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'Rey Arturo, la leyenda de Excalibur': un frenesí confuso y ridículo

Guy Ritchie recurre a sus trucos más trillados en un artefacto fallido que, a pesar de las intenciones de sus creadores, probablemente no llegará a tener secuela

Charlie Hunnam protagoniza 'Rey Arturo'. (Warner)

Para cuando 'El rey Arturo' (2004) se dio un tortazo en la taquilla, hacía tiempo que las posibilidades cinematográficas de los mitos artúricos parecían haber sido agotadas ya a través de 'Camelot' (1967) y 'Excalibur' (1981) e incontables películas previas más —aunque, eso sí, uno nunca se cansa de ver 'Los caballeros de la mesa cuadrada y sus locos seguidores' (1975)—, y quizás eso explique que, ahora, 'Rey Arturo: la leyenda de Excalibur' se parezca tanto a su presunto modelo como esos dibujitos de espadachines y dragones que en el colegio solíamos hacer en lugar de tomar apuntes durante la clase de Historia.

Tráiler de 'Rey Arturo: la leyenda de Excalibur'

En realidad, el patrón seguido aquí por Guy Ritchie parece ser sobre todo su propia saga 'Sherlock Holmes', en la que ya reinventó una figura legendaria de la tradición narrativa británica dotándola de actitud chulesca y rodeándola del tipo de machacones tics y filigranas visuales de los que el director británico ya nos empachó en títulos como 'Snatch' (2000), 'Revolver' (2005) o 'RocknRolla' (2008). Ninguno de ellos, por cierto, se percibe aquí tan fuera de lugar como el repetido uso de la imagen ralentizada. Alguien debió decirle a Ritchie que los combates de espada se ven perfectamente a velocidad real.

Charlie Hunnam protagoniza 'Rey Arturo'. (Warner)

Las libertades que el director se toma son demasiado cuantiosas como para enumerarlas todas —¿en serio tuvo que enfrentarse el padre de Arturo a elefantes gigantes ataviados con pendientes con forma de bola?—. Quienes confiaran en ver a Merlín o Lancelot o Ginebra o Morgana en la película tendrán en cambio que esperar a hacerlo en las secuelas que probablemente no existirán; esta historia se sitúa antes del reinado artúrico en Camelot, de la Mesa Redonda, del Santo Grial y, en realidad, antes de que el héroe titular hiciera nada realmente interesante.

Las libertades que el director se toma son demasiado cuantiosas como para enumerarlas todas

En concreto, arranca cuando el rey Uther Pendragon (Eric Bana) es traicionado y derrocado por su hermano Vortigern (Jude Law). El hijo de Uther, Arturo, es obligado a huir como Moisés río abajo y recala en la ciudad romana de Londinium, donde será criado por prostitutas y al crecer se dedicará a protegerlas —el tema del proxenetismo tampoco estaba presente en el relato original—. Pero no hay forma de escapar al destino: tras cruzarse en su camino con la espada Excalibur, que otorga al que la maneja adecuadamente la capacidad para arrojar oleadas de efectos especiales chuscos contra sus enemigos, el héroe (Charlie Hunnam) acabará enfrentándose cara a cara con su malvado tío. Para ello contará con una legión de unos 10 compinches que entre todos suman tres o cuatro rasgos de personalidad. Uno de ellos se llama Kung-Fu George.

Jude Law, en su papel de villano. (Warner)

Está claro que Ritchie tiene toda la legitimidad del mundo para poner patas arriba la leyenda; después de todo, ni Arturo ni por supuesto Kung-Fu George existieron realmente. Su enfoque, eso sí, choca frontalmente con la esencia del relato. Hunnam en ningún momento proyecta la nobleza que a su personaje se le supone, y en cambio se comporta más bien como un 'hooligan' indolente e irresponsable. Dado el desapego de la película a su fuente, aquí Arturo acaba siendo el héroe simplemente porque Vortigern mató a su padre, y Vortigern es el villano simplemente porque cada vez que aparece en escena suena música sombría, y porque no para de pronunciar monólogos sobre lo mucho que le gusta hacer el mal.

Hunnam no proyecta la nobleza que a su personaje se le supone, y se comporta como un 'hooligan' indolente e irresponsable

Por lo demás, la película es narrativamente tan confusa que, pese a lo familiarizados que estamos con la historia, al contemplarla no resulta fácil tener claro qué pasa o a quién le pasa. Al parecer temeroso de perder la atención del espectador en cualquier momento, Ritchie nos sumerge en un frenesí de montajes nerviosos y música frenética y cambios rápidos de tiempo y espacio.

Otra escena de la película. (Warner)

También recurre, por supuesto, a sus trucos narrativos más trillados. Uno de ellos consiste en que un personaje diga algo así como “deja que te explique lo que ocurrió”, e inmediatamente después toda una secuencia argumental quede resumida en un rápido montaje a ritmo de música tecno; otro de ellos consiste en que ese mismo personaje u otro diga algo así como “definitivamente, no vamos a ir al castillo”, y en el plano siguiente lo veamos en el castillo. Hilarante.

Cartel de 'Rey Arturo'.

Y así nos mantiene Ritchie distraídos durante un par de horas, asegurándose de que no absorbamos ni un personaje ni una idea ni por supuesto tengamos tiempo de recrearnos en la ridiculez general del asunto, aunque, por otra parte, quizás el problema de fondo de 'Rey Arturo' es que no sea suficientemente ridícula o, dicho de otro modo, que no llegue lo suficientemente lejos en su afán de reinvención. Al final, esta película no es sino otra historia de origen sobre un héroe dotado de superpoderes. Y la idea de sus creadores, decíamos, es que, como sucede con las aventuras de Marvel, a esta primera entrega le sucedan varias secuelas. Ya se la pueden ir quitando de la cabeza.

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