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'SÓLO SOY UN HOMBRE QUE CANTA Y BAILA'

Una ruta alternativa al Nobel: cinco buenas razones por las que Dylan lo merece

A los 75 años, el cantante de Minnesota ha recibido el máximo galardón literario, no exento de polémica. Analizamos cinco facetas de la vida y obra del cantante y escritor

Dylan, retratado por Andy Warhol en su Factory. (Efe/The Andy Warhol Museum)

Pocos premios Nobel causarán tanta controversia como el otorgado hoy al cantante de Minessota. Es la primera vez que la Academia Sueca reconoce a una figura proveniente del mundo de la música popular, a pesar de que no haya ninguna duda de hace décadas que el cantante ha sido reconocido en el mundo de la alta, baja y media cultura. Hay muchos Dylan escritores y buenas razones para reconocer su importancia (literaria, musical y conceptual), pero aquí seleccionamos cinco de sus encarnaciones qué explican por qué es un ganador tan bueno como cualquiera.

El Dylan cronista

Nos encontramos a principios de los años sesenta y el joven rocanrolero que espantó a sus profesores del instituto en una poco preparada emulación de Little Richard ha descubierto a Woody Guthrie y el piano ha sido sustituido por la guitarra de palo. Es, quizá, el Dylan más icónico, el de 'Blowin' in the Wind' o 'The Times They Are A-Changin', pero también el de temas algo más ocultos como 'With God on Our Side' (épica recapitulación crítica de la historia de EEUU) o 'The Lonesome Death of Hattie Carroll', un prodigio de escritura.

Esta última, inspirada por la crónica de sucesos, cuenta la historia del asesinato de una camarera negra por parte de un joven miembro de la élite social de Baltimore. No solo denuncia el racismo y el clasismo, sino que también critica la falsa indignación de los sectores más progresistas de la sociedad: “Los que filosofáis sobre la desgracia y criticáis todos los miedos, llevaos el pañuelo a la cara, porque ahora sí es momento de llorar”.

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El Dylan dadaísta

Desde mediados del año 64, las canciones de Dylan empiezan a llenarse de imágenes surrealistas, más frenéticas que líricas. Quizá la culmen de este Dylan electrificado, el que fue llamado “Judas” y rechazado por el público folk, sea esta canción que cierra “Highway 61 Revisited” a ritmo de canción fronteriza. Postales del ahorcamiento, el buen samaritano preparándose para su show, Einstein disfrazado de Robin Hood, el Fantasma de la ópera en plan sacerdote y Ezra Pound y T.S. Eliot peleando en la torre del capitán son tan solo algunas de las instantáneas de este 'freak show' que abrió las puertas a las temáticas que la música popular podía abordar.

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El Dylan íntimo

Es mediado de los años setenta y el matrimonio con Sara Lownds, tras casi diez años de convivencia, empieza a irse a pique. El resultado es “Blood on the Tracks”, quizá el mejor trabajo discográfico de su autor y el disco de ruptura definitivo. El mascarón de proa es “Tangled Up in Blue”, una de esas contadas ocasiones en las que el cantante ha abierto su corazón para trazar paralelismos entre su vida íntima y la deriva de su generación. Como él mismo declaró en su día, es un experimento con los puntos de vista en la narración, como muestran las infinitas variaciones que ha introducido en la letra a lo largo de los últimos 40 años: el cubismo y la pintura eran sus principales influencias en aquel momento, como también se dejaría notar en su película “Renaldo y Clara”.

“Aún sigo en la carretera, buscando otro garito / Siempre sentimos lo mismo, pero lo veíamos desde una perspectiva diferente / enredados en la tristeza”, concluía la canción”.

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El Dylan posmoderno

Desde “Time Out of Mind” (1997), los nuevos trabajos discográficos de Dylan son una especie de rompecabezas cuyas piezas pueden haber existido desde hace siglos. En otras palabras, tanto musical como líricamente, el intérprete ha tomado prestados versos, melodías e ideas de canciones folk (o de novelas policias, como “Confesiones de un Yakuza” de Junichi Saga, cuyas frases abundaban en “Love & Theft”) para darles un sentido nuevo.

¿El culmen de esta apropiación que está más cerca del humor posmoderno que del plagio sin imaginación? Quizá, introducir en su fantástico libro de memorias “Crónicas” un párrafo entero de “En busca del tiempo perdido” de Marcel Proust. Otro buen ejemplo es este “Nettie Moore” que reescribía una balada tradicional del siglo XIX para convertirla en un lamento de la vida en la carretera de la estrella de rock. “El futuro, para mí, es algo del pasado”, como cantaba en “Floater”. También, “hay un momento en la vida en el que todo lo antiguo vuelve a ser nuevo”. Dos versos que sintetizan a la perfección su estilo más reciente.

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El Dylan pensador

El cantante nunca se ha prodigado dando entrevistas, ni mucho menos explicando los avatares de su vida privada en público. Sin embargo, cada vez que lo hace da muestras de que lo que le ha convertido en un gran escritor es una visión única sobre la realidad que le rodea, una memoria prodigiosa y una peculiar habilidad con las palabras que a veces ha confundido a los que le rodeaban, como aquel día que le sugirió a “Rolling Stone” la posibilidad de que el verdadero Bob Dylan fuese un motero muerto que se había reencarnado en él.

El mejor ejemplo de ellos es, otra vez, “Crónicas”, su libro de memorias, una mezcla de ficción y recuerdos escritos con el brío de un novelista de raza en el que examina con cariño, agudeza y atención al detalle sus años de formación, su crisis vital en los años 80 y los años más felices de su vida, aquellos que pasó recluido lejos del mundanal ruido a finales de los sesenta. Son aquellos tiempos en los que escribió quizá el verso más cándido que jamás haya salido de su pluma: “Construir una cabaña en Utah, casarme con una mujer, pescar una trucha arcoiris, tener un montón de niños que me llamen 'papá / quizá sea de eso de lo que va la vida”. Ni Thoreau.

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