a bicicleta es, desde hace casi un siglo, parte de la idiosincrasia del español. Encontró en ella algo más que un medio de transporte, era una forma de vida, un deporte lleno de éxitos, y fomentó a través de ella la cultura del esfuerzo. Y sin duda, esa historia de amor entre España y las dos ruedas sin motor no se habría producido de no ser por la brillante mente de los Otero.

Hace casi 100 años, el ciclismo estaba empezando a ser conocido. Todo invento vive un proceso de inmersión social en que los primeros compradores no pueden ser otros que la clase adinerada, pues la novedad hay que pagarla y con creces. En sus inicios, la bicicleta no fue considerada especialmente útil, era aparatosa, de madera y por tanto muy pesada, y para qué hacer el esfuerzo si ya lo podían hacer los caballos. El barón Karl von Drais, el precursor de este utensilio de transporte, acabó bajo tierra sin haber recibido los elogios y los méritos que conllevaba su esfuerzo intelectual, en 1851. Mucho después, a su bicicleta le añadieron pedales y empezó a adquirir el sentido que hoy le otorgamos y se popularizó alrededor del planeta. Pero a España todo llega tarde, siempre.

A principios del siglo XX, en la España pre-Guerra Civil había cierta calma bajo el reinado de Alfonso XIII. En esos tiempos que anunciaban convulsiones incipientes, hubo un señor en Madrid que decidió que ese cacharro iba a ser un elemento indispensable en la vida del país y le puso su apellido a una tienda de bicicletas en la calle Segovia. Bajo el puente, Enrique Otero se convirtió en pionero. No por tener una tienda, sino por lo que hizo dentro de ella. En su mente se originaron algunas de las ideas de cuya evolución surgieron las bicicletas que en estos momentos se disputan las grandes pruebas ciclistas del mundo, y ni siquiera la desgracia de que un atentado de ETA en 1992 destrozase la tienda de sus sueños quitó la ilusión a su familia. Otero, como lo llama su propia hija, Marisol (Sol para los amigos), imaginó una bici más ligera, agilizada para el uso deportivo y también para el personal, para esas personas que trabajan lejos de casa y prefieren cuidar la salud de camino a la oficina haciendo ejercicio. Y se preocupó por que cada uno de los usuarios estuviera lo más cómodo posible en su bicicleta. Ese posesivo no es banal: cada uno tendría su propia bicicleta, hecha por y para él, adaptada al milímetro, al miligramo, a la postura…

Otero creaba bicicletas hasta para los cuartilleros de Efe. (Carmen Castellón)

Sol no estudió nada relacionado con el ciclismo, ni con el mantenimiento de un negocio, pero ha mamado la bicicleta desde que tiene recuerdos. Su padre le hizo comprender desde muy pequeña que la bici es algo más que un simple medio de transporte, es una forma de vida, una cultura que merece la pena conservar para siempre. No era ella, Sol, la principal encargada de la tienda, pues esa responsabilidad recaía sobre todo en su hermano mayor, Enrique. Sol, sin embargo, tuvo que empezar a llevar las riendas hace no demasiado, cuando Enrique enfermó. Murió el pasado 16 de febrero y todo el ciclismo español se volcó en un sentido pésame. "Mi hermano era una persona muy querida", dice Sol, todavía con la emoción de la reciente pérdida y sabiendo que la responsabilidad de dos generaciones de Oteros recae sobre ella ahora.

El establecimiento se conserva en el mismo lugar que cuando en 1927 se levantó la persiana por primera vez. El ambiente del barrio le otorga todavía ese aroma a antiguo, a clásico que se respira por doquier en el Madrid de los Austrias, y la sensación en el interior es de estar ante la humildad de un lugar que un día fue una referencia internacional en el ciclismo mundial y que hoy en día vive de los recuerdos de una época gloriosa y de la sabiduría de los que dejaron el legado a los que aún aguantan. Es Sol la que se mantiene al frente de Ciclos Otero, la que aún cree en que tiene el fundamento suficiente, ya no para ser la referencia en el país, pero sí un lugar de culto hacia el ciclismo y el ciclista, en todos los sentidos posibles.

