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  1. Deportes

el colombiano desfalleció a 2 km de meta

Dragones y Mazmorras por el Giro, o Bernal también es humano en Sega di Ala

Bernal parecía intocable, pero ayer estuvo a punto de dejarse la carrera

Bernal sufrió como nunca en la decimoséptima etapa (Efe)

El Giro es muy de hacerte estas cosas durante la última semana. Hay tappones estremecedores, pero también otros días que parecen de puro relleno. O algo entre medias. Como lo de ayer. Sega di Ala. Hombre, no es Piancavallo, ni Macugnaga, pero si parece todo un poco pegote.

No culpo a esta etapa, aclaramos. En esta carrera lo que ha faltado es una buena crono. Por la segunda semana, cambien ustedes ese parcial que llegó a Verona, el de Nizzolo. Tú allí pones un esfuerzo así bien gordo, cercano a la hora, e ibas a ver qué risas. Empalmando al día siguiente con el Zoncolan. Ay, sudores fríos. Pero en fin... que no, parece que lo de las contrarrelojes es causa perdida en esto del ciclismo moderno. Yo bien que lo digo siempre pero (para sorpresa de nadie) no me hacen caso quienes manejan el cotarro.

Sega di Ala, decíamos. Que parece un poco perfil de esos que pillas con no muchas ganas. Después del día de descanso, ojo, situación no baladí, porque el día de descanso suele arrojar resultados más sorprendentes que un partido de solteros contra casados. Y con el mismo grado de asfixia, además. No me pregunten la razón, porque no la sé (o no se la pienso decir). Dos puertazos, además, que en Italia tu pegas una hostia al mapa y te saltan cuatro passos de los que aquí te iban a dibujar leyendas durante la Vuelta. San Valentino, se llamaba el primero, que ya es mala leche, porque aquello tenía poco de cariñitos y arrebujarse bajo la manta y más de sálvese quien pueda, hostias, esto es la guerra, quién me mandaría a mí meterme a ciclista. Quince kilómetros al ocho por ciento, redondeando. Tourmalet por La Mongie son diecisiete al siete coma cuatro. Así, para establecer la comparativa y hacernos una idea. Solo que Tourmalet es Tourmalet y San Valentino... bueno, en fin. Luego final en Sega di Ala. Camino a la Fittanze della Sega, sin llegar arriba. Muy cerquita del Lago di Garda, que es cosa como para verse, y también como para no tomar ni un café en sus pueblitos, porque anda el asunto carísimo.

Sega di Ala, decíamos. Nada, una fruslería. Once kilómetros al diez por ciento, un tramito de dos y medio a más del doce. Ya ven, como para salir a estirar piernas. No destaca, pero porque hay tanto donde elegir que... Siendo claros, lugar para enterrarte si pasas un ratuco de esos jodido...

Venían los ánimos pelín subidos después de lo que pasó el lunes. El lunes, sí, igual ya ni lo recuerdan, porque se han subido tantos videos a youtube desde entonces que uno se pierde. El lunes, decíamos, se puso el asuntito friolero, y ni Fedaia, ni Pordoi, ni tappone, ni hostias. Recorte de los gordos, imágenes hurtadas, muchas tomas de la meta, del público, de un perrete la mar de salao. Pero ciclismo... poco. Luego llegan los señalamientos con el dedo, el “yo no quería”, el “a mí me obligaron”. Al final todos quería correr, todos tenían ganas de rodar por las cumbres y ennoblecer este viejo deporte, pero la mano negra (los illuminatis, Soros, los reptilianos, el brazo incorrupto de Sara Montiel) no lo iban a permitir. Por su propia seguridad, corderillos, que son ustedes unos locuelos. Para compensar durante el día de descanso Romain Bardet salió a hacer su entrenamiento y pilló aguanieve, con la carretera así, blanquita, blanquita. Selfie, sonríe, di “patata”, y a las redes sociales. Sería crítica o mofa (preferimos lo primero, porque Bardet nos cae fenomenal), pero demostró que a veces se puede andar en bici sin que el tibio sol te tueste las pantorrillas...

Así que... nueva etapa, y todos nos miramos así, como de reojo. Oye, que muchos están criticando el asunto, que a lo mejor deberíamos hacer algo para que se olvidase, ¿no?, y cosas por el estilo.

Los resultados más sorprendentes llegan siempre después del día de descanso

El día comenzó con miedo. A ver, no nieva, no hay huracanes, no hay placas de hielo, ni siquiera hace frío polar. Sol y buen tiempo. Pero... oiga usted, ¿no hará demasiado sol? A ver si estos sanos muchachos se nos van a quemar, que es malísimo eso, que lo he visto yo por la tele. Durante unos minutos otra posible suspensión flota en el aire, porque no podemos arriesgar la integridad epidérmica de doscientos tipos en bici solo para el solaz de los bárbaros que buscan sangre y espectáculos más propios del circo romano que de una competición en pleno siglo XXI, con sus twitchs, sus youtubes y sus mierdas varias. Pero nada, al final todo se resuelve, la organización reparte crema solar a todos los equipos (y champú nenuco, para que nadie se queje de que le pican los ojos en el hotel durante la ducha, tengámoslo todo previsto) y empieza el tema.

En fin, poca cosa durante casi todo el día, de nuevo, y mira que a mí me gustaría contar lo contrario, porque me encanta el Giro y las bicicletas y los paisajes y la competición, pero... poca cosa. Suben San Valentino y hay una escapada, y en el gran grupo tira Bike Exchange (para el parcial de Yates, suponíamos), y se descuelgan pocos, y uno de esos pocos es Evenepoel, y consigue enlazar justo en la cima, y qué puerto más bonito, pena que se lo hayan fumado...

