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EL SENTIMIENTO NACIONAL

¿Son todos los nacionalistas supremacistas y xenófobos?

Para la construcción de la identidad nacional, parece que lo único que se necesita es sentirse víctima, unido a un sentimiento de humillación e impotencia

Quim Torra, presidente de la Generalitat, quien ha sido acusado en los últimos días de lanzar comentarios xenófobos. (EFE)

No, no lo son. Y es necesario afirmarlo para evitar indignadas posiciones de autodefensa en nacionalistas que se sienten sinceros defensores de los derechos humanos o de la fraternidad cristiana. Dicho esto, es preciso profundizar en el análisis. Pondré una metáfora médica. No todas las personas que tienen propensión genética a la diabetes se vuelven diabéticos. Depende de las circunstancias. Pero aun así, la propensión permanecerá siempre presente, y conviene recordarlo para cuidar la prevención. El nacionalismo forma uno de esos 'sistemas ideológicos ocultos' de los que les he hablado en varias ocasiones.

Son redes conceptuales y emocionales muy bien trabadas (por su propia lógica y por la historia), pero que no son del todo conscientes. Pueden tener una cara y un envés, y solo conocerse una de esas facetas. Lo malo es que al admitir una parte, se acepta el sistema entero sin saberlo. Pondré un ejemplo teológico: el sistema oculto del monoteísmo lleva un germen de intransigencia, de supremacismo y de violencia. Muchos buenos cristianos se indignarán, porque el cristianismo predica —y en muchísimos casos ejerce— el amor al prójimo, la igualdad de los hijos de Dios. Y sin duda lo hacen con toda sinceridad. Pero en el sistema monoteísta hay unos 'genes ideológicos' agazapados, que en determinadas circunstancias se activan.

"Es necesario tener el valor de ser injusto para conseguir la justicia" fue el lema de Robespierre, Napoleón, Lenin o Stalin

El monoteísmo históricamente ha estado relacionado con religiones reveladas, que predican la verdad absoluta y, por lo tanto, la falsedad de las otras religiones. Recuerden que, desde san Cipriano (siglo III), la Iglesia católica ha defendido que “fuera de la Iglesia no hay salvación”. Su amor por la humanidad incluía la preocupación por su salvación, es decir, por que todos los humanos estuvieran dentro de la Iglesia. Aunque fuera a la fuerza. También exigía un esfuerzo para aniquilar a los enemigos de la verdad. Esas 'buenas intenciones' con las que, como dice el proverbio, está empedrado el camino del infierno, se encuentran en el origen de las cruzadas y de la yihad. Y también de las políticas que ofrecen la salvación. “Es necesario tener el valor de ser injusto para conseguir la justicia” fue el lema de Robespierre, Saint Just, Napoleón, Lenin, Stalin 'e tutti quanti', y siempre condujo al Terror.

Esto no impide que haya monoteístas absolutamente dedicados a la construcción de la paz. El mínimo y dulce Francisco de Asís nace de la misma cepa que el piadoso san Bernardo de Claravall, que predicó la segunda cruzada y en su 'Elogio de la nueva milicia templaria' escribió: “Aspira esta milicia a exterminar a los hijos de la infidelidad, combatiendo a la vez en un doble frente: contra los hombres de carne y hueso y contra las fuerzas espirituales del mal”. Todos conocemos lo difícil y precario que ha sido evitar que los 'genes ideológicos' violentos se manifiesten en cuestiones religiosas. La historia de las guerras de religión es una página oscura de la humanidad.

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Volvamos al nacionalismo. El amor a la tierra, al grupo, a la propia cultura es universal y profundo. La palabra 'nostalgia' designa la enfermedad producida por estar lejos del hogar. Su sinónimo inglés es aún más explícito: 'homesick'. Este sentimiento de arraigo tuvo que ser exacerbado para poder convertir la pertenencia al grupo, la identidad, en el núcleo de la personalidad. ¿Y para qué interesó fomentar ese sentimiento? Para poder pedir sacrificios al ciudadano, sobre todo al tener que enfrentarse con otros grupos.

El victimismo y la corrupción

La identidad tiene un gen belicoso, porque se construye 'contra' alguien. Empieza así a tramarse un sistema más complejo, de modo casi automático. Para mantener la identidad y la cohesión del grupo en épocas de paz, conviene fomentar emociones o creencias aglutinadoras. El amor podría ser una de ellas, pero con frecuencia se ha buscado en dirección contraria. Si necesitamos la identidad de pertenencia para enfrentarnos con el enemigo, si la amenaza nos une, será eficaz buscar un enemigo como gran pegamento social. Este es un fenómeno tan frecuente que no vale la pena poner ejemplos. En cambio, el modo de fomentarlo puede ser variado.

