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  1. Cultura

Juan goytisolo, el camaleón de las letras

Exiliado, censurado, reciclado

La censura nunca hace dejación de sus funciones. La censura nunca da amparo en la presunción de inocencia. La censura no duerme. La censura no es

El escritor Juan Goytisolo. (EFE)

La censura nunca hace dejación de sus funciones. La censura nunca da amparo en la presunción de inocencia. La censura no duerme. La censura no es magnánima. La censura sólo cuida y permite la propaganda de quien censura. Juan Goytisolo no es de ellos. Tampoco Corín Tellado, que en 1965 es reprobada en Mentira sentimental, de la que el censor argumenta que es una “novela pasional, con la pasión carnal conjugada en activa y en pasiva, entre besuqueos, resobeos, parcheos y todo el repertorio de actor carentes de pudor”.

“Podemos explicar por qué motivo los escritores del país más retrógrado de Europa producen la literatura más “realista” y “comprometida” del momento”, avanzaba hace una década el nuevo Premio Cervantes, para explicar que fue consecuencia de la censura. Sí, según el autor de Reivindicación del conde don Julián (1970), los novelistas españoles, dado que su público no tiene medios de comunicación libres, “responden a esta carencia de sus lectores trazando un cuadro lo más justo y equitativo posible de la realidad que contemplan”.

“De este modo, la novela cumple en España una función testimonial que en Francia y los demás países de Europa corresponde a la prensa”. Lamentablemente, la censura de libros se mostró tan mortal como la de la prensa. Pero nuestro protagonista pertenece a esa generación literaria cuya única alternativa estética estaba al servicio del realismo para contrarrestar la desinformación generada por la censura del franquismo.

La tijera no perdona

En 1960 sufre en sus letras el corte de la tijera represora en La isla, ambientada en un Torremolinos en el que se descubre el recién potencial de los bajos instintos del sol y playa cañí. “Todo se reduce a barbaridades de expresión y a fornicar”, apunta a mano el censor M. de la Pinta Llorente en su informe. “Una sucesión de ocurrencias burdamente obscenas, de escenas naturalistas, de adulterios, tan frecuentes y “naturales” como su eso solo fuera la vida de todos, de embriaguez y descaro”.

Antonio Buero Vallejo prefirió referirse a la censura como sus “limitaciones expresivas”. Goytisolo, junto con Caballero Bonald (Cervantes 2012) y Ana María Matute (Cervantes 2010), logró superar esas “limitaciones”, gracias a su fuga al extranjero, en 1956. Una distancia desde la que ha visto el ser español como una “enfermedad endémica”. “Si sobrevivo es porque estoy lejos”, ha reconocido a este periodista en alguna ocasión.

Cuando regresa, el autor rompe las señas de identidad de la falsa marca y conciencia hispánica, que ya había anunciado en Señas de identidad (1966), la que sigue siendo su novela capital. Aunque no será hasta la mitad de los ochenta cuando la construcción del relato a partir de sí mismo, la llamada autoficción se revela en libros como Coto vedado y En los reinos de Taifa. Desde la autobiografía examina las contradicciones del sujeto, como la trayectoria ética, política e ideológica. Sin evitar la vacilación de la sexualidad.

Uno de los últimos paleolíticos

Precisamente, es esta última parte de su narrativa la que entronca con los nietos de la represión, que ven en él el perfecto mito al que adorar: exiliado del canon y maldito de las letras españolas. De alguna manera, la generación de los setenta, sobre todo la conocida antiguamente como Nocilla, mataba a sus padres encumbrando la incomodidad narrativa y social de Goytisolo. El viaje de la novela testimonial a la autorreferencial en treinta años se había consumado.

Pero sus modos siguen siendo los de otro tiempo. Se reconoce como uno de los últimos “paleolíticos”, que todavía escribe a mano. Nunca ha sabido teclear una Olivetti. Goytisolo revisa cada página escrita a mano hasta que da con la correcta, que haga honor a su estirpe “independiente” y “contracorriente”. Los años y la experiencia no le han ayudado a escribir más rápido, siempre fue un autor lento que llega a escribir la misma página hasta tres veces. “He escrito tanto que las sospechas de repetirme me obligan a recordar lo escrito”. Ahora ya no tendrá que recordarlas con el rojo de los censores sobre sus manuscritos, sino con el mayor reconocimiento de las letras españolas, a pesar de la “enfermedad endémica”.

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