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El eterno debate sobre el 'botón mágico'

"Sí, el punto G existe, lo sé por mis orgasmos, y estoy harta de que lo nieguen"

La ciencia no reconoce el punto G, pero muchas mujeres afirman por propia experiencia que tal punto no sólo existe sino que ellas lo han encontrado. Y es genial

¿Es una zona erógena más o es realmente el punto del placer femenino? (iStock)

A veces la demolición de un mito nefasto lleva a la construcción de otros mitos negativos. Al menos esa es la conclusión superficial de los/las defensoras de la existencia del tan traído y llevado punto G, como la periodista Nicola Jane, que en un reciente artículo denuncia la sistemática y creciente negación de la existencia del polémico punto en prensa y estudios científicos. El punto G, para aquellos que no conozcan su leyenda, es una zona fuertemente erógena y muy sensible situada supuestamente en algún lugar de la vagina y cuya adecuada estimulación daría lugar a poderosos y (no menos importante, fáciles) orgasmos.

El planteamiento es sencillo. Al tratar de explicar algo obvio pero no comprendido durante muchos siglos, es decir, que la mayor parte de las mujeres no llegan al orgasmo mediante un coito vaginal estandar sino mediante la estimulación del clítoris, muchos entendidos han abrazado el punto opuesto y sostienen que sólo el orgasmo clitoridiano existe y que de punto G nada de nada.

Sin embargo, muchas mujeres afirman por propia experiencia que tal punto no sólo existe sino que ellas lo han encontrado. “Con respecto a mi cuerpo tengo bien claro que existe”. Si no ¿a qué se deben mis estruendosos orgasmos?", dice la autora del artículo, que está “empezando a estar bastante harta de ‘expertos’ que vienen a decirme siempre lo contrario”.

El eterno debate: ¿existe realmente el punto G?

El problema de una afirmación tajante como esta es que requiere algún tipo de prueba más allá de la mera convicción de que los orgasmos propios se deben al hallazgo del santo grial, y en este caso no parece haberla. Como fuentes a su favor, se cita el excelente blog “Cara Sutra” (que ha ganado dos años consecutivos el premio al mejor periodismo erótico y que es, en efecto, una excelente página, clara, bien escrita y muy por encima de la media). Sin embargo, se desechan con ligereza las opiniones de expertos a los que quizá habría que escuchar, al menos.

Jeffrey Spike, profesor de bioética del colegio de medicina de la Universidad Estatal de Florida afirma en otro artículo algo más documentado que, sin negar palmariamente su existencia, el punto G es algo parecido a un “cuento popular”. “Puedes probar que algo existe si lo encuentras, pero si no lo encuentras no puedes probar que no existe”, afirma”, poniendo al citado punto en la misma categoría de improbables pero ‘posibles’ elementos’ en la que figuran “los ángeles y los unicornios”.

No sabemos cuál es el estado de la polémica en torno a los unicornios, pero se sabe que una buena parte de la población (unos 2.200 millones de cristianos en el mundo) ‘creen’ en la existencia de los ángeles. En todo caso, Spike considera que los médicos que dicen ser capaces de aumentar la sensibilidad del punto G de las mujeres están lucrándose con las inseguridades de estas, en algo muy parecido a “un fraude médico”.

Un 'invento' de los años 80

Desde la Pace University, en nueva York, el neurocientífico Terence Hines afirma más o menos lo mismo: no hay evidencia técnica alguna de la existencia de un punto G. ¨Si hubiese una zona altamente sensible en la vagina”, dice, "tendría que estar rodeada de montones de neuronas, y nadie las ha encontrado pese a que cada milímetro de la vagina ha sido examinado científicamente. La prueba anatómica de la existencia del punto G, simplemente, no existe”, afirma, y luego bromea: “el Kama sutra ni siquiera lo menciona… ¿Evolucionó, quizá, a partir de los años 80?”

Por supuesto, en el otro lado de la mesa, hay quienes les contradicen: Rebecca Chalker, sexóloga de la misma Universidad de Pace y Beverly Whipple, de Rutgers, han escrito libros donde afirman su existencia (un volumen de está última fue el que, en 1982, provocó el inicio del debate a gran escala).

Hines es excéptico con sus afirmaciones: “todos los que defienden su existencia tienen algo que vender”. Y, ciertamente, los artículos a la venta que dan por hecha la existencia del punto y la posibilidad de estimularlo fácilmente, abundan. Basta darse una vuelta por la sección adecuada de la citada página Cara Sutra para comprobarlo.

El botón mágico

“No sé si existe un punto G, pero, exista o no, me parece una manera un poco burda de estandarizar la sexualidad”, comenta Juan, médico español que ejerce en el Reino Unido. “Es un poco como sostener que hay un botón que provoca el orgasmo instantáneo y ahí empieza y acaba todo. Por supuesto para aquellas personas a las que les es muy difícil llegar a ese orgasmo, la idea no carece de atractivo. En mi experiencia personal, la forma de llegar al orgasmo en las mujeres es muy variada, y más aún cuando no es en solitario”.

Martín, abogado de 40 años que alardea de una vida sexual abundante afirma que “me he encontrado con todo tipo de orgasmos: emocionales, violentos, espasmódicos, casi silenciosos, múltiples… incluso algunos casi imposibles de conseguir y que, francamente, lo convierten todo en un trabajo de chinos. Si existe el punto G, a los hombres nos vendría igual de bien conocerlo aún que a las mujeres. Al menos a los hombres a los que nos interesan las mujeres”.

En todo caso, lo cierto es que algo tan estudiado como la sexualidad sigue siendo en gran parte un misterio, un mundo tan variado como las propias personalidades de quienes la ejercen, es decir, de todos nosotros.

Hay que 'creer' en él

“Las zonas erógenas varían enormemente, y su estimulación adecuada varía también según la persona”, reflexiona Ana, estudiante de psicología. “Y creo también que hay un componente emocional y otro psicológico, y otro social, y que al final, excepto en un puñado de mujeres que tienen la suerte de llegar al orgasmo con facilidad, todo es una construcción bastante compleja que, desde luego, no depende sólo de lo físico”.

En eso, Martín coincide con ella: “En mi opinión todo problema –quizá también toda riqueza no puramente animal– responde a construcciones psicológicas. Los hombres hemos construido pocas quimeras en torno a nuestro sexo, lo cual puede parecer simplón pero a la larga se demuestra más efectivo. Nuestro gran problema sexual ha acabado siendo “¿ligo o no ligo?” (hablando de gente sin disfunciones, etc).

Mientras, los problemas de las mujeres al respecto son de un detalle y una variedad increíble. El sexo y las emociones personales profundas están más separadas en nuestro caso que en el de las mujeres. Creo que eso les provoca más instisfacción, aunque sin duda una vida interior y personal más intrincada y acaso más rica”.

“Yo lo he encontrado, no solo en mí misma sino en compañeras sexuales”, siguen sosteniendo las defensoras del punto G.

El común de los mortales sigue sin saber. Será cosa de seguir buscando.

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