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  1. Cultura

'Se vende ciudad'

Hipsters, pelotazos y repostería para perros: la gentrificación ya está aquí

La editorial Catarata publica el primer ensayo accesible sobre la gentrificación, uno de los problemas urbanos más extendidos

Repostería para perros en la tienda 'Miguitas' de Malasaña

El título del libro, homenaje a un himno de Leonard Cohen, da muchas pistas sobre el problema: 'First We Take Manhattan. Se vende ciudad' (La Catarata, 2016). Trata sobre la “destrucción creativa” de las capitales occidentales. Más claro: nuestras élites económicas, tanto públicas como privadas, están aliadas para moldear el espacio urbano según su conveniencia. Es lo que se llama gentrificación: el aburguesamiento de las zonas que les interesan para apropiárselas y expulsar a la población más vulnerable (migrantes, jubilados, yonquis, madres solteras, personas sin techo, etcétera). La forma de echarles es llenar las calles de restaurantes gourmet, boutiques de diseño y centros de arte contemporáneo.

Se trata de un proceso con graves consecuencias, pero poco visibles, como explican el urbanista Álvaro Ardura y el sociólogo Daniel Sorando. La cultura ligada al consumismo es la gasolina de este dinámica elitista y excluyente. ¿Un ejemplo tronchante? Malasaña, antiguo barrio de gente de mal vivir, hoy alberga un negocio de repostería para perros. Estamos ante una guía imprescindible para conocer los conflictos sociales de tu ciudad.

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Pregunta. ¿Por que se habla tan poco de la gentrificación?

Álvaro Ardura: Ahora se empieza a poner el debate sobre la mesa. Pero, por centrarme en mi campo, a muchos arquitectos solo les interesa crear entornos bonitos. Los conflictos sociales les pillan un poco lejos.

Daniel Sorando: Es más complicado para las profesiones que se benefician directamente de la gentrificanción, como las inmobiliarias y los arquitectos. Incomóda menos a los sociólogos.

Álvaro Ardura: A mí ya me ha regañado algún cliente por decir en la radio que Lavapiés se está gentrificando. Él construye allí y no le hizo gracia. La crisis ha hecho que algunos barrios, como Delicias y Arganzuela, no se gentrifiquen todo lo que podrían. Dicho esto, el proyecto neoliberal es homogeneizar todo lo que queda dentro de la M-30.

La crisis ha hecho que algunos barrios, como Delicias y Arganzuela, no se gentrifiquen todo lo que podrían

P. Su libro tiene algunas frases tremendas, por ejemplo la del promotor inmobiliario que dice “es casi ley de vida, como la gacela coja que acaba devorada por el león”. ¿Vivimos la ley de la jungla inmobiliaria?

DS: El diario ‘El País’ publicó hace poco un reportaje sobre cómo en Madrid las agencias buscaban oportunidades en territorios devaluados para sacar mayores plusvalías. Esa es la definición de la gentrificación.

AA: Una de las ventajas que puede tener Madrid es que el grano de la propiedad es pequeñito. Las grandes inmobiliarias no quieren tramitar veinte licencias para veinte viviendas. Prefieren trabajar con paquetes grandes. Eso ha retrasado la gentrificación en Lavapiés. Luego están los apartamentos turísticos, que son otra guerra. El capital es miedoso y solo se moja cuando tiene garantías de éxito. En Lavapiés se han metido ya. Ha pasado de la fase de estigmatización a la de resignificación. Ya se considera un barrio cool.

DS: Saben que se ha pacificado, que por lo menos no van a perder dinero. En Zaragoza hay un solo propietario que tiene quinientas viviendas en el centro histórico, que es equiparable a lo que tiene el ayuntamiento. Eso hace muy complicado la contención de alquileres, ya que hay que luchar contra la inflación de precios que conviene a los intereses particulares.