Fue Enrique Otero el primero que creyó que había que adaptar la máquina al ciclista y no al revés. Por eso ideó un chisme que hoy en día sigue siendo referencia por su valor histórico: el volúmetro. Un aparato que medía el peso, la longitud de los brazos, la postura, la cadencia... Todo eso se aplicaba sobre la bicicleta y cada cliente tenía su bicicleta, con una numeración única. Con ese número, la empresa sabía qué cliente era, cómo era su bici, cómo mejorarla. Todo. Federico Martín Bahamontes disfrutó sobre muchas de ellas. Marco Giovannetti ganó la Vuelta con ellas. Los históricos equipos de la ONCE y Seur corrieron con ellas. También Anselmo Fuerte, Eduardo Chozas... Y cada bici tenía la firma de Otero, no solo con el emblema de la compañía, sino también con las horquillas. Una pluma de escribir adornaba cada horquilla, porque Otero creía que el ciclismo era cultura. Y así lo creía otra mucha gente. De hecho, era habitual que en ciertos países algunos empresarios les pidieran bicicletas para untar a los políticos.

Federico Martín Bahamontes disfrutó de muchas biciletas Otero a lo largo de su carrera

El padre era la mente pensante sobre la parte técnica, el hijo era la mente pensante sobre la parte comercial. Fue Enrique Otero hijo el que popularizó las bicicletas Otero. Él fue quien diseñó campañas de 'marketing' en una época en la que a esa modalidad se la conocería, como mucho, como mercadotecnia, organizó la distribución de las máquinas, concibió anuncios... España entera conocía Ciclos Otero. Hasta el rey Juan Carlos se interesó por ellas. Surgieron innumerables ideas, como un tándem diseñado específicamente para ciegos (lo que originó la posterior colaboración durante muchos años con la ONCE y su equipo ciclista), la popularización de la bicicleta de montaña en nuestro país, o una de las primeras bicicletas de competición creada exclusivamente para mujeres o una bicicleta con un potenciador en el manillar perfecta para los velódromos.

Marco Giovannetti, con el maillot amarillo de líder de la Vuelta. (Movistar Team)

Años después, el Comité Olímpico Español alabó la labor en este campo y José Manuel Moreno, oro en el kilómetro contrarreloj en los Juegos Olímpicos de Barcelona 92, así como todo el equipo español de ciclismo en pista, montaba bicicletas Otero. Fue un premio a un año muy duro para Ciclos Otero. Un atentado de la banda terrorista ETA contra la Capitanía General de Madrid destrozó buena parte de la tienda y tuvieron que mantenerla cerrada durante tres años, trasladándose temporalmente al centro comercial La Vaguada. Las pérdidas fueron incontables. Desde bicicletas hasta el taller, incluso el archivo fotográfico se quedó en el olvido por culpa de la bomba que mató a cinco personas el 7 de febrero de 1992. Por suerte, los Otero no tuvieron que lamentar daños personales, más allá del imborrable trauma.

Las bicicletas que participaron en pista en los Juegos Olímpicos de Barcelona 92. (Carmen Castellón)

"Las ventas no son ahora nuestro principal ingreso. Por ejemplo, ya ni vendemos zapatillas de ciclista". Al principio, tenían la primera tienda de ropa exclusiva para ciclistas justo enfrente de la actual, pero no pudieron mantenerla. La historia dirá con orgullo que su padre y su hermano gestaron un gigante, pero el mismo tenía fecha de caducidad. No sabían cuándo sería, pero antes o después, el mercado mundial acabaría engullendo de un bocado a la diminuta pero coqueta tienda madrileña. ¿Qué pequeño comerciante puede competir contra gigantes como Decathlon o Amazon? "Muchos clientes vienen a la tienda, prueban lo que necesitan y después se lo compran por internet. Así es muy difícil vender".

