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'Reparar a los vivos': historia de un trasplante de corazón

La cineasta francesa Katell Quillévéré lleva a la gran pantalla el éxito editorial de Maylis de Kerangal sobre la posibilidad de bondad que rodea una tragedia como una muerte prematura

Una imagen de 'Reparar a los vivos'. (Caramel Films)

La culpa es de la metonimia. De ese limbo místico que, en teoría, debería albergar la separación entre continente y contenido. ¿Dónde media, exactamente, la separación entre el yo y el cuerpo? ¿Es el cuerpo un simple receptáculo, una parte o es esencia? ¿Es uno, ninguno o trino? En este terreno, desde la física a la metafísica, decidió adentrarse la escritora francesa Maylis de Kerangal en 'Reparar a los vivos' (2013), una novela en la que descubre todos los pequeños microcosmos que rodean una operación de trasplante de corazón: el propio donante, su familia, los médicos, el receptor, y de nuevo, la familia. Toda la humanidad que acompaña a un número —89775, varón, 17 años—, con sus pequeñas intrahistorias, sus lazos, sus pulsos y pulsiones.

Kerangal, con una precisión entre quirúrgica y notarial, describe las 24 horas que transcurren desde la muerte del adolescente Simon Limbres en un accidente de tráfico cuando volvía de hacer surf con sus amigos hasta la finalización de la operación en la que su corazón va a parar al pecho de una mujer con un problema cardíaco degenerativo, acudiendo a descripciones casi de manual de los protocolos y la técnica operatoria. La novela se convirtió en un éxito editorial en Francia —en España se publicó en Anagrama en 2015—, y ahora llega a la cartelera española su adaptación cinematográfica, de mano de la joven cineasta francesa Katell Quillévéré.

Tráiler de 'Reparar a los vivos'

'Reparar a los vivos' apuesta por una narración fragmentada, que salta de uno de esos microcosmos al otro y que cambia de punto de vista en cada uno de ellos. Comienza con una presentación llena de poesía, la de Simon Limbres (Gabin Verdet), un joven de 17 años que se escapa con un par de amigos a surfear de madrugada. A la vuelta, la furgoneta en la que viajan tiene un accidente y Simon, que no lleva el cinturón de seguridad puesto, sufre un traumatismo craneal que devendrá en muerte cerebral. Como el entrenador que revisa a cámara lenta los momentos clave del partido perdido para recrear el giro fatal en el que todo se echó a perder, Quillévéré exprime y dilata los momentos previos a la tragedia, amparándose en la belleza de los planos submarinos y la exaltación de una actividad tan vital y enérgica como el surf. La lucha del cuerpo de Simon contra el choque de las olas, que lo engullen y le voltean funcionan a la vez como contraste y como una suerte de anticipación a lo que acontecerá pocas horas más tarde.

Quillévéré exprime y dilata los momentos previos a la tragedia, amparándose en la belleza de los planos submarinos

El primer salto narrativo lleva hasta el punto de vista de Marianne (Emmanuelle Seigner), la madre de Simon. Ese teléfono sonando, como cualquier otra vez, pero esta vez distinto. Ese camino al hospital, lidiando con la incertidumbre. Enfrentarse a un hecho en el que ni uno mismo, ni los médicos ni nadie tienen ningún control para cambiar la situación. Y que compartir coordenadas espaciales —pasar frente a esa fábrica por la que él pasaba con su bicicleta— se convierta en una forma de retener su existencia a través de los recuerdos.

Gamin Verdet y Tahar Rahim en un fotograma de la película. (Caramel Films)

En este punto, 'Reparar a los muertos' incide en la empatía y la delicadeza que afloran en este tipo de situaciones. Cómo el personal sanitario no puede ser totalmente ajeno al dolor que le rodea y la humanidad, que muchas veces pasa desapercibida, de sus gestos. Cómo de una tragedia también pueden surgir pequeños gestos positivos en la gente tocada por ella. El coordinador de trasplantes Thomas Rémige (Tahar Rahim), que más allá de lo estrictamente exigible a un facultativo en su puesto pelea personalmente por la dignidad no ya del paciente, sino de la persona. O la enfermera Jeanne (Monia Chokri), que frente a la falta ajena siente la necesidad de volver a decir un "te quiero", aunque sea por si acaso, quién sabe.

A pesar de la muerte, hasta un cementerio puede vestir cierto halo de romanticismo, pero no un hospital

Probablemente los hospitales sean los lugares menos poéticos y más difíciles de embellecer cinematográficamente. Desde lo prosaico y lo material —esas luces frías cenitales, esas paredes verdosas o blanquecinas, la frialdad de los plásticos y el metal— hasta lo simbólico, porque a pesar de la muerte, hasta un cementerio puede vestir cierto halo de romanticismo, pero no un hospital. Sin embargo, Quillévéré vuelve a jugar con la metonimia, y se centra en la belleza interior de los implicados en el trasplante de órganos. Además, la descripción detallada del protocolo —llamadas telefónicas, dispositivos de alerta, vuelos nocturnos, escolta policial— resalta el valor cuasi épico de un logro tal como es el de poder reparar, efectivamente, a los vivos, que es un continuo salto de obstáculos que muchas veces depende del tesón y la implicación de los eslabones anónimos de una gran y frágil cadena.

Anne Dorval es Claire. (Caramel Films)

A diferencia del libro, en el que Kerangal apenas presta atención al receptor de la donación para centrarse en el donante y en los sanitarios, Quillévéré prefiere dotar de un trasfondo y una historia personal a Claire (Anne Dorval), una mujer madura que se ve empujada prematuramente a un cuerpo 'anciano' por culpa de una enfermedad coronaria degenerativa. A través de su encuentro con una antigua amante (Alice Taglioni) intuimos el pasado bohemio y excitante de Claire y todas las renuncias que ésta ha tenido que hacer debido a su afección. Pero además, por delante, le queda ver madurar a sus dos hijos, los dos grandes pilares —cada uno a su manera— de su vida.

Cartel de 'Reparar a los vivos'

Y al igual que en el libro, la directora elige mostrar, casi de forma documental —aunque resumido— el proceso del trasplante desde el punto de vista más técnico y material, un procedimiento sumamente complejo que culmina, como un chiste existencial, con una sutura. Una vida que, finalmente, depende de un zurcido con hilo y aguja. 'Reparar a los vivos' consigue el equilibrio dramático, sin llegar a la emotividad tramposa ni pecando del exceso de distancia. Una reflexión sobre el valor de la humanidad, de la solidaridad y de la generosidad en el tiempo del imperio de lo cuantificable.

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