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GOYA 2018

Una debacle genial. ¿Y si la peor gala de los Goya en 30 años ha sido en realidad la mejor?

Toda España odia a los presentadores de la gala, pero a lo mejor la cosa sí tuvo su gracia

Ernesto Sevilla y Joaquín Reyes en la alfombra roja (Reuters)

En 2016 cubrí un festival de rock para abogados (Rock & Law) en el que los grandes bufetes españoles se juntaron en un parque de La Moraleja (¡con campo de golf y pistas de pádel!) para pasarlo en grande. Todas las bandas estaban formadas por leguleyos, incluida una de abogados del Estado llamada, ejem, IMPERIO DE LA LEY.

Allí estaban -dándolo todo- los miembros más selectos de Garrigues, Cuatrecasas, Gómez-Acebo & Pombo y Deloitte. Bebiendo, moviendo el esqueleto, descargando una tormenta de rock sobre el escenario. Allí estaban también un par de secretarios de Estado del ministerio de Justicia. El ambiente, en definitiva, era distinguido

Entre actuación y actuación, aparecía sobre el escenario un errático maestro de ceremonias que parecía el clásico becario desfasado de 43 años que nunca logrará escalar en el bufete, pero al que se le mantiene en nómina como mascota folclórica: el típico pesado que te da la brasa en el día a día en la oficina, pero que si te pilla borracho en la fiesta de Navidad de la empresa y se pone a contar chistes horribles, te puede salvar la noche.

El típico pesado que te da la brasa en el día a día en la oficina, pero que si te pilla borracho en la fiesta de Navidad de la empresa y se pone a contar chistes horribles, te puede salvar la noche

El show de este hombre era inenarrable: de los alaridos para agitar al público –“¡MAKE SOME NOISE LAWYERS!”, a los comentarios políticos inconvenientes (“Voy a pedir un aplauso a nuestro patrocinador, el Banco de Santander, que a los bancos se les aplaude poco, joder”) pasando por una absurda cantidad de chistes pajilleros, incluido uno sobre “tactos rectales” que empezaba: “Un tipo va a que le metan un dedo por el culo, pero no a un pub, a una clínica”. La reacción del público -mayormente ebrio- basculaba entre el desconcierto, la frialdad y el jolgorio incómodo.


Y ahora viene la bomba: este hombre me salvó la noche y la crónica. Este hombre era -no me di cuenta hasta que me acerqué al escenario a los diez minutos porque no daba crédito a lo que estaba oyendo- Joaquín Reyes.

Algo muy parecido es lo que me pasó anoche durante la gala de los Goya, presentada por los chanantes Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla, que parece haber horrorizado a toda España y ha llegado a ser calificada como la peor de la historia de los premios.

Los humoristas y presentadores de la gala Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla


Pues oigan: a mí me hizo gracia. Por los mismos motivos que me hizo gracia ver a Joaquín Reyes perder los papeles en el festival de la abogacía en la Moraleja: porque esa serie de bromas confusas, faltonas y sin gracia, soltadas en un contexto tan institucional y solemne como una concentración de abogados o la gala de los Goya, tienen su aquel. El contexto lo es todo.

Hubo muchas quejas sobre lo malos que eran los chistes de los chanantes, sobre su falta de ritmo e incapacidad para dirigir nada, sobre el absurdo que era todo aquello, pero es que el humor de los chanantes se basa precisamente en el chiste malo, en la falta de ritmo e incapacidad para dirigir nada y en el absurdo. Siempre entre la genialidad y la zafiedad absoluta. ¿Que en realidad no lo hicieron aposta? ¿Que querían hacerlo bien y les salió un zurullo? Pues mejor me lo pones: un desastre gracioso. ¿Saben esas películas que son recibidas como auténticos bodrios y treinta años después se convierten en clásicos de culto del humor (voluntario o involuntario)? Pues eso.

PD: Ha habido incontables galas peores que la de anoche. Lo que ha sido es la más desconcertante, que no solo no es lo mismo que mala, sino que puede ser hasta bueno...

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