estreno el 13 de diciembre
¿Está el enemigo? Gila contó tan bien la Guerra Civil porque la vivió, mató y casi murió fusilado
Llega '¿Es el enemigo? La película de Gila', la cinta basada en las memorias de la guerra del genial cómico. Tiene altas dosis de ternura, pero también muestra el conflicto con mucha dureza. Lo que fue: una carnicería humana
Una guerra va de matar, de que te maten o de que tengas la gran suerte de que te salves. No hay más y el madrileño Miguel Gila (1919-2001) lo explicó mejor que nadie con sus chistes del teléfono —obra cumbre del humor— y con su biografía Y entonces nací yo: Memorias para desmemoriados (1995), que acaba de ser llevada al cine por Alexis Morante en ¿Es el enemigo? La película de Gila, que se centra exclusivamente en los tres años de la Guerra Civil. Aquellos años en los que realmente nació el humorista: del chaval jovial y un poco atolondrado que era antes del 18 de julio de 1936 al hombre que acabó destrozado tras matar y lograr no ser matado al finalizar la contienda en 1939. Se estrena en cines este 13 de diciembre. Y aunque tiene mucho de poesía y surrealismo, todo lo que cuenta es la verdad que quiso legar Gila.
Y sí, es una película sobre la Guerra Civil, pero que, como señala su director y guionista (junto a Raúl Santos) a este periódico, está convertida en "una fábula optimista y antibelicista. Hemos usado la Guerra Civil para contar un cuento a partir de los ojos de alguien, y ese alguien es Gila. Hasta ahora no se había visto la guerra a través de sus ojos". Morante admite, además, que la Guerra Civil española no deja de estar de actualidad porque las guerras siguen existiendo y también toda su absurdez y su dolor.
En esta cinta hay humor, por supuesto — "en esta vida necesitamos a más idiotas como tú y a menos personas como yo", le llega a decir un cabo al soldado Gila después de que este le haya hecho reír en una situación de todo menos graciosa—, pero también mucho drama, tragedia y horror. Porque, como ya escribió el alemán Erich María Remarque en Sin novedad en el frente, la guerra, cualquiera de ellas, es una picadora de vidas humanas. Sobre todo jóvenes. Y nuestra Guerra Civil, como muy bien vio el humorista con sus propios ojos desde el frente, no le fue a la zaga. Gila, por suerte para él y para todos nosotros, fue de los que se salvó incluso de un pelotón de fusilamiento. "Nos fusilaron mal", escribiría años después.
A Miguel Gila le tocó la Guerra Civil española cuando peor le venía —dejó escrito—. De los 17 años a los 20. Sus padres habían fallecido y vivía en una buhardilla del barrio madrileño de Chamberí con sus abuelos paternos cuando, en pleno ligoteo con las chicas en las fiestas, estalló el conflicto. Gila, que coqueteaba con el socialismo como su abuelo, se acababa de afiliar a las Juventudes Socialistas. Su amigo Pedro Tavares enseguida quiso apuntarse para ir al frente a defender la República y arrastró con él a su amigo Miguel, que aquello le hacía bastante menos gracia, aunque entonces se dijera que eso de la guerra sería cuestión de días. "Íbamos a luchar con un enemigo del que no sé ni su nombre", relató el comediante.
Con esta especie de prólogo en el que tenemos la presentación de personajes —excepcional Óscar Lasarte como Gila (es fascinante: es un actor desconocido y su oficio hasta ahora era el de mago) y estupendos también Natalia de Molina, Salva Reina, Iván Villanueva y Antonio Bachiller como sus compañeros del cutre-batallón, además de Adelfa Calvo, que interpreta a su abuela— comienza la guerra casi a modo de cuchufleta. La cinta toma el tono de comedia total con diálogos descacharrantes y absurdos, que tampoco debían estar tan lejos de la realidad. Al fin y al cabo la Guerra Civil tuvo que ser también una absurdez en su sentido más puro: chavales pegando tiros que en su vida han cogido armas. Eso es lo que le pasa a Gila. Por eso suena lógico lo que le dice el cabo justo después de que le entregue el fusil: "Hala, a matar".
"Sí, a mí me gusta jugar con los géneros y mezclar tonos. Por eso empieza como una aventura. Es la España del 36 y los chavales están felices. El conflicto comienza casi como un campamento de verano. Todo el mundo iba riéndose, todo era absurdo… Ni siquiera sabían quién era el enemigo… Pero claro, luego la película cambia porque había que mostrar lo que es la guerra de verdad", comenta Morante.
Tras varias escenas donde se juega con la comicidad —"La guerra no estaba bien organizada, es que no te avisan con tiempo"—, la película da un giro con la primera vez que aparece el Gila humorista y el teléfono. Lo hace para entretener a sus compañeros y para que "puedan hablar" con sus seres queridos. Y ahí lo que es caricatura, lo que parecía una guerra del TBO, se da una vuelta total y la película entra en el terreno de la tragedia. Saquen los pañuelos que les van a hacer falta. La guerra es absurda, sí, y también un verdadero asco. La comedia se acabó y se convierte todo en un melodrama.
