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  1. Alma, Corazón, Vida

EN ÉPOCAS ILUSTRADAS

Mary Astell: la filósofa feminista del siglo XVII silenciada por la historia

Gracias a su contribución, muchas mujeres pudieron ser alfabetizadas en un tiempo en el que solo podían ser monjas o casarse. Hoy en día sigue siendo toda una olvidada

Mary Astell junto a la tercera edición de su libro. (Wikipedia)

"Si todos los hombres nacen libres, ¿por qué todas las mujeres nacen esclavas?". Este lema, que bien podría verse en cualquier pancarta de alguna manifestación feminista, fue proclamado hace más de 300 años por la filósofa británica Mary Astell, una de las pensadoras más adelantadas a su tiempo. Su obra significó un antes y un después para las mujeres de todo el mundo, que por aquella época tan solo podían esperar una vida alojadas en un monasterio o bien relegadas a las tareas del hogar de un hombre de provecho.

Ella fue una de las primeras feministas de la historia al defender la alfabetización universal de la mujer, que por aquel entonces era nula, y con ello la igualdad de oportunidades para conseguir independencia económica y social frente a los hombres. Astell tuvo suerte, ya que la mayoría de las chicas de su época nunca tuvieron la posibilidad de educarse en el pensamiento y formarse una opinión crítica sobre su papel en la historia.

El acceso al conocimiento de las mujeres se consideraba como peligroso o como una pérdida del concepto de feminidad

Nació en 1666 en el seno de una familia burguesa venida a menos, conservadora y monárquica, según relata la escritora Ingeborg Gleichauf en su obra 'Mujeres filósofas en la historia'. Tenía dos hermanos, pero uno de ellos murió siendo muy pequeño. El otro, llamado Peter, fue una de las puertas al conocimiento de las que dispuso, ya que él sí que podía acceder a la educación formal, al contrario que ella. Pero su verdadero maestro fue su tío Ralph Astell, un viejo sacerdote anglicano "que tenía problemas con el alcohol" desde que le suspendieran de su función en la Iglesia de Inglaterra, la comunidad cristiana más mayoritaria del país y del Anglicanismo.

Él fue también el responsable de que Mary desarrollara un sentido de cercanía con la fe que también le emparentó con grandes filósofos de su tiempo, como René Descartes, el padre del método cartesiano. De él extrajo importantes conclusiones que le llevaron a desarrollar la idea de que las mujeres tenían la misma capacidad para razonar y pensar que los hombres, algo que aunque suene lógico hoy en día, en aquellos años se antojaba como un disparate.

"A lo largo del siglo XVIII, se pensaba que no era apropiado que las mujeres llegasen a ser tan cultas como los hombres", explica la pensadora feminista Julia Cabaleiro Manzanedo en un gran artículo sobre Astell publicado por la Universidad de Barcelona. "Más bien, se concebía el acceso al conocimiento como un peligro o una pérdida del concepto de feminidad que la sociedad patriarcal había ido construyendo". En este sentido, Cabaleiro menciona la ridiculización de este tipo de mujeres cultas que hacían otros escritores masculinos bastante famosos, como el dramaturgo francés Molière en 'Les preciuses ridicules' ('Las preciosas ridículas') o el mismo Quevedo, en su obra 'La culta latiniparda'.

En "sororidad y armonía"

Mary vivió toda su vida entre mujeres. Al quedarse huérfana de padre a los 12 años, se marchó a vivir con su madre y con su tía, como recoge Sandra Ferrer Valero en un artículo publicado en la página de biografías 'Mujeres en la historia'. Pero poco iba a durar la felicidad de la joven, ya que al cumplir la mayoría de edad ambas se murieron. Entonces, decidió marcharse a vivir al centro de Londres con una amiga, instalándose en el concurrido barrio de Chelsea, que por aquel entonces estaba viviendo una gran expresión cultural. Allí, continuó formándose y dando rienda suelta a su amor por la lectura, renegando de las presiones sociales que le obligaban a encontrar un marido. Ella, por el contrario, estaba decidida a permanecer soltera, estudiar y ser independiente económicamente.