Cuesta abajo... caídas. Bueno, una, pero con bastante gente. Ciccone, por ejemplo, que entre el pasar de jornadas y esto se va hundiendo poco a poco. Y también Evenepoel, que lija el quitamiedos. Ha mostrado el belga problemas gordos con los descensos en este Giro, e incluso en San Valentino daba la sensación de haber podido evitar el golpe. Pero... cuadrado. Mucho para reflexionar sobre su debut en una Grande, por parte de todos. Eso sí, no abandonó, y amenaza con salirse en Milán (cosas más raras se han visto).

Raras como túneles espacio-temporales. A ver, esto en el Giro pasa a veces. Piensas que estás en un lugar y, realmente, sales en otro. Como hoy. Los ciclistas suben Sega di Ala tranquilamente (es un decir) al ritmo cómodo que pone Castroviejo (es un decir) y... plaf. Perdemos la señal durante dos segundos, hay tres árboles más frondosos, aparece Venger a lomos de su caballo negro, ese que tiene los ojos así, como que acojonan. Viaje en el tiempo, viaje en el espacio. Era Sega di Ala, año 2021 y salimos en Folgaria, sainete 2002. Ya no está Egan, o Carthy, o Yates, sino Tonkov, y Evans, y Hamilton antes de escribir un libro y contar de todo. Apasionante.

Porque, estoy seguro, ustedes saben lo que pasó en Folgaria. Las hostias, los desfallecimientos, las pérdidas de minutos y vidas. Empieza Vlásov, que tiene el Giro ya pelín atravesado, con todas esas etapas, para qué necesitamos veintiuna, qué necesidad hay, si son demasiadas, si los chavales quieren cosas más breves. Luego Bardet entra en el túnel del terror y no sale. A Carthy lo abducen unos marcianos. Caruso, simpático él, queda pegadito al asfalto. Cuatro kilómetros y solo un póker por delante. Bueno, por delante-por delante está Daniel Martin, pero como esto no es el día internacional del chepazo y la mueca tampoco vamos a cebarnos con él. Ganó, gran etapa, enhorabuena.

Póker, dijimos. Daniel Felipe Martínez tirando, su compi Egan Bernal a rueda. Simon Yates por detrás, Almeida a cola del grupo, gritando entre jadeos “free Almeida”, sacando pancartas que claman contra las injusticias del mundo y la suya propia. Y entonces.... segundo acto de la dimensión desconocida. Daniel Felipe revienta al otro del Ineos (coincidencia, es la maglia rosa), Yates y Almeida tiran para adelante, Bernal empieza a pedalear con los riñones, que nunca es bien síntoma (se lo digo yo, que soy un especialista). Queda poquito, pero el mozo va con tal torrija que todo parece posible. Si hasta el gregario lo vuelve a descolgar, y mira a sus ojos, y lo anima como Altig a Anquetil, y da dos pedaladas y otra vez solo. Un Froome-Wiggins sin tatuajes y birras.

Entonces... momento clave. Llega Caruso, que está en la general a solo dos minutos, y viene remontando, y Bernal está muerto, Bernal está muerto, llamen a las asistencias, avisen a los cazafantasmas. Caruso aguanta cien metros a rueda, preparando el cuchillo, Caruso quiere asediar el Giro de Italia, Caruso no se va a ver en otra igual jamás en su vida, tenlo claro Caruso, tenlo Claro. Entonces se pone junto a Egan, rostro contra rostro, desafiante... y le pregunta, amablemente, si querrá la fanta de naranja o limón. Sí, amigos, el segundo de la general tira del primero, porque las cosas son así, y yo ya no entiendo una mierda, y el mundo es un lugar extraño. Caruso, que hizo décimo en el Tour 2020 sin dar una pedalada de más para su líder Mikel Landa (también les digo, cuando lo hizo en Loze la cosa salió regulín), arrastra cuesta arriba al tipo que va delante de él en la clasificación. Menuda cantada, Caruso, menuda cantada.

Pero estábamos en un agujero de gusano, ¿recuerdan? Pello Bilbao entró en el mismo unos kilómetros antes, justo en el porche de una casa donde se detuvo a explorar, porque aquello parecía muy misterioso (si les suena poco creíble piensen en el argumento de cualquier peli yanqui). Allí fue absorbido por una fuerza incomprensible, empezó a girar sobre sí mismo viendo cosas que escapan a toda lógica (vio a Beloki ganando un sprint, vio a Vanmarcke brazos en alto en el Velódromo, vio a Montoya de amarillo en Madrid) y apareció de nuevo junto a los mejores casi pasando el último kilómetro. Ya que estaba pues echó una manuca. Ah, por allí surgió también el oso panda con mascarilla y una bandera de Cerdeña, porque cualquier evento es susceptible de ser aun más bizarro. Rod Serling sonríe, le ha salido el guión redondo. Solo podría haberlo mejorado que Almeida alcanzase a Martin y ganase en Sega di Ala. Seguro que hacía dos o tres cortes de mangas, oigan. Se le ve tranquilo, al mozo.

Al final... pues nada. Un minutito que perdió Bernal. Le sobran varios (creo), pero la mosca detrás de la orejuca ya la tiene. El pódium parece bastante hecho, pero vete tú a saber, porque Yates tiene días de dominar y otros que sube los puertos con Ivan Quaranta. Y Caruso oye, pues eso, contentísimo con su cromo de Eddy Mazzoleni firmado.

No es poca cosa, el cajón. Pero... queda poco. Queda tanto.

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