Aun si la realidad se les ha echado encima y no hay forma posible de escabullirse y regresar al pasado, en Otero se negaron a variar sus valores para adaptarse a las reglas del mercado. En los últimos años, ha habido una tendencia a hacer crecer las ruedas de la bicicleta. Cuando la norma era contar con ruedas de unas 27 pulgadas, se pusieron de moda las bicis de 29 pulgadas, pero en Otero se negaron a introducir entre sus bicicletas las ruedas de ese tamaño. "No todo el mundo puede montar una bicicleta de 29, hay que tener una complexión física muy determinada para ello. Al ir más alto, el cuerpo cambia de posición y no es lo mismo. Nos pareció que no tenía sentido y no las fabricamos. Y claro, eso nos hizo perder dinero y clientes. Algunos se iban indignados diciendo que por qué no les hacíamos una bici de 29 y no entendían la explicación. El cliente no siempre tiene la razón".

La planta alta de la tienda se ha convertido en un pequeño museo de la bicicleta. (Carmen Castellón)

Dicho así puede parecer una declaración fuera de lugar, pero Sol lo dice desde el enorme respeto que le ha guardado su familia al consumidor. Desde uno de los primeros clientes, "un conde al que el chófer dejaba en la misma puerta", hasta los humildes globeros que se acercan a la tienda para empezar a tomarse en serio lo de rodar en bicicleta.

"Nosotros no podemos competir contra esos gigantes, lo que ofrecemos es un trato mucho más cercano y personalizado, pero no se valora ese trabajo". Y expone un ejemplo bien claro: "Nosotros teníamos un ingeniero que trabajaba en el taller. Y un día decidió dejarlo y marcharse llorando. Un cliente llegó con una bici Brompton (una plegable) y pidió que le cambiaran una rueda pinchada. El ingeniero lo hizo, la cambió y le dijo que valía siete euros. El cliente empezó a gritar que éramos unos ladrones, que cómo le íbamos a cobrar siete euros por un cambio de cámara. El ingeniero le dijo que eran cuatro euros de la cámara y tres de mano de obra, pero no lo entendió y dijo que en otros sitios lo hacían gratis. Para no pelearse, se la ofreció gratis, pero no la aceptó, le hizo desmontársela y se marchó. El ingeniero vino llorando a decirme que no aguantaba más".

Nosotros ofrecemos un trato mucho más cercano y personalizado, pero no se valora

Este es otro de los motivos por los que Sol es consciente de que Otero está en modo supervivencia. “María Jesús, la recepcionista, lleva 38 años con nosotros. Si yo mantengo este negocio abierto es precisamente por eso, por los trabajadores, si no lo habría cerrado hace tiempo”. Es por eso que ahora centra sus esfuerzos en otros aspectos, pero siempre relacionados con la bicicleta. La exposición que luce en la planta superior de la tienda es solo el embrión de lo que desearía que se convirtiera en un gran museo de la bicicleta. “No puede ser que otros deportes tengan sus museos y el ciclismo no”.

Además, buscan unir a más gente a la bici a través de escuelas, de proyectos deportivos y sociales y, sobre todo, a través de la Clásica Otero, el pequeño orgullo familiar, que consiste en un día de ciclismo por Madrid en el que cualquiera puede apuntarse con una bici, y si es antigua, mejor. Por otro lado, entiende Sol, como su padre y su hermano antes que ella, que la bici no es solo un deporte, ni siquiera una actividad física: es una cultura. Y en Madrid en particular y en España en general no existe esa cultura. Sí, hay tradición de ciclismo, pero no de cicloturismo. La utilización de la bici como medio de transporte es una novedad, prácticamente. “Queremos concienciar a la gente de que la bici forma parte de la carretera, como cualquier otro vehículo, y se debe respetar. El más débil es el peatón y, después, el ciclista, y hay que protegerlo”. Como ejemplo sirve la unión que ha vivido en este tiempo con Anna González, la mujer que ha conseguido reunir y presentar en el Congreso más de 200.000 firmas para pedir una ley justa que proteja al ciclista. Todo por la bici.