AA: Cuando un ayuntamiento no tiene dinero en caja, como pasa ahora, cuesta mucho hacer planes para contrarrestar al mercado. En los años ochenta, el ayuntamiento de Madrid compró viviendas para rehabilitar, así que lograron bajar algo los precios. Lo malo es que en España se ha defendido más el concepto de vivienda barata que el de vivienda social. Yo he paseado por Madrid a arquitectos de Inglaterra y Holanda, que me dicen que lo que se debe garantizar es el derecho a un alojamiento, en el régimen que sea, no el derecho a comprarte una casa barata. Tienen razón. En Viena el ayuntamiento tiene un montón de pisos en alquiler social y luego está el tercer sector, que posee una cantidad de pisos baratos tan grande como la del ayuntamiento. El sector privado puro y duro es muy marginal. No quiero decir que no haya casas de lujo, pero son para gente que se lo puede pagar. El grueso de la población disfruta de alquileres accesibles.

Calle Fuencarral, Madrid, epicentro de la gentrificación madrileña. Foto: Enrique Villarino

P. ¿Qué problemas han encontrado durante la investigación?

DS: La falta de transparencia es espectacular. Cuando haces un trabajo en la universidad, no es que no quieran darte los datos, es que las administraciones pasan de recogerlos para que no se les pueda fiscalizar. También va por ciudades, por ejemplo en Zaragoza nos dieron facilidades.

AA: El IVIMA, ahora renombrado Agencia de Vivienda Social, es muy opaco. Yo hice una pregunta a través de un diputado y nos dieron un documento escrito en una especie de código alfanumérico que no lo descifra ni Alan Turing. Dudo que muchos técnicos municipales puedan comprenderlo.

P. Uno de los peores aspectos de la gentrificación es que hay inversión pública de los ayuntamientos que se convierte en beneficio privado del sector inmobiliario.

AA: Cuando hablé con un funcionario de Valencia, me soltó que el objetivo del plan para el barrio de Ruzafa era conseguir que el precio de la vivienda alcanzase un valor equiparable al del resto del centro de la ciudad. Ese era el criterio de éxito del plan. Y lo consiguieron. El resultado fue que todos los gitanos y migrantes del barrio tuvieron que irse del lugar donde tenían su vida y sus relaciones sociales. De hecho, era mucho más cara la rehabilitación del barrio que el colegio que llevaban años pidiendo. Es un caso evidente de inversión municipal y plusvalías privadas.

DS: Se supone que la renovación urbana es un bien en sí mismo, pero normalmente no es cierto. Muchas veces en el plan se olvidan los seguimientos, averiguar qué consecuencias han tenido tus políticas. Un caso claro es Zaragoza, donde pusieron un tope al precio al que se podía alquilar, pero no habilitaron ninguna agencia municipal que lo controlara. Por eso no sirvió de nada.

Según un funcionario de Valencia el objetivo del plan Ruzafa era conseguir subir el precio de la vivienda. Los gitanos y migrantes tuvieron que irse

P. En el libro se destaca que los centros culturales tienen un papel central en la gentrificación, desde las filmotecas a los museos de arte contemporáneo.

DS: La cultura es uno de los tres pilares que legitima la gentrificación. Los otros dos serían el civismo y la mezcla social. La cultura sirve para exorcizar territorios malditos para las inmobiliarias. La operación Triball utiliza como imagen al violinista Ara Malikian porque es un icono muy difícil de cuestionar. ¿A quién no le cae bien un músico que reúne la herencia de la cultura libanesa, armenia y española? Debajo de esta propaganda multicultural, se libra un combate por el espacio urbano, donde el ayuntamiento peatonaliza calles y se da una lucha por las aceras entre las prostitutas de siempre y los músicos callejeros bohemios que acaban de aterrizar. Lo que falta en la ecuación es el conflicto de clase.

AA: Todas las operaciones de gentrificación están ligadas a la cultura como consumo, no como derecho. Otro gran centro, el Matadero de Legazpi, tiene sus luces y sus sombras. Es un contenedor enorme, que todavía está vacío, y cuya escasa programación es muy elitista. Dicho esto, creo que al distrito de Arganzuela le viene bien algo así. El problema es que el sesgo elitista de la programación es brutal, empezando por la oferta de restauración, que no es asequible para la mayoría. Además falta cultura popular. Está pensado con el enfoque de Gallardón.