El sinsentido de la guerra
Gila batalló en el bando republicano. Era de ideas socialistas —hay otra escena bastante simpática entre socialistas, comunistas y anarquistas—, pero ni la biografía ni la película se adentran en el terreno de la ideología como choque de trenes. No va de eso, sino de muertos, de gente que tenía toda la vida por delante y fue enviada al matadero. Y quien sobrevivió, sobre todo los perdedores —porque sí queda muy claro quién ganó y quién perdió y cómo perdió y fue humillado, la película tampoco es equidistante— quedó con heridas de por vida. "El regreso va a ser difícil porque nos han enseñado a odiar, pero no a perdonar", dice uno de los personajes.
Una escena refleja bien este punto de vista del largometraje. Bebe de alguna manera de aquella famosa anécdota de la I Guerra Mundial en la que dos bandos enfrentados se dieron una noche de tregua porque era Navidad. Despojados de uniforme y a la luz de las estrellas eran todos seres humanos. Aquí la excusa es una vaca a la que hay que ordeñar y que aparece en medio de un cercado. El Miguel Gila republicano se acerca a las ubres y se encuentra con su némesis nacional —con bigotito— y lo que se ve son dos chavales que no saben muy bien qué están haciendo allí. Porque eso pasaba en un lado y en el otro.
"Todo esto está buscado a propósito porque de lo que se trataba era de mostrar que la guerra, cualquier guerra, es un sinsentido. Luego ya está todo lo demás y es imposible mantenerse al margen. Sacamos un campo de concentración en el que está Gila para señalar que esa es la represión y la dictadura que va a venir después. Pero lo que queríamos era mostrar cómo a unos chavales les tocó ir a una contienda y no sabían ni a dónde iban. Fue una carnicería humana en la que se pelearon entre todos", sostiene Morante.
"Lo que queríamos era mostrar cómo a unos chavales les tocó ir a una contienda y no sabían ni a dónde iban. Y fue una carnicería humana"
La película es un viaje hacia la oscuridad y el terror. El humor se va acortando porque "nadie se ríe con una pesadilla", dice el propio Gila. Comienza la parte más terrible de su biografía, la que quizá quedó más oculta gracias a los chistes y a aquellas apariciones televisivas que tanta fama le dieron ya en democracia. La cinta es ya ahí toda una batería de emociones: Gila combatió en el frente; tuvo que matar; fue apresado; fusilado en el paredón —con la suerte de que la bala no le diera porque los asesinos estaban borrachos—; y torturado durante varios meses. Hasta el final de la guerra pasó por campos de concentración y cárceles. En la de Torrijos coincidiría con el poeta Miguel Hernández.
Gila lo perdió todo con la guerra, incluso a su mejor amigo Pedro, que iba a ser padre, y su identidad (tuvo que romper su carnet socialista cuando fue detenido). Y pese a todo, salió del infierno para hacernos a todos la vida más fácil. Fue ahí cuando dice, hasta aquí llegó Miguel y surgió Gila, el personaje cómico que le ayudaría a sobrevivir. De esos minutos de metraje el espectador sale casi sin aire.
Sin las sombras de después
La película termina casi ahí, con el fin de la guerra y un Gila que sale de ella vivo, pero con el cuerpo dolorido y el humor como ancla vital. El guion ya no entra en todo lo que pasó después y se aleja de las partes más sombrías de su biografía: a excepción de una actuación a modo de epílogo en un teatro en 1951 no aparecen sus colaboraciones en revistas gráficas y varias películas durante el franquismo, ya que sus chistes se harían muy conocidos. El Régimen también se reía con él y fue invitado varias veces a las recepciones del Palacio de la Granja. Al final a Franco tenían que ir a verle todos los artistas, hasta los que estuvieron a punto de ser asesinados.
Tampoco se habla de por qué acaba autoexiliado en Buenos Aires a comienzos de los sesenta como un hombre ya enriquecido después de tanto éxito durante la dictadura ni se entra en si fue quizá su imaginación la que le llevó a contar lo del mal fusilamiento como ha dejado a caer una hija a la que no reconoció. No se habla de su regreso a España ya en los ochenta, pero sí se muestran algunas de sus más grandes actuaciones en la televisión de esa época. Lo más desasosegante es verlas sabiendo todo lo que había detrás de esos chistes.
"Lo que hemos hecho es plantear cómo se construye el cómico. Y tenemos ese epílogo en el que aparece en un teatro ya en 1951 con un humor sobre la guerra que entonces nadie hacía. Luego vinieron Berlanga y otros pero él lo hizo antes. Pero todo lo del exilio, el regreso a España, lo de las hijas que tuvo… Eso sería ya carne de un documental que no entraba en esta ficción, argumenta el director y guionista. La película, por otra parte, ha contado con todo el apoyo de Malena Gila, una de las hijas del humorista.
Esta es una historia que pone toda la luz sobre un joven (y cientos de miles de ellos) que fue enviado a luchar porque tocaba y descarga toda la rabia en la guerra. Es, finalmente, un alegato contra los conflictos bélicos. Cualquiera de ellos.