hombros... y convertirlo en mito erótico. De chiste o de veras, pero ahí está. Las suecas, que vienen las suecas, que se me rifan a Landa. Sí, amigos, ríanse usted de los libros que sacan concursantes de Operación Triunfo sin saber las normas ortográficas... aquello sí que desafiaba a la lógica.

Visto lo visto, el Landismo nuevo igual no es ni tan raro. El Landismo. A ver, cómo se lo explicaría yo, oiga. Confianza ciega en que Mikel Landa podrá ganar una Gran Vuelta (o, en su defecto, alcanzar el pódium). Pues sí... pero no todo. Algo más. Una forma de entender las cosas. Seamos claros... brindis al sol. El espectáculo por el espectáculo. Apreciar más un ataque desesperado condenado a no prosperar que cualquier otra cosa. Siempre que, claro, el ataque sea agarrado abajo. Como hacía Pantani, como hacía Riccò, solo que de Riccò no nos gusta acordarnos. Bueno, de Pantani, en fin... pero nos pilló más jóvenes, y más inocentes, así que pase. Eso es Landismo. Depositar esperanzas excesivas en un tío que nunca ha podido cumplirlas (o, al menos, no de forma regular). Qué importa, Mikel gusta por cómo es y por lo que hace. Si no me fuesen a tildar de hortera diría que el Landismo es hasta una forma de vida (solo que lo releo y, joder... es una horterada).

El Landismo, una forma de vida

“A mí lo que me fascina es el Landismo”, me cuenta Peio, “y eso es mérito completamente suyo. Mikel es muy, muy inteligente, y lo alimenta. Porque allí, entre sus aficionados, hay de todo, nunca pasa desapercibido. A Landa lo amas o lo odias. Es un tipo que siempre genera expectativas, expectativas que nunca acaba por cumplir del todo, pero a la vez deja margen suficiente como para pensar que igual la siguiente vez sí...”. Y concluye con una comparación genial. “Es como una serie de Netflix. Tú ves un capítulo, te quedas con la intriga, miras el reloj, es tarde, qué hago, me voy a la cama... pero sigues, venga, probamos otro. Pues él igual. Y eso alimenta al Landismo”.

Landa celebra su tercera posición en el Tirreno-Adriático. (EFE)

El problema con los “ismos” es que al final tienes que refrendarlos con victorias, porque de lo contrario se te queda la cosa de un vacío existencial grande. Que yo también era muy de Quaranta (un tipo que se queda subiendo el primer puente de la carrera tiene siempre todo mi apoyo) pero oigan, tampoco marcó época. Y con el Landismo... ay. Llevamos unos añitos regular. Desde 2015, redondeando, las cosas como son. Quizá ese Landa no vuelva nunca, no nos engañemos, pero el tema debe dar para algo más que pósters bonitos. Aunque sean muy bonitos, ¿eh?, así, agarrado abajo. Un pódium, al menos, con lo rico que es. Ya si cae algo por encima de eso... joder, menudo fiestón. No quiero ni imaginarlo. Otro calimocho por aquí, coño, con bien de hielo...

El Giro está muy abierto

Y no pinta mal, el tema. En este Giro 2021, digo. Objetivamente hablando hay pocos que tengan más credenciales que Landa. Bernal y Yates, claro, pero ambos tienen interrogantes encima (no digo que Mikel no lleve una gordísima sobre el pelo, ojo... pero ahora hablamos de los otros). Un recorrido que le puede ir, con poca crono y el grueso de la montaña al final de la prueba, ese sitio donde siempre se mostró más fiable. ¿Abanicos? Francesadas. ¿Adoquines? Cosas de hipsters. Aquí somos clasicotes, y como mucho te metemos sterrato, que no sabes cómo vas a salir pero oye, a priori mejor que los pedrolos, ¿no?.

“El Giro está muy abierto”, dice Peio. “Están Yates, y Bernal, pero aun no sabemos cómo irá cada uno... añade que esto no es el Tour, que hay menos presión, que la gente asume riesgos y prueba cosas distintas con más libertad...”. Sumen a eso que parece bueno su estado de forma. El de Landa, digo. Poco a poco, sin diferencial claro para arriba (ya decimos que el tipo carbura a su ritmo... en general parece alguien tranquilote), pero con ausencia absoluta de enfermedades, caídas o similar.

Mikel Landa, en su época como ciclista del Sky en el Giro de 2017. (EFE),

“A mí lo que más impresiona de Landa es la facilidad que tiene para andar sin casi correr ninguna prueba antes”, dice Paco Galdós. “Ahí están sus resultados”, sigue, “tiene una fuerza descomunal cuesta arriba”. La curiosidad. ¿Y lo ves mucho, a Landa? “Bueno, a otros más, la verdad. Sé que a veces viene por una pizzería que tengo, pero no coincidimos demasiado”. Y luego que lleva un equipo de lo más chulo, Mikel, con dos o tres tipos como para marcarte ritmillo cuartelero en montaña. Claro que eso igual es hasta arma de doble filo, porque a Landa se le suele colar un equipier como líder, y luego quítalo tú de ahí, que yo tengo las manos atadas, no me jodas, otra vez lo mismo. Vistos los antecedentes no sé yo si Pello Bilbao no sería buena apuesta para el rosa...

Entonces... ¿confianza absoluta? No fastidies, eso no sería landismo, sino otra cosa. Indurainismo, o algo así. No, no, aquí confianza ninguna. Conociendo a Landa le puede tirar un bersagliere, o que le chamusque la bici algún dragón por los Abruzzos, incluso no es descartable un secuestro por parte de aquel basajaun que emigró a los dolomitas y tiene ganas de abrazucos caseros. Todo eso entra dentro de la ecuación, y por eso es maravilloso el asunto. Pregunto a Peio. “Yo creo que hará lo de siempre. Entre tercero y quinto, o así. Cuando no esté cerca de los mejores atacará y abrirá hueco. Cuando lo vigilen más ya no será todo tan fácil”. Paco Galdós casi clava el pronóstico. “Entre los cinco primeros, algún día fallará y se le irá la victoria”. Luego reflexiona. “No, entre los tres primeros, pódium”.

Y sin embargo... ¿Les soy sincero? Yo es que ni siquiera descarto que Mikel cometa la sublime grosería, la vulgaridad suprema, de ganarse el Giro. Sería una mancha enorme para su historial (eso que no va solo de palmarés, y que a ratos se pega de hostias con el palmarés) pero oiga, supongo que a él le iba a cundir bastante. Sea como sea... veremos. De una forma u otra no dejará a nadie indiferente en estas tres semanas. No sabe hacerlo.

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