Había que separarse del pueblo español, que Sabino Arana consideraba inmoral y irreligioso

Sentirse víctima es uno de ellos. Suele estar unido a un sentimiento de humillación y de impotencia. Es lo que caracteriza el resentimiento, dentro de nuestra alquimia emocional. Liah Greenfeld, en 'Nationalism: Five roads to modernity', considera que es la emoción que está en el origen del nacionalismo moderno. Vuelvo a decir que ese sentimiento no siempre se activa, pero puede hacerlo con facilidad si se dan condiciones apropiadas. Otra forma de 'victimismo' puede ser el miedo a la 'corrupción', a perder la integridad. Joan Oliver, exdirector de TV3, afirmó en la tertulia del programa radiofónico 'El Món', de RAC1: “Los españoles son españoles y son chorizos por el hecho de ser españoles”. En este sentido, la 'españolización' corrompe a Cataluña, como sugiere el sociólogo Salvador Cardús en Twitter: “La corrupción en Cataluña es consecuencia de su españolización en las últimas décadas”.

Banderas y nacionalismos

El nacionalismo vasco de Sabino Arana también veía en los españoles un peligro, en este caso para su religión. Arana afirmaba que el autogobierno de Euskadi no era más que un medio para cumplir la auténtica misión nacional, consistente en mantener la pureza católica del pueblo vasco. Había que separarse del pueblo español, que Sabino consideraba inmoral e irreligioso, para preservar el catolicismo de los vascos, garantizar la pureza de sus costumbres y alcanzar así la salvación religiosa.

En mi infancia, se nos educaba en el 'nacionalismo español' y nos hacían leer 'Defensa de la Hispanidad', de Ramiro de Maeztu

Telesforo Monzón creía que el pueblo vasco es "un Pueblo creado de la mano de Dios y que ha vivido durante milenios con su ser, su aspecto, su ley, su aliento, y su sabiduría particular". Hace ya muchos años, me invitaron a mantener un debate público con el obispo Setién —un hombre, por lo demás, extraordinariamente cortés—, a quien le preocupaba también que las ideas mesetarias pusieran en peligro la salud espiritual de su grey. Desde otro tipo de melopea nacionalista, una persona sin duda inteligente como Unamuno pudo escribir este poema tan estúpido:

"Adiós, mi Dios, el de mi España.

Adiós mi España, la de mi Dios,

se me ha arrancado de viva entraña

la fe que os hizo cuna a los dos"

En mi infancia, se nos educaba en un 'nacionalismo español' cortado por un patrón similar a todos los nacionalismos. Se nos hacía aprender de memoria: “España tiene voluntad de imperio. Afirmamos que la plenitud histórica de España es el imperio”. Nos hacían leer 'Defensa de la Hispanidad', de Ramiro de Maeztu, donde afirmaba que la decadencia de España se debía a habernos olvidado de nuestra misión y aceptado ideas foráneas. Unamuno sostenía algo parecido, lo que provocó un debate con el europeísta Ortega. Para terminar el cóctel, leíamos a la generación del 98 que, en general, identificó España con Castilla. El artículo se hace demasiado largo, pero quiero recordar el análisis fundamental que hace Hannah Arendt, victima del nazismo, sobre el nacionalismo, y que podremos ampliar si quieren en el foro.

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En 'Los orígenes del totalitarismo', Arendt subrayó que en el Estado moderno se da un conflicto entre Estado y Nación. Es el que moviliza a independentistas de todas las confesiones. “La nación", explica Arendt, "es el pueblo que toma consciencia de sí mismo, de acuerdo con su historia; es el 'milieu' en el que nace la persona”. En cambio, el Estado es una sociedad abierta que gobierna sobre un territorio donde sus poderes protegen y dictan las leyes; el Estado sólo conoce ciudadanos, sin importar la nacionalidad a la que pertenecen. El nacionalismo significa esencialmente la conquista del Estado por medio de la nación y, por ende, la identificación del ciudadano como nacional.

Según Arendt, “el nacionalismo es esencialmente la expresión de esta perversión del Estado al convertirlo en un instrumento de la nación, y de la identificación del ciudadano con el miembro de la nación”. La soberanía nacional, en consecuencia, perdió su connotación original de libertad del pueblo y se vio rodeada de un aura pseudomística de arbitrariedad ilegal. La ley se puso al servicio del 'alma nacional', lo que propició actuaciones arbitrarias: “El Estado pasó en parte de ser instrumento de la ley a ser instrumento de la nación”. “La nación", concluye, "había conquistado al Estado; el interés nacional tenía prioridad sobre la ley mucho tiempo antes de que Hitler pudiera declarar ‘justo es lo que resulta bueno para el pueblo alemán”.

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¿Alguien puede pensar que todos los alemanes que siguieron a Hitler eran seres perversos o tarados mentales? Como expuso Arendt en 'La banalidad del mal', eran personas normales y corrientes, como usted y como yo, que tuvieron la desdicha de que las circunstancias activaran genes patógenos que habían asimilado al aceptar un sistema que parecía contener solo bellos y generosos sentimientos de amor patrio. He alertado muchas veces de que sufrimos un 'síndrome de inmunodeficiencia social', que nos impide producir anticuerpos para protegernos de tan peligrosos agentes. Intentar hacer conscientes esos 'sistemas ideológicos ocultos', a los que todos somos vulnerables, es mi humilde contribución a nuestra actual circunstancia. Continuaré... si ustedes quieren.

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