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La obscena cacicada de Gijón

Cerrar la plaza por el malentendido de 'Feminista' y 'Nigeriano' no es un problema taurino, sino un ejemplo nefasto de ignorancia, arbitrariedad, paternalismo rancio y restricción de libertades

La alcaldesa de Gijón (Asturias), Ana González. (EFE)

La polémica de los toros en Gijón a iniciativa de la alcaldesa González nada tiene que ver con los toros, pese a las apariencias. Tiene que ver con la arbitrariedad del cargo y con el viejo caciquismo. Y con los poderes que se atribuye la gobernanta, no ya adoptando decisiones caprichosas y unilaterales, sin utilizando el bastón de acuerdo con sus propias inquietudes.

Deberían aceptarlo al menos quienes apoyan la decisión de populista y vocinglera de abolir los toros en Gijón. Por la manera autoritaria en que se pretenden prohibir. Por la prohibición en sí misma. Y por el papel moralista y tutelar que se concede la alcaldesa, más o menos como si el municipio donde obtuvo un tercio de los votos funcionara como a semejanza de un cortijo.

Es la razón por la que no estamos delante de un 'caso taurino'. Lo que nos ocupa es más bien un escándalo político que atañe a la propia definición de la gestión municipal. Que se ha demostrado intervencionista y caprichosa. Y que ha expuesto el sentimiento de omnipotencia con que la alcaldesa decide la erradicación de la tauromaquia. Porque le da la gana.

Lo que nos ocupa es más bien un escándalo político que atañe a la propia definición de la gestión municipal

Que se preparen los vecinos de Gijón. Y los rapsodas que tanto la elogian en las redes sociales. Y que se percaten de la manera de actuar. Ana González, así se llama, no ha podido esconder su pulsión autoritaria y ejecutiva, de tal manera que la gestión de la ciudad y sus derivadas lúdicas y culturales se resentirán -se resienten- de los gustos de la alcaldesa, de su paternalismo, de su naturaleza prohibicionista. Aquí la cuestión no es que se prohíban los toros. El problema es la prohibición como tal. Y el desarrollo del verbo prohibir a cuenta de un calentón justiciero.

Protestas antitaurinas en la feria de Begoña, en Gijón. (EFE)

Ha explicado González, improvisando las cosas, que ya había decidido llevar a cabo la iniciativa, independientemente del éxito de la feria taurina de Gijón y de los acontecimientos que se han vivido en el ruedo. Y puede que sea verdad. O puede que el ridículo a propósito del toro 'Feminista' y del toro 'Nigeriano' la haya constreñido a esconder un error con otro error, toda vez que la prohibición sería el resultado de sus estrictas convicciones personales: ni consenso político ni diálogo con sus aliados. Ana González hacía méritos delante de un presidente de Gobierno antitaurino, consciente de la popularidad de la medida en una sociedad mojigata, justiciera e hipócrita. Nada más fácil que sumarse a la ola del animalismo. Y que mezclar en la misma jugada el feminismo y la tauromaquia como expresiones perfectamente antagonistas.

Bochorno

La cacicada política y conceptual enfatizan el bochorno de la alcaldesa cuando proclamó que la irrupción en el ruedo de 'Nigeriano' y 'Feminista' había “colmado el vaso”. Se le explicó entonces que el toro hereda el nombre de su madre. Y se le trató de hacerle entender una cuestión mucho más seria y simbólica: el nombre de los toros -y el toro de lidia mismo- no se utiliza en sentido vejatorio, sino en sentido entusiasta y devocionario. Quiere decirse que 'Feminista' sería en todo caso una reivindicación del feminismo. Y que 'Nigeriano' saltó al ruedo con los honores del patronímico, nunca en la acepción peyorativa ni absurdamente racista.

Es entonces cuando conviene mencionar el toro de la alternativa de Manolete. Querida alcaldesa, se llamaba 'Comunista'. Y se le dio aquel nombre por la efervescencia republicana. Y porque la definición totémica del toro de lidia también se acompaña de la dignidad del nombre. Manolete no iba a matar a un comunista en la plaza. Iba a medirse con un toro así llamado porque el ganadero, Clemente Tassara, quería enfatizar el linaje de la madre en tiempos políticos inequívocos cuando la res que lidiaría Manuel Rodríguez vino al mundo en 1935.

Fíjese en el malentendido que usted ha engendrado, alcaldesa. Acepte no ya la ignorancia, sino el bochorno

El problema fue la fecha de la corrida de toros, en julio de 1939. La victoria de Franco. Y la censura, querida alcaldesa, que el régimen impuso en el acontecimiento del doctorado del califa cordobés. No podía aceptarse que saliera al ruedo un toro con los honores de 'Comunista'. Y se exigió un cambio de nombre mucho más cordial e inocuo: 'Mirador'.

Tenga en cuenta la anécdota, querida alcaldesa. Fíjese en el malentendido que usted ha engendrado. Acepte no ya la ignorancia, sino el bochorno que implica gobernar desde el calentón y desde el arbitrio, a semejanza de aquellos alcaldes de resabios caciquiles que mueven el bastón como si los municipios fueran realmente suyos. Y que olvidan la máxima de servirlos. No solo para resolver problemas, sino al menos para no crearlos ni provocarlos.

Los toros son la excusa, otra vez. A la tauromaquia se la manipula con fines obscenos, especialmente cuando se encuentra en situación de precariedad. Nada más fácil que linchar un espectro. Y nada más ingenuo que atribuir a Ana González los méritos de una iniciativa ejemplar cuando está ejecutando para gozo de los tuiteros un ataque a las libertades.

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