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IV Encuentro Internacional de Rectores Universia

Hay investigación más allá de la ciencia y los avances tecnológicos

Dedicarse a la investigación en el ámbito universitario ya es difícil, pero la cuestión se pone cuesta arriba cuando ese ámbito de trabajo son las ciencias sociales

Seguridad, medio ambiente, género, migraciones, economía… La investigación se desarrolla en todas las áreas de conocimiento, pero cuando abordamos este asunto parece que solo existan tecnología y ciencia. El IV Encuentro Internacional de Rectores Universia, celebrado esta semana en Salamanca, ha puesto sobre la mesa una gran variedad de temas, entre ellos, la necesidad de recuperar las humanidades en la era digital, un campo con menor trascendencia en la investigación que las 'ciencias duras'.

“La contaminación entre investigación y ciencias puras viene de una concepción clásica en que investigar se basa en los datos objetivos. Se entiende que investigar es demostrar, mientras que las ciencias sociales tratan de descubrir”, explica a El Confidencial Marián López Fernández Cao, directora del grupo de investigación sobre aplicaciones del arte en la integración social de la UCM. En su equipo, investigan cómo los procesos creadores ayudan a superar el trauma derivado de situaciones de guerra, abusos sexuales, etc.

Se entiende que investigar es demostrar, pero las ciencias sociales tratan de descubrir

Su colega José María Parreño Velasco, director del grupo de investigación sobre climatologías del planeta y la conciencia de la misma universidad, atribuye este desdén por la investigación social a “un entendimiento donde las ciencias sociales son disciplinas especulativas sin incidencia en la sociedad. Esto es una forma de ver el conocimiento humano de una forma limitada, porque finalmente la ciencia y la tecnología son instrumentales”. Marián López Fernández Cao pone un ejemplo: "La asunción de determinados modelos culturales que pueden ser tóxicos, como una cultura visual que ayuda a legitimar la violencia, solamente se puede cambiar a través del análisis de las estructuras sociales y económicas que damos por naturales".

Si la investigación en la opinión pública va unida a la ciencia, en España, también se asocia a los recortes. Somos el país de la OCDE que más ha reducido la ayuda a este ámbito, 20.000 millones desde el año 2009 hasta 2017, según un informe de la Confederación de Sociedades Científicas de España (Cosce). Además, los recursos destinados a investigar se consideran insuficientes por casi el 60% de los universitarios de nuestro país, según la encuesta realizada por Ipsos en el marco del IV Encuentro Internacional de Rectores Universia. Precisamente en la clausura del encuentro, Ana Botín, presidenta de Universia y Banco Santander, subrayaba la necesidad de que "la educación cuente con mayores recursos públicos y privados". Y lo decía en presencia del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. Según Botín, es de la universidad de donde nacen "la igualdad y la libertad, el pensamiento libre y crítico. Tumba prejuicios y abre las mentes".

Ana Botín y Mariano Rajoy, en el encuentro de Universia.

Objetivo: implicar a la sociedad

Para Jesús Ignacio Martínez Paricio, director del grupo de investigación sobre seguridad y política de defensa de la UCM, el problema es que “las convocatorias apuestan fundamentalmente por lo tecnológico porque se pueden medir los resultados, los retornos. Las relaciones causa-efecto en los sistemas sociales no son tan precisas como ocurre en las ciencias de la naturaleza. Se sabe poco de cómo funcionan, pero buena parte de la responsabilidad la tienen los propios investigadores sociales, que no entran en el debate para desbaratar barbaridades que se dicen por los que no saben”.