Su clase social no le hizo olvidar a las mujeres más desfavorecidas, por lo que fundó una escuela para enseñarles a leer y a escribir

En Chelsea se refugió en los libros y en otras mujeres que como ella rechazaban las convenciones de la época. Como se diría en estos tiempos, "en sororidad y armonía", compartió sus impresiones y conocimientos con un círculo literario formado por Lady Mary Chudleigh, Elizabeth Thomas, Judith Drake o Elisabeth Hasting, entre muchas otras, quienes le acompañaron durante toda su vida formando un vínculo de familia.

Ninguna de ellas estaba casada o lo estuvieron antes de quedarse viudas, y gracias a su buena posición social, se apoyaron unas a otras económicamente para no tener que depender de los hombres. Pero su clase social no les hizo olvidar a las mujeres más desfavorecidas, que en aquel momento eran absoluta mayoría, financiando y dirigiendo la Escuela de Caridad para hijas de militares retirados donde enseñaban a las mujeres pobres a leer y a escribir.

Esta es una de las ideas claves de uno de sus libros más representativos, 'A Serious Proposal to the Ladies, for the Advancement of their True and Greatest Interest', publicado por primera vez en 1694, en el que reivindica establecer instituciones educativas para mujeres que las formara en valores seculares y religiosos. Esta idea sentó como una patada a muchos intelectuales masculinos de la época. Jonathan Swift, autor del célebre 'Los viajes de Gulliver', le dedicó una sátira en la revista 'Tatler'. Años más tarde, con su nueva obra, 'Some Reflections upon Marriage' (1700) establece que para que una mujer pudiera acceder a un matrimonio saludable, e incluso feliz, debía primero recibir una educación.

Una vía diferente al matrimonio

Una de las interpretaciones más notables de su obra es la que establece Julia Cabaleiro en su trabajo, anteriormente mencionado. Mary Astell no buscaba que la educación se equiparase a hombres y mujeres, más bien intentaba "ofrecer un espacio en el que las mujeres pudieran realizar un recorrido libre y placentero, en el que el saber no se separase de la vida, sino que pasase a formar parte de ella, la enriqueciese y la transformase". En este sentido, Astell defiende que soltería y educación van unidas como "una manera de estar en el mundo gratificante y deseable" para ofrecer "una vía diferente al matrimonio, una vía que no estuviera centrada en los hombres sino en sí mismas".

Buscaba formar una especie de 'convento' en el que aprender entre todas a vivir de forma autosuficiente económica e intelectualmente

Por todo ello, no aspiraba a una educación científica como la que comenzaban a recibir los hombres en las décadas posteriores al movimiento ilustrado, sino un espacio femenino en común para desarrollar placeres que, en este caso, pasaban por la lectura, la escritura y la oración. Lo que buscaba, a fin de cuentas, y de ahí su inspiración cristiana, era formar una especie de convento en el que aprender entre todas a vivir de forma autosuficiente, tanto emocional como intelectualmente, según asegura también el portal 'El mundo entre nosotras'.

Finalmente, Astell murió a los 64 años en 1731, pocos meses después de someterse a una mastectomía por su cáncer de pecho. Las memorias cuentan que en sus últimos días se alejó de todos sus conocidos para retirarse y rezar a Dios en su habitación y con un ataúd. La lección que ofrece es ver el conocimiento no solo como garantía de libertad y acceso a una vida digna, sino también como placer humano universal, en aquel siglo monopolizado por el género masculino (de ahí que una de sus disciplinas favoritas fuera la Retórica). Basado en ese resentimiento originado entre sus coetáneos —hombres—, su legado ha sido un tanto silenciado hoy en día, de ahí que, como en otros casos, cuando estudiamos la Ilustración solo aparezcan hombres.

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