DS: Los responsables de Ahora Madrid apuestan por introducir otro tipo de actividades, digamos más contraculturales, pero todavía no han roto el suelo elitista. Yo di un paseo con mis alumnos y les pregunté si el espacio les gustaba. Todos contestaron que era chulísimo. Luego les pregunté si veían gente muy distinta de nosotros. La respuesta fue que no. Les pregunté por qué creían que ocurría eso. Me dijeron que quien no venía es porque tenía mal gusto. La cultura se convierte en una especie de onanismo simbólico. Habría que incluir más cultura popular, incluso llevar la cultura de la periferia al centro. Y ver que un espacio así no puede estar ocupado por un solo tipo de público. Aunque tú programes una sesión de cumbia digital, no se acercan los migrantes del Pico del Pañuelo, que es una colonia situada enfrente. Si el objetivo era lograr un espacio interclasista, es un fracaso rotundo.

AA: El cambio, por lo menos, es que ahora el ayuntamiento intenta mejorar. La concejal de Araganzuela es Rommy Arce, una mujer peruana que se ha convertido en la primera concejal migrante de la historia de la ciudad. También hay problemas de interlocución: no sabemos si los vecinos del Pico del Pañuelo están asociados y tienen algún portavoz legítimo a quien preguntar cuál es el tipo de contenidos que quieren para el Matadero.

DS: Las políticas anteriores eran nefastas y agresivas. Las actuales intentan ser más provechosas, pero hay que hacer autoanálisis. Se puede llegar más lejos. Queda mucho por andar.

AA: También se le podrían dar usos no estrictamente culturales, como una escuela infantil pública, que es una de las cosas que más demanda el barrio. Muchas veces seguimos hablando lenguaje neoliberal, aunque no nos demos cuenta.

DS: El problema actual es que no hay recursos. Lo bueno es que ya tenemos personas con una mirada crítica supervisando los procesos.

Los responsables de Ahora Madrid apuestan por introducir actividades más contraculturales, pero todavía no han roto el suelo elitista

P. Uno de los méritos de vuestro libro es que os animáis a dar soluciones. ¿Las podemos resumir?

AA: Creo que hay que atacar por muchos frentes, ya que venimos de un nivel muy bajo. Apostaría por aplicar el control de alquiler de Berlín, el tanteo y retracto municipal del ayuntamiento de París y obligar a los promotores a que construyan un porcentaje de vivienda social. El objetivo debería ser crear un parque de vivienda social, pero eso es lento y llevará tiempo. Lo que podemos hacer ya mismo es aprovechar las operaciones de regeneración urbana para crear ese parque. Por ejemplo, en Barcelona están planteando que las sanciones por los pisos turísticos sean conmutables por alquiler social. En Madrid todavía no se ha metido mano a los alquileres turísticos, seguramente porque el marco regulatorio pertenece a la comunidad y no se ve mucha voluntad política a ese nivel.

DS: La ley de arrendamientos urbanos sería otra herramienta para intervenir. Sobre todo hay que desmontar la urgencia con las que se presentan estas operaciones de regeneración urbana. En el fondo, estamos regenerando territorios, pero sin atender a los problemas sociales de las personas que viven en ellos. Tú gentrificas un barrio y la conflictividad social baja, pero no porque se hayan resuelto los problemas, sino porque has expulsado a los más vulnerables a otro barrio más lejano. El éxito sería solucionar carencias sin que cambie la población.

AA: Yo estoy a favor de que exista mezcla social. Lo que pasa es que las operaciones de gentrificación se hacen en barrios donde ya existe la mezcla social y lo que se consigue es homogeneizar el barrio. En el libro ponemos el ejemplo de Highgate, en Londres, donde había vivienda social, que se ha vendido a lo grande a una inmobiliaria, cuya subida de precios ha expulsado a los pobladores originales. Eso lo hace cualquiera. Creo que el reto es favorecer la mezcla: si en un barrio pobre hay arquitectos, periodistas y abogados es más fácil que se generen resistencias eficaces cuando los vecinos tengan que defenderse de alguna barrabasada. Lo que algunos llaman regeneración es homogeneización y pelotazo inmobiliario.