En opinión de José María Parreño Velasco, “los cambios no se producen si no existe una sensibilidad social que los empuje. La universidad tiene la capacidad de investigar con independencia de los intereses que existen en otras instituciones. Hay una sensación de desconexión, y por eso estamos tratando de salir de los límites de lo académico. La universidad tiene menos papel del que debería”. Su grupo detectó que el conocimiento sobre el cambio climático no llegaba a la sociedad de una forma suficientemente profunda. “Nuestro objetivo fue introducir este tema en el día a día de las personas a través de disciplinas artísticas, para que sintiesen una conexión emocional con un tema que es complejo de entender y necesita la implicación de todos. Por ejemplo, estamos analizando cómo las películas de ficción han distorsionado la percepción que se tiene sobre las catástrofes ambientales”.

Los cambios no se producen si no existe una sensibilidad social que los empuje, y la universidad tiene la capacidad de investigar con independencia

Con la misma falta de sensibilidad social se encontró el grupo sobre seguridad y cooperación internacional de la UCM que ahora dirige David J. García Cantalapiedra. “Hay una serie de amenazas y desafíos muy importantes para España que la población en general desconoce. Más allá del terrorismo, la seguridad y la defensa siempre han tenido un interés limitado en nuestro país. No se habla de las armas nucleares o las enfermedades infecciosas que se pueden utilizar como arma. Esto es diferente en países de nuestro entorno como Francia o Reino Unido”. Según el experto, el problema está en que “tenemos que formar a los alumnos no solamente desde el punto de vista técnico sino también de las necesidades sociales, y para ello necesitamos una política de Estado que apueste por financiar la investigación de estos temas”.

La sensación de que su trabajo no trasciende o no interesa es generalizada entre la comunidad investigadora. Tampoco es un fenómeno nuevo. Armando Fernández Steinko ha estudiado durante una década las estructuras del blanquero de capitales en España. Corrupción, delitos urbanísticos, narcotráfico, prostitución, tráfico no autorizado de armas… Fernández Steinko lidera un grupo de investigación sobre esta temática en la UCM y, según él, el gran conflicto no está tanto en la generación de contenidos como en su difusión: “Es importante crear programas de divulgación científica sobre temas sociales. El problema es que se reproduce continuamente un prejuicio de que las ciencias naturales son ciencias de verdad y las sociales son opinables. Si la gente tiene la necesidad de saber, tiene que pedir una mayor presencia de estos temas en el discurso mediático”.

Ante la proliferación de organizaciones investigadoras públicas y privadas, la universidad se enfrenta al reto de retener el talento

La investigación ya no es patrimonio exclusivo de la universidad, ha reconocido la comunidad académica en la ‘Declaración de Salamanca’, elaborada en el encuentro de rectores. Ante la proliferación de organizaciones investigadoras públicas y privadas fuera de la universidad, esta se enfrenta al reto de retener el talento y conectar con ellas. Marián López Fernández Cao reconoce que “los alumnos no se pueden plantear la investigación como una opción profesional porque no hay puestos de trabajo”.

Recuperar el prestigio de lo intelectual

Otro punto de vista diferente es el que aporta el etnógrafo Óscar Abenójar, que decidió partir rumbo a China. El país asiático es el segundo inversor mundial en investigación por detrás de Estados Unidos. Especialista en literatura oral, ahora es profesor investigador de la Universidad Politécnica de Pekín (BIT). Su trabajo consiste en recopilar versiones de mitos y cuentos por todo el mundo, compararlas y, cuando es posible, explicar su origen para establecer relaciones. Así lo ha hecho, por ejemplo, con mitos específicos del robo del fuego en el norte de África, el Amazonas, el Chaco, el Congo o la Polinesia.

“En muy pocas universidades del mundo hay una verdadera inversión económica para desarrollar este tipo de estudios. Sin embargo, creo que es un fenómeno reciente y pasajero. Hubo otras épocas en las cuales la antropología o la filología gozaron de más prestigio, a veces incluso muy superior al de la física o las matemáticas. El ser humano, en buena medida, basa este tipo de juicios en su percepción de lo que considera útil y, hoy por hoy, hay un consenso casi generalizado de que la tecnología es más útil que la antropología, pero no siempre fue así”, concluye.

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