Plaza de Lavapiés, Madrid. Foto: EFE/Manuel H. de León

P. Hacemos esta entrevista en Lavapiés, un barrio que muchos creen ingentrificable, por su alto nivel de activismo político. En el libro decís que esta postura os parece ingenua. ¿Por qué?

DS: Recuerdo una tesis doctoral que presentaba el conflicto como el de personas gentrificadoras versus resistentes de centros autogestionados como Tabacalera. El antropólogo Manuel Delgado pregunto al autor si había considerado la posibilidad de que ambos colectivos fueran el mismo. Una librería con Gramsci y Zizek en el escaparte puede funcionar como símbolo de distinción, tanto o más que un disco de Björk o un colgante de Tous. Lo difícil no es organizar una tertulia sobre Zizek en una librería, sino una asamblea de barrio con lenguaje accesible donde quizás puedas aplicar alguno de los conceptos de Zizek y Gramsci como herramienta para resolver los problemas comunes.

AA: Ahora en Lavapiés hay una bronca porque van a poner un hotel en un solar. Yo no creo que sea algo negativo. Un hotel genera empleo y los huéspedes que pasen por allí no influyen en el precio de la vivienda. Son mucho más peligrosos los apartamentos turísticos porque suben el precio de los alquileres. Esto no se cuestiona tanto porque mucha gente del barrio pone su apartamento en Airbnb para poder cubrir la cuota mensual de la hipoteca. Por eso es más fácil atacar al hotel. Los apartamentos turísticos han machacado la Barceloneta en solo tres años.

Un hotel genera empleo y no influye en el precio de la vivienda. Son mucho más peligrosos los apartamentos turísticos porque suben los alquileres

P: Resumiendo: los gentrificadores no son siempre ejecutivos de traje y corbata.

DS: La gentrificación ha tenido como protagonistas a hippies, hípsters o activistas antisistema. En todos los casos el resultado es la subida de los alquileres. En el libro usamos la metáfora del Caballo de Troya, cuya madera puede ser progresista, pero en su interior hay soldados con mentalidad de clase media, que es lo que encarece el barrio. Tu mera presencia hace que la zona sea más atractiva. No hay que fustigarse por eso, pero sí ser consciente de los procesos en los que participas. El consumidor cultural de La 2 y Radio 3, y quienes crean los contenidos de esas emisoras, son el prototipo de demandante de vivienda en barrios en proceso de gentrificación. En el mismo edificio pueden convivir el periodista que hace un reportaje cool, el técnico del ayuntamiento encargado de la rehabilitación y el artista emergente. Son circuitos cerrados. La diferencia radica en si te mudas a un barrio para insertarte en las relaciones sociales que ya existen o te vas a mover solo entre tu casa, tu bar de moda y tu oficina de coworking.

AA: Yo vivo en un barrio susceptible de gentrificación, tanto que prefiero no decirte el nombre, pero tampoco me importaría que se pusiera allí un bar de copas, porque cuando quiero salir me tengo que venir a Lavapiés. Uno de los criterios para que todos vivamos mejor es descentralizar. Me refiero a que no haya solo uno o dos o barrios de moda en la ciudad, que es el lo que quiere el capital para tener garantías de rentabilidad. Lo que mola es que cada zona tenga su atractivo, desde Carabanchel al Puente de Vallecas, además de mecanismos de vivienda social y de control de los precios. La operación Triball, detrás de la Gran Vía, fue una campaña de márketing, totalmente privada, pero con apoyo del ayuntamiento. En vez de hacerlo allí, podrían haber intentado cambiar la imagen de San Cristobal de los Ángeles, una zona con mucha vivienda vacía, cuyos precios están cayendo en picado, hasta el punto de que nadie quiere mudarse